Juan 20:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Antes de entrar en el comentario a este capítulo, es de notar que los Apóstoles tenían sumo interés, mayor que en ningún otro aspecto del mensaje evangélico, en presentar pruebas evidentes, fehacientes, de la resurrección de su Maestro. Y ello, por las siguientes razones: 1) Porque ésta era la prueba a la que Él mismo había apelado como la más convincente y definitiva de que era el Mesías prometido. Por eso mismo, sus enemigos estaban empeñados, más que nunca, en que esta prueba quedase desprovista de su fuerza y, por eso, inventaron el fraude que leemos en Mat 28:11-15. 2) Porque de la realidad de la resurrección dependía la consumación de la obra de nuestra redención (v. Rom 4:25; 1Co 15:17-18). 3) Porque después de su resurrección, Cristo se hizo visible, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano (Hch 10:40-42). Estos testigos eran los encargados de proclamar solemnemente a todo el mundo el núcleo del Evangelio que incluye la resurrección de Cristo de acuerdo con las Escrituras (v. 1Co 15:1-4), para que fuésemos bienaventurados los que no lo vimos, pero lo creemos (Jua 20:29). En los primeros versículos del presente capítulo, tenemos la primera prueba de la resurrección del Señor: la tumba vacía y en orden.

I. María Magdalena, primer testigo de la resurrección de Cristo, fue al sepulcro en la madrugada del domingo, y vio quitada la piedra del sepulcro: «El primer día de la semana, María Magdalena fue de madrugada, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro» (v. Jua 20:1). Juan no menciona a las otras mujeres que fueron con ella (v. Mat 28:1; Mar 16:1; Luc 24:1), pues ella era digna de especial mención por el afecto singular que sentía hacia el Maestro que había expulsado de ella siete demonios (Luc 8:2), sirviéndole junto con otras mujeres, de las que Lucas (Luc 8:2-3) menciona varias. Su presencia al pie de la cruz (Jua 19:25), en el sepelio de Jesús (Luc 23:55), y junto al sepulcro en la escena que consideraremos luego, es una prueba evidente del sincero y gran afecto que profesaba al Señor. El amor a Cristo, si es sincero, será también constante, fuerte como la muerte (Cnt 8:6). Así fue el amor de María Magdalena, pues de pie se mantuvo junto a la muerte, y muerte de cruz, del Salvador. Observemos que:

1. Vino al sepulcro, a llorar allí (v. Jua 20:11), como para limpiar con sus lágrimas el cuerpo del Señor, y para ungirlo con las especias aromáticas que ella y las otras mujeres habían traído (Luc 24:1). Se necesita extraordinario afecto hacia una persona para que su sepulcro resulte atractivo, especialmente para el sexo femenino, más débil y temeroso. Pero el amor a Jesucristo disipa el terror que la muerte y el sepulcro ocasionan. Si el Señor nos pide que vayamos a Él a través del valle de sombra de muerte, no temeremos mal alguno si le amamos a Él, porque Él estará con nosotros (Sal 23:4).

2. Vino tan pronto como pudo. En la madrugada del domingo, tan pronto como pasó el sábado. Éste fue el primer día de reposo para los cristianos, y ella lo comenzó yendo a investigar sobre el cuerpo del Señor, quien, con su resurrección, hizo nuevas todas las cosas (2Co 5:15-17) y, por tanto, también el día de reposo. «Era aún oscuro», no cuando María llegó al sepulcro (v. Mar 16:2), sino cuando salió de su casa con las otras mujeres. Quienes desean tener comunión con el Señor han de ser diligentes en buscarle, solícitos en hallarle antes de que pase la oportunidad que puede presentarse de improviso. Está llamando a la puerta (Apo 3:20). ¡Estemos atentos a su voz, para cenar con Él! Un día que comienza de una manera tan buena tiene todas las probabilidades de terminar bien. Quienes procuran buscar a Cristo cuando todavía es oscuro, de seguro que les será dada acerca de Él una luz que brillará más y más (v. 2Co 3:18).

3. Halló quitada la piedra del sepulcro, la cual había hecho rodar hacia atrás (lit.) el ángel mencionado en Mat 28:2. Esta circunstancia fue, para María Magdalena:

(A) Una sorpresa. Cristo crucificado es la fuente de la vida. Su sepulcro es una de las fuentes de salvación (v. Isa 12:3). Si vamos a Él con fe, hallaremos rodada la piedra que cubría la entrada y tendremos libre acceso a los consuelos que el sepulcro de Jesús nos ofrece. Los consuelos sorprendentes son los estímulos frecuentes de los buscadores tempraneros.

(B) El comienzo de un glorioso descubrimiento. El Señor había resucitado, aunque ella no se percató del hecho en un principio. Quienes muestran gran constancia en su adhesión a Cristo son, de ordinario, los primeros en disfrutar de los consuelos que proporciona la gracia de Dios. María Magdalena, que fue la más constante en seguir al Señor hasta lo último de su humillación, fue también favorecida con hallarle en lo primero de su exaltación.

II. Al hallar removida la piedra, «corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto» (v. Jua 20:2). Al ver quitada la piedra, y el sepulcro vacío, se alarmó. Ahora bien, cualquiera esperaría que el primer pensamiento que se le habría ocurrido a María es: El Señor ha resucitado; ya que, siempre que el Señor había predicho su muerte, había predicho también su resurrección al tercer día. ¿Cómo es que, al ver vacío el sepulcro, no se le ocurrió pensar que habría resucitado? Pero no la culpemos sin acusarnos a nosotros mismos; cuando reflexionamos sobre la forma en que nos hemos comportado en días nubosos y oscuros, hemos de confesar llenos de asombro que nuestra estupidez e inclinación al olvido nos privaron de percatarnos de hechos y oportunidades que más tarde nos han resultado obvios. María suponía que se habían llevado al Señor. Con esta necia suposición, se causó a sí misma una pena y una turbación innecesarias, ya que, de haber entendido la causa de que la tumba estuviera vacía, ninguna otra cosa le habría proporcionado mayor alegría y felicidad. Así les pasa con frecuencia a los creyentes demasiado débiles, pues se quejan de cosas que deberían serles precisamente motivo de gozo y fundamento de esperanza. Ella no se quedó a solas con su pena, sino que fue a compartirla con sus amigos. La mutua comunicación de penas y problemas entre los hermanos es ya un buen comienzo para mejorar la situación. Aunque Pedro había negado a su Maestro, no había abandonado a los amigos del Maestro con lo que se echa de ver la sinceridad de su arrepentimiento. Y la prontitud con que los demás discípulos renovaron con él la misma intimidad de antes; esto nos enseña a restaurar la comunión con los que han tenido la debilidad de caer en algo (v. Gál 6:1). Si Dios les ha recibido al arrepentirse ellos, ¿por qué no les vamos a recibir nosotros?

III. Pedro y Juan, perplejos ante las noticias de María Magdalena, se pusieron inmediatamente en camino hacia el sepulcro vv. Jua 20:3-4). Hay quienes opinan que María fue a comunicar esto solamente a Pedro y a Juan, según parece desprenderse del relato de Juan. Incluso hay quienes piensan que ambos vivían entonces en la misma casa, lo cual es muy improbable a la vista de Jua 19:27. Por otro lado, el relato de Lucas (Luc 24:9-12) da a entender que los once apóstoles estaban juntos cuando les llegaron las noticias. La versión de Lucas parece confirmar lo que leemos en Mat 28:8 y Mar 16:10. No ha de extrañarnos, sin embargo, el que, aun cuando estuviesen juntos los once, sólo Pedro y Juan corriesen al sepulcro, ya que ambos eran los más íntimos de Jesús y los más favorecidos por el Maestro; de ahí que aparezcan juntos con mucha frecuencia especialmente después de la resurrección del Señor. Es muy natural que quienes son más favorecidos con las gracias y los dones del Señor, sean también los más activos y diligentes en cumplir con su deber como discípulos y más prestos a pasar fatigas y arrostrar dificultades. Véase aquí el uso que deberíamos hacer de las experiencias de otros hermanos. Cuando María corrió a decirles lo que había visto, ellos se apresuraron a ir al sepulcro y verlo por sí mismos. ¿Nos refieren otros el consuelo que sienten en el estudio y meditación de la Palabra de Dios y en la observancia de las ordenanzas? Tratemos también nosotros de participar en las mismas experiencias y de referirlo, por nuestra parte, a otros hermanos. Pedro y Juan corrieron (v. Jua 20:4) hacia el sepulcro, para enseñarnos a ser diligentes en la práctica de las obras buenas. Ellos no pensaron en la dificultad de subir la pendiente ni en los posibles riesgos de la marcha; se animaron, sin duda, el uno al otro, con lo que vemos cuán bueno es tener una buena compañía en una buena causa y, también, lo digna que es de alabar la emulación santa entre los creyentes por superarse en las cosas espirituales y aventajar a otros en hacer el bien. No hubo malos modales en que Juan corriera más aprisa que Pedro. Tampoco nosotros hemos de despreciar a los que marchan detrás ni envidiar a los que van más deprisa que nosotros por el camino de la virtud, sino que hemos de poner todo nuestro empeño en hacer lo que podamos, sin excusas ni presunciones. Aparte de especulaciones que de poco sirven, ni en el terreno de la exégesis ni en la aplicación devocional, la razón más obvia de esta ventaja de Juan sobre Pedro en su carrera hacia el sepulcro es que Juan era más joven, no que su amor al Maestro fuese más fuerte que el de Pedro, para quien sus recientes negaciones habrían constituido un handicap psicológico (así opina M. Henry nota del traductor , quien añade: «Cuando la conciencia no está tranquila, perdemos terreno». No creo que fuese ésa la causa). Hendriksen se pregunta: «¿Cuál fue la causa por la que estos hombres pasasen del caminar al correr? ¿Fue, quizás, un mensaje de parte de las mujeres, quienes, en este momento, tenían algo muy sobrecogedor que comunicar a los Apóstoles? V. Mat 28:1, Mat 28:5-8 y lugares paralelos. No lo sabemos».

IV. Pedro y Juan, al llegar al sepulcro prosiguen la investigación que María Magdalena había comenzado (vv. Jua 20:6-10).

1. Juan no fue más allá de lo que María había ido. Vio la tumba vacía: «Y bajándose a mirar, vio los lienzos colocados en el suelo, pero no entró». Quienes deseen adquirir mayor conocimiento de las cosas de Cristo, han de abajarse para mirar. Pero Juan no se atrevió a entrar el primero en el sepulcro. ¿Por qué? Unos autores opinan que por la viva emoción o el temor que sintió; otros piensan que fue por deferencia hacia Pedro, de más edad y portavoz siempre del grupo de los Apóstoles. La razón más probable, sin embargo, es el carácter contemplativo de Juan, frente al carácter vehemente, impulsivo, activo de Pedro. Léanse detenidamente los pasajes del Evangelio en que éstos dos discípulos entran en acción y se notará que siempre es Juan el primero que ve a distancia al Señor; pero es Pedro el que se tira al agua (v. Jua 21:7, comp. con Mat 14:28).

2. «Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos colocados en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte» (vv. Jua 20:6-7). Lo que Juan, más temeroso, sólo pudo ver, Pedro, más atrevido y animoso, pudo observar con claridad. Juan corrió más aprisa que Pedro, pero Pedro se atrevió a entrar en el sepulcro antes que Juan. Hay creyentes que son rápidos y así sirven para espolear a otros que parecen más lentos; otros son más osados y sirven así para envalentonar a los que parecen tímidos y cobardes. De este modo con diferentes dones, los cristianos pueden ayudarse mutuamente a seguir al Señor. No temamos entrar en el sepulcro de Cristo, pues por allí pasó a la gloria; lo mismo ocurrirá con nuestro sepulcro; así que tampoco lo hemos de temer. Es muy interesante notar la forma en que hallaron Pedro y Juan los lienzos con que había sido amortajado el cuerpo del Señor: «yacían en el suelo», así como el sudario de la cabeza, el cual, no estaba junto con los lienzos, «sino enrollado en un lugar aparte». Esto significa, ni más ni menos, que los lienzos se hallaban en el mismo estado en que se hallaban cuando envolvían el cuerpo y la cabeza del Señor, teniendo en cuenta la compacta conglutinación que la abundante cantidad de especias con que había sido embalsamado prestaría a los lienzos. ¡Era, pues, evidente que nadie había podido llevarse el cuerpo sin los lienzos, pues no se habría preocupado de ordenarlos de aquella manera, ni habría podido hacerlo sin desenrollarlos! ¡El cuerpo, ya resucitado, no sujeto a la ley de la impenetrabilidad (vv. Jua 20:19, Jua 20:26 «estando las puertas cerradas»), había salido del sepulcro y dejado intactas, y en su lugar exacto, las envolturas! Notemos que Lázaro salió del sepulcro con la mortaja puesta y hubo necesidad de desatarle, porque resucitó para volver a morir, pero Cristo dejó la mortaja en el sepulcro, porque resucitaba a una nueva vida, completamente diferente de la anterior. Es como si Jesús hubiese dejado la mortaja en el sepulcro para nuestro uso; si el sepulcro es como un lecho donde los creyentes han de dormir es una ventaja que el Señor nos haya dejado la cama preparada con las sábanas puestas en orden. Hay también aquí otra aplicación enteramente espiritual: Cuando nos levantamos del lecho de muerte del pecado a una nueva vida de justicia, hemos de dejar tras de nosotros la mortaja propia de los cadáveres, como evidencia de que «hemos huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia» (2Pe 1:4). Notemos los detalles que diferencian a Pedro y a Juan en sus respectivas reacciones ante la tumba vacía, y los lienzos en orden:

(A) Pedro aventajó a Juan en aventurarse. Juan no se atrevía quizás a entrar si Pedro no hubiera entrado primero. Es buena cosa ser estimulado por otro hermano más valiente, a fin de llevar a cabo una buena obra que nos parece difícil. El temor a la dificultad y al peligro suele desaparecer cuando observamos la resolución y el coraje de otros. Quizá la rapidez de Juan había hecho a Pedro correr más aprisa de lo que en él habría sido normal; ahora es la valentía de Pedro la que estimula a Juan a entrar en el sepulcro. A pesar de las recientes negaciones de Pedro, Juan siguió teniéndole por colaborador y condiscípulo y no pensó que fuese ningún desdoro el cederle la precedencia en entrar en el sepulcro del Señor.

(B) Pero Juan aventajó a Pedro en creer. Pedro vio y se asombró (Luc 24:12), pero Juan vio y creyó (v. Jua 20:8). Una mente dispuesta para la contemplación está más presta a recibir pronto la evidencia de las verdades divinas que una voluntad dispuesta para la acción. Pero, ¿cuál era la razón por la que eran tan tardos para creer? El propio evangelista nos dice (v. Jua 20:9) que «aún no habían entendido la Escritura, que era menester que Él resucitase de los muertos». Aquí vemos: (a) Cuán ineptos eran al principio los discípulos para creer la resurrección de Cristo, lo cual nos confirma mejor la verdad del testimonio que posteriormente dieron de ella con tanta seguridad, puesto que, con su resistencia a creerla, se demuestra claramente que no eran tan crédulos como para ceder a una sugestión, ni tan simples como para dar crédito a cualquier informe. Era para ellos una idea sumamente extraña que no les cabía en la imaginación. Pedro y Juan (como los demás discípulos, especialmente Tomás) estaban tan poco inclinados a creerla, que sólo la evidencia más contundente pudo hacer que la testificasen y proclamasen después abiertamente con tanta seguridad. Con esto se prueba que, no sólo eran honestos y no querían engañar a otros, sino también sumamente cautelosos, que no querían ser ellos mismos engañados. (b) La razón de su resistencia a creer: porque aún no habían entendido la Escritura. Esto parece indicar que el evangelista mismo reconocía su falta, lo mismo que la de los otros.

3. Pedro y Juan ya no quisieron seguir más adelante en su investigación, sino que se volvieron con el ánimo suspenso entre el gozo y el asombro. El gozo de Juan parece manifiesto. El de Pedro sería similar, como vemos por 1Pe 1:3, 1Pe 1:8. Así que «volvieron a los suyos»; es decir, cada uno a su casa respectiva. En casa de Juan había alguien, como hace notar Hendriksen, a quien el informe de la tumba vacía llenaría de gozo hasta rebosarle del corazón: la propia tía de Juan y madre del Salvador, María (v. Jua 19:25, Jua 19:27). Podemos hacer todavía algunas otras consideraciones provechosas:

(A) Uno de los motivos, quizá subconsciente, de Juan y Pedro en salir pronto del sepulcro pudo ser el evadirse a tiempo de la sospecha de que alguien creyese que ellos habían robado el cadáver o intentaban hacerlo. En horas de dificultad, resulta duro incluso a los mejores, proseguir en una tarea para la que están capacitados y llamados. Es probable que los demás discípulos estuviesen reunidos; y, por lo que se ve en los lugares paralelos, Juan y Pedro no tardarían en unirse a ellos para dar su propio informe.

(B) Es interesante observar que, antes de que Pedro y Juan fueran al sepulcro, se había aparecido allí un ángel que había removido la piedra, había asustado a la guardia colocada por los principales sacerdotes con el permiso de Pilato, y había consolado a las mujeres. Tan pronto como Pedro y Juan se habían ido del sepulcro, María Magdalena vio dos ángeles … el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido colocado (v. Jua 20:12). No obstante, Pedro y Juan fueron al sepulcro, entraron en él y se volvieron sin haber visto a ningún ángel. Con esto vemos que los ángeles aparecen y desaparecen rápida y repentinamente a voluntad, de acuerdo con su naturaleza puramente espiritual, y conforme a las órdenes e instrucciones que reciben de Dios. Aunque pueden hacerse visibles, están de ordinario de manera invisible, pero real, donde no nos percatamos de ello; están especialmente dondequiera que se rinda culto a Dios en espíritu y en verdad: en nuestras propias asambleas como se deduce de la interpretación más probable de 1Co 11:10 compárese con Ecl 5:6. Esto nos ha de infundir respeto y sentido de humilde adoración en nuestros cultos, no sólo por la presencia de Dios, sino también por el celo de sus ángeles (comp. con Isa 6:1.).

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