Juan 16:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Dos son las cosas con las que Cristo consuela aquí a sus discípulos:

I. Con la seguridad de que, aunque deja el mundo, es para volver al Padre (vv. Jua 16:28-32). Tenemos:

1. Una declaración, lisa y llana, de la misión que Cristo había recibido del Padre, y de su retorno a Él: «Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre» (v. Jua 16:28). Esta es la conclusión de todo este tema.

(A) Los dos puntos incluidos en dicho versículo aparecen: (a) Condensados. Los compendios de las doctrinas cristianas son de gran utilidad para los principiantes; por eso, los principios establecidos en la Palabra de Dios, cuando se condensan y exponen con orden en los credos y catecismos, proveen la luz y el calor de los oráculos divinos con un poder semejante al de una lupa o de un espejo cóncavo que refleja concentrados los rayos del sol. (b) Comparados. Hay admirable armonía en las verdades divinas, pues se corroboran e ilustran las unas a las otras; así pasa con estas dos verdades de la venida de Cristo a este mundo y de su marcha al Padre. Cristo había encomiado la fe de sus discípulos al reconocer éstos que el Maestro había salido de junto a Dios (v. Jua 16:27. Lit.), y de ahí saca la conclusión de que debía igualmente retornar al Padre. El mejoramiento de lo que ya conocemos y reconocemos nos ha de ayudar a entender lo que nos parece difícil y oscuro.

(B) Si, al hablar del Redentor, preguntamos de dónde vino y adónde fue, tenemos la respuesta de que: (a) Salió del Padre, y vino hasta nosotros a este mundo, al mundo de la humanidad caída. Aquí tenía Él la tarea que había de llevar a cabo (v. Luc 19:10), y a ella se dedicó incansablemente. Dejó su trono celestial para venir a este planeta extraño; cambió su palacio por esta pobre posada. (b) Cuando terminó su labor en este mundo, se marchó para volver al Padre. Pero todavía está espiritualmente presente en su Iglesia (Mat 18:20), y lo estará hasta la consumación del siglo (Mat 28:20).

2. La satisfacción de los discípulos con esta declaración (vv. Jua 16:29-30): «Le dijeron sus discípulos: He aquí que ahora hablas claramente». Parece ser como si estas pocas palabras de Cristo les hubiesen hecho más bien que todo lo que les había dicho con anterioridad. En dos cosas mejoraron y avanzaron los discípulos con esa enseñanza de Jesús:

(A) En conocimiento: «mira, ahora hablas claramente». Las verdades divinas producen el mayor beneficio cuando son expuestas con toda claridad. Como Jesús nos habla claramente al corazón, tenemos motivos para regocijarnos grandemente en ello.

(B) En fe: «Ahora sabemos …; por esto creemos …» (v. Jua 16:30). Vemos:

(a) Cuál era el punto doctrinal que creían: «creemos que has salido de Dios» (v. Jua 16:30). En el versículo Jua 16:27, el Maestro mismo había declarado: «habéis creído que yo salí de Dios». Ellos confirman ahora la declaración de Jesús, como si dijesen: «Sí, Señor lo creemos».

(b) Cuál era el motivo de su fe: La omnisciencia de Jesús, de la que estaban seguros con la convicción que la fe presta (v. 2Co 5:1). Esto le señalaba como a Maestro enviado de Dios, y más que profeta, puesto que sabía todas las cosas: «Sabemos que sabes (lit.) todas las cosas». Quienes mejor conocen a Cristo son los que le conocen por propia experiencia personal; los que pueden decir del poder de Cristo: «para lo cual también trabajo fatigosamente según la energía de Él, que actúa en mí con poder» (Col 1:29, lit.), y del amor de Cristo pueden decir: «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2:20). Esta experiencia confirmó aquí la fe de los discípulos, pues añadieron: «y no necesitas que nadie te pregunte»; con lo cual se expresa la singular aptitud de Cristo para enseñar, puesto que sus instrucciones son tan claras que no dejan lugar para que se le importune con preguntas y objeciones. Además el mejor de los maestros humanos sólo puede responder a lo que se le diga, pero Jesús puede responder hasta a lo que se piensa.

3. El tierno reproche que, al llegar aquí, dirige Cristo a sus discípulos (vv. Jua 16:31-32). Al observar el aire de triunfo que se transparentaba en las declaraciones de ellos, les dice: «¿Ahora creéis? ¡Ay! Todavía no conocéis vuestra debilidad. He aquí la hora viene, y ha venido ya (es decir, está al alcance de la mano; v. Jua 5:25), en que seréis esparcidos cada uno por su lado y me dejaréis solo» (vv. Jua 16:31-32). En estas palabras de Jesús, podemos ver:

(A) Una pregunta destinada a hacerles reflexionar: «¿Ahora creéis?», la cual puede entenderse de dos maneras: (a) «Si ahora, ¿por qué no antes?» Los que, después de mucha enseñanza, se sienten persuadidos a creer, tienen razón para avergonzarse de haber tardado tanto en creer. (b) «Si ahora, por qué no siempre?» Como si dijera: «Cuando llegue la hora de la prueba, ¿dónde estará entonces vuestra fe?»

(B) Una predicción de la caída cercana de ellos. Dentro de poco todos ellos le iban a abandonar; esto se había de cumplir aquella misma noche: se dispersaron cada uno por su lado (comp. con Isa 53:6), como gente que huye a la desbandada, y busca cada uno salvar el pellejo del modo más rápido sin que nadie se interponga en su camino. Y, al dispersarse, le iban a dejar solo, abandonado al encono de sus enemigos. Deberían haber estado como testigos a su favor en el proceso que le iban a formar ante los tribunales, pero se avergonzaron de sus cadenas (contraste con 2Ti 1:16), al no desear participar en los padecimientos de Él. Lo peor que le puede acaecer a una buena causa no es la persecución de sus enemigos, sino la deserción de sus amigos, con lo que muchos de los discípulos «profesantes» no son hallados fiables, pues no se atreven a ser «confesantes». Si alguna vez hallamos que nuestros amigos nos dejan solos en horas de prueba recordemos lo que le sucedió al Señor. Lo grandioso es que, a pesar de que Cristo sabía que sus discípulos le iban a abandonar en el momento más crítico, todavía siguió tratándoles con toda ternura. Nosotros nos sentimos tentados a pensar y a decir: «Si hubiese conocido de antemano su ingratitud, no le habría prestado ningún favor». Cristo no obró así, sino que, aunque conocía que le iban a desamparar, continuó tratándoles amablemente. Al preguntarles: «¿Ahora creéis?», Jesús viene a hacerles caer en la cuenta de que no deben pensar altamente de sí mismos, sino tener santo temor. Incluso cuando estamos disfrutando de los mayores consuelos y gracias del Señor, es bueno que se nos recuerden los peligros que surgen de nuestras propias corrupciones interiores. Cuando nuestra fe se siente fuerte, ferviente nuestro amor y claras nuestras evidencias, no por eso podemos concluir que «será el día de mañana como éste» (Isa 56:12). Cuanto más convencidos nos hallamos de pisar terreno firme, tanto más hemos de temer que podamos caer (v. 1Co 10:12). Vemos que Jesús habla como de algo que está muy cercano: «la hora viene, y ha venido ya» en la que los discípulos estarán tan avergonzados de Él como están en este momento enamorados de Él.

(C) Una seguridad de que, a pesar de esa deserción de los suyos, Jesús no estaba completamente solo: «mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (v. Jua 16:32). Aunque esto tiene aplicación a todos los genuinos creyentes, tiene singular aplicación al Señor Jesús, en quien la naturaleza divina y la humana subsistían en la persona única del Verbo de Dios. Es en la Cruz donde habría de ocurrir aquella espantosa ruptura de comunión entre el Padre y Jesús, pero, aun entonces, le llamaría al Padre «mi Dios» y, poco después, encomendaría su espíritu en manos del Padre. Con esta compañía del Padre, se había consolado siempre Jesús (v. Jua 8:29). Incluso el desamparo que Jesús sufrió por parte del Padre en la Cruz, ha sido la fuente de innumerables consuelos para los cristianos de todos los tiempos; cuando nos sentimos solos, podemos estar seguros de que no estamos realmente solos, pues Dios está siempre por nosotros (Rom 8:31), con nosotros (Mat 1:23) y en nosotros (Jua 14:17). Y si escogemos deliberadamente la soledad, como Natanael bajo la higuera o como Pedro en la azotea, meditando y orando, nuestro Padre está con nosotros. Los que conversan con Dios en la soledad, nunca están menos solos que cuando están solos. Un buen Dios y un corazón sincero hacen siempre y en todas partes muy buena compañía. Y cuando la soledad nos cause aflicción, recordemos que no estamos tan solos como pensamos: el Padre está con nosotros. Y mientras esté con nosotros su presencia favorable, podemos ser dichosos, aun cuando el mundo entero nos abandone.

II. Con la promesa de la paz que ellos han de disfrutar a causa de la victoria de Jesús sobre el mundo, cualesquiera sean las aflicciones que en el mundo hayan de tener: «Estas cosas os he hablado para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis aflicción; pero tened ánimo, yo he vencido al mundo» (v. Jua 16:33). Notemos:

1. El objetivo al que Cristo aspiraba: «Para que tengáis paz en mí». La ida de Jesús al Padre era para bien de los discípulos. Es voluntad de Cristo que los suyos disfruten de paz interior, sean cuales sean las aflicciones que sufran de parte del exterior. La paz de Cristo es la única paz verdadera (v. el comentario a 14:27). Por medio de Él tenemos paz con Dios (Rom 5:1) y por eso, en Él tenemos paz en nuestra conciencia también. La palabra de las Escrituras está destinada igualmente a llevar consuelo y paz a los corazones (Sal 119:165; Rom 15:4).

2. El trato que les había de dar el mundo. A los discípulos de Cristo siempre les ha caído en suerte padecer más o menos tribulación en este mundo (v. 2Ti 2:3; 2Ti 3:12; 2Ti 4:5, etc.). Los mundanos ven con malos ojos a los fieles seguidores de Cristo, porque la conducta santa de éstos es un reproche vivo para el mundo (v. 1Pe 4:4). Pero también interviene en esto la disciplina del Señor, a fin de que den más fruto (v. Jua 15:2; Heb 12:6-11). Así que, de parte del mundo sufren porque son buenos; y de parte de Dios, para que sean mejores. Así que, les dice: «En el mundo tendréis aflicción». Todas las palabras que, en griego, latín, castellano, inglés, etc., llevan esa raíz trib, sinónima de flig y thlib, indican aprieto, pisoteo, zarandeo, etc. Si se recuerda que así es como se separa el trigo de la paja, para ser almacenado en el granero del Padre de familia (Mat 13:20), el «trillo» de la aflicción no turbará nuestra paz, pues sabemos que tiene por fin limpiarnos de toda escoria e impureza «para que participemos de la santidad de Dios» (Heb 12:10).

3. Los ánimos que Cristo les da: «pero tened ánimo». Como si dijese: «Que eso no os deprima, que no os desaliente, como hacen los padres que no saben educar a sus hijos (v. Col 3:21), sino solamente esforzaos y sed muy valientes, para cuidar de hacer conforme a mi mandamiento (Jos 1:7); no temáis a los que matan el cuerpo (Mat 10:28; Luc 12:4); temed a Dios (1Pe 2:17)». En medio de las tribulaciones de este mundo, es el deber y el privilegio de los creyentes (v. Flp 1:29) estar de buen ánimo. Dice Pablo: «nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia» (comp. con Rom 8:17-18; 2Co 4:17; Heb 12:11; 1Pe 5:10).

4. El fundamento de este ánimo que Cristo les da: «Yo he vencido al mundo». La victoria de Cristo es el triunfo del cristiano (comp. con Rom 8:37; 1Jn 4:4; 1Jn 5:4; Apo 12:11). Cuando va a enviar sus discípulos a predicar el Evangelio por todo el mundo les anima con estas palabras: «tened buen ánimo, yo he vencido al mundo». Él mismo triunfó de la maldad del mundo sometiéndose a los malos tratos que le infligieron, «soportó la cruz, menospreciando el oprobio» (Heb 12:2); triunfó igualmente de las atracciones que el diablo y el mundo le quisieron presentar; las menospreció y rechazó para seguir el destino que el Padre había designado para Él. Jamás hubo un conquistador que tan rotundamente venciera al mundo, y su ejemplo debe animarnos en todo momento. Si Cristo ha vencido al mundo delante de nuestra vista, hemos de considerar al mundo, y al diablo que lo gobierna como un enemigo vencido. Él es el capitán de nuestra salvación, así como el autor y distribuidor de ella, conforme al denso sentido del vocablo griego arkhegós (Hch 5:31; Heb 2:10). Por medio de su cruz, el mundo está crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo (Gál 6:14), lo cual habla de una victoria completa. Puesto que Cristo derrotó completamente al diablo y al mundo (Efe 4:8; Col 2:15), los creyentes no tienen que hacer otra cosa que «estar firmes» y «resistir», con armas defensivas, dentro del terreno de victoria que Cristo nos ha conquistado, y del que nada ni nadie nos puede arrojar (v. Efe 6:10-18), pues «en todas estas cosas triunfamos enteramente (lit.) por medio de aquel que nos amó» (Rom 8:37).

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