Juan 6:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 6:1 | Comentario Bíblico Online

I. Lugar y tiempo en que fue llevado a cabo este milagro:

1. La región en que Cristo se hallaba: «Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea» (v. Jua 6:1). Luc 9:10 informa que el lugar estaba cerca de Bet-saida. Hendriksen demuestra que esta Betsaida (vocablo que en arameo, significa «casa de pescar») no es la de Galilea, sino la Betsaida Jutias. La añadidura: el de Tiberias es una referencia claramente inteligible para los lectores del Asia Menor, pues cerca de allí se hallaba la ciudad de Tiberias, fundada el año 22 de nuestra era por Herodes Antipas en honor del emperador reinante, Tiberio.

2. La gente que le acompañaba: «Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos» (v. Jua 6:2). Por el contexto posterior, vemos que esta multitud seguía a Cristo, no porque creyesen en Él, sino por curiosidad e interés propio. Sin embargo, Jesús no dejó, por eso, de hacer el bien. Y, al ser el bien, en general, lo que todos apetecen, no es extraño que Jesús se viese siempre rodeado de multitudes. Esto nos enseña a no perder la calma ni la paciencia cuando nos asedia la gente, siempre que estemos sirviendo al Señor y a no excusarnos diciendo que sólo vienen a molestarnos. Los milagros de Cristo hacían que le siguieran muchos que, en realidad, no eran atraídos a Él (v. Jua 6:44); pero Él seguía haciendo el bien. Obsérvese cuántas veces curó Jesús a los enfermos sin predicarles ningún sermón. «No nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos» (Gál 6:9). Ya tendremos una eternidad para descansar y regocijarnos en el Señor.

3. El sitio en que el Señor se acomodó con sus discípulos para poder divisar a la multitud: «Subió Jesús al monte, y se sentó allí con sus discípulos» (v. Jua 6:3). Cristo estaba acostumbrado a ser un predicador al aire libre, y su palabra no era peor para los que le seguían fuera, al desierto, que para los que le seguían arriba, al monte, aunque cuesta arriba nos «cuesta» más seguirle. En todo caso quien quiera seguirle podrá hallarle, pues no se esconde de quien sinceramente le busca.

El tiempo en que esto sucedió: «Después de esto» (v. Jua 6:1), de lo que sucedió en la conversación de Jesús con los judíos, referida en Jua 5:19. «Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos» (v. Jua 6:4). Era costumbre de los judíos observar religiosamente los treinta días anteriores a la Pascua. Es probable que la cercanía de la fiesta, cuando la gente sabía que Cristo asistiría a la celebración de la Pascua en Jerusalén, incitase a la gente a poner mayor empeño en seguirle los pasos. Esto nos enseña a poner redoblada diligencia en aprovechar las oportunidades, especialmente las que es probable que no vuelvan a presentarse. Juan añade otro detalle que nos sitúa en la estación primaveral: «Había mucha hierba en aquel lugar» (v. Jua 6:10).

II. El milagro.

1. Primero, Cristo se percató de que le seguía gran multitud: «Cuando alzó Jesús los ojos y vio que había venido a Él gran multitud …» (v. Jua 6:5). Lo mismo que en el caso de los samaritanos (v. Jua 4:35), Jesús vio complacido la muchedumbre que le seguía y, lejos de sentirse incomodado por su presencia, comenzó a descender de la colina para salirles al encuentro, pues sus entrañas se conmovieron a la vista de la multitud (v. Mat 14:14). Esto ha de enseñarnos a condescender con quienes son tenidos por el mundo como gente baja. No hemos de considerar como dignos de figurar entre los perros de nuestro ganado (Job 30:1) a quienes Cristo considera como ovejas del suyo (Jua 10:27).

2. Luego preguntó qué podía hacerse para dar de comer a tanta gente: «Dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos panes para que coman éstos?» (v. Jua 6:5). ¿Por qué le preguntó precisamente a Felipe? Los que opinan que esto ocurrió cerca de Betsaida de Galilea, ven en ello una razón para preguntarle a él, puesto que Felipe era de Betsaida y estaría enterado de los lugares en que se podía comprar pan. Juan añade: «Pero decía esto para probarle». Sin embargo, ¿no necesitaban los demás ser probados igualmente? No sabemos, pues, por qué fue a Felipe con esta pregunta; sólo que era uno de los cuatro primeros discípulos de Jesús, y que había presenciado el primer milagro de Jesús, cuando convirtió el agua en vino en Caná. Un detalle que muestra hasta qué punto Cristo era un «hombre para los demás» es que no dice: «¿De dónde compraremos panes para comer todos nosotros?, sino: «para que coman éstos». Quienes estén dispuestos a aceptar los favores de Cristo sin tener que pagar por ellos, tendrán su pago precisamente en aceptarlos gratis (comp. con Isa 55:1.). Cristo piensa en comprar para dar, así como Pablo nos exhorta a trabajar para dar (v. Efe 4:28).

3. El objeto de esta pregunta, ya queda apuntado: «Pero decía esto para probarle; porque él sabía lo que iba a hacer» (v. Jua 6:6). Vemos pues, que Jesús no preguntaba por falta de información. Nosotros con frecuencia, no sabemos qué hacer; pero Él siempre sabe lo que va a hacer. Como a Felipe, también a nosotros nos pregunta a veces, calladamente, para probarnos: para ver si la necesidad de la gente nos conmueve como le conmovía a Él; para ver también si en los actos de Jesús estamos dispuestos a reconocer su soberanía, su poder y su gracia; para ver si en los caminos por los que el Señor nos guía, acertamos a ver «señales» que apuntan a un mensaje determinado que en cada situación nos conviene, porque nos concierne.

4. La respuesta de Felipe: «Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarán para que cada uno de ellos tome un poco» (v. Jua 6:7). Como si dijera: «Ni en la región circunvecina podremos hallar suficiente pan, ni tenemos dinero suficiente para poder comprarlo». Según él, ni aun esa suma de dinero bastaría para que cada uno tomase «un poco», mucho menos, para que todos quedasen satisfechos (v. Jua 6:12). Jesús podía haberle replicado, como lo hizo en Jua 14:9: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe?» No culpemos a Felipe de ello, cuando nosotros mismos estamos inclinados a desconfiar del poder de Dios cada vez que nos fallan los medios visibles y ordinarios, con lo que mostramos que no confiamos en Él más allá de lo que podemos ver.

5. La información que Cristo recibió acerca de la provisión de que disponían los discípulos. Fue Andrés quien dio este informe, y en él podemos apreciar:

(A) La fuerza de su amor hacia aquellos por quienes estaba el Maestro preocupado, ya que se mostró dispuesto a presentar todo lo que tenía a mano, aunque ellos mismos también lo necesitaban y podía haberse dicho: «La caridad comienza por uno mismo». No no ocultó lo que había hallado, sino que dijo a Jesús: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos» (vv. Jua 6:8-9). Es un detalle curioso el que, igual que en Jua 12:20-22, hallemos aquí mencionados juntamente a Felipe y a Andrés, ambos de la misma ciudad y dos de los seis primeros discípulos del Señor (Jua 1:41-43). La provisión era ordinaria, pero sana; aunque el pan de cebada era alimento de pobres, no quiere decir que fuese un pobre alimento; y los peces, según el original griego, eran de los que se usan para condimento o sandwich. De todos modos cuando hay hambre, pan y pescado son un festín, y Andrés no sé avergonzó de presentarlo al Señor, y lo hizo con generosidad. Esto nos enseña a tener fe en la providencia del Señor y socorrer a los necesitados, sin temor a que vayamos a morir de hambre. Imitemos a Andrés y a la viuda de Sarepta (v. 1Re 17:8-16).

(B) La debilidad de su fe: «Pero, ¿qué es esto para tantos?» (v. Jua 6:9). Ni Felipe ni Andrés tenían en cuenta, como debían tenerlo, el poder de Jesús.

6. Las instrucciones que dio Jesús a sus discípulos: «Haced recostar a ta gente» (v. Jua 6:10). Sin lanzar ningún reproche a Felipe ni a Andrés, Jesús se dispone a obrar: La providencia de Dios irá al mercado y comprará provisiones sin dinero. No había divanes en aquel lugar, pero la hierba prestaba cómodo asiento a los comensales: «Y había mucha hierba en aquel lugar»; y, al ser primavera, el aspecto del campo resultaría agradable a la vista (v. Mat 6:29-30), tanto y aun más que los jardines de Asuero para sus banquetes (v. Est 1:4.), pues la pompa que ostenta la naturaleza es la más gloriosa. Fue Dios quien plantó el primer jardín (Gén 2:8). También el número de los comensales superó al de cualquier banquete: «Cinco mil varones», sin contar mujeres y niños (Mat 14:21). Este gran banquete es figura del que el Señor ofrecerá en el monte de Sion a todos los pueblos (v. Isa 25:6) y, espiritualmente, del Evangelio que había de ser predicado a toda criatura (Mat 28:19; Mar 16:15; Luc 24:47; Hch 1:8), como un banquete que la misericordia de Dios prepara gratuitamente para todos los hambrientos y sedientos de justicia (v. Isa 55:1.).

7. La distribución del alimento (v. Jua 6:11). Nótese que Jesús, como en la resurrección de Lázaro (Jua 11:41-42), dio gracias antes de obrar el milagro no después de comer como se indica en Deu 8:10, ni usó una fórmula ya hecha (como hacían los escribas y fariseos) pues Jesús según observa Hendriksen, era siempre original, no copiaba las expresiones de los rabinos, ni nos lo podemos imaginar orando al Padre de esa manera. Este detalle de la acción de gracias de Jesús revistió gran importancia para el evangelista, como puede notarse por el versículo Jua 6:23. También nosotros hemos de dar continuamente gracias a Dios, del que nos viene toda dádiva y todo don perfecto (Stg 1:17). Aunque nuestras provisiones sean escasas sabemos que no nos han de faltar si buscamos primero el reinó de Dios y su justicia (Mat 6:33), y debemos ser agradecidos y compasivos, al ver que una tercera parte de la población mundial perece físicamente por falta de lo más necesario para la vida temporal. Notemos también que, no sólo hubo un poco para cada uno, sino que todos pudieron comer «cuanto querían» y quedar «saciados» (vv. Jua 6:11-12). Esto bastaría para que nadie llamase «ayuno y abstinencia» a comer pescado, pues equivale a menospreciar el gran banquete que Jesús dio, con pescado, a las multitudes.

8. Pero la saciedad no es excusa para el despilfarro; por eso «Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada» (v. Jua 6:12). Esto nos enseña a no malgastar ninguna cosa que Dios provea para nuestro sustento y cobijo, pues Él nos las ofrece para que las administremos como es debido, y bien merece llegar a pasar verdadera necesidad el que derrocha lo que tiene, como le pasó al Hijo Pródigo (v. Luc 15:13-14), pues de ahí le vino el nombre de «pródigo», sinónimo de «derrochador». Por otra parte, cuando nos veamos satisfechos, hemos de acordarnos de los que padecen necesidad; y, para ser caritativos, hemos de ser buenos administradores de lo que poseemos. Notemos dos detalles adicionales: (A) Cristo no mandó recoger los pedazos mientras no estaban saciados los que comieron; (B) no mandó recoger migajas, sino fragmentos: pedazos que sirvieran para ser aprovechados después. «Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido» (v. Jua 6:13). Estas cestas, repletas de pedazos sobrantes, daban testimonio de la realidad y de la grandeza del milagro. Las cestas eran doce, una por cada discípulo, para que compartieran con Jesús, hiciesen memoria del milagro y quedasen bien pagados por la generosidad con que pusieron a disposición de la multitud lo que podían haber guardado para sí mismos.

III. A continuación el evangelista refiere la impresión que el milagro causó en los que fueron testigos y beneficiarios del portento: «Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Éste es verdaderamente el profeta que había de venir al mundo» (v. Jua 6:14). Incluso el vulgo era consciente de que había de surgir el profeta del que habló Moisés en Deu 18:15-18. Por la expresión «el que viene al mundo» (lit.), podemos colegir que la gente veía en Jesús al Mesías prometido. Pero no pasaban de ahí, esperaban un Mesías politico-militar que les sacase del yugo del poder extranjero, pero no creían en el Hijo de Dios para salvación. Muchos son también hoy los que reconocen en Cristo a un gran profeta pero no están dispuestos a reconocerle como el Salvador necesario y suficiente (Hch 4:12), ni a poner por obra sus enseñanzas.

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