Juan 5:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Mensaje de Jesús con ocasión de haber sido acusado de quebrantar el sábado.

I. La verdad en que se basó para justificar lo que hizo en día de reposo: «Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo» (v. Jua 5:17). Es cierto que Dios descansó en el séptimo día de la obra de la creación (Gén 2:1-3), pero no descansa en la obra de la conservación y providencia (Hch 14:17), ni en la obra de la salvación. Filón escribió: «Dios nunca cesa de trabajar. Así como es propiedad del fuego el quemar, y de la nieve el enfriar, así también es propiedad de Dios el trabajar». Y, comoquiera que el Padre hizo todas las cosas mediante el Hijo (Jua 1:3), mediante el Hijo las conserva (Col 1:17; Heb 1:3), y mediante el Hijo nos salva (Tit 2:11-14), Jesús añade: «y yo también trabajo», puesto que, al ser una misma la naturaleza del Padre y del Hijo (Jua 10:30), también ha de ser una misma la acción; ambos están necesariamente unidos en la misma empresa.

II. La ofensa que recibieron los judíos con estas palabras de Jesús: «Por esto, pues, procuraban más aún los judíos matarle» (v. Jua 5:18). La justa defensa de Jesús era para ellos una injusta ofensa. Ese «más aún» da a entender claramente que los judíos, ya furiosos por lo que ellos creían ser quebrantamiento del sábado, se pusieron todavía más furiosos al oír lo que para ellos era una blasfemia, pues comprendieron cabalmente que, al identificarse de tal modo con el Padre, Cristo se hacía igual a Dios (v. Jua 5:18). Habría sido blasfemia si Jesucristo no fuese realmente Dios, pero es una gran verdad. Lo que los teólogos liberales no aciertan a ver, lo comprendieron bien los judíos en las palabras de Jesús. En esta porción como en todo su evangelio, Juan deja bien claro el propósito que tuvo al redactarlo (v. Jua 20:30-31). Si Cristo es el Hijo de Dios, aceptarlo por fe es algo necesario para «que, creyendo, tengamos vida en su nombre» (Jua 20:31).

III. A esto responde Jesús con una exposición más amplia de la verdad que acababa de declarar y, en lugar de rebajar en algo lo que había dicho, refuerza todavía su justa pretensión, sin temor de que los judíos arrecien en su furia contra Él. Comienza con una de sus más solemnes frases: «De cierto, de cierto os digo» (v. Jua 5:19). Como si dijese: «Os aseguro y os doy mi palabra, que es la Palabra del Padre, de que lo que os voy a decir es una solemne verdad». Y les dice:

1. En general, que es uno con el Padre en todo lo que hace, pues:

(A) El hijo no puede hacer nada independientemente del Padre: «No puede el Hijo hacer nada por su cuenta (lit. de sí mismo), sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que Él hace, también lo hace igualmente el Hijo» (v. Jua 5:19). La voluntad humana de Jesús estaba totalmente sometida a la voluntad de Dios (Jua 4:34; Jua 8:29; Heb 10:7); y, en cuanto Dios, no estaba sometida, sino que era (y es) una misma con la del Padre. Nótese el verbo «ve» en contraste con el «oiga» (Jua 16:13) referido al Espíritu Santo. Espiritualmente se llama «ver» al «entender». Por lo que, al ser el Hijo la Luz sustancial del Padre y el resplandor de su gloria (Jua 1:9; Jua 8:12; Jua 12:46; Heb 1:3), es también el Verbo en el que Dios Padre ve todas las cosas. Así pues, el Hijo no puede hacer, sino lo que ve hacer al Padre, no por falta de poder, sino por comunión de esencia y operación. Para el Hijo, el Padre, no puede tener secretos, pues nadie conoce a fondo al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo resuelva revelarlo (Mat 11:27; Luc 10:22). Al ser Luz sustancial, en Cristo el ver es hacer; por eso, hace lo que ve hacer al Padre.

(B) Aunque el Hijo procede por la vía de la mente, el Padre lo engendra con amor y recostándolo en su seno (Jua 1:18), «le muestra todo lo que Él hace» (v. Jua 5:20), le comunica, con sus secretos planes, el poder para llevarlos a cabo, tanto en la providencia de las cosas ordinarias como en la realización de milagros. Todo lo que Jesús hacía, lo hacía bajo la dirección del Padre. «Mayores cosas que éstas» (la de curar al paralítico de la piscina) serán el resucitar muertos (v. Jua 11:43-44) y el resucitarse a Sí mismo (Jua 10:18). «Para que vosotros os admiréis.» No dice: «para que creáis», puesto que aun cuando ése era su objetivo (Jua 20:31), estos judíos no estaban en la disposición receptiva necesaria. Hay muchos que llegan hasta la admiración de las obras y de las enseñanzas de Cristo, por lo que Él obtiene gran honor, pero no llegan a creer de veras en Él, con lo que ellos se privan del mayor beneficio posible.

2. En particular. Luego demuestra su igualdad con el Padre al declarar específicamente algunas de las obras que son propias de Dios y que Él mismo también las lleva a cabo (vv. Jua 5:21-30). Obsérvese:

(A) Lo que se dice aquí sobre el poder del Mediador para resucitar a los muertos y dar la vida:

(a) Su autoridad para hacerlo: «Porque como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere» (v. Jua 5:21). Es una prerrogativa divina levantar a los muertos y darles vida, tanto en el orden natural como en el espiritual. Una resurrección de los muertos nunca es obra de la naturaleza misma, sino que es puramente obra del poder de Dios, así como el poder de conocerlo nosotros es obra exclusiva de la revelación divina. El Mediador está investido de este Poder: «el Hijo da vida a los que quiere». Esto no indica arbitrariedad, sino que su poder y su acción de vivificar no se deben a una necesidad como la del sol, que no puede menos de enviar sus rayos; por el contrario, Cristo es un agente libre. Y, así como posee el poder divino, también posee la sabiduría y la soberanía de Dios: «Tiene las llaves de la muerte y del Hades» (Apo 1:18).

(b) Su capacidad para hacerlo: «Porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también le ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo» (v. Jua 5:26). El Hijo, en cuanto Dios, es engendrado por el Padre; la Palabra vive del que la dice. En cuanto hombre, Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres, ha venido lleno de vida, como de gracia y de verdad, para darlas y darlas en abundancia (Jua 1:16; Jua 10:10). Puede juzgar el que vino a salvar (Luc 19:10); puede levantar a los muertos quien vino a entregar su vida para que los pecadores puedan salir de muerte a vida (v. Jua 5:24, comp. con 1Jn 3:14).

(c) Su actuación, de acuerdo con su autoridad y su capacidad. Hay dos clases de resurrección llevadas a cabo por la palabra poderosa de Jesús: Primera en el orden espiritual que tiene lugar en la presente vida: «De cierto, de cierto os digo: Llega la hora, y ahora es (es decir ya estamos en ella), cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán» (v. Jua 5:25). Que aquí se trata de la vida espiritual, por la que se sale de la tumba del pecado a la justificación por la gracia, se prueba tanto por el texto como por el contexto: El texto de los que oigan la voz con lo que se advierte una selección; esta selección la hace el Hijo de Dios, porque tiene vida en Sí mismo (v. Jua 5:26); y los que la oyen y creen tienen vida eterna y no vendrán a condenación, sino que han pasado de la muerte a la vida (v. Jua 5:24). Es cristiano el que ha oído la voz del Salvador y ha creído en Él. Creer en Él es creer también al que le envió (v. Jua 5:24), pues el objetivo de Cristo es llevarnos al Padre. Cristo, como hombre, es el camino (Jua 14:6). Cristo, como Dios, es nuestra meta (Jua 14:9). Vemos también aquí el gran certificado que garantiza el perdón al creyente: «No vendrá a condenación» (comp. con Rom 8:1). «No viene a juicio» dice el original , porque, aun cuando el creyente ha de comparecer ante el tribunal de Cristo (Rom 14:10; 2Co 5:10) no será para juicio, sino para recoger recompensa, según lo que haya edificado (comp. con 1Co 3:11-15). A esta resurrección espiritual se refiere Pablo en Efe 2:1. Segunda, en el orden material. Esta «está para llegar» (v. Jua 5:28). En ella, no algunos, sino todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo del Hombre v. Jua 5:27 ). «Los que hicieron lo bueno», porque creyeron en el Hijo (Jua 3:36), «saldrán a resurrección de vida»; es decir, saldrán del sepulcro para vivir eternamente; en cambio, «los que hicieron lo malo» (lit. lo trivial, lo inútil. Comp. con 2Co 5:10, pero el contexto es diferente) saldrán del sepulcro «a resurrección de condenación» (v. Jua 5:29); no para vivir, sino para morir eternamente para la «muerte segunda» en que estarán siempre muriendo sin acabar de morir. La alternativa es tan tremenda que nunca es exagerado insistir en su importancia (comp. con Dan 12:2). De este versículo, como de otros lugares no se puede deducir que la resurrección de los creyentes y la de los incrédulos sean simultáneas, puesto que Apo 20:4-6 pone claramente un intervalo de mil años entre ambas.

(B) Lo que se dice aquí sobre el poder del Mediador y su autoridad para ejecutar el juicio (vv. Jua 5:22-23, Jua 5:27). Así como tiene poder omnímodo para dar la vida, así también tiene jurisdicción soberana para ejecutar juicio. La comisión de Jesucristo como juez es declarada aquí de dos maneras:

(a) En su calidad de Hijo de Dios. En este aspecto, se nos dice que «ni aun el Padre juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio al Hijo» (v. Jua 5:22). Aun cuando la ejecución de juicio divino es, de suyo, prerrogativa común de las tres personas divinas, se atribuye con toda razón al Hijo por ser Éste la Palabra personal del Padre: el Verbo de Dios (Jua 1:1; Apo 19:13). Por ser el Verbo la Palabra personal en la que el Padre ve, conoce y juzga todas las cosas, bien se puede decir que a Él le compete juzgar, por cuanto es el Juicio vivo y personal del Padre. En el Hijo reconcilia Dios a la humanidad (2Co 5:19), y en el Hijo también juzga y condena a quienes no han creído (Jua 8:24). Además, el Padre no juzga a nadie, porque quiere que todos sean salvos (Jua 3:16-17 comp. con 1Ti 2:4); mientras que el que se condena es «porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Jua 3:18); justo es, pues, que se vea expuesto, en el último día a «la ira del Cordero» (Apo 6:16-17). Para salvarse es necesario estar inscrito en «el libro de la vida del Cordero» (Apo 13:8; Apo 17:8).

(b) En su calidad de Hijo del Hombre, lo cual expresa su función mediatorial como Mesías: «Y también le dio autoridad de ejecutar juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre» (v. Jua 5:27). El que vendrá a ejecutar juicio es el mismo que vino a salvar a los hombres mediante su muerte en la Cruz del Calvario; Él es el único Mediador entre Dios y los hombres (1Ti 2:5). En este sentido su autoridad le viene del Padre: «le dio autoridad». Todo esto redunda en honor del Hijo, lo mismo que del Padre (v. Jua 5:23), y sirve de gran consuelo a los creyentes, quienes tienen así la seguridad de que han puesto su vida en buenas manos. Esta autoridad le ha sido concedida a Cristo, como Hijo del Hombre por dos razones: Primera, porque al ser en la forma de Dios e igual al Padre, condescendió a hacerse uno de tantos, en todo semejante a nosotros, excepto el pecado (Flp 2:6-8; Heb 2:11.; Heb 4:15). Su afinidad con nosotros, el ponerse de nuestra parte, le acreditó a ser hecho Señor de todos ante quien toda criatura debe doblar la rodilla, y toda lengua confesarle por Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2:9-11). Segunda, porque, al ser el Mesías prometido, había de venir investido de todo poder, no sólo sobre el pueblo judío, sino sobre toda criatura (Mat 28:18; Jua 20:21-23). El Padre le envió (v. Jua 5:23). Por tanto, la afrenta que se haga al Embajador del Padre, se le hace al Padre mismo.

IV. Jesús resume ahora la argumentación que comenzó en el versículo Jua 5:19: «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (v. Jua 5:30, comp. con Jua 4:34; Jua 6:38). Hay quienes opinan, como Ryle, que el «yo» enfático de la primera frase es señal de que Cristo no se refiere a Sí mismo ya como Hijo del Hombre, sino que expresa la relación intratrinitaria por la que el Hijo no obra independientemente del Padre. Sin negar el trasfondo intratrinitario es preferible la opinión de que Cristo habla aquí como Enviado del Padre. Lo confirman dos detalles: 1) el verbo «oigo»; compárese con Jua 15:15, en contraste con el «ve» del v. Jua 5:19; 2) la mención de su voluntad en contraposición con la del Padre, lo cual sólo puede entenderse de su voluntad humana (comp. con Mat 26:39, Mat 26:42 y paralelos). Al ser el Enviado del Padre, no puede traernos otra revelación ni pronunciar otros juicios que los que ha recibido del Padre. Y, como siempre hace la voluntad del Padre (v. Jua 3:17; Jua 4:34; Jua 6:38; Jua 8:29), y el Padre siempre juzga con rectitud (Sal 51:4; Rom 3:4; etc.), el juicio de Jesús es también siempre recto. Por consiguiente, los judíos que se oponen a Cristo por lo que acaba de hacer y decir, se están oponiendo a Jehová, al Dios mismo de Israel. Por eso, hallamos en Mat 17:5 la voz de Dios que dice de Jesús: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd». Con esto quedan también refutados cuantos dicen o piensan que se puede ir a Dios por otro camino que Cristo (comp. con Jua 14:6).

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