Juan 7:45 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los principales sacerdotes y los fariseos se enfurecen aún más ahora, por haber fracasado el encargo que dieron a los alguaciles. Por lo que se ve, estaban reunidos en la cámara del Sanedrín, sin asistir a los servicios religiosos de aquel día, a pesar de ser «el gran día de la fiesta» (v. Jua 7:37). Allí esperaban impacientes que les trajesen preso a Jesús, pero los alguaciles regresaron sin Él. Vemos:

I. Lo que pasó entre los líderes y los alguaciles, al regresar éstos del templo.

1. La reprimenda que los líderes echaron a los alguaciles: «¿Por qué no le habéis traído?» (v. Jua 7:45). No les cabía en la cabeza que los que eran sus fieles servidores no hubiesen cumplido la orden que se les había dado.

2. La respuesta que dieron los alguaciles: «¡Jamás hombre alguno habló así!» (v. Jua 7:46, según la lectura mejor atestiguada). Ésta era una gran verdad pues nadie jamás ha hablado, ni puede hablar, con la sabiduría, el poder, la autoridad, la gracia, la claridad y el encanto con que habló Jesús. Los propios alguaciles que habían sido enviados para prenderle mostraron que les había impresionado de un modo profundísimo la forma en que Jesús hablaba. Y no solamente quedaron profundamente impresionados, sino que tuvieron la valentía de confesarlo ante sus propios superiores, con lo que venían a admitir que Jesús merecía mayor crédito que los que se sentaban en la cátedra de Moisés. Así es como el poder de la gracia de Dios pudo preservar a Cristo en esta ocasión, al hacer tal impresión en la conciencia de hombres que no eran sospechosos de simpatía hacia el Salvador. Su testimonio, pues, delante de las autoridades judías, tenía doble garantía.

3. «Entonces los fariseos les respondieron: ¿También vosotros habéis sido engañados?» (v. Jua 7:47). Como si dijesen: «Mal está que este hombre engañe a los que le siguen embobados y son sus discípulos, pero ¿vosotros? ¿Es posible que vosotros hayáis llegado a tal engaño, con tal estupidez?» El cristianismo, desde sus mismos comienzos ha parecido una estupidez a los sabios de este mundo; ha sido, incluso, llamado «el opio del pueblo»: suave droga para evadirse de las realidades de este mundo; creencia de «fanáticos» y de «beatas». Y, curiosamente, la mayoría de los incrédulos son «fanáticos ignorantes», que se dejan embaucar por los que, bajo el título universalmente reconocido de «expertos», les proponen sus hipótesis prejuzgadas como si fueran realidades evidentes. Es un hecho constante que, los que más duros se muestran para creer la verdad, más blandos se muestran para creer el error. Quienes se resisten a ser discípulos en la escuela del Maestro por excelencia, son extremadamente crédulos como alumnos en la escuela del diablo. Así es como estos líderes de los judíos quieren, a todo trance, que los alguaciles consideren:

(A) Que, si llegan a creer en Jesús, siguen el camino contrario al de los gobernantes y maestros del país, es decir, de las personas de mayor reputación dentro de la nación judía: «¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes, o de los fariseos?» (v. Jua 7:48). Según Jua 12:42, muchos de los gobernantes creían en Jesús, pero les faltaba valentía para confesarlo. De ello se aprovechaban estos líderes en su intento de querer persuadir a los alguaciles de que el prestigio de Jesús no era tan grande como a ciertas personas les parecía. La causa de Cristo raras veces tiene gobernantes y fariseos de su lado; la negación de sí mismo y el tomar la cruz son lecciones demasiado duras para tales personas.

(B) Que quienes hablan de esa manera a favor de Jesús son la gente más despreciable de la nación: «Mas esta gente que no conoce la ley son unos malditos» (v. Jua 7:49). ¡Cuán burlona y despectivamente hablan del pueblo: «esta gente»! Así como la sabiduría de Dios suele escoger lo necio, lo bajo, lo vil y lo despreciable de este mundo (1Co 1:27-28), así también la sabiduría de los hombres rebaja y desprecia a los que Dios ha escogido. Los líderes achacan este entusiasmo por Jesús a ignorancia de la ley, cuando era precisamente la ley, toda la Escritura, la que daba testimonio a favor de Jesucristo (Jua 5:39.). Quizá mucha gente del pueblo conocía poco de la ley, pero lo poco que conocía le servía mucho más que a los escribas, aunque éstos conocieran perfectamente la letra de la ley. Se repite con mucha frecuencia el caso de creyentes sencillos y fieles que poseen un conocimiento rudimentario de las Escrituras, pero llegan a una comprensión íntima, experimental, del Señor y de la misma Palabra de Dios, que supera con mucho a los amplios conocimientos bíblicos de exegetas y teólogos de fama mundial. Aquí podemos aplicar la sabia consideración que hallamos en la primera página de la famosa Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis: «¿De qué te sirve discutir cosas profundas de la Trinidad, si careces de humildad, por lo que desagradas a la Trinidad?» Finalmente, estos líderes vienen a pronunciar, como ex cátedra, sentencia de maldición contra quienes hablasen bien de Cristo (comp. con Jua 9:22). Se expresan de esta forma para dar escape a su indignación y para amedrentar a los alguaciles, a fin de que nada tuvieran que ver con la «maldita gente».

II. Pero ¡mira por dónde les sale un contradictor desde su propio campo, uno de los fariseos, el llamado por Jesús «el maestro del Israel» (Jua 3:10, lit.)! Veamos el diálogo que tuvo lugar entre ellos y Nicodemo (vv. Jua 7:50.). Observemos:

1. La justa y racional objeción que presentó Nicodemo contra esta manera de proceder de sus colegas. Notemos los detalles principales:

(A) Quién fue el que presentó la objeción contra ellos: «Les dijo Nicodemo, el que vino a Él de noche (Jua 3:1.), el cual era uno de ellos» (v. Jua 7:50). Aunque había visitado a Jesús y le tenía por maestro venido de Dios, retenía todavía su puesto en el Sanedrín y, con ello, la facultad de votar en las sesiones que en la cámara superior del país se celebraban. Dios tiene un «remanente» en lugares donde nadie sospecha (v. 1Re 19:18; Rom 11:4), de la misma manera que tiene enemigos o falsos amigos donde tampoco se podría sospechar (v. Jua 13:26-29). Aun en el caso de que hubiese venido a Jesús de noche por falta de coraje (lo cual no es seguro, v. el comentario a 3:1 y ss.), lo cierto es que ahora tuvo la valentía de salir en defensa de Jesús, asociándose así, en la expresión de los demás colegas, a la «maldita gente». Pero no podían acusarle de no conocer la ley; así que le acusan de simpatía hacia los galileos (v. Jua 7:52). No debemos juzgar mal, ni demasiado pronto, de quienes, al principio, sienten timidez en pasar por creyentes, pero que, a la larga, por la gracia de Dios, se muestran sinceros, valientes y maduros. ¡Que nadie ponga por excusa para disimular su fe el ejemplo de Nicodemo, a no ser que, como él, esté dispuesto a salir abiertamente en defensa de la causa de Cristo, y aunque esté solo en este menester pues esto es lo que hizo Nicodemo aquí y en Jua 19:29!

(B) Lo que alegó Nicodemo contra esa manera de proceder de los otros fariseos: «¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y averigua lo que hace?» (v. Jua 7:51). Con toda prudencia, arguye Nicodemo con base en los principios de la Ley misma, y en conformidad con las más elementales normas de justicia, que nadie debe ser condenado sin ser oído. Mientras que ellos reprochaban al pueblo sencillo de no conocer la ley (v. Jua 7:49), él les imputa tácitamente a ellos el mismo cargo. Nótense los tres oficios que Nicodemo atribuye a la ley: juzga, oye y averigua. Es justo que nadie caiga bajo la sentencia de la ley, sin haber pasado por el escrutinio de la ley. Los jueces tienen dos orejas, para recordarles que deben oír a las dos partes. Y las personas deben ser juzgadas, no por lo que se dice de ellas, sino por lo que ellas hacen. En los procedimientos judiciales, hay que atender a las acciones, no a las facciones; y antes de la espada de la Justicia, hay que usar la balanza de la Justicia.

2. Lo que ellos le contestaron a esta objeción. No le responden directamente, sino que le replican con tanto mayor encono y burla cuanto menor es la razón que les acompaña. En lugar de admitir que estaban procediendo ilegalmente, se evaden de la razón para acusarle implícitamente de insinceridad y de innegable simpatía hacia los despreciables galileos: «Respondieron y le dijeron: ¿Acaso eres tú también galileo?» (v. Jua 7:52). Pero van a cometer otro grave error, pues:

(A) Suponen que Cristo había nacido en Galilea, lo cual era falso, y que, puesto que la mayoría de los discípulos de Jesús eran galileos, todos lo eran; finalmente, suponen que de Galilea no había surgido ningún profeta, y también esto era falso. Pero supongamos que no hubiese surgido de Galilea ningún profeta, ¿era, por ello imposible que de allí surgiera alguno? ¿Pierde acaso valía, dignidad o virtud una persona por haber nacido en una región pobre y oscura?

(B) Pero lo más tremendo de este error es que retan a Nicodemo a que escudriñe las Escrituras: «Escudriña y ve que de Galilea nunca ha surgido ningún profeta» (v. Jua 7:52). Además de Oseas y Nahúm, quienes probablemente eran de Galilea, está el caso clarísimo de Jonás. En efecto, de Oseas, dice F. Buck: «Como la predicación de Oseas se desarrolla en el reino del norte (coincidente con Galilea. Nota del traductor), se supone que es oriundo del norte. Además, su perfecto conocimiento de las condiciones políticas y religiosas, de la geografía e historia de dicho reino, muestra que debía de ser de origen israelita» (es decir, no de Judea. Nota del traductor). En cuanto a Nahúm, la única probabilidad de que fuese galileo surge del nombre de Capernaúm que, en hebreo (kepar-najum), significa «aldea de Nahúm». Pero, como dice F. Buck, «el silencio de Nahúm sobre el reino septentrional, su alusión a Senaquerib, que devastó a Judá y atacó infructuosamente a Jerusalén, y el apóstrofe a Judá (Nah 2:2) hacen pensar que Nahúm era originario del reino meridional (es decir, de Judá. Nota del traductor)». De todos modos, el caso de Jonás es absolutamente claro, pues era de Gath-Hépher (2Re 14:25), ciudad situada en la frontera de Zabulón y Neftalí (Jos 19:13), precisamente a poco más de cuatro kilómetros y medio al nordeste de Nazaret. ¿Por qué este olvido? Personalmente (nota del traductor) sugiero que quizás era debido a que Jonás fue el único profeta del Antiguo Pacto que fue enviado por Dios, a pesar suyo, a predicar a los gentiles, cosa inaudita para un judío, como puede apreciarse por la admiración de aquellos judíos (¡convertidos!) de Hch 11:18. Ni Felipe (Jua 1:46) ni Nicodemo (Jua 7:52) se atreven a invocar el caso de Jonás, lo cual da a entender que también a ellos se les había olvidado (nuestro subconsciente olvida lo que no le conviene recordar. Nota del traductor). Hendriksen opina que quizá la rivalidad de ciudades vecinas jugase algún papel en el desprecio a Nazaret, en el caso de Natanael, por parte de un habitante de Caná.

3. El capítulo se cierra de una manera abrupta, precipitada, al no poder los líderes responder, de modo razonable, a la sincera y honesta observación de Nicodemo. Así que la «sesión» se levantó enseguida «y cada uno se fue a su casa» (v. Jua 7:53).

Antes de cerrar el comentario a este capítulo (nota del traductor), es preciso hacer dos observaciones que ningún expositor de la Biblia debe desconocer: 1) La división de la Biblia en capítulos se hizo «a la buena de Dios» en los primeros siglos de la Iglesia, pero la división en versículos es relativamente reciente (hacia el final de la Edad Media), por lo que, a veces, resulta algún tanto arbitraria. Aquí tenemos un caso de esa arbitrariedad, pues claramente se percibe que el versículo Jua 7:53 del capítulo Jua 7:1-53 debería ir unido al versículo Jua 8:1 del capítulo Jua 8:1-59, para resaltar mejor el contraste: «Y cada uno se fue a su casa; mas Jesús se fue al monte de los Olivos». ¡Qué contraste! Mientras los líderes religiosos se fueron a descansar, Jesús se fue a orar; mientras los líderes religiosos se fueron a sus casas, Jesús, que no tenía casa propia, fue a orar al monte y, con toda probabilidad, se refugiaría en la cercana casa de sus amigos de Betania. Quizá, como observa Hendriksen, «Jesús se retiró de la ciudad para evitar el peligro de ser arrestado, al saber que su hora apropiada para su arresto y crucifixión no había llegado todavía». 2) Toda la sección de Jua 7:53 hasta Jua 8:11 inclusive es objeto de discusión entre los expertos, no sin fundamento, pues el testimonio de los MSS es extremadamente confuso, hasta el punto de que unos autores tienen por espuria toda la sección, aunque otros sospechan que fue fraudulentamente extirpada de numerosos códices y MSS «por temor dice Agustín de Hipona a que las mujeres apelaran a este episodio como una excusa para su infidelidad conyugal». Mi opinión personal, al atender al estilo literario de la porción, y con base en los estudios de otros exegetas «conservadores», sin dejar de ser expertos, es que la porción es genuina e inspirada como el resto de las Escrituras, pero de origen lucano, no juánico, como se ve además por la forma parentética en que está inserta en el texto de Juan; el versículo Jua 8:12 del capítulo Jua 8:1-59 empalmaría así mucho mejor, y con mayor naturalidad, tras Jua 7:52. Lo más prudente es creer, como dice Hendriksen, «que lo que se nos refiere aquí, se llevó a cabo y que no contiene nada que esté en conflicto con el espíritu apostólico. De aquí que, en lugar de extirpar de la Biblia esta porción, debemos retenerla y usarla para nuestro provecho. ¡Los ministros no deben temer el basar sobre ella sus mensajes! Por otra parte, todos los hechos que conciernen a la evidencia textual deberían ser puestos en conocimiento de los lectores». Nótese la mención de «los escribas», única en Juan.

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