Juan 16:23 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora da Jesús respuesta a las preguntas que los discípulos habían hecho, ya que les promete que, cuando haya descendido el Espíritu Santo, no necesitarán preguntarle nada. No estará de más hacer notar que hay dos clases de preguntas: la pregunta del que inquiere, que es la pregunta del que no sabe, y la pregunta del que suplica, que es la pregunta del que no tiene. A ambas preguntas, la del ignorante y la del indigente, da aquí satisfacción el Señor.

I. En cuanto a las preguntas para saber más, Jesús les dice que no necesitarán preguntarle nada: «En aquel día no me preguntaréis nada» (v. Jua 16:23); no lo necesitarán. Es un «día» que dura ya cerca de dos mil años. En el informe que nos ha sido conservado por Lucas en el libro de Hechos, raras veces vemos a los Apóstoles o a los demás discípulos que hagan preguntas, ya que estaban constantemente bajo la guía del Espíritu Santo. Hacer preguntas supone que una persona se ha perdido o tiene que detenerse; pero vemos que los Apóstoles no se perdían ni se paraban, sino que se movían sin cesar y sin perder la dirección. La razón de esta seguridad la da Jesús en el versículo Jua 16:25: «Estas cosas os he hablado en alegorías; viene la hora en que ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre». Así que no necesitarán hacerle más preguntas. En efecto:

1. Cristo les iba a conducir al conocimiento de lo más alto que hay en el Universo y en la inmensidad de un Dios al que ni los cielos ni la tierra pueden contener (v. 1Re 8:27): «claramente os anunciaré acerca del Padre». Con esto, daba expresión el Señor al máximo favor que tenía reservado para sus discípulos. En el cielo contemplarán la gloria del Padre en la lumbrera que es el Cordero (Apo 21:23; Apo 22:5). Pero Cristo se refiere aquí al conocimiento que del Padre habrían de adquirir sus discípulos mediante la enseñanza del Espíritu. Este conocimiento se echa de ver en lugares como Rom 3:21-25; capítulos Rom 5:1-21 y Rom 8:1-39; Efe 1:3-14; Flp 2:9-10; 1Pe 1:3-12; 1 Juan capítulo 1Jn 3:1-24, etc.

2. De esto les había hablado antes por alegorías o símiles. Jesús había explicado sus parábolas a los discípulos en privado. (A) Al tener en cuenta la dureza de mente y la incapacidad de ellos para entender lo que les decía, bien podría decirse que les había hablado en proverbios, pues lo que les enseñaba era para ellos como un libro sellado con siete sellos (comp. con Apo 5:1.). (B) Igualmente, al comparar lo que hasta entonces les había enseñado con lo que después les iba a declarar, bien se puede decir que hasta ahora, todo había sido proverbios. (C) Limitándonos a lo que les había dicho acerca del Padre, todo lo que les había dicho era sumamente oscuro, comparado con lo que en breve les iba a enseñar.

3. Dice que les anunciará claramente acerca del Padre. Cuando fue derramado el Espíritu Santo, los Apóstoles alcanzaron un conocimiento de las cosas divinas mucho más elevado que el que hasta entonces habían tenido. ¿Quién diría, por ejemplo, que las epístolas de Pedro estaban escritas por un humilde y tosco iletrado, pescador? Pero esta promesa había de cumplirse plenamente, para ellos y para todos los creyentes, en el cielo, pues aquí siempre vemos como por medio de un espejo de metal bruñido y borrosamente (v. 1Co 13:12).

II. En cuanto a las preguntas para tener más, les asegura que no pedirán en vano. Se da aquí por supuesto que todos los discípulos de Jesucristo han de dedicarse a la oración. Por medio de la oración, hemos de conseguir instrucción, dirección, fuerzas y fruto.

1. Tenemos aquí la promesa explícita, y de manera solemne, de que nos será concedido lo que pidamos (recuérdese lo dicho en el comentario a 15:16), como puede verse por la expresión que Cristo adelanta antes de la promesa misma: «De cierto, de cierto os digo (es como el toque del cetro; v. Est 5:2), que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará» (v. Jua 16:23). ¿Para qué se quiere mayor garantía? La promesa es tan explícita como podría desearse. (A) Se nos enseña aquí cómo hay que buscar: hay que pedir al Padre en el nombre de Jesús. Pedir al Padre incluye un sentido de necesidad espiritual y un deseo de bendiciones divinas, convencidos de que sólo del Padre de las lumbreras pueden venirnos tales bendiciones (Stg 1:17). Pedir en el nombre de Jesús implica un reconocimiento de nuestra propia indignidad y una entera dependencia en el valor de la obra de Jesucristo. (B) Se nos dice a continuación la presteza con que nos serán concedidas nuestras peticiones: «os lo dará»; sin duda, sin mengua, sin demora. ¿Qué más podemos desear? Cristo les ha prometido una gran iluminación por medio del Espíritu Santo, pero hay que orar para obtenerla. Y es menester perseverar en la oración. El disfrute pleno, sin fatiga, está reservado para el país de nuestro eterno reposo; pedir y recibir son las constantes de nuestra peregrinación por el desierto de la vida presente.

2. También hay aquí una exhortación a pedir. Los grandes personajes de este mundo son suficientemente benévolos si permiten que se les dirija alguna petición, pero Jesús nos exhorta a que le pidamos (v. Jua 16:24).

(A) Al volver la mirada hacia atrás les hace notar que hasta entonces, nada le habían pedido en su nombre. De acuerdo con el método de oración que el Maestro les había enseñado (v. Mat 6:9-13; Luc 11:2-4), ellos se habían dirigido, en sus oraciones, a Dios, sin mencionar el nombre de Jesús. No es que el nombre de Jesús sirva como de fórmula «mágica» para obtener infaliblemente alguna petición, sino que significaba el interponer los méritos de Cristo en función de la obra redentora del Calvario. Ellos no habían comprendido aún el oficio de Jesús como único Mediador entre Dios y los hombres (v. 1Ti 2:5), aunque hay autores que opinan que, en realidad, no les era posible a los discípulos interponer el nombre de Jesús en sus oraciones mientras la obra del Calvario no se hubiera llevado a cabo. En este caso, las palabras de Jesús significarían simplemente la exposición de un hecho, no una especie de recriminación por algo que ellos deberían haber tenido en cuenta. Una cosa cierta hay: esta clase de oración en el nombre de Jesús es propia de la dispensación de la Iglesia; por eso, Jesús habla de ella en conexión con todas las enseñanzas sobre el Espíritu Santo el cual sería enviado después que el Señor fuese glorificado (Jua 7:39).

(B) Les exhorta ahora a que adopten esta fórmula para el futuro: «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo esté completo». Les anima a que pidan lo que necesitasen, que era precisamente lo que Él les había prometido; y les asegura que lo recibirán. Lo que se le pide a Dios con base en un principio de gracia, el Dios de toda gracia nos lo concederá, para que nuestro gozo sea completo. Lo cual implica: (a) el fruto de bendición de la oración de la fe (Stg 5:15) que es el gozo de la fe (Flp 1:25). Después de exhortar a los fieles de Filipos a regocijarse en el Señor siempre, el Apóstol les dice, casi a renglón seguido: «Por nada os inquietéis, sino que sean presentadas vuestras peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias» (Flp 4:4, Flp 4:6). Por aquí podemos ver cuán alto se eleva nuestro objetivo en la oración: no sólo hasta la paz, sino también hasta el gozo; (b) o, puesto de otro modo, el fruto de bendición de la respuesta de paz: «Pedid, y recibiréis lo que colmará vuestro gozo».

3. Aquí tenemos, finalmente, las bases sobre las que pueden fundar su esperanza (vv. Jua 16:26-27), y que el Apóstol Juan compendia de esta manera: «Abogado tenemos para con el Padre» (1Jn 2:1).

(A) Tenemos un abogado: «Y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros» (v. Jua 16:26). Habla como si ya no necesitasen otros favores o beneficios ya que Él va a conseguirles el don del Espíritu Santo que intercederá dentro de ellos (Jua 14:17; Rom 8:26), por lo que no necesitarán más de la intercesión de Cristo por ellos en la tierra. Pero pronto veremos que Jesús hace por nosotros más de lo que dice.

(B) Nos las habemos con un Dios que es Padre: «Pues el Padre mismo os ama» (v. Jua 16:27). Los discípulos de Cristo son los hijos amados de Dios. Obsérvese el énfasis que el Maestro carga en la frase: «El Padre mismo os ama». El Padre mismo, de cuyo favor no teníais ningún derecho a reclamar nada, y junto al cual necesitáis un abogado, Él mismo os ama ahora. ¿Por qué amaba ahora el Padre a los discípulos de Cristo: «Porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios» (v. Jua 16:27). Como si dijera: «Porque ahora sois de veras mis discípulos». Aquí vemos descrito el carácter de un discípulo de Cristo: tiene amor a Jesús, porque le cree venido de Dios. La fe en Cristo actúa mediante el amor hacia Él (v. Gál 5:6); si creemos firmemente que es nuestro Salvador, no podremos menos de amarle como a nuestro máximo bienhechor. Notemos con qué respeto se expresa Cristo acerca del amor que le tienen sus discípulos; habla como si ese amor fuese la mejor recomendación para disfrutar del favor y del amor del Padre. ¡Qué privilegio tan grande tienen los fieles discípulos de Cristo, pues el Padre les ama, y eso es precisamente porque ellos aman a Jesús! ¡Y qué ánimos les daría esto para orar confiadamente! No tienen por qué temer el que sus oraciones hayan de esperar respuesta por largo tiempo, pues son escuchadas prontamente por un Padre que les ama. Esto nos previene también contra una noción dura, falsa, del carácter de Dios. Cuando se nos enseña a que en las oraciones apelemos al nombre de Jesús, a sus méritos y a su intercesión, no es como si hubiésemos de depender únicamente en la bondad y ternura de Jesucristo, ya que, en realidad, los méritos de Cristo se los debemos a la misericordia y amor del Padre al enviarlo al mundo y entregarlo a la muerte por nosotros (Jua 3:16). Abriguemos, pues, en nuestra mente y en nuestro corazón buenos y bíblicos pensamientos acerca de Dios. Los que aman a Cristo deben saber que Dios el Padre les ama a ellos.

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