Juan 17:24 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Sigue ahora una petición de Jesús para que el Padre glorifique a todos los que le han sido dados a Jesucristo: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo» (v. Jua 17:24, comp. con Jua 12:26; Jua 14:3). Véase:

1. La conexión de esta súplica con lo que precede. Había orado al Padre que los santificase; ahora le pide que corone todos los demás dones que les ha dado y los glorifique. Al seguir este método de Jesús, hemos de pedir primero gracia; después, gloria; pues éste es el método de Cristo al orar, y de Dios al dar.

2. La forma en que dirige esta súplica: «Padre … quiero». Aquí, como anteriormente, se dirige a Dios como a su Padre, y lo mismo debemos hacer nosotros; pero cuando dice: «Quiero», usa un lenguaje que no compete a los creyentes en general, pues con ese verbo Cristo da a entender la autoridad singular de su intercesión, ya que no suplica, sino que demanda, su palabra tiene potestad en los cielos lo mismo que en la tierra. En particular, da a entender su autoridad en el asunto sobre el que ruega al Padre; puesto que tenía potestad para dar vida eterna (v. Jua 17:2), de acuerdo con este poder, dice: «Padre, quiero».

3. La petición misma: Que todos los elegidos lleguen a estar finalmente con Él en el cielo. Observemos:

(A) En qué se basa nuestra esperanza de ir al Cielo y en qué consiste la felicidad celestial. Tres son los elementos que hacen que el Cielo sea Cielo: (a) Estar donde está Jesucristo: «donde yo estoy»; es decir, donde yo voy a estar en breve y para siempre. En este mundo estamos sólo de paso; donde de veras hemos de estar es donde estaremos para siempre. (b) Estar con Él donde Él está. La felicidad del lugar consistirá en la presencia de Cristo en aquel lugar. El centro mismo del Cielo es la presencia de Jesucristo en él. (c) Contemplar la gloria que el Padre le ha dado: «para que vean mi gloria que me has dado». La gloria del Redentor es la lumbrera del Cielo, puesto que el Cordero es la lumbrera de la nueva Jerusalén (Apo 21:23). Dios muestra su gloria en el Cielo, como muestra su gracia en la tierra, por medio de Jesucristo. La felicidad de los redimidos consiste primordialmente en contemplar la gloria de Jesús, pues allí podrán contemplar el manantial del amor del que fluyen todas las corrientes de la gracia (comp. con Jua 7:37-39; Apo 22:1). Allí será perfecta la transformación de gloria en gloria a la misma imagen (v. 2Co 3:18; 1Jn 3:2).

(B) Dónde se apoya la seguridad de nuestra esperanza: En la voluntad de Jesús, expresada en su demanda al Padre: «Padre, quiero». La evidencia de nuestra esperanza se halla en la voluntad de Cristo. Jesús habla aquí como quien no se considera completamente feliz mientras sus elegidos no compartan con Él su gloria.

4. El argumento con que respalda su petición: «Porque me has amado desde antes de la fundación del mundo» (v. Jua 17:24). Esta es la razón: (A) Por la que Él mismo esperaba esta gloria. Como si dijera: «Tú me la darás porque me has amado. «El Padre ama al Hijo (Jua 5:20), está infinitamente satisfecho con la obra que el Hijo ha llevado a cabo, y le ha dado todas las cosas en las manos» (Jua 13:3). No sólo como a Hijo Unigénito, sino también como a Mediador entre Dios y los hombres, el Padre amaba a Jesús desde antes de la fundación del mundo (comp. con Efe 1:4; 1Pe 1:20). (B) Por la que esperaba que los que le habían sido dados deberían estar con Él para compartir su gloria. Como si dijera: «Tú me has amado, y a ellos en mí y, por tanto, no puedes negarme nada que yo te pida por ellos».

II. La conclusión de esta oración sacerdotal de Jesús.

1. El respeto que muestra hacia el Padre (v. Jua 17:25). Obsérvese:

(A) El título que da a Dios: «Padre justo». Cuando pidió a Dios que los discípulos fuesen santificados, le llamó «Padre santo» (v. Jua 17:11); ahora que pide que sean glorificados, le llama «Padre justo».

(B) La forma en que describe la condición del mundo: «El mundo no te ha conocido». La ignorancia de lo que Dios es se extiende sobre este mundo como un velo de oscuridad; éstas son las tinieblas en que la humanidad está sumida. Los discípulos necesitaban la ayuda de gracias especiales, no sólo por la necesidad de la obra que habían de llevar a cabo, sino también por la dificultad de tal obra; por eso, es necesario que el Padre los guarde (v. Jua 17:11). Además, estaban cualificados para obtener de Dios ulteriores y peculiares favores, por cuanto tenían de Dios un conocimiento del que el mundo carece.

(C) La apelación que hace al conocimiento que Él tiene del Padre: «Pero yo te he conocido». Cristo conocía al Padre como jamás hombre alguno le conoció y, por consiguiente, se llega a Él en su oración con la misma confianza con que nos llegamos a alguien a quien conocemos íntimamente. Después de decir: «El mundo no te ha conocido», habríamos de esperar que dijese: «Pero éstos te han conocido»; pero no lo hace así; no podía jactarse del conocimiento que de Dios tenían ellos, sino de que «yo te he conocido» (comp. con Mat 11:27; Jua 1:18; Jua 6:46). No hay nada en nosotros que nos recomiende o nos merezca el favor de Dios, sino que todo el interés que nosotros tenemos en Dios y la comunión que con Él disfrutamos, nos vienen de la obra de Cristo a nuestro favor y del interés que Él tiene en nosotros. Nosotros somos indignos, pero Él es digno (v. Apo 5:9).

(D) La apelación que hace al conocimiento que de Él tienen los discípulos: «Y éstos han conocido que tú me enviaste». En esto se distinguen del mundo incrédulo. Conocer a Cristo y creer en Él en medio de un mundo que persiste en la ignorancia y en la incredulidad, será ciertamente coronado con una gloria especial, pues una fe singular cualifica para favores también singulares. Con esto, también participan del beneficio que comporta el que Jesús conozca al Padre, ya que, al conocer a Jesús como Enviado del Padre, conocían en Él al Padre (v. Jua 14:9-10). Por eso, puede pedir: «Padre, guárdalos en tu nombre que me has dado» (v. Jua 17:11, según lectura más probable).

2. El respeto que muestra hacia sus discípulos (v. Jua 17:26): «Y les he dado a conocer tu nombre … para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos». Donde vemos:

(A) Lo que Cristo ha hecho por ellos: «Les he dado a conocer tu nombre». Esto es lo que había hecho por sus inmediatos seguidores (Jua 1:18). Y esto mismo lo ha hecho por todos los que creemos en ello, y lo hace por medio de su Espíritu (1Co 2:10.). Somos deudores a Jesucristo por todo el conocimiento que tenemos del carácter y de las perfecciones de Dios, especialmente de todo lo que ha hecho y ha de hacer por nosotros (v. Rom 8:30.), pues es ahí donde más y mejor se manifiesta el nombre de Dios (comp. con Éxo 3:14.). A los que Cristo recomienda al favor de Dios, primero los guía hacia el conocimiento de Dios.

(B) Lo que Cristo pensaba hacer todavía por ellos: «Y lo daré a conocer aún». Había resuelto dar a sus discípulos más instrucción después que resucitase de entre los muertos (v. Hch 1:3); sobre todo, cuando el Espíritu fuese derramado el día de Pentecostés, y a todos los creyentes en cuyos corazones brilla más y más.

(C) Cuál era el objetivo que perseguía en todo esto: Asegurar y hacer progresar la felicidad de ellos en dos cosas:

(a) En la comunión con Dios: «Para que el amor con que me has amado esté en ellos». Como si dijera: «Haz que el Espíritu de amor con el que tú me has llenado esté también en ellos». Cristo declara a los creyentes el nombre del Padre, a fin de que, con esa luz divina proyectada en la mente de ellos, pueda el amor divino ser derramado en el corazón de ellos (Rom 5:5), y así puedan participar de la naturaleza divina (2Pe 1:4). Cuando el amor que Dios nos tiene viene a posarse en nuestro interior, es como la fuerza que el imán confiere a la aguja de la brújula inclinándola a que se mueva hacia el norte, pues atrae las almas hacia Dios. Por tanto, bueno es que no sólo estén interesados en amar a Dios, sino también en disfrutar del provecho que ese interés les proporciona; que no sólo conozcan a Dios, sino que sepan también que le conocen. El amor de Dios cuando es derramado en el corazón, llena de gozo ese corazón, incluso en medio de las tribulaciones (v. Rom 5:3, Rom 5:5). No sólo podemos estar satisfechos con el amor de Dios, sino que podemos estar satisfechos en virtud de ese amor. A esto debemos aspirar; esto hemos de perseguir; si ya lo tenemos, demos gracias a Jesucristo, si lo deseamos, ya es una satisfacción, porque el deseo de la perfección ya es una perfección inicial (v. Flp 3:12-15).

(b) En la unión con Jesucristo para disfrutar de la comunión con Dios: «Y yo en ellos …» No hay otra vía para llegar al amor de Dios sino a través de Jesucristo, ni podemos conservarnos en el amor de Dios si no es al permanecer en Cristo (v. Jua 15:7-9). Es precisamente «Cristo en nosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1:27). Y esa es la esperanza que no avergüenza (Rom 5:5), que no deja en la confusión ni en el desengaño cruel a nadie, porque el amor de Dios es fiel, y fiel permanece incluso cuando nosotros somos infieles (2Ti 2:13). Todo lo que se relaciona con nuestra comunión con Dios, el amor que Dios nos tiene y el amor con que le correspondemos, pasa por las manos del Señor Jesucristo. Poco antes (v. Jua 17:23) había dicho: «Yo en ellos»; lo repite aquí, y con esa frase cierra su oración el Señor, para mostrar cuán hondo estaba este pensamiento en el corazón de Jesucristo; como si dijese: «Yo en ellos; que yo tenga esto, y con ello me basta». Hagamos, pues, segura nuestra unión con Cristo, y entonces gocemos del consuelo de su intercesión. Esta oración llegaba así a su final, pero Él siempre vive para interceder por nosotros con ese final.

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