Juan 2:23 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Cuando el Señor Jesús estaba en Jerusalén, para asistir a la Pascua, predicó e hizo milagros allí (v. Jua 2:23). Era el día de la fiesta, y Cristo aprovechó la oportunidad cuando la concurrencia de la gente era multitudinaria.

II. «Muchos creyeron en su nombre, al ver las señales que hacía». Esta fe no llegaba más allá de lo que Nicodemo dirá más tarde (Jua 3:2): que era un profeta enviado por Dios y, quizás, el esperado Mesías; pero a pesar de que el original nos da una construcción que indica «creer en alguien», sin embargo el contexto posterior nos aclara que no se trataba de una verdadera fe, de la fe que salva por gracia (Efe 2:8), puesto que no se entregaron de corazón al Señor. «No toda fe es fe salvífica», dice Hendriksen (v. Jua 6:26), quien hace notar en otro lugar el tiempo del verbo (aoristo), mientras que la verdadera fe suele expresarse en presente (comp. con Jua 3:15-16, Jua 3:18 y otros). En efecto, los milagros sirven para confirmar la fe implantada en el corazón mediante la operación del Espíritu Santo, pero no provocan por sí mismos el acto de fe (v. Luc 16:31, que es un texto relevante a este respecto).

III. «Pero Jesús mismo no se confiaba a ellos» (v. Jua 2:24). Aquí aparece el mismo verbo (pisteuo = creer) para «confiarse», pero seguido del caso dativo: «a ellos», en vez de la construcción «creer en», que lleva la preposición griega eis con acusativo. A pesar de las aparentes muestras de fe en Él que muchos ofrecían, Jesús, que penetraba en lo íntimo del corazón, no los tenía por verdaderos creyentes, de quienes pudiera fiarse como seguidores de Su causa. Eran como el segundo terreno de la parábola del sembrador, que se entusiasmaban de pronto, pero, por carecer de verdadera raíz de fe, le habrían abandonado como los discípulos de Jua 6:66. Los que, al principio, se entusiasman excesivamente, suelen ser cobardes y hasta desleales cuando viene el tiempo de la dificultad y de la prueba. No estará de más hacer notar que estos falsos conversos eran de Jerusalén. Jesús tenía en Galilea muchos más discípulos fiables que entre los habitantes de Jerusalén.

IV. La razón por la que no se confiaba a ellos era porque «conocía a todos». Conocía la maldad de algunos y la debilidad de otros. El evangelista aprovecha esta oportunidad para dar testimonio de la omnisciencia de Cristo: «conocía a todos», no sólo sus nombres y sus rostros, como también a nosotros nos es posible conocer a muchos, sino que conocía la naturaleza, las disposiciones, aficiones, los intereses y los propósitos de todos, de una forma en que nosotros no conocemos a ningún hombre, pues escasamente nos conocemos a nosotros mismos. El Señor conoce infaliblemente a los que son Suyos; conoce la integridad de ellos como conoce también su debilidad. «Y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio acerca del hombre» (v. Jua 2:25). A la manera típicamente hebrea, este versículo recalca que Jesús no necesitaba de información ni de testimonios ajenos (v. Jua 2:17; Jua 5:31-47), puesto que, con su omnisciencia, penetraba en lo más profundo del corazón, y adivinaba los pensamientos y las intenciones. ¡Cuán apto es Cristo para ser el Salvador y Médico de los hombres, puesto que tiene tal conocimiento del estado, del caso, de las buenas y de las malas disposiciones de sus pacientes! ¡Conoce perfectamente lo que hay dentro de cada uno! ¡Y cuán apto es también para ser Juez de los hombres! Viene el Señor a su templo, y nadie se allega a Él, sino un grupo de gente simple y débil, tales de quienes no puede esperar mucho crédito, ni en quienes puede depositar su confianza. ¿Qué testimonio podían dar de Cristo tales hombres? Una persona que no ha nacido de nuevo podrá emitir algún juicio correcto, pero será incapaz de cambiar su mentalidad hasta el punto de ver con claridad el «reino de Dios»: la iniciativa salvadora de Dios en Cristo. Un caso concreto lo tenemos en Jua 3:2-3; por lo que estos versículos finales del capítulo Jua 2:1-25 enlazan magníficamente con los primeros del capítulo Jua 3:1-36: «… pues Él sabía lo que había en el HOMBRE. Había un HOMBRE de los fariseos …».

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