Juan 21:24 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Conclusión de todo el evangelio según Juan.

I. Este evangelio, al contrario de los otros tres, que terminan de un modo abrupto, concluye con un testimonio solemne acerca del redactor del mismo: «Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y escribió estas cosas» (v. Jua 21:24). Es un testimonio que perdura ya por diecinueve siglos, y perdurará hasta que el Señor vuelva. Vemos:

1. Los que escribieron la historia de Cristo no se avergonzaron de poner en ella su nombre. Es probable que el propio Juan diera este testimonio aunque la segunda mitad del versículo insinúa otra cosa, como veremos luego. Los relatos acerca de la vida de Cristo, así como de su muerte, resurrección y ascensión a los cielos, fueron escritos por personas de la mayor integridad, dispuestas a sellarlos con su sangre. Los escribieron como testigos de primera mano (Mateo y Juan), o por informes fidedignos de testigos de primera mano (Marcos y Lucas). El autor del cuarto evangelio era uno de los Apóstoles del círculo más íntimo de tres (los otros eran su propio hermano, Jacobo o Santiago el Mayor, y Simón Pedro). Era «el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado en su pecho» (v. Jua 21:20), que había oído sus mensajes, había visto sus milagros, así como las pruebas irrefutables de su resurrección. Todo esto, como los demás evangelios, había sido ya proclamado oralmente antes de ser puesto por escrito, lo cual añadía mayor seguridad a lo redactado, puesto que podía fácilmente comprobarse su identidad con lo predicado.

2. Los que escribieron la historia de Cristo, así como habían testificado de lo que habían visto, así pusieron por escrito lo que habían testificado. Lo que escribieron como un certificado, lo sostuvieron como una declaración jurada. Fue una gracia especial de la providencia de Dios el que la historia de Cristo fuese consignada por escrito, ya que, de esta manera, no sólo podía llegar hasta los más remotos lugares, sino también hasta los últimos tiempos, a través de los siglos. Los imperios surgen y desaparecen, las culturas cambian con el tiempo y son diversas según el espacio, la ciencia moderna arrincona los antiguos conceptos, las civilizaciones se suceden, pero «la palabra de Dios vive y permanece para siempre» (1Pe 1:23).

II. El relato concluye con una solemne testificación de la verdad en él contenida: «Y sabemos que su testimonio es verdadero» (comp. con Jua 19:35). Es el testimonio de un testigo de vista, de reputación irreprochable, expuesto con absoluta certeza y basado en una evidencia excepcional. Pero, ¿a quién se refiere ese «sabemos» en plural? Dice Hendriksen: «Las personas que presentan este testimonio no se identifican a sí mismas por su nombre. Con toda probabilidad, se trata de los ancianos de la iglesia en Éfeso (o: los ancianos de la iglesia en Éfeso y en sus alrededores)». Pero, al atender a que el evangelio lleva en sí mismo las marcas de autenticidad y veracidad irrefutables, no necesitamos el testimonio de unas cuantas personas en particular. Todos nosotros los creyentes de todos los siglos, podemos suscribir ese «sabemos» pues estamos seguros de que dicho testimonio es válido y digno de todo crédito. La verdad del Evangelio está confirmada con toda clase de evidencias que puedan esperarse y desearse razonablemente, y el que quiera saber si la doctrina es o no de Dios, sólo necesita estar dispuesto a cumplir la voluntad de Dios (Jua 7:17). Ese «sabemos» expresa, en primer lugar, la satisfacción de las iglesias de aquel tiempo, concerniente a la verdad del relato presente. No es que un escrito inspirado necesite el testimonio de los hombres, pero, con este testimonio, es recomendado a la atención e información de las iglesias de todos los tiempos.

III. Finalmente, en el último versículo, tenemos una especie de «etcétera», con referencia a «otras muchas cosas» dichas o hechas por nuestro Señor Jesucristo (v. Jua 21:25). De ellas dice el escritor sagrado que, «si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir». Aunque es evidente que, en cierto sentido, se trata de una hipérbole, en otro sentido no hay en ello ninguna exageración, pues, como dice W. Hendriksen: «ningún número finito podría referirnos las obras llevadas a cabo por el Amor Infinito». Pero, podría preguntarse: ¿Por qué no se extendieron más los evangelistas en su relato? La respuesta puede ser doble:

1. No fue porque hubiesen agotado el tema ni porque no tuviesen ninguna otra cosa digna de ser consignada por escrito. Todo cuanto Cristo dijo e hizo era digno de ser tenido en cuenta. Sus milagros fueron muchos, y muy variados y repetidos. Sus mensajes fueron también muchos; los evangelistas sólo nos han dejado algunos, y de los más, sólo un resumen. Los detalles de cada milagro y la densidad de cada una de sus frases, necesitarían de un espacio infinito para ofrecer por escrito una completa explicación. Cuando hablamos de Jesucristo, tenemos ante nosotros un tema infinito; la realidad excede a todo informe, explicación o comentario. Pablo cita uno de los dichos de Jesús que no figura en ninguno de los cuatro relatos evangélicos (v. Hch 20:35) sin duda, dijo muchísimos más. Si, después de la visita que hizo a Salomón, la reina de Sebá pudo decir: «mis ojos han visto que no se me dijo ni aun la mitad» (1Re 10:7), ¿qué diremos de los tesoros de gracia y de sabiduría de Jesús (Col 2:3), que superan infinitamente a los de Salomón? (v. Mat 12:42; Luc 11:31).

2. Fue por las siguientes tres razones:

(A) Porque no era necesario escribir más. Lo que nos han transmitido los evangelistas es una revelación suficiente de las enseñanzas de Cristo y de las pruebas convincentes de tales enseñanzas. Si no creemos lo que está escrito y nos beneficiamos de ello, tampoco creeríamos ni sacaríamos provecho aunque fuese mucho más lo escrito.

(B) No fue posible escribirlo todo. Habría sido una historia tan larga como nunca se escribió ni podría escribirse tal que no habría dejado lugar para los demás escritos sagrados pues los habría reducido a una mínima porción, comparada con el relato de las enseñanzas y los milagros de Jesucristo. En fin, habría sido cosa de nunca acabar.

(C) No era recomendable escribir demasiado, porque el mundo, incluso en su sentido moral, no habría podido contener, es decir, dar cabida a (el verbo griego es el mismo de Jua 8:37) los libros que se habrían de escribir. Habrían sido tantos, que no habrían hallado sitio donde colocarlos. Todo el tiempo estaría empleado en leerlos y, por consiguiente, la gente tendría que dar de mano a las tareas y necesidades más perentorias. Si, con lo que ya tenemos de la vida, doctrina y milagros de Jesús, hay mucho que se descuida, se olvida y es objeto de discusión, ¿qué habría ocurrido, si se hubiesen escrito tantos libros? Especialmente, si se tiene en cuenta que lo escrito necesitaría ser meditado y explicado. Demos gracias a Dios por las Sagradas Escrituras que tenemos a la mano, y no las menospreciemos a causa de su brevedad y llaneza, sino las tengamos como el mayor tesoro en la tierra, a la vez que suspiramos por el Cielo, donde nuestra capacidad será elevada y ensanchada hasta tal punto que no habrá ningún peligro de que resulte sobrecargada.

3. Como ejemplo del uso que los judíos estaban acostumbrados a emplear la figura literaria que llamamos hipérbole, y que significa literalmente «exageración», Ryle cita, de la propia Biblia, los siguientes ejemplos: «Las ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo» (Deu 1:28); «tierra que fluye leche y miel» (Éxo 3:8; Jos 5:6); «sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar» (Jue 7:12); «Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo» (Mat 11:23; Luc 10:15); «si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer …» (Luc 14:26). Decían los rabinos: «Si todo el mar fuese tinta, y todos los juncos plumas, y pergamino todo el cielo, no bastarían a describir la profundidad del corazón de los príncipes». Fue seguramente de este dicho rabínico, del que un anónimo poeta tomó su inspiración para el siguiente poema, escrito en la pared de una estrecha habitación de un asilo, según dice Hendriksen, y que, para los que entiendan el inglés (nota del traductor), ponemos a continuación:

«Could we with ink the ocean fill

and were the skies of parchment made;

were every stalk on earth a quill,

and every man a scribe by trade;

to write the love of God above

would drain the ocean dry;

nor could the scroll contain the whole,

though stretched from sky to sky

IV. El «Amén», con que se cierra el Evangelio en nuestras versiones de la Biblia, tiene escaso fundamento en los MSS. Lo mismo digamos del que aparece al final del Evangelio según Marcos. En cambio, el que aparece al final de Mateo y de Lucas está apoyado por gran número de MSS., aunque no por los mejores. M. Henry (nota del traductor) comenta sobre este «amén», y dice que, con él, debemos sellar nuestra fe, como sella con él su testimonio el evangelista, y expresar así nuestro asentimiento a la verdad de lo escrito («Así es»), y nuestra satisfacción en lo provechoso de lo escrito, ya que puede hacernos sabios para salvación (2Ti 3:15). «Así sea». Ryle comenta que, mientras los evangelistas concluyen con este «Amén», el Señor Jesús es la única persona que comienza sus frases con un «Amén». Y, precisamente en este Evangelio según Juan, Jesús repite siempre dicho «Amén», para dar mayor solemnidad a lo que va a decir a continuación.

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