Juan 8:38 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, continúa la discusión de Jesús con los judíos.

I. Jesús expresa ahora la diferencia que existe entre sus propios sentimientos y los de ellos, remontándose a la fuente, también diferente, de tales sentimientos: «Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre» (v. Jua 8:38). Nótense los contrastes:

1. La doctrina de Cristo era de arriba: «Yo hablo lo que he visto (v. Jua 5:19) cerca del Padre». Cristo habla, revela, declara, lo que ha visto y oído en el seno del Padre (Jua 1:18; Jua 15:15); no cabe fundamento más firme. Las enseñanzas de Cristo no están basadas en discutibles hipótesis, sino que están cimentadas en la más segura y experimentable realidad. Es una prerrogativa del Hijo poder ser testigo de vista de lo que dice, y poder hablar de lo que ha visto.

2. En cambio, los hechos de ellos estaban inspirados por el diablo: «Vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre». Ellos hacían no sólo hablaban, lo que habían oído, no visto, como un susurro del diablo en los oídos de ellos. Del mismo modo que un niño educado por su padre, aprende las expresiones y los hábitos de su padre y crece pareciéndosele a él por imitación, más aún que por semejanza de rasgos fisonómicos, así también estos judíos se estaban haciendo semejantes al diablo, puesto que se habían propuesto imitar las actitudes del diablo (v. Jua 8:44).

II. A continuación, replica a las jactanciosas expresiones de ellos en cuanto a la relación de la que se gloriaban con respecto a Abraham y a Dios como «padres» de ellos.

1. Al oír las palabras de Jesús y darse cuenta de que no nombraba explícitamente a Abraham como padre de ellos, los judíos se indignan: «Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham» (v. Jua 8:39). Con esto, intentaban (A) darse honor a sí mismos y engrandecerse a sus propios ojos; (B) desahogar su odio contra Jesús como si el Señor insinuase que ellos habían aprendido a obrar mal siguiendo el ejemplo de Abraham, el padre espiritual de ellos, el gran amigo de Dios. A esto replica Jesús: «Si fueseis hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham» (v. Jua 8:39). El original dice, en todos los MSS, sois (no: fueseis), lo que induce a pensar que la lectura más probable, en cuanto al segundo verbo, atestiguada por bastantes MSS (aun cuando no los mejores), ha de ser «hacéis» (no: haríais). En este caso, como observa Hendriksen, las frases de Jesús sólo pueden entenderse como una ironía. Más aún, cuando la partícula de unión con el versículo Jua 8:40 no es «allá» = pero, sino «de», que puede traducirse por «y», «mas» o «sin embargo». En todo caso, la conclusión de Jesús es evidente: «Decís que sois hijos de Abraham; sin embargo, ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual se la he oído a Dios; no hizo esto Abraham» (v. Jua 8:40). En contraste con la conducta de Abraham, quien hospedó a los tres varones (uno de los cuales era, sin duda, el propio Jehová; los otros dos, ángeles, como puede verse por toda la historia de Gn. caps. Gén 18:1-33 y Gén 19:1-38), estos supuestos «hijos de Abraham» tramaban la muerte de Jesús, el Dios y Salvador del pueblo (Mat 1:21), así como el «hombre» (nótese el énfasis en la naturaleza humana de Jesús, como en 1Ti 2:5) que, lejos de hacerles daño había sido enviado por Dios para hablarles la verdad que había oído de Dios. A la impiedad y a la impenitencia, unían la ingratitud. Todo eso no cuadraba a quienes se tenían por hijos espirituales de Abraham, famoso por su humanidad, tanto como por su piedad: «no hizo esto Abraham». Además, «Abraham creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (Gén 15:6), mientras que ellos se obstinaban en su incredulidad. Por todo ello Jesús añade: «Vosotros hacéis las obras de vuestro padre» (v. Jua 8:41). Como si dijese: «No sois hijos de Abraham, sino que es evidente que pertenecéis a otra familia; es otro el padre cuyas obras imitáis». Todavía no les dice por su propio nombre quién es este otro padre, como si les diera tiempo para que la propia conciencia de ellos les redarguyera de su perversidad.

2. Pero, lejos de reconocer su indignidad en relación al parentesco que pretenden tener con Abraham, se enfurecen tanto más cuanto que Jesús no se digna todavía decirles quién es ese padre que les pertenece y en el que Él está pensando, así que responden: «Nosotros no somos nacidos de fornicación, tenemos un padre Dios» (v. Jua 8:41). La primera frase puede entenderse de tres maneras.

(A) Literalmente, en el sentido sexual. Este sentido no puede descartarse, con la malévola insinuación (corriente entre los judíos no convertidos) de que Jesús no era hijo legítimo, sino hijo bastardo de María y de un soldado romano de la guarnición de Nazaret. Vendrían a decirle: «Nosotros somos hijos de legítimo matrimonio; tú, no».

(B) Metafóricamente, en el sentido de idolatría pues en este sentido se usa, con mucha frecuencia, a lo largo del Antiguo Testamento y aun del Nuevo (v. Stg 4:4), ya que Jehová aparece como el «Marido» de Israel (v. Isa 54:5, Jer 31:32, y Oseas en muchos lugares). Éste es, sin duda, el sentido que mejor cuadra en este lugar, como admiten todos los exegetas. Pero, si eso era todo lo que podían alegar a su favor, el no tener ídolos a quienes adorar, ¿de qué les servía? Una persona puede estar libre de la idolatría en este sentido estricto y sin embargo, perecer por cualquier otra clase de iniquidad. Se gloriaban de adorar al único Dios, pero no le adoraban en espíritu y en verdad, como son los adoradores que Dios busca (Jua 4:24).

(C) A la vista del versículo Jua 8:48, podría vislumbrarse un tercer sentido: «Nosotros no somos como los samaritanos, gente híbrida; somos judíos, pura sangre israelita».

3. A la falaz apelación de ellos, Jesús responde y niega la paternidad que ellos reclaman para sí con respecto a Dios: «Si fuese Dios vuestro padre, me amaríais a mí» (v. Jua 8:42). El que ama al Padre, ama también al Hijo (1Jn 5:2) y «el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre» (1Jn 2:23). «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió» (Jua 5:23). En el versículo Jua 8:40, niega que ellos tengan verdadero parentesco con Abraham; ahora niega que tengan parentesco espiritual con el único Dios verdadero. Todos cuantos aman a Dios, aman también a Jesucristo. Así lo ha revelado el mismo Dios y así se revela también si somos o no hijos de Dios: ¿Amamos de veras al Señor Jesucristo? Obsérvese la importancia que Jesús da a su comisión como Enviado del Padre: «porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que Él me envió» (v. Jua 8:42). El énfasis es evidente por la repetición martilleante de la misma idea. Jesús vino para «congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Para llevar a cabo esta tarea dio su vida. ¿Y no hemos de acoger con brazos abiertos a tal mensajero, enviado por Dios con tal objetivo? Jesús añade una pregunta, llena de ternura, tanto como de asombro y tristeza: «¿Por qué no comprendéis mi lenguaje?» (v. Jua 8:43). Como si dijese: «¿Cómo no entendéis que soy el enviado y el Hijo de Dios, que soy el Mesías prometido que vengo a ofreceros la verdadera libertad, y que esta libertad sólo se consigue al escuchar la verdad que os predico en mis enseñanzas? ¿Tenéis tan embotada la mente, como para suponer cosas tan absurdas y hacerme preguntas tan estúpidas?» (vv. Jua 8:19, Jua 8:22, Jua 8:25, Jua 8:27, Jua 8:33, Jua 8:39, Jua 8:41). Antes que ellos le respondan a esta pregunta, Él mismo les da la respuesta: «Porque no podéis escuchar mi palabra», es decir, no queréis llevar a bien las cosas que os vengo hablando. Los que no son de la familia de Dios no entienden el dialecto de la casa de Dios. Estos judíos no comprendían el lenguaje de Jesús por el mero hecho de que su corazón estaba entenebrecido por el pecado y se negaban a admitir lo que sus prejuicios les impedían ver. Hay un refrán castellano que dice: «No hay peor sordo que el que no quiere oír». No les agradaba lo que Cristo decía; por eso, no acertaban a comprenderlo; «el que quiera … conocerá …» (Jua 7:17).

III. Súbitamente, Jesús les declara sin rodeos quién es el verdadero «padre» de ellos: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo» (v. Jua 8:44). Esta frase implica algo realmente horrendo y tuvo que caerles como una bomba. El cargo que les hace es muy duro, pero lo va a probar con abundante y contundente argumentación:

1. Con un argumento general: «y queréis hacer los deseos de vuestro padre» (v. Jua 8:44). La identidad de ideas, sentimientos y resoluciones demuestra una común naturaleza. Como si dijese: (A) «Hacéis lo que vuestro padre hace y quiere que hagáis, pues sois esclavos de él y estáis al arbitrio de su mala voluntad». Los deseos o concupiscencias peculiares del diablo, ser incorpóreo, son el orgullo, la envidia, el odio, la mentira y el engaño; son los peores pecados, puesto que provienen de la parte espiritual, donde no cabe la excusa de la debilidad o de la pasión carnal; (B) «queréis hacer los deseos del diablo vuestro padre». Cuanto mayor es la voluntariedad que en el pecado se pone, tanto mayor es el ingrediente diabólico que en tal pecado se encuentra; deleitarse en el pecado es propio del diablo.

2. Con dos ejemplos particulares, en los que ellos manifiestan su parentesco próximo con el diablo: el homicidio y la mentira:

(A) «Él (el diablo) ha sido homicida desde el principio». No desde el principio de la creación (Job 38:7, con toda probabilidad), ni desde el principio de su propia existencia (v. Isa 14:12-14; Eze 28:12-16. Nótese el «hasta que …» del v. Jua 8:15), sino desde el principio de la historia del hombre, cuando, mediante la tentación de Gén 3:1. hundió a la humanidad en la muerte espiritual, física y eterna (v. Rom 5:12; Heb 2:14; 1Jn 3:8). El gran tentador es el gran destructor. Los judíos le llamaban «el ángel de la muerte». Si el diablo no se hubiese hecho tan fuerte en Caín no le habría inducido a cometer un crimen tan horrible como asesinar a su propio hermano (v. 1Jn 3:12). De la misma forma, estos interlocutores de Jesús eran imitadores del diablo y seguidores de Caín: asesinos de almas, enemigos jurados de Cristo y decididos a darle muerte (v. Jua 8:37).

(B) El diablo es también mentiroso, un desertor de la verdad: «No se mantuvo en la verdad». Contra el parecer de Hendriksen, es mi opinión (nota del traductor), con Ryle y otros, de que este versículo, como Jud 1:6, muestra que el diablo «cayó de la verdad». La siguiente cláusula «pues no hay verdad en él» no significa que el diablo cayera de la verdad porque no hay verdad en él, sino que afirma el actual estado y condición del diablo: que es mentiroso y padre de la mentira. Un caso similar, en cuanto a la construcción gramatical, es 1Ti 1:13, donde Pablo dice: «fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia», donde no puede decirse que la ignorancia fuera la causa de la misericordia de Dios. En ambos casos, la conjunción no es gar = porque (causal), sino hoti = pues (explicativa). En el diablo no hay verdad; por eso se opone a la verdad que es Cristo. Del mismo modo se oponen a Cristo y a la verdad que el proclama estos judíos, con lo que muestran su directo parentesco con el diablo. El diablo es padre y patrón de la mentira. Tres cosas dice Cristo del diablo con relación a la mentira: (a) Que es un mentiroso; sus oráculos son mentira; sus profetas son mentirosos. Todas sus tentaciones son sugeridas por medio de mentiras», llamando bien al mal, y al mal bien» (Isa 5:20). (b) Que «cuando habla mentira, de lo suyo habla», es decir, conforme a su propia naturaleza. El diablo sólo es original, observa Hendriksen, cuando miente. En efecto, si el diablo dice alguna verdad, siempre está mezclada con mentira, con lo que las medias verdades se convierten en las peores mentiras, pues son más aptas para engañar, puesto que la mente humana está hecha para la verdad, y sólo cree en la mentira cuando ésta tiene apariencias de verdad. (c) Que es «padre de la mentira» o «padre del mentiroso», ya que el original admite cualquiera de las dos versiones. Dios hizo al hombre con una inclinación hacia la verdad; es congruente a la razón y a la luz natural el que hagamos y digamos la verdad; pero el diablo, al ocasionar la corrupción de la raza humana, introdujo la mentira en el género humano y se hizo el padre de todos los mentirosos, como si los hubiese engendrado y educado en la escuela de la mentira, por eso se parecen a él como hijos y discípulos de él.

IV. Después de mostrar que todos los homicidas y mentirosos son hijos del diablo, Cristo pasa, en los versículos siguientes, a tratar de que sus interlocutores se apliquen a sí mismos lo que acaba de decir. Dos son los cargos que presenta contra ellos:

1. Que no quieren creer la palabra de la verdad: «Y a mí, porque yo digo la verdad, no me creéis» (v. Jua 8:45). La verdad, en la forma que ya explicamos anteriormente, es el conjunto de supremos principios (sabiduría) acerca de las realidades reveladas por Dios en Cristo. No se trata de conocimientos científicos, sino de aquel «saber de salvación» (v. 2Ti 3:15), sin el cual todos los demás saberes de este mundo no sirven para nada, según la famosa estrofa que termina así:

«Que al final de la jornada,

aquel que se salva, sabe;

y el que no, no sabe nada.»

Cosa triste es que las verdades supremas, las más importantes, sean las que menos crédito reciben de la mayoría de los seres humanos, por rebelarse contra la luz (v. Jua 3:17-21). Y, al rebelarse contra la luz, se rebelan contra el que es la Luz personal de Dios (v. Jua 8:12). El corazón del hombre, perverso y engañoso (Jer 17:9) se rebela contra esa luz que pone al descubierto las profundidades malvadas, corruptas, de nuestro corazón. En vez de corregir el rostro, rompen el espejo (comp. con Stg 1:23-24), pero otro refrán castellano dice:

«Arrojar la cara importa,

que el espejo no hay por qué».

Y, para ponerles las cosas más en claro, como adelantándose a la objeción de ellos: «Tú no dices la verdad, ¿por qué te vamos a creer?», Jesús les reta a que presenten alguna prueba de que Él está en el error: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?» (v. Jua 8:46). Jesús había hablado del diablo como homicida y mentiroso, y había acusado a estos judíos de ser hijos del diablo por ser imitadores de Satanás en sus planes criminales y en su odio a la verdad que Cristo proclamaba. Jesús les reta ahora a que le presenten un solo caso en el que Él mismo haya obrado o dicho la mentira. Todo lo que hablaba lo decía para que ellos fuesen salvos (Jua 5:34), y lo confirmaba con la perfecta inocencia de su vida; su santidad era la mejor garantía de su verdad: «¿Quién de vosotros me redarguye (es decir, puede presentar pruebas. Es el mismo verbo griego de Jua 3:20; Jua 8:9 y Jua 16:8 además de otras 14 veces en que sale en el Nuevo Testamento) de pecado?» El hecho de que no respondiesen a este reto era una confesión implícita de la santidad y de la verdad de Jesús. El mismo juez que le sentenció a muerte hubo de confesar tres veces: «Yo no hallo en Él ningún delito» (Jua 18:38; Jua 19:4, Jua 19:6). El ladrón crucificado junto a Él, fue más lejos: «Éste no ha hecho nada impropio» (Luc 23:41). Y el centurión que había supervisado la ejecución de los crucificados, todavía fue más allá, al declarar: «Realmente, este hombre era justo» (Luc 23:47, comp. con Mat 27:54; Mar 15:39). La única razón por la que los hombres no creen en Cristo es porque no están dispuestos a dejar el pecado y abandonar el vicio; al no querer negarse a sí mismos, no están en condiciones de servir a Dios fielmente y de seguir a Cristo. Esto muestra la tremenda, condenatoria, inconsecuencia de los incrédulos, como Jesús les hace ver: «Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?» No dan tampoco respuesta a esta otra pregunta, puesto que tendrían que admitir que no son hijos de Dios.

2. Jesús mismo les da la respuesta que ellos no quieren dar, con la que presenta un cargo más profundo contra ellos: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; por eso no las escucháis vosotros, porque no sois de Dios» (v. Jua 8:47). Vemos:

(A) El principio que Cristo sienta: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios». El que toma partido por Dios, está dispuesto a escuchar lo que dice y deseoso de ponerlo por obra. En prueba de ello, investiga cuál es la voluntad de Dios y hace con gozo lo que agrada a Dios; percibe y discierne en las palabras de Cristo la voz de Dios, de la misma manera que los criados de una casa saben bien lo que el amo desea de ellos, y del mismo modo con que las ovejas saben distinguir entre la voz del pastor propio y la de los extraños.

(B) La aplicación que Cristo hace de este principio: «Por esto no las escucháis vosotros, porque no sois de Dios». Como si dijera: «El hecho de que vosotros os hagáis sordos a las palabras de Dios es una prueba evidente de que no sois de Dios». Puesto de otra forma: «Como no sois de Dios, no estáis en condiciones de escuchar con provecho las palabras de Dios, que son las que yo os hablo». Si la palabra del reino de Dios no rinde fruto, la culpa no es de la semilla, sino del terreno en que cae.

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