Juan 19:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de la sentencia de muerte que fue dictada contra el Señor Jesús, y de la subsiguiente crucifixión que se llevó a cabo de acuerdo con la sentencia, sin dilación alguna. El conflicto que se había librado, con tanta violencia, en el interior de Pilato, había concluido. Sus convicciones habían cedido al empuje de su cobardía y de su corrupción, el temor a los hombres había prevalecido en él sobre el temor de Dios, de esta manera, era inevitable que llegase a una conclusión insensata, por cuanto «el principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pro 1:7; Pro 9:10). Así, pues:

I. Pilato dictó la sentencia de muerte contra Jesús y «lo entregó a ellos para que fuese crucificado» (v. Jua 19:16). El gobernador obró así, notoriamente y sin excusa alguna, contra su propia conciencia, puesto que repetidamente había declarado la inocencia de Jesús y no obstante, le condenaba como a reo de muerte. El temor a ser acusado ante el César de deslealtad a su soberano le hizo cometer una tremenda injusticia antes que desagradar a los principales sacerdotes, de cuya maldad e hipocresía no le cabía duda (v. Mat 27:18; Mar 15:10). Por otra parte, la Historia nos dice que Pilato era de un ánimo resuelto e implacable. Lo mostró incluso a continuación, después de firmar la sentencia de muerte contra Jesús (v. Jua 19:22). Pero precisamente esto agrava su pecado, pues el que un hombre de suyo resuelto en otras ocasiones, y de resoluciones drásticas e implacables (v. Luc 13:1), fuese doblegado en esta ocasión por los gritos del pueblo y las veladas amenazas de los principales sacerdotes, muestra la perversidad de su carácter, al preferir cauterizar su conciencia (comp. con 1Ti 4:2) antes que hacer justicia en una causa que no le ofrecía dudas. Al lavarse las manos, intentó descargar sobre los judíos su culpabilidad (Mat 27:24) pero no hay detergente capaz de borrar esa culpa la cual sólo se limpia con la sangre de Cristo (1Jn 1:7), pero no para los que la derraman, sino para los que la recogen (Jua 6:53-55). Entregó a Jesús a ellos, a los demandantes del caso, a los principales sacerdotes y a los demás miembros del Sanedrín, como dando a entender que no era él quien le llevaba al suplicio sino que sólo lo permitía, como haciendo la vista gorda ante los que en realidad le iban a clavar en la cruz.

II. Tan pronto como Pilato firmó el tan deseado veredicto y les entregó el reo, ellos no perdieron tiempo, resueltos a salirse con la suya antes de que el gobernador tuviese tiempo de cambiar de parecer. Tenían también la excusa de evitar que tomara cuerpo el tumulto que se formaba entre el pueblo (v. Mat 27:24). ¡Qué bien nos iría a nosotros si tan expeditos fuésemos para hacer el bien como lo son los enemigos de Cristo para hacer el mal! Nosotros nos mostramos remisos ante las dificultades, cuando ellos se apresuran a superar los obstáculos que se cruzan en su camino de maldad.

1. «Tomaron, pues, a Jesús y le llevaron» (v. Jua 19:16). Se dieron buena prisa a llevarse consigo al reo. Los principales sacerdotes se lanzaron con avidez sobre la presa que por tanto tiempo habían codiciado ansiosamente. Dice Juan que lo entregó a ellos … y le llevaron, porque ellos eran los agentes principales, aunque usaron a los soldados romanos para llevar a cabo la conducción de Jesús hasta el Gólgota y su crucifixión (vv. Jua 19:23-24). Según la ley de Moisés, los demandantes del caso tenían que ser los ejecutores del reo, y los sacerdotes estaban orgullosos de su oficio, pero no era necesario, ni posible, que ellos mismos se mancharan las manos de sangre, puesto que la ejecución era ahora competencia de la cohorte romana. Jesús fue conducido preso, para que nosotros podamos escapar con plena libertad.

2. Como era costumbre en estos casos, hicieron que Jesús cargase su cruz (comp. con Luc 14:27), pues todo el que era crucificado tenía asignada su propia cruz. Aun cuando sabemos por los demás evangelistas que, en vista de la debilidad de Jesús, hubieron de obligar a Simón de Cirene a que le llevara la cruz gran parte del trayecto, no cabe duda de que Jesús la llevó por suficiente tiempo como para que su cuerpo cansado se resintiese del peso del madero, y sus hombros llagados por la flagelación se doliesen terriblemente con la fricción constante de la cruz. Cada paso renovaría el intenso sufrimiento; incluso los golpes del madero contra el capacete de espinas que cubría y rodeaba su cabeza se harían inevitables. Sin embargo, todo lo soportó impertérrito y en silencio, como estaba profetizado de Él (v. Isa 53:7). Fue hecho maldición por nosotros (Gál 3:13) y, por eso, tuvo que llevar sobre sí la cruz. Con esto nos enseñó el Maestro a todos sus discípulos a tomar cada uno nuestra cruz (Luc 14:27) y seguirle. De nada sirve tomar una cruz, por pesada que sea, si no es en seguimiento de Cristo y por amor a Él y a nuestros prójimos (v. 1Co 13:3). Sea cualquiera la cruz que Él mande tomar, y en cualquier tiempo y lugar que nos lo mande, recordemos siempre que Él, el santo e inocente Hijo de Dios, llevó primero la cruz más pesada de todas. Discuten los exegetas dos detalles acerca de la cruz de Cristo:

(A) Opinan algunos que Cristo llevó solamente el travesaño de la cruz o palo horizontal sobre el que estaba inscrita la causa de la sentencia (en el caso de Jesús, v. Jua 19:19). Otros piensan que Simón de Cirene llevaba el palo largo o vertical. En este, como en otros detalles de la crucifixión, la imaginería religiosa, a lo largo de los siglos, ha inventado suposiciones para todos los gustos. El texto sagrado no presta ninguna base para esta última suposición. Tampoco puede admitirse que la cruz tuviese el enorme tamaño con que aparece en algunos cuadros de famosos pintores, aun cuando de seguro sería lo suficientemente grande y fuerte como para soportar el peso de cualquier condenado a muerte, y no demasiado pesada para que así fuese acarreada por el propio reo.

(B) Mucho se ha discutido también sobre la forma de la cruz: (a) en cuanto a la figura misma, la opinión hoy más corriente es que tenía la forma de una T, pero el hecho de que el título fue colocado «sobre la cruz» (v. Jua 19:19) favorece a la opinión de que, como aparece en la imaginería artística y popular, tenía la forma de la cruz latina (t). Esta forma se presta a ciertas consideraciones devocionales aunque fundadas en meros simbolismos, no en el sentido literal del texto sagrado: Primera, la cruz vista desde arriba tiene la forma de una espada, con lo que se simboliza la ira de Dios que, como la espada de Damocles, pende sobre el pecador y descargó su golpe contra Jesús porque fue hecho pecado por nosotros (2Co 5:21); segunda, vista desde abajo parece una barrera que nos impide el acceso a Dios; tercera, vista de frente parece una balanza en la que la justicia divina coloca nuestros pecados, pero éstos quedan ocultos bajo los ensangrentados brazos de Cristo; cuarta, vista oblicuamente parece un arado, con el que los impíos aradores araron las espaldas de Jesús (en realidad, en la flagelación; Sal 129:3, comp. con Isa 50:6); pero es menester arar la tierra para sembrar el grano (Jua 12:24), y sólo con esta labranza en nuestro propio ser, podemos ser imitadores de Cristo (Jua 12:26), pues, como ha escrito un poeta contemporáneo, «sólo así germina el santo»; quinta, la cruz es, en su propia figura, una contradicción; por eso, cruzamos las palabras y las cifras que queremos corregir o anular. Cristo en la cruz es así «signo de contradicción» (Luc 2:34), no sólo por la oposición que hubo de soportar de parte de sus enemigos («tal contradicción de pecadores contra sí mismo»; Heb 12:3), sino por ser también símbolo de la contradicción que implica el pecado (el palo horizontal de nuestra propia voluntad) contra la ley de Dios (el palo vertical de la voluntad divina, que nos viene de «arriba»). Por eso, cuando nuestra voluntad se somete por completo a la divina y se pone en línea con ella (comp. con el contraste de Isa 55:8 a la vista de Isa 59:2), la cruz deja de ser contradicción y, en dos líneas paralelas, perpendiculares a nuestro suelo, nos ofrece la figura de una escalera que nos facilita el acceso al cielo; (b) en cuanto al material mismo (madera basta o cepillada), aunque el texto sagrado usa varias veces el vocablo griego xúlon = madero (Hch 5:30; Hch 10:39; Hch 13:29; 1Pe 2:24), no es probable que fuese un madero sin desbastar, aunque no puede descartarse, sin más la posibilidad de que así fuese, ante la innegable evidencia del uso de tales maderos, y aun de maderos en forma de horca, para la ejecución de criminales en aquel tiempo. Ciertamente, el uso de un árbol en forma de horca facilitaría el acarreo del mismo por parte del reo, como hace notar Ryle para no descartar toda probabilidad en favor de tal opinión.

3. Llevaron a Jesús al lugar de la ejecución: «Salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo (es decir, arameo), Golgotá» (v. Jua 19:17). Aquí son de considerar los siguientes detalles:

(A) El llevar Él mismo la cruz añadía mayor infamia al suplicio, especialmente cuando hubo de llevarla solo, sin ayuda de nadie, antes de que la cargaran sobre Simón de Cirene.

(B) La crucifixión, «colgar del madero» era ya una maldición (Deu 21:23) cuando se colgaba el cadáver después de la muerte por apedreamiento mucho más cuando el colgado estaba aún vivo (Gál 3:13). El horror de la crucifixión aparece todavía mayor cuando se observa el procedimiento usado en versículos Jua 19:31-33, aunque esto no hubo necesidad de aplicarlo al Señor (v. también 1Co 1:23; Flp 2:8).

(C) Otro elemento que añade oprobio a la cruz de Jesús es que, en señal de maldición y de vituperio, fue sacado de la ciudad para su ejecución, como se hace notar en Heb 13:12-13, en consonancia con Éxo 29:14; Lev 4:12, Lev 4:21; Lev 9:11; Lev 16:27; Núm 19:3.

(D) Finalmente, fue sacado al lugar de ejecución de los malhechores comunes. Este lugar se llamaba «de la Calavera», no porque se dejasen allí los cráneos (o todos los huesos) de los ejecutados, lo cual habría constituido un lugar de contaminación inaccesible para los judíos, sino porque, con la mayor probabilidad, tenía la forma de un cráneo. Una antigua leyenda dice que allí había sido sepultado nuestro primer padre, el Primer Adán, con lo que el Postrer Adán, Jesús, venía a destruir con su muerte el poder de la muerte con que el Primer Adán infectó a la raza humana (Rom 5:12). Pero esta leyenda tiene tan poco fundamento como la que pretende que el árbol del que se hizo la cruz para Jesús fue sacado de un retoño del antiguo árbol de la vida del Paraíso. Si hemos de tomar literalmente el texto sagrado, el verdadero árbol de la vida se hallará en el Paraíso Recuperado de Apo 22:2.

4. Allí le crucificaron en medio de dos malhechores: «Y allí le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio» (v. Jua 19:18). Nótese:

(A) Una vez más, la forma tan cruel que tomó la muerte de Cristo, como pone de relieve Pablo cuando dice: «obediente hasta la muerte, y MUERTE DE CRUZ» (Flp 2:8): una muerte cruenta, dolorosa, llena de ignominia y maldición. Pero fue levantado como la serpiente de bronce (Jua 3:14-15) para curarnos del cáncer del pecado; y sus brazos fueron extendidos y clavados: (a) para interceder por nosotros infatigablemente (comp. con Éxo 17:8-15, con el final de «YHWH-Nissí» = «Jehová es mi bandera», porque la Cruz de Cristo es nuestra bandera); (b) para recibir con los brazos abiertos a todo el que se allegue con fe a Él (comp. con Jua 6:37). ¿Y habrá quien desespere de llegar a Él, o quien espere salvarse a no ser por fe en Él?

(B) La compañía en que murió: «en medio de dos malhechores». Nótese el meticuloso detalle que nos refiere Juan. Ya era bastante con ser crucificado en compañía de otros dos malhechores pues eso daba a entender a cualquier persona que contemplara la escena, que Jesús era un malhechor común como los otros dos pero el detalle enfatizado por Juan de que Jesús fue crucificado en medio significaba que era el peor de los tres y, por eso, se le colocaba en el lugar más visible y oprobioso. Así se cumplía la Escritura que dice: «Se dispuso con los impíos su sepultura … y fue contado con los pecadores» (Isa 53:9, Isa 53:12).

Hagamos aquí una pausa y, con los ojos de la fe, contemplemos a Jesús pendiente de la cruz. ¿Hubo jamás un dolor semejante a este dolor? ¿Mayor pena para menor culpa propia? Veámosle sufriendo, veámosle sangrando, veámosle muriendo, y, al verle así, amémosle, vivamos para Él, para servirle, para glorificarle, para ofrecerle toda nuestra vida. ¿Seremos tan ingratos y tan locos como para no ofrecer nuestra vida hasta la muerte al que murió para ofrecer sentido eterno a nuestra vida?

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