Juan 21:20 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 21:20 | Comentario Bíblico Online

En esta porción se nos refiere el diálogo que Jesús tuvo con Pedro, en relación con la suerte que le habría de caber a Juan.

I. El ojo que Pedro tenía puesto en Juan: Pedro seguía a Jesús por el camino, pero «volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús» (v. Jua 21:20). En este versículo observamos:

1. Cómo es descrito Juan. No se menciona por su propio nombre, sino, como de ordinario, con detalles suficientes para identificarle con facilidad: «El discípulo a quien amaba Jesús». El texto sagrado añade: «el mismo que en la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?» Esta larga añadidura hace suponer a muchos exegetas, como ya indicamos, que el capítulo Jua 21:1-25 fue redactado, no por Juan, sino por algún discípulo suyo. En todo caso, la referencia servía para explicar el interés que Pedro tenía por saber lo que había de sucederle a Juan (v. Jua 13:24), ya que en el episodio de la Cena Pascual, Juan estaba sentado en el lugar de honor, a la derecha del Maestro, y sirvió para presentar a Jesús la pregunta de Pedro. En cambio, ahora Pedro seguía más de cerca a Cristo y parecía estar en el lugar de mayor honor entre los demás Apóstoles; así que, por gratitud a Juan o, más bien, por curiosidad, como lo dan a entender las posteriores palabras de Jesús, pregunta al Maestro por la suerte futura de Juan. No tiene nada de extraño el que Juan siguiera a Pedro, ya que con frecuencia se les halla juntos, tanto antes como después de la resurrección de Cristo. Pedro después de oír de labios del Maestro que había de sellar su fe con el martirio, desea saber si a Juan le espera la misma clase de muerte. Se explica así mejor la evasiva de Jesús, no sólo para reprender a Pedro por su curiosidad, sino también porque Juan no iba a morir mártir.

2. Qué hizo Juan en esta ocasión: Seguir al Maestro y a Pedro. Si donde estuviera el Maestro, allí también debía estar su servidor (Jua 12:26), pensó seguramente Juan que, si Pedro había de seguir a Cristo, ¿por qué no le había de seguir también él? Así que tomó como dicha a él mismo la palabra que Cristo había dicho a Pedro: «Sígueme».

3. Cómo se percató Pedro de que Juan les seguía: «Volviéndose, vio …» En lo que podemos notar:

(A) Una distracción innecesaria en el seguimiento del Maestro. Los mejores creyentes hallan gran dificultad de mantener comunión con el Señor por largo rato, sin distraerse.

(B) Una insana curiosidad por la condición de otras personas. Hay muchos que, al preocuparse por la condición espiritual de otros hermanos, pierden de vista la suya propia. También esto nos puede distraer de la comunión con el Señor.

(C) Hay quienes ven en esto una señal del interés que Pedro tenía por el bienestar espiritual de sus condiscípulos, pues no se sentía tan elevado por las palabras de Jesús como para despreocuparse de los otros discípulos. Esta opinión puede servirnos de aplicación espiritual pero cae fuera del sentido literal del texto, como se echa de ver por la reprensión de Cristo.

II. La pregunta que Pedro hizo al Señor acerca de Juan: «Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, y éste ¿qué?» (v. Jua 21:21). La pregunta podría tomarse de varias maneras:

1. Como señal de interés por Juan, como diciéndole a Jesús: «Señor, aquí llega tu discípulo amado, ¿no tienes nada que decirle a él? ¿No le vas a decir a él en qué tiene que ocuparse y de qué manera ha de recibir honor?» Esta opinión, como ya hemos insinuado antes, carece de fundamento.

2. Como expresión de ansiedad ante la perspectiva de sufrimiento que Jesús acababa de presentarle (vv. Jua 21:18-19). Como si le dijera a Jesús: «Señor, ¿sólo yo he de ser llevado a donde no quiera? ¿No ha de compartir Juan la cruz conmigo?» No parece que fuese éste el sentido de la pregunta de Pedro.

3. Por pura curiosidad o por un deseo afanoso de conocer el porvenir que le esperaba a Juan. Por la respuesta de Jesús se ve que éste era el sentido de la pregunta de Pedro, y en ella veía el Señor un defecto bastante común, pues somos inclinados a preocuparnos de los demás, de su estado, condición, negocio, etc., más que de nosotros mismos, con lo cual, mientras somos diligentes en investigar los defectos ajenos, dejamos de descubrir los nuestros; de vista penetrante hacia fuera, y cegatos hacia nuestro interior. Pedro parece más preocupado por la página de sucesos que por el código de deberes. En lugar de interesarse por los secretos designios de Dios acerca de Juan, debería prestar mayor atención al cumplimiento de la voluntad de Dios. Las predicciones que hallamos en la Palabra de Dios han de servirnos como norma de nuestra conciencia, no para satisfacer nuestra curiosidad.

III. La respuesta de Cristo a la curiosidad de Pedro: «Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué te va a ti? Tú, sígueme» (v. Jua 21:22). En esta respuesta de Jesús, pueden adivinarse dos elementos. Se discute únicamente cuál de los dos es el primordial y más ajustado al sentido literal del texto:

1. Unos opinan que la intención principal de la respuesta de Jesús fue insinuar que Juan no había de morir de muerte violenta como Pedro, sino hasta que el Señor le acogiera plácidamente por medio de una muerte natural. Los historiadores primitivos de mayor prestigio nos refieren que Juan fue el único Apóstol que murió de muerte natural, y en edad muy avanzada. Aunque la corona del martirio es brillante y gloriosa, Dios la otorga a quien le place. No obstante, es tradición (no tan fehaciente) que, durante el reinado de Domiciano, Juan fue introducido en una caldera de aceite hirviendo, de la que, según el texto del Breviario Romano salió milagrosamente ileso; más aún, «más sano y rejuvenecido», según el mismo texto del Breviario.

2. Otros opinan que el énfasis de las palabras de Jesús cae sobre la frase: «Tú, sígueme», con lo que está claro el reproche que el Señor le hace por su insana curiosidad. Como diciéndole: «Suponte que a mí me plazca el que Juan no muera hasta que yo venga, ¿qué te va a ti en eso? Ya te he dicho cómo has de morir tú, y con eso te ha de bastar. Así que, sígueme». En efecto, como observa Ryle, «¿de qué le habría servido a Pedro saber que su amado condiscípulo Juan había de ser metido en una caldera de aceite hirviendo en Éfeso, ser desterrado durante varios años en la isla de Patmos, sobrevivir a todos los demás Apóstoles y permanecer en el mar turbulento de este perverso mundo? No sólo no le habría hecho ningún bien, sino que le habría causado pesar, y añadido aflicción a su propia aflicción». Mal está decir, como Caín: «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?», pero también está mal querer suplantar a la Providencia en el planeamiento y ejecución de los designios divinos acerca de otros hermanos. Es voluntad del Señor que los suyos se ocupen en sus respectivos quehaceres, según cada uno haya sido llamado, sin tener curiosidad por lo que concierne a los quehaceres y obligaciones de los demás. De esta insana curiosidad a la intromisión (2Ts 3:11; 1Pe 4:15), no hay más que un paso. Aquí cuadra bien la advertencia de Pablo: «¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Para su propio señor está en pie o cae» (Rom 14:4). «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios» (Deu 29:29). Lo importante para cada uno de nosotros es nuestro propio deber, no lo que pueda suceder, puesto que es el deber, no los eventos, lo que nos concierne y pertenece (comp. con Ecl 12:13-14); los eventos pertenecen a Dios. Y nuestro deber, como el de Pedro, está resumido en esa palabra de Cristo: «Sígueme». Y, si de veras nos dedicamos de todo corazón a seguir a Cristo no nos quedará tiempo ni ganas para entremeternos en lo que no nos concierne. Dice a este propósito Hendriksen: «Hay personas que siempre están haciendo preguntas. Hacen tantas preguntas que dejan de dedicar a su verdadera misión en la vida la cantidad de interés y energía que deberían. Hay tiempos en que las preguntas están fuera de orden y sentido. Bien se ha dicho que una persona que ha sido herida con una flecha envenenada y cubierta de plumas no va a comenzar preguntando: ¿De qué madera han hecho esta flecha? ¿Y de qué ave son estas plumas? ¿Es rubia o morena, alta o baja, la persona que me hirió? Lo primero que hará es buscar el medio de curar la herida».

IV. La equivocación que ocasionó una mala inteligencia de las palabras de Jesús, entendiéndolas en el sentido de que Juan no había de morir: «Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué te va a ti?» (v. Jua 21:23). Analicemos este versículo:

1. Aquí tenemos una tradición, tradición apostólica, pues «este dicho se extendió entonces entre los hermanos». El término «hermanos» no tiene aquí el sentido de Jua 2:12; Jua 7:3, Jua 7:5, Jua 7:10, donde la referencia es claramente a los hermanos según la carne; incluso es un sentido ligeramente diferente del de Jua 20:17, donde la referencia es a los discípulos que habían acompañado de cerca a Jesús en su ministerio público; tiene, más bien, el sentido característico eclesial que vemos en Hch 1:16; Hch 6:3; Hch 9:30, etc. Tampoco tiene (nota del traductor) el sentido de Hch 2:29, Hch 2:37; Hch 7:2, y otros lugares en que se establece diálogo con judíos no convertidos, pero llamados así por pertenecer al mismo pueblo elegido, en el que todos los israelitas eran considerados «hijos de Dios» (v. Ose 11:1, citado en Mat 2:15) y, por tanto «hermanos». Así se entiende la diferencia entre Hch 2:37 («varones hermanos») y Hch 16:30 («señores», el que habla es un gentil). Resulta, pues, extraño que un exegeta de la talla de W. Hendriksen aplique el mismo sentido a todos los lugares en que el término «hermanos» ocurre en Hechos, ¡incluso en pasajes como Jua 7:2!

2. A pesar de ser una tradición tan antigua, vemos que resultó falsa, por haber interpretado mal ciertas palabras de la Escritura; con esto hemos de aprender a ser cautelosos en cuanto a admitir como ciertas (mucho menos, como «infalibles») las tradiciones de la Iglesia. Esta tradición llegó a ser pública, común, universal y, con todo era falsa; tanto que el mismo Juan (o, probablemente, un discípulo de Juan) hubo de corregir el error. Hendriksen insiste con buenas razones, en que Juan vivía todavía, aun en el caso de que no fuese él quien escribiese este capítulo, o estos últimos versículos, a fin de que los creyentes rectificasen lo que la opinión común había interpretado falsamente y no viesen su fe sacudida al ocurrir la muerte del Apóstol. Una vez muerto Juan, la rectificación habría sido innecesaria. Con todo, el argumento de Hendriksen carece de la contundencia necesaria para convencer a los partidarios de la opinión de que Juan había muerto ya.

3. Los que dieron lugar a esta falsa tradición entendieron que, puesto que Juan no iba a morir de la misma muerte que Pedro (y, quizás, el resto de los Apóstoles), no iba a morir de ninguna forma. El deseo mismo de los primeros creyentes, especialmente en la iglesia de Éfeso, les inclinaba a interpretar así las palabras del Señor. Es un defecto común de muchos creyentes, y aun de muchas iglesias locales, depender demasiado de los instrumentos que Dios usa para la expansión y edificación de su obra; pero Dios continúa su obra, aunque cambie con frecuencia de obreros. No hay necesidad de ministros «inmortales», mientras la Iglesia se deje conducir por el «Espíritu eterno» (Heb 9:14). Ante la longevidad de Juan, todos estos hermanos se verían confirmados en su equivocada expectación.

4. Vemos también cuán fácilmente se rectifica un error, aunque sea común y universal, con sólo acudir sin prejuicios a la Palabra de Dios. En el mismo versículo que nos descubre el error de los discípulos, se nos ofrece la corrección de dicho error: «Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué te va a ti?» (v. Jua 21:23). Esto es exactamente lo que Jesús había dicho, y nada más. ¡Dejemos que las palabras de la Biblia hablen por sí solas y atengámonos todos al claro sentido literal de las mismas, mientras no nos conste, por el mismo texto, de que se trata de una parábola, una alegoría, etc.! El mejor modo de acabar con una discusión sobre materias doctrinales o de conducta es aferrarse a la Palabra de Dios, porque el lenguaje de la Escritura es el más adecuado vehículo de las verdades de la Escritura. Así como las Escrituras son el mejor armamento para herir de muerte a los más peligrosos errores, así también son el mejor remedio para curar las heridas causadas por las diferentes formas de expresión acerca de las mismas verdades. Quienes no pueden estar de acuerdo en una misma filosofía, pueden (y deben) estar de acuerdo en las mismas verdades fundamentales de la Escritura, y ser así capaces de amarse recíprocamente en el Señor.

Juan 21:20 explicación
Juan 21:20 reflexión para meditar
Juan 21:20 resumen corto para entender
Juan 21:20 explicación teológica para estudiar
Juan 21:20 resumen para niños
Juan 21:20 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí