Juan 17:20 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de haber orado por la santidad de los discípulos, ahora va a orar por su unidad.

I. Quiénes están incluidos en esta oración: «No … solamente … éstos, sino también … los que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos» (v. Jua 17:20). Vemos, pues, que todos, y solos, los que creen en Cristo, son objeto de su mediación intercesora. No ora por ellos a la ventura. Los que le oyeron entonces y recibieron su palabra vieron y creyeron; los que habían de vivir en épocas posteriores creyeron, creen y creerán sin ver (v. Jua 20:29). Y todos los que llegan a creer en Cristo, lo hacen mediante la proclamación apostólica del mensaje del Evangelio (Rom 10:17). Jesucristo no oró solamente por los más eminentes sabios y teólogos cristianos, sino también por los más sencillos y pobres. El Buen Pastor pone sus más tiernos cuidados en las ovejas más débiles, Él «salvará a la que cojea y recogerá la descarriada; y las pondrá por alabanza y por renombre en todas las tierras donde fueron avergonzadas» (Sof 3:19). Aunque este texto de Sofonías tiene un sentido primordial para el futuro de Israel, bien puede aplicarse a las ovejas del actual rebaño de la Iglesia. Con esta amplitud de intercesión, Jesús tenía en cuenta, no sólo las ovejas que no habían nacido todavía sino también las que no eran del redil del judaísmo, pero también debían ser traídas, a fin de que haya un solo rebaño (no «un solo redil») y un solo pastor (Jua 10:16). Recuérdese la indicación (nota del traductor), al comienzo de este capítulo, de las diversas opiniones sobre este versículo. Si se estima como un paréntesis lo cual es probable, se habrá obviado una grave dificultad que acecha a los que lo conectan con los versículos siguientes.

II. Cuál es el objetivo de esta petición del Señor: «Para que todos sean uno». Esto ya lo había dicho antes (v. Jua 17:11), y añadía entonces: «así como nosotros», al referirse a Sí mismo y al Padre. Ahora lo pide con más detalle en el versículo Jua 17:21, y vuelve a repetirlo en forma más resumida en el versículo Jua 17:22, y sigue una ulterior explicación en el versículo Jua 17:23. Esto denota el afán que latía en el corazón de Cristo de que los suyos formasen un bloque sólido, único y unánime; que fuesen uno, no sólo en el corazón para sentir lo mismo (Flp 2:2-5), sino también en la boca para hablar todos una misma cosa (1Co 1:10). Si esta plegaria de Jesús se extiende a todos los creyentes de todos los tiempos, tendremos que confesar que su eficacia ha dejado mucho que desear, por la gran diversidad, y aun oposición violenta, de sentimientos, de pareceres y de expresiones, al aparecer, no unidos, sino muy divididos, frente al mundo. Pero si se aplica, ante todo, a los Apóstoles, la oración de Cristo fue totalmente eficaz pues el testimonio apostólico ante el mundo fue sólido, unánime, visible a todos los que lo escucharon en su tiempo, y a todos cuantos lo leen en los escritos inspirados del Nuevo Testamento. Veamos en detalle, primeramente, lo que Cristo pide al orar por la unidad de los suyos, y suponer que en su oración incluye a todos los creyentes:

1. Que todos sean incorporados a un solo cuerpo (v. 1Co 12:13). Viene a decir: «Padre, míralos como a un solo cuerpo, un solo rebaño, un solo santuario tuyo, una sola vid. Aun cuando vivan en tiempos y lugares diferentes, que estén unidos en mí como en su común Cabeza, cepa y piedra angular». Así como Cristo murió para atraer a todos a sí mismo (Jua 12:32), así también oró para congregar a todos en uno (Jua 11:52).

2. Que todos sean animados por el mismo Espíritu. Esto se insinúa claramente cuando dice: «que también ellos sean una misma cosa en nosotros» (v. Jua 17:21), lo cual se hace mediante la unión en el espíritu y por el Espíritu (v. 1Co 6:17). Como si dijese: «Que en todos quede estampada la misma imagen e inscripción, y que todos sean influidos por el mismo divino poder».

3. Que todos sean unidos por el vínculo de la perfección, que es el amor (Col 3:14, comp. con Efe 4:3), siendo uno solo el corazón de todos ellos (v. Hch 4:32). Que sean uno en el juzgar y en el sentir, en el pensar y en el hablar; no en cualquier detalle minucioso, lo cual no es posible ni necesario, sino en las grandes cosas de Dios, y ello en virtud de esta oración. Que tengan todos la misma disposición e inclinación en todo lo fundamental de doctrina y práctica; en sus objetivos y en sus afanes, en sus deseos y en sus plegarias; aunque pertenezcan a diferentes culturas y, por tanto, tengan distinta mentalidad y fraseología, que oren de corazón por los mismos objetivos. Cristo ora, en efecto, por la llamada comunión de las cosas santas, en las que se expresa, mide y valora la comunión de los santos. Esta oración, en cuanto a la unidad de todos los creyentes, no tendrá su completa respuesta mientras no estén todos los santos ya en la patria celestial; sólo entonces serán perfectos en unidad (v. Jua 17:23. Lit. perfeccionados hacia la unidad).

III. Lo que se indica aquí como apelación para corroborar su petición.

1. La unidad del Padre con el Hijo, la cual se menciona una y otra vez (vv. Jua 17:11, Jua 17:21-23). Ya hemos dicho que el Padre y el Hijo son uno en naturaleza, perfecciones, tareas y objetivos. El Padre ama al Hijo (Jua 5:20), y el Hijo siempre hace lo que le agrada al Padre (Jua 8:29). La intimidad o mutua inmanencia, que es consecuencia de esta unidad de naturaleza en perfecta compatibilidad con la distinción real de las personas divinas, se echa de ver en las palabras: «como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti» (v. Jua 17:21). No es de extrañar que no se mencione el Espíritu Santo junto con el Padre y el Hijo, ya que el Espíritu Santo es el Amor personal del Padre y del Hijo, es decir el vínculo de unidad dentro de la Trina Deidad (comp. con Col 3:14). Por eso, basta con que se mencione explícita o implícitamente, la comunión de las personas divinas, para que allí esté tácitamente indicado el Espíritu Santo (comp. con 2Co 13:13 «… la comunión del Espíritu Santo», y con 1Jn 1:3 «… y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo»). En esta comunión intratrinitaria insiste Jesús en su oración a favor de la unidad de los suyos:

(A) Como el modelo de la unidad de los cristianos. Los creyentes son uno, en cierta medida, como las tres personas divinas son uno; están unidos por los siete vínculos de unidad mencionados en Efe 4:4-6, en cuyo contexto se exhorta a los creyentes, no a hacer la unidad, la cual es obra del Espíritu Santo (v. 1Co 12:13), sino a guardarla y fomentarla, hasta que lleguemos a la «estación de término» del Cielo, cuando la unidad será perfecta en todos los aspectos (v. Efe 4:3, Efe 4:13). Esta unidad de los creyentes es consecuencia de compartir juntos, a nivel creado, la naturaleza divina (2Pe 1:4), por lo que se espera que los creyentes piensen, deseen, quieran y actúen a la manera de Dios (comp. con Isa 55:8); están unidos por la misma gracia, el mismo perdón de parte de Dios, el mismo amor de parte de Jesucristo, el mismo testimonio (Hch 1:8), y los mismos objetivos que llevar a cabo en este mundo. Es una unidad santa, tanto en sus principios como en sus medios y objetivos; no forman un partido político ni otra clase cualquiera de corporación secular o para fines temporales. Y es una unidad que requiere unión completa, del mismo modo que el orden de la salvación incluye al ser humano entero y, potencialmente, a todos los hombres.

(B) Como el centro de dicha unidad: «que también ellos sean uno EN NOSOTROS». Así como el Padre está en el Hijo, y el Hijo está en el Padre mediante la comunión del Espíritu Santo, en la verdad y en el amor, también los creyentes han de estar unidos en ese mismo centro de la Verdad y del Amor, que son sustanciales en Dios. En imitación, lo más perfecta posible, de las tres personas divinas, los creyentes han de estar unidos en toda actividad eclesial, en una fe común, alimentada por el ministerio de la Palabra, y en un amor entusiasta y ferviente para ejercer los dones que el Espíritu Santo distribuye en la Iglesia como le place (v. 1Co 12:4-6). Los tres aspectos han de mantenerse en perfecto equilibrio para que la obra eclesial no sufra mengua o desequilibrio. Especialmente, ha de mantenerse el equilibrio entre la verdad y el amor. La verdad sin amor es fría como un puñal; pero el amor sin verdad es un entusiasmo loco y sin tino. Hendriksen hace notar que «los creyentes deben suspirar siempre por la paz, pero nunca por una paz a expensas de la verdad, porque la unidad que se gana a costa de tal sacrificio no es digna de tal nombre». Ello es cierto, pero habría que dejar bien claro (nota del traductor) qué se entiende por «verdad»; si las verdades fundamentales de la religión cristiana claramente expresadas en la Biblia, o las interpretaciones denominacionales (o personales) que llegan a ser como otras tantas «tradiciones de los ancianos» (Mat 15:2, Mar 7:5) por las que se lucha a capa y espada, como si fuesen el núcleo de la fe cristiana. Repitamos que todos los que de veras están unidos en un solo Dios, por un solo Mediador entre Dios y los hombres, los cuales son uno, son también uno entre ellos mismos, y pronto estarán unidos perfecta y perpetuamente. Todo lo que en la Iglesia no tenga por centro de unidad a Dios como única meta y a Jesucristo como único camino, no es unidad, sino conspiración

(C) Como apelación presentada por Jesús a favor de tal unidad. El Creador y el Redentor son uno en intereses y objetivos; pero, ¿en qué pararán esos intereses y esos objetivos, si los creyentes no forman un solo cuerpo conjuntamente en Cristo, y reciben de Él juntos «gracia sobre gracia» (Jua 1:16), así como Él la obtuvo y la recibió por todos ellos? Las palabras «Yo en ellos, y tú en mí» (v. Jua 17:23) muestran qué clase de unidad es esa, tan necesaria, no sólo para la belleza y bienestar, sino para el ser mismo de la Iglesia. La unión de los creyentes con Cristo se echa de ver en la frase «Yo en ellos»; la unión de los creyentes por medio de Cristo se ve en la otra frase «Tú en mí». Como si dijera: «de forma que, por medio de mí, tú estés en ellos». Y de esta unión «vertical», es consecuencia necesaria la unión «horizontal» entre los mismos creyentes: «para que sean perfeccionados hacia la unidad» (v. Jua 17:23. Lit.), con esto se puede apreciar, por el mismo texto sagrado, que la unidad cristiana no es algo estático, sino dinámico, en una tensión constante desde una unidad fundamental hasta una unión nunca perfectamente conseguida en esta vida.

2. El designio del Salvador en todas sus comunicaciones de luz y gracia a los suyos: «Y yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno así como nosotros somos uno» (v. Jua 17:22). Así como la gloria del Padre se reflejó perfectamente en la persona y en las obras de Jesús, así también la gloria de Cristo se ha de reflejar en las vidas de los creyentes, especialmente en el amor fraternal, por el que el mundo les ha de reconocer como discípulos de Cristo (comp. Jua 13:35 con Jua 17:21 «para que el mundo crea que tú me enviaste»). Pero la gloria de Cristo en los suyos ha de reflejar también los dones que Cristo, por medio de su Espíritu, había de conferir a su Iglesia, para llevar a cabo la obra de la predicación del Evangelio, mediante la cual había de ser aplicado con el poder del Espíritu, el fruto de la redención llevada a cabo por Jesús en el Calvario. Todos estos dones pueden dividirse en dos secciones:

(A) Los conferidos exclusivamente a los Apóstoles. La gloria de ser embajadores de parte de Dios para el mundo y de erigir el trono del reino de Dios entre los hombres fue una gloria dada primero a Cristo, y Él confirió parte de esta gloria a los discípulos cuando los envió a hacer discípulos de entre todas las naciones.

(B) Los conferidos, en general, a todos los creyentes. La gloria de disfrutar del pacto de gracia con el Padre fue una gloria que el Padre dio al Redentor cuando le envió a este mundo lleno de gracia y de verdad (Jua 1:14, Jua 1:16, Jua 1:17), y de Él la hemos recibido todos los redimidos. Este honor es el que Jesús dice que les ha dado para que sean uno, el honor que comporta el privilegio de la unidad. El don del Espíritu, esa gran gloria que el Padre dio al Hijo, para que por Él fuese dado a todos los creyentes (Jua 7:39), les confiere esa unidad (1Co 12:13), y les compromete en el deber de guardar la unidad (Efe 4:3), para que, al considerar lo que tienen en común con un solo Dios y un solo Señor y una sola esperanza de un solo Cielo (Efe 4:4-6), tengan una sola mentalidad y un solo lenguaje. La gloria del mundo produce división, puesto que cuando a unos hace elevarse, hace que otros se eclipsen; mientras que cuanto más exaltados estén los cristianos con la gloria que Cristo les ha dado, tanto menos deseosos estarán de vanagloria y, por consiguiente, menos dispuestos a sembrar discordia y a menospreciar a los demás.

3. Jesús apela a la influencia que la unidad de los creyentes tendrá sobre los demás. Dos veces insiste en esto: «para que el mundo crea que tú me enviaste» (v. Jua 17:21); y de nuevo: «para que el mundo conozca que tú me enviaste» (v. Jua 17:23). Los cristianos deben saber lo que creen y por qué lo creen. Quienes creen a la ventura van demasiado lejos en su creencia, pues se arriesgan a ser crédulos en vez de ser genuinos creyentes. En estas frases, Cristo nos muestra:

(A) Su buena voluntad hacia la humanidad en general pues tiene la misma mentalidad que el Padre, quien amó al mundo hasta el punto de enviar a su Hijo Unigénito a morir por la salvación de la humanidad perdida (Jua 3:16-17) y desea sinceramente que todos los hombres puedan ser salvos y llegar al conocimiento de la verdad (1Ti 2:4). Por consiguiente, es su voluntad que no quede piedra sin remover a fin de que los hombres de este mundo lleguen a la convicción de pecado y a la conversión. Así que cada uno en su lugar, todos hemos de hacer cuanto esté en nuestra mano para promover la salvación de los hombres.

(B) El buen fruto de la unidad de la Iglesia: será una evidencia de la verdad del cristianismo y un medio de persuadir a muchos a que se sumen a nuestras filas. En general, presentará el cristianismo como algo digno de ser seguido o, al menos, de ser admirado y respetado (v. Hch 2:43-47). Cuando el mundo vea que tantos de los que eran del mundo han cambiado de lo que antes eran (v. 1Co 6:10-11), algunos estarán dispuestos a decir: «Iremos con vosotros, porque vemos que Dios está con vosotros». La unión de los cristianos en amor y caridad embellece la profesión cristiana e incita a otros a unirse a ellos. Cuando los cristianos, en lugar de causar discordias en su seno o al exterior, influyen en la cesación de las discordias que hay en el mundo y dan ejemplo de amor y benignidad, solícitos en preservar y promover la paz, presentarán una imagen de la fe cristiana atractiva para los que tengan algo de instinto religioso o de afección natural. En particular, producirán en los del mundo un buen concepto acerca de Cristo: «para que el mundo crea que tú me enviaste». Con eso, se mostrará que Cristo era el Enviado de Dios, pues demostrará que la fe cristiana tiene poder para unir a tantas personas de tan diferentes capacidades, temperamentos e intereses respecto de otras cosas en un solo cuerpo; mediante una sola fe, y en un solo corazón mediante un solo amor. También tendrán buen concepto de los creyentes, pues el mundo conocerá «que los has amado a ellos como también a mí me has amado» (v. Jua 17:23). De paso, vemos aquí: (a) El privilegio de los creyentes: El Padre les ama con un amor semejante al que tiene a su Hijo, pues son amados en Él con un amor eterno (comp. con Jer 31:3). (b) La evidencia de que ellos son uno: Será evidente que Dios nos ama, si nos amamos con un amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia y de fe no fingida (1Ti 1:5). Véase cuánto bien haría al mundo conocer mejor cuán grande es el amor que Dios tiene a los suyos. Esto nos ha de estimular también a nosotros los creyentes a amar más a los que tan amados son de Dios.

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