Juan 6:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos aquí que Cristo se retira de la multitud. Ello se debe:

1. Al celo imprudente de muchos de sus seguidores: «Iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey» (v. Jua 6:15). Llenos de entusiasmo por el milagro de tan grande y generoso bienhechor, piensan que Él debe reinar, pues a Él le deben el no perecer de hambre (comp. con Gén 47:25). Los que son alimentados por Cristo con toda clase de gracias y favores han de entronizarle en su corazón como su rey. Pero el celo de estos hombres era imprudente por estar fundado en la ignorancia de la Escritura, ya que en toda ella estaba claro que el Cristo había de entrar en su gloria a través del sufrimiento, no del triunfo temporal (v. Luc 24:25-27, Luc 24:44-46). Un concepto equivocado de Cristo lleva a grandes errores. Este entusiasmo de la multitud era efecto de la carnalidad del corazón (v. Jua 6:26), pues pensaban en un rey que les sustentase materialmente y les llevase al triunfo en lo secular y lo político. Así es como, muchas veces, la religión queda prostituida bajo intereses políticos y materiales, al hacer de Cristo un líder revolucionario o un aliado del poder constituido. Y lo querían hacer rey por la fuerza, como indica el verbo original. Es frecuente el caso de hacer violencia a Cristo con el fin de «llevar el agua a su molino», como suele decirse, en vez de hacerse fuerza a sí mismo para llegarse a Cristo.

2. A la humildad del Señor Jesús, quien no se dejaba llevar de la vanidad, especialmente cuando se le ofrecían honores que no iban por el camino de Dios (comp. con Mat 4:4-10; Mat 16:22-23). Con esto, nos dejó un ejemplo estupendo y un testimonio fehaciente contra la ambición de fama y honores mundanos. ¡No codiciemos jamás ser ídolos de las multitudes! También fue un testimonio contra la sedición y la rebelión, contra todo lo que tiende a perturbar la paz de las naciones. Así que «volvió a retirarse al monte Él solo». Para huir de la seducción del aplauso popular, nada mejor que retirarse al monte, para estar a solas con Dios, pues nunca se está menos solo que cuando se está con Él.

II. Apuro de los discípulos en el mar.

1. Descenso de los discípulos al mar: «Al atardecer, descendieron sus discípulos al mar» (v. Jua 6:16). Una vez cumplido el quehacer del día, se dispusieron a volver a casa y, para ello, se hicieron a la mar con rumbo a Capernaúm (v. Jua 6:17).

2. La tormenta que se levantó mientras cruzaban el lago: «Se levantaba el mar con un gran viento que soplaba» (v. Jua 6:18). Después de banquetear con Jesús, no es extraña la aparición de una tempestad. «Había oscurecido ya» (v. Jua 6:17). Muchas veces, los hijos de Dios se hallan, no sólo en apuro, sino también en oscuridad al no saber qué camino tomar ni cómo soportar la aflicción que les sobreviene. «Jesús no había venido a ellos.» Esto era lo peor. Cuando el Señor esconde su rostro y parece que está ausente, es la «noche oscura» del espíritu, como la llamó Juan de la Cruz, es la hora de la gran prueba para los que de veras aman al Señor, no por las dulzuras que su comunión comporta, sino por lo que Él es. Para estos discípulos, la ausencia del Señor era su mayor preocupación. Se habían hecho a la mar, cuando la mar estaba en calma pero ahora, en medio del mar, surgía la tormenta. En tiempo de tranquilidad espiritual, hemos de prepararnos para la tormenta; la presencia y la presión del enemigo nos recuerda que somos peregrinos por el desierto de la vida y que hemos de estar prestos al combate con las huestes de maldad (v. Efe 6:10.; 1Ti 6:12; 2Ti 2:3-4; 2Ti 4:7) y recordar que el relevo vendrá cuando hayamos acabado la milicia (Job 14:14). No pensemos que, por ser hijos del día y de la luz (1Ts 5:5), estamos libres de las tinieblas y de la noche. Lo que importa es que las tinieblas, por densas que sean en derredor nuestro, no estén dentro de nosotros (v. 1Jn 1:5.).

3. La oportuna llegada del Salvador: «Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios (una distancia bastante para que tuvieran que remar durante varias horas), vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca». El poder de Cristo se sobrepone al efecto de las leyes de la naturaleza. El que había multiplicado milagrosamente los panes y los peces en la tarde pasada caminaba ahora sobre las aguas encrespadas a pie enjuto y como si fuese sobre la playa. Se acercó a la barca para infundirles ánimo y prestarles auxilio (comp. con Sal 107:23-32). Sin embargo, ellos «tuvieron miedo». Por lo que parece, temblaron más ante lo que les pareció un fantasma que ante la furia de la tormenta ya pasada. Lo sobrenatural imaginado les hacía mayor impresión que lo natural realizado. Bien se ha dicho que el noventa por ciento de nuestros temores son fruto de nuestra imaginación, sin motivo real. Y es curioso que el susto mayor aparezca cuando más cercano está el socorro mejor que podemos desear. ¡Con qué ternura y compasión silenció Jesús los temores de ellos: «Yo soy, cesad de temer» (v. Jua 6:20. Nótese el presente de imperativo). No hay palabras que puedan llevar mayor consuelo a un hijo de Dios que pasa por apuros o temores, que las que dice aquí el Señor. Es como si nos dijera: «Yo soy Jesús a quien tú amas» (comp. con Hch 9:5).

4. La rápida llegada a puerto, una vez que tuvieron a bordo al Señor: «Querían, pues, recogerlo en la barca; la cual llegó enseguida a la tierra adonde iban» (v. Jua 6:21). El verbo «querían» no significa que se conformasen con un simple deseo, sino que lo recogieron de muy buena gana en la barca. Todo lo que es valioso se aprecia más cuando se ha perdido o se ha carecido de ello por algún tiempo. La ausencia del Señor durante la tormenta avivó el deseo de los discípulos de tenerlo con ellos en la barca. Si Cristo está junto al timón de la Iglesia, nada tiene que temer el timonel; la barca llegará pronto, y con seguridad a puerto. En cambio «Si Jehová no guarda la ciudad, en vano vela la guardia» (Sal 127:1). Los discípulos habían remado de recio durante varias horas, sin conseguir avanzar mucho, pero, tan pronto como Cristo estuvo a bordo la barca «llegó enseguida a la tierra adonde iban». Si hemos recibido al Señor Jesucristo aunque la noche esté oscura y el viento sea fuerte podemos consolarnos con el pensamiento de que hemos de llegar pronto y salvos a puerto, pues estamos más cerca de lo que nos imaginamos.

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