Juan 16:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Jesús se comportó fielmente con sus discípulos, sin ocultarles las dificultades que les saldrían al paso cuando fuesen a desempeñar la comisión que les encargaba. Les dijo lo peor, a fin de que pudieran sentarse a calcular el costo.

I. Comienza exponiendo el motivo por el que les habla palabras que pueden causarles alarma: «Estas cosas os he hablado para que no tengáis tropiezo» (v. Jua 16:1). «Estas cosas» son las que les había dicho en Jua 15:18-27. Los discípulos de Cristo son siempre propensos a tomar ofensa de la cruz; y la ofensa o «escándalo» de la cruz es siempre una tentación grave, peligrosa, incluso para los buenos pues les incita a dejar los caminos de Dios. Nuestro Señor Jesucristo, al notificarnos de antemano los contratiempos futuros, tenía el propósito de eliminar de nuestra mente la consideración del terror que implican, y lo hizo al declarar que no debían tomarnos por sorpresa (comp. con 1Pe 4:12-13). Así como podemos recibir cumplidamente a un huésped que esperamos así también podemos armarnos de antemano contra un enemigo de cuya llegada se nos avisa a tiempo.

II. Les predice en detalle los padecimientos que han de sufrir (v. Jua 16:2): Quienes tendrán algún poder para perseguirles, no sólo les «excomulgarán», sino que tratarán de darles muerte. Vemos aquí «las dos espadas» que serán desenvainadas contra los seguidores de Jesucristo:

1. La espada de las censuras eclesiásticas: «Os expulsarán de las sinagogas». Al principio, los azotaron en las sinagogas como a menospreciadores de la ley (Mat 10:17) y, después, los expulsarían de allí como se hace con los incorregibles. Esto es ya evidente desde Jua 9:22-23. Los que confesasen a Cristo habían de ser puestos fuera de la ley, hechos como ajenos al pacto, a las esperanzas y prerrogativas de los hijos de Israel; perderían sus puestos de trabajo, serían exiliados juntamente con sus familias y hasta serían privados de una sepultura decente. ¡Cuántas verdades han sido anatematizadas como herejías! ¡A cuántos verdaderos profetas se les ha tapado la boca con toda clase de amenazas y degradaciones!

2. La espada del poder civil. Pero no se contentarán con echarlos de las sinagogas: «Y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio (lit. servicio de culto) a Dios». La muerte, precedida de toda clase de crueldades, de increíbles torturas, ha sido la suerte que han corrido millones de discípulos de Cristo. Y esto, no sólo de parte de los paganos: de los emperadores romanos, de los dictadores sin Dios, de los que se profesan ateos o anticristianos, sino, lo que es mucho peor, de los que se cubren con el manto de «cristianos», de todas las denominaciones y colores, de los «jerarcas» de todas las confesiones religiosas: «¡Pensarán que rinden, con eso, culto a Dios!» En la mayoría de las veces, lo harán por mano del poder civil «para no contaminarse y así poder comer la pascua» (Jua 18:28). ¡Siempre la misma hipocresía! Aparte de Pedro, de quien la Escritura predijo explícitamente «con qué muerte había de glorificar a Dios» (Jua 21:19), y de Santiago el Mayor, a quien Herodes Antipas hizo matar a espada (Hch 12:2), nada sabemos, por el texto sagrado de la muerte de los demás Apóstoles. Pero es tradición que todos ellos, excepto Juan, sufrieron martirio por causa del Evangelio. Y aun del mismo Juan dice la misma tradición que fue metido, por orden del emperador romano, dentro de una caldera de aceite hirviendo, de donde, como se lee en el Breviario Romano, salió sanior vegetiorque, es decir, «más sano y robusto». Es sabido que los paganos de los primeros siglos del cristianismo llamaban a los cristianos «ateos» porque sólo adoraban a un Dios, aun cuando éste es el único Dios verdadero (el «Dios desconocido» de Hch 17:23). Ya sea, pues, en el nombre de muchos dioses (recuérdese que al emperador romano se le concedían honores divinos), ya sea, lo que es peor, en nombre del Dios verdadero, los verdaderos seguidores de Cristo han sufrido cruel persecución, increíbles tormentos y sañuda muerte. Es terrible que el trabajo del diablo se haya llevado a cabo, muchas veces, bajo la librea de Dios, y que se haya patrocinado la enemistad contra la religión con el pretexto de cumplir con los más sagrados deberes religiosos. Esto no rebaja la culpabilidad de los perseguidores, pero añade nueva amargura a los padecimientos de los fieles perseguidos, al saber que mueren como si fueran enemigos de Dios.

III. Jesús les explica la razón por la que el mundo les ha de odiar y perseguir a muerte: «Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí» (v. Jua 16:3). Hay muchos que pretenden ser conocedores de Dios y, sin embargo, ignoran completamente la verdadera naturaleza y el carácter real de Dios. Todos los que son ignorantes en cuanto a la persona de Jesucristo están incapacitados para tener un concepto correcto acerca del verdadero Dios. Sólo estos ignorantes de la verdadera naturaleza de Dios y de Jesucristo pueden pensar que rinden culto aceptable a Dios persiguiendo a los genuinos discípulos de Cristo. Es explicable que las autoridades judías, que rehusaban reconocer a Jesús como al Mesías verdadero, persiguiesen a los discípulos del crucificado, pero ¡que lo hayan hecho también quienes se han tenido por ministros del Señor y hasta por autotitulados «Vicarios de Cristo»! Lugares como Éxo 32:29; Deu 13:1-8; Deu 17:1-5, dan como lícito y agradable a Dios derramar la sangre de los seductores y de los falsos profetas, y los principales sacerdotes, los escribas y los fariseos se apoyaron en la falsa excusa de que Jesús era un impostor (v. Mat 27:63; Luc 23:2, Luc 23:5; Jua 7:12, Jua 7:47; Jua 19:7). Pablo da testimonio de haber creído su deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret (Hch 26:9). Por experiencia propia, pues, pudo decir de los judíos incrédulos de su tiempo: «Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no según el perfecto conocimiento» (Rom 10:2). Por eso, dice J. Murray acertadamente, en su comentario a este último versículo: «El celo es una cualidad neutral y puede ser el mayor de los vicios. Lo que determina su carácter ético es aquello a lo que va dirigido». Por eso, se equivocó B. Pascal cuando dijo: «De buena gana creo a testigos que se dejan matar», porque, como escribió Agustín de Hipona, «al mártir no le hace la sentencia de muerte, sino la causa por la que muere». Hay aquí algo de notar con respecto a los que, por un falso celo de Dios, persiguen a los creyentes genuinos hasta expulsarles de las sinagogas (y aun de las iglesias) y llegan a darles muerte. El que se comporten de un modo cruel contra los buenos discípulos de Cristo no significa que carezcan de toda autoridad para ejercer su oficio y hasta proclamar el mensaje de Dios de una forma que demanda la obediencia por parte de los que lo oyen. Basta con leer Mat 23:3; Hch 23:3, Hch 23:5, para convencerse de ello. Es muy significativo el hecho de que ni el Señor Jesús ni el Apóstol Pablo se expulsaran a sí mismos de la sinagoga, lo que no les privó de ejercitar su oficio profético contra los desmanes y corrupciones doctrinales de las autoridades religiosas judías. Con esto nos enseñaban algo muy importante que suele pasar desapercibido (nota del traductor), pero que ha sido puesto de relieve por M. Harper en su libro Para que todos seamos uno. Lo diremos con palabras de Ryle al citar a Hengstenberg, en su comentario al versículo Jua 16:2: «Los discípulos no debían marcharse de la sinagoga por su propia iniciativa, sino esperar lo que habría de sucederles si proclamaban plenamente el mensaje del Evangelio. Esto nos ofrece una clara insinuación a todos los fieles en tiempos en que la Iglesia declina: a saber, que deben alejar de su mente la idea de una secesión arbitraria. La nueva formación es correcta sólo en el caso de que haya precedido la expulsión».

IV. Les dice también Jesús por qué les notifica esto ahora, y no antes. Se les dice ahora, no para desanimarles, sino «para que cuando llegue la hora, se acuerden de que se lo había dicho» (v. Jua 16:4). Cuando vienen los sufrimientos es la oportunidad de echar mano de lo que Cristo nos ha explicado acerca de los padecimientos; entonces, la aflicción no resulta tan severa, puesto que ya nos había sido anunciada; así que no tiene que tomarnos por sorpresa. Y no se lo dijo antes, porque hasta ahora le habían tenido al lado de ellos como Consolador: «Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros» (v. Jua 16:4). Es de notar que ya anteriormente les había hablado de los futuros padecimientos, no sólo de los suyos propios, sino también de los que habrían de sufrir ellos mismos (v., p. ej., Mat 10:16.), pero lo recalcaba ahora que Él se iba a marchar. Mientras Él estuvo con ellos, fue Él el blanco central de los tiros del enemigo, y soportó las tarascadas maliciosas de escribas y fariseos, de saduceos y herodianos; en fin, de todos los líderes del pueblo. Él estaba al frente de su «manada pequeña» (Luc 12:32) y, elevado como signo de contradicción (v. Luc 2:34) a la vez que como buen pastor que va delante de sus ovejas (Jua 10:4, Jua 10:11), atraía la atención de los lobos hacia sí, mientras que sus discípulos estaban resguardados, no tanto por falta de malicia en los adversarios cuanto por suficiente protección por parte del Maestro (comp. con Jua 18:8-9).

V. A continuación expresa su tierna preocupación por la tristeza que embarga el ánimo de los discípulos (vv. Jua 16:5-6), los cuales, no sin cierto egocentrismo, comenzaban a desanimarse ante la partida del Maestro, en lugar de alegrarse por la exaltación que Jesús obtendría como resultado de su muerte (v. Jua 14:28). En vez de una santa curiosidad, les invadía una insana melancolía. Jesús quiere hacerles notar que no tienen motivo para estar así acongojados; así que les recuerda:

1. Que ya les había dicho antes que tenía que marcharse de ellos: «Pero ahora me voy al que me envió» (v. Jua 16:5, comp. con Jua 7:33; Jua 13:3, Jua 13:33; Jua 14:2, Jua 14:4, Jua 14:12, Jua 14:28). No se lo llevaban por la fuerza, sino que se iba por su propia voluntad, aunque siempre en obediencia al Padre (v. Jua 10:17-18). Se iba al que le envió, como marcha un embajador a la corte para dar cuenta al Jefe del Estado de sus gestiones en un país extranjero.

2. Que ya les había dicho antes las dificultades por las que ellos habían de pasar cuando Él se hubiese marchado. Podían sentirse tentados a pensar que, al seguir a Jesús, habían hecho un mal negocio. El Maestro comprende la inquietud de ellos, pero les reprende de dos cosas:

(A) De que no parecían preocuparse de la fuente de la que les había de venir el consuelo: «ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas?» (v. Jua 16:5). Es cierto que Pedro había enunciado la pregunta (Jua 13:36), y Tomás la había secundado (Jua 14:5), pero otros pensamientos les habían impedido llevarla adelante, en parte porque entonces no comprendían el sentido de la marcha de Jesús. Pero ahora les había dado ya suficientes instrucciones como para que sintieran mayor curiosidad en saber adónde marchaba. Después de las elevadas lecciones del Maestro, éste era el tiempo oportuno para las preguntas. Por aquí vemos qué Maestro tan compasivo es Jesús. Muchos maestros no aguantan que un discípulo les haga dos veces la misma pregunta; si no ha entendido a la primera lo que acaba de oír, le dejan que se marche sin salir de la duda. Pero el Señor Jesucristo sabe muy bien cómo hay que tratar, no sólo a los adultos, sino también a los bebés (comp. con Heb 5:11., donde el escritor parece perder la paciencia). El inquirir en los designios de Dios en medio de las tinieblas de la aflicción o de la duda, nos ayudaría mucho a entenderlos. No es de nuestra incumbencia preguntar: «De dónde vienen», sino: «Adónde van»; esto es, qué objetivo tienen las dificultades que la providencia de Dios pone en nuestro camino, o permite que nos las pongan, lo cual viene a ser lo mismo, ya que ni un cabello de nuestra cabeza cae sin el consentimiento de nuestro Padre Celestial (Mat 10:33; Luc 12:7; Luc 21:18). Entonces nos daríamos cuenta de que «todas las cosas (no sólo las que llamamos prósperas , sino también las que apellidamos adversas , es decir, contrarias ) cooperan (obran conjuntamente, como un inmenso mecanismo de relojería) para bien de los que aman a Dios» (Rom 8:28).

(B) De que estaban demasiado preocupados de las fuentes de aflicción: «Antes, porque os he dicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón» (v. Jua 16:6). Por fijar la vista en lo que iba contra ellos, y pasar por alto lo que había en favor de ellos, estaban tan llenos de tristeza que no quedaba en el corazón de ellos ningún rincón para el gozo. Es un defecto corriente entre los creyentes, y una fuente de necias consideraciones melancólicas, el tener siempre fija la vista en el lado oscuro de la nube. Lo que llenaba de tristeza el corazón de los discípulos era un apego demasiado grande a las cosas de la vida presente; estaban llenos de esperanza acerca de la gloria y del poder del reino mesiánico, que ellos imaginaban inminente y material, y no se hacían a la idea de una consolación espiritual de parte del Paráclito. No hay cosa que tanto dañe a nuestro gozo en Dios como el amor del mundo (v. 1Jn 2:15-17); y no hay cosa, por consiguiente, que nos deprima tanto como la tristeza del mundo (v. 2Co 7:10).

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