Juan 4:43 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Jesús regresa a Galilea (v. Jua 4:43): «Dos días después, salió de allí y fue a Galilea». Veamos:

1. A qué parte de Galilea fue. No se nos dice en el texto que fuese esta vez a Nazaret ni a diversas ciudades de Galilea, sino sólo a Caná (v. Jua 4:46), «donde había convertido el agua en vino». El evangelista menciona este milagro para enseñarnos a guardar en la memoria las grandes maravillas llevadas a cabo por el Señor.

2. Por qué razón fue ahora a Galilea. El evangelista dice clara y explícitamente: «Porque Jesús mismo había dado testimonio de que un profeta no tiene estima en su propia tierra» (v. Jua 4:44). Puesto que Jesús se había criado en Galilea, parece a primera vista una paradoja que fuese precisamente a un lugar donde no era estimado (v. el comentario a Mat 13:57 y Luc 4:24). Algunos autores (entre ellos, M. Henry. Nota del traductor) piensan que Juan se refiere solamente a Nazaret no al resto de Galilea. Otros autores opinan que fue a Galilea, a pesar de que un profeta no tiene estima en su propia tierra. La interpretación más probable es la que da W. Hendriksen, quien se apoya en dos detalles importantes: (A) La conjunción griega gar es claramente causal y no hay que darle otro sentido retorcido; (B) si se observa la conexión de los versículos Jua 4:43-44 con los versículos Jua 4:1-3 de este mismo capítulo, se notará que Jesús se fue a Galilea precisamente porque allí no había peligro de alcanzar un prestigio como el que estaba consiguiendo en Judea, pues un honor semejante habría provocado una colisión directa con los fariseos, lo que habría precipitado la crisis final; por otra parte, el contexto posterior muestra la verdad de la proposición enunciada por Jesús la cual ha sido ya comentada en Mateo y Lucas, pero no estará de más repetir que el orgullo y la envidia de los hombres les impide ser instruidos por quienes fueron compañeros suyos en la infancia y en la adolescencia. Dios actúa justamente al negar la gracia del Evangelio a los que desprecian a los ministros del Evangelio. Quienes se burlan de los mensajeros están abandonando el beneficio del mensaje.

3. Cómo le recibieron en Galilea. «Los galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén en la fiesta, porque también ellos habían ido a la fiesta» (v. Jua 4:45). A primera vista, esta acogida choca con lo que vemos en el versículo anterior pero son de notar dos detalles: (A) El verbo «recibieron» no es el mismo de Jua 1:12, sino que significa simplemente «acoger sin hostilidad». El resto del versículo puede compararse con Jua 2:23-25 para ver la semejanza del resultado. El versículo Jua 4:48 añade nueva fuerza al argumento de que dicha «acogida» no debe interpretarse como un recibimiento que conduce a la verdadera fe. La aplicación que salta a la vista es que no sirven los prodigios cuando el corazón no está dispuesto a someterse a la Palabra de Dios (comp. con Luc 16:31).

II. La curación del hijo del palaciego. Este milagro no es referido por ninguno de los otros evangelistas. La noticia de que Jesús había llegado a Caná se extendió pronto hasta Capernaúm, la ciudad de Juan y Santiago el Mayor, los hijos de Zebedeo y Salomé. Vemos:

1. Quién vino a Jesús desde Capernaúm y por qué. El griego dice: «un cierto cortesano del rey», es decir, un palaciego u oficial de alto rango de la corte de Herodes, «cuyo hijo estaba enfermo» (v. Jua 4:46). Las dignidades y los títulos honoríficos no garantizan la salud de los familiares ni de los mismos titulares (v. por ej., 2Re 5:1). No se nos da su nombre, pero sí parece seguro, por el versículo Jua 4:48, que era israelita. Vemos también que este hombre no tenía tanta fe como el centurión romano, gentil, de Luc 7:1-10, pues no creía que Jesús pudiese curar a distancia, ya que rogó al Señor que «descendiese y sanase a su hijo» (v. Jua 4:47). Con todo, mostró: (A) el amor que tenía a su hijo, pues no escatimó molestias, ya que Caná distaba unos 25 km de Capernaúm, y se humilló, a pesar de su alto rango a pedir a Jesús que sanase al hijo; (B) el gran respeto que tenía al Señor Jesús, pues no envió un criado a rogarle que viniese, sino que fue él mismo personalmente, con fe suficiente para creer que Jesús tenía poder para curar; es más que probable que también él hubiese asistido a la fiesta de Jua 4:2-23. Los hombres más grandes, cuando están en apuros y acuden a Dios, son comunes pordioseros. Vemos, en fin, que aunque la fe de este hombre no era tan grande como la del centurión, tampoco era tan pequeña como la del padre del endemoniado de Mar 9:24; por eso, Jesús accede a realizar el milagro.

2. Pero Jesús le dirige un reproche que muestra la falta de genuina disposición en este hombre: «Entonces Jesús le dijo: Si no veis señales y prodigios, de ningún modo creéis» (v. Jua 4:48); es decir: «Lo único que os interesa es el espectáculo de algo extraordinario, sensacional, pero no la fe genuina en la persona y en la palabra del Salvador». Aunque era un oficial de alto rango, Jesús le dirige el reproche que se merecía. El Señor humilla primero, para disponerlos a recibir sus misericordias, a los que vienen a suplicarle socorro en casos de apuro. Los prodigios de Jesús son señales que apuntan hacia su poder espiritual y divino y nos deben llevar al reconocimiento de su persona, a entregarnos a su señorío y a expresarle nuestra alabanza y gratitud.

3. El palaciego acepta humildemente el reproche de Cristo, al tiempo que impaciente, pero respetuosamente, ruega al Señor que se de prisa a bajar a Capernaúm antes de que se muera el hijo (v. Jua 4:49). Vemos que no tomó las palabras de Jesús como una afrenta ni como un rechazo, pues insistió en su petición y continuó en su lucha hasta prevalecer. Estaba tan preocupado por la salud de su hijo, que no parecía atender a ninguna otra cosa. Todavía descubre la debilidad de su fe, pues cree que Jesús puede curar a su hijo antes de que éste muera, pero no cree que Jesús tenga poder para resucitarle. Había olvidado que Elías y Eliseo habían resucitado a personas; ¿y acaso era Cristo inferior en poder a dichos profetas? Obsérvese la prisa que le da a Jesús, como si hubiera peligro de que al Hijo de Dios se le pudiera escapar el tiempo.

4. La respuesta apacible y favorable que Jesús le dio: «Vete, tu hijo vive» (v. Jua 4:50). Con esta expresión, Cristo no quiere decir meramente: «tu hijo continuará viviendo», sino: «tu hijo ha salido de la enfermedad que le ponía en peligro de muerte». Nótese con qué facilidad llevó a cabo Cristo el milagro. No dice, ni hace ni ordena que se haga cosa alguna para que se realice la curación. Simplemente afirma lo que su voluntad divina ha determinado que suceda. El hombre le había suplicado «que descendiese y sanase a su hijo» (v. Jua 4:47). Pero Jesús le curó sin descender.

5. El palaciego quedó satisfecho con la palabra de Jesús y se marchó confiado al dar crédito a lo que el Señor había dicho: «Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se puso en camino» (v. Jua 4:50). No ha visto todavía el milagro pero lo cree. Cristo ha dicho: «tu hijo vive», y él lo acepta. Le dice: «vete», y él obedece. Pero nótese la construcción gramatical; «creyó la palabra» y comp. con el «creyó él, etc.» del versículo Jua 4:53, y se notará que, en el versículo Jua 4:50, todavía no se halla la fe salvífica, sino la fe que da crédito a una noticia. La fe que salva no consiste esencialmente en un asentimiento del intelecto, sino en una entrega personal, de corazón.

6. Los siervos del palaciego notaron la súbita mejoría del enfermo y no tuvieron paciencia para aguardar la llegada del padre, sino que le salieron al encuentro. Así fue que «cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron noticias, diciendo: Tu hijo vive» (v. Jua 4:51). Repiten la misma frase de Jesús: «tu hijo vive» aunque, como hace notar Hendriksen, el término para «hijo» es distinto en labios de Jesús (huiós = hijo ya crecido), en los del padre (paidíon = niñito) y en los de los criados (pais = niño o simplemente hijo a veces siervo . V. Luc 7:7; Hch 3:13, Hch 3:26; Hch 4:25, Hch 4:27, Hch 4:30). Quienes dan crédito a la Palabra de Dios recibirán buenas noticias. El hombre «preguntó a qué hora había comenzado a mejorar» (v. Jua 4:52). Anhelaba ver confirmada su fe del día anterior. Y los criados le dijeron que «a la hora séptima le dejó la fiebre». Esto confirmaba que la recuperación se había realizado a la hora precisa en que Jesús le había dicho: «tu hijo vive», y así lo comprendió el hombre (v. Jua 4:53). También confirma la tesis de Hendriksen de que Juan echa mano siempre del cómputo romano para determinar las horas del día, puesto que, si se tratara de la una de la tarde (hora judía), no se explica que el padre, con la prisa que tenía, se detuviese en Caná hasta el día siguiente, cuando la distancia de Caná a Capernaúm era inferior a 25 km. En cambio, al ser las 7 de la tarde, se explica que, de noche y por un terreno montañoso llegase al día siguiente. Nótese bien la frase de los criados: «le dejó la fiebre», lo cual indica: (A) Que la curación fue instantánea y total, no fue una lenta mejoría; (B) que la sincronización fue exactísima «a la hora séptima», no: «poco más o menos, a las siete»; (C) que la fiebre le dejó y se marchó como un esclavo que obedece fiel y ciegamente las órdenes de su amo (comp. con Luc 7:7-8). Para los hombres, la distancia en el espacio es una pérdida de tiempo y, a veces, del viaje o del negocio (y aun de la vida); pero el Señor no es esclavo, sino dueño, del espacio y del tiempo.

7. El feliz resultado de este milagro. La curación milagrosa del hijo ocasionó la salvación de toda la familia: «creyó él (el hombre) y toda su casa» (lit.), es decir, no sólo los familiares, sino también los criados, pues éste es el sentido de «casa» en el griego del Nuevo Testamento en pasajes como éste (comp. con Hch 16:31). El día anterior, el hombre «creyó la palabra» de Jesús; ahora, creyó en la persona de Jesús. Cristo tiene muchos medios de ganarse el corazón de un ser humano y, muchas veces, mediante la concesión de un beneficio temporal, se abre camino hacia mejores gracias. Como todos los de la casa de este palaciego tenían interés en la recuperación del joven, toda su casa creyó también con él. Al ser un hombre de la alta nobleza, es de suponer que tuviese muchos criados; por lo que pudo llevar a Cristo muchos discípulos. ¡Qué cambio, tan lleno de tan grandes bendiciones, se produjo en aquella casa, precisamente a consecuencia de la enfermedad de un miembro de la familia! Esto nos debería enseñar a no tener por adversidades las aflicciones, pues no sabemos el bien que Dios puede sacar de ellas.

8. Viene al final la observación que el propio evangelista añade al terminar el informe sobre este milagro: «Ésta fue una segunda señal que hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea» (v. Jua 4:54). «Segunda», con referencia a Jua 2:11. Había obrado en Judea muchos milagros; allí habían tenido la primera oportunidad de creer en el Salvador. Pero, al ser rechazado en Judea, Jesús obró milagros en Galilea. Cristo ha de encontrar buena acogida en un lugar o en otro. La gente puede cerrar las ventanas al sol en sus propias casas, pero no pueden impedir que el sol siga brillando en el mundo. El evangelista hace notar que «ésta fue la segunda señal que hizo Jesús en Galilea», para traernos a la memoria la primera (gr. arkhén = «principio» y modelo) que había obrado en las bodas de Caná. Las gracias recientes deben traernos a la memoria otras gracias anteriores, así como animarnos a esperar gracias ulteriores. Es probable que, al ser el paciente persona de alto rango, cuando toda su casa creyó en el Señor, muchas otras personas hicieran lo mismo. ¡Cuánto bien pueden hacer los hombres grandes cuando son hombres buenos!

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