Juan 9:35 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos ahora el tierno cuidado e interés que nuestro Señor Jesús tuvo de este hombre, al recibir amorosamente al que acababa de ser excomulgado por el supremo tribunal religioso de la nación judía: «Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole …», lo que da a entender que el Señor le buscaba para darse a conocer a él y prestarle ánimo, primero, porque había hablado tan bien, con tanta valentía, en defensa de Jesús. Cristo cumplía así su promesa de dar la cara por los que le confiesan delante de los hombres y reconocer como suyos a quienes le reconocen a Él, a Sus doctrinas y a Sus normas. Esto ha de redundar a nuestro favor, no sólo para la recompensa futura, sino también para nuestro consuelo presente; segundo, porque los fariseos le habían excomulgado. Aquí había un pobre hombre que sufría por Cristo la mayor pena moral que un judío podía sufrir, ser cortado oficialmente del pueblo escogido, y el Señor quería que, así como su aflicción abundaba, su consolación sobreabundase. ¡Dichosos los que tienen un amigo de quien los hombres no tienen poder para apartarles! Jesús está siempre dispuesto a recibir tiernamente a quienes por causa de Él son injustamente rechazados y excomulgados por los hombres.

II. Las confortadoras palabras que Cristo le dirigió. Jesús le imparte ahora mayor instrucción, «porque a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá en abundancia» (Mat 13:12). Notemos que:

1. Jesús le examina en cuanto a su fe: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?» (v. Jua 9:35). Es probable, como dice Hendriksen, que el Señor recalcase el pronombre «tú», como implicando: «¿Crees tú, como un verdadero discípulo, en contraste con esos judíos que se niegan a creer?» Vemos que el Mesías es llamado aquí, por Él mismo, el Hijo de Dios (v., sin embargo, lo que luego diremos).

2. El pobre mendigo pregunta solícito acerca del Mesías en quien debe creer, y muestra estar dispuesto a hacerlo tan pronto como le halle: «Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en Él?» (v. Jua 9:36). La palabra «Señor» aquí es solamente una señal de respeto a un desconocido, en contraste con el «Señor» del versículo Jua 9:38. Algunos opinan que este hombre sabía que el Jesús que le había curado era el Hijo de Dios, pero que no sabía que este hombre que le hablaba era Jesús. Contra esta opinión va la evidencia del versículo Jua 9:11, donde el mendigo habla de Jesús meramente como hombre. Otros opinan que sabía que éste que le hablaba era Jesús, de quien él creía ya que era un hombre y un gran profeta, pero no sabía que Jesús era el Hijo de Dios (no está de más advertir que la lectura «Hijo del Hombre» está mejor atestiguada en los MSS que la de «Hijo de Dios». Nota del traductor). Esta opinión es la única correcta, a la vista del texto y del contexto.

3. El Señor Jesús revela entonces su identidad a este hombre: «Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que está hablando contigo Él es» (v. Jua 9:37). No hallamos en los evangelios que Cristo se expresase de un modo tan explícito, y con tantas palabras, para declarar su identidad a ninguna otra persona, excepto a la samaritana (Jua 4:26). A otras personas, las dejó a que razonaran por sí mismas si Él era o no el Hijo del Hombre, el Mesías. Cristo se declara aquí a este hombre por dos detalles:

(A) «Tú le has visto», es decir, «le estás viendo», puesto que hasta ahora el mendigo no había podido ver a Jesús, pero podía reconocerle por el timbre de la voz. Curado de su ceguera, este pobre hombre tenía el supremo consuelo, la gran bendición, de ver con sus propios ojos, a su Médico y Salvador. El mayor servicio que pueda prestarnos la vista del cuerpo es ayudarnos a incrementar nuestra fe e interesarnos por el bien de las almas, la nuestra y las de nuestros semejantes. Llegará un día en que, con estos mismos ojos, veremos a nuestro amable Redentor (comp. con Job 19:26-27). Mientras tanto, contemplémosle con los ojos de la fe, veámosle en su gloria y en su hermosura, y demos constante alabanza y perenne gratitud al que nos abrió los ojos del alma.

(B) «El que está hablando contigo, Él es». Los reyes de este mundo tienen por gran honor ser vistos de muchos con quienes no condescienden a hablar. Pero Cristo tiene a bien conversar tiernamente con quienes se acercan sinceramente a Él, y se manifiesta a ellos como lo hizo a los dos discípulos que iban a Emaús, y puso ardor en el corazón de ellos mientras les hablaba en el camino (Luc 24:32). Este hombre preguntaba por el Mesías cuando le estaba viendo y oyendo. El Señor Jesús está con frecuencia más cerca de quienes le buscan que lo que ellos mismos se pueden imaginar.

4. El pobre hombre reacciona espontáneamente ante esta sorprendente revelación, y dice: «Creo, Señor. Y le adoró». Profesó su fe en el Salvador, y se prosternó para adorarle. Aquí, la palabra «Señor» tiene un significado muy superior al del versículo Jua 9:36. Allí era una mera muestra de respeto; aquí, era la profesión de fe en la mesianidad de Jesús. ¿Cómo podía dudar ahora de lo que Jesús le decía, cuando ya antes había dado tan buen testimonio de Cristo y ahora este mismo Jesús que le había curado milagrosamente, se le revelaba tan abierta y generosamente? Al haber creído en el corazón, le confesaba también con la boca (v. Rom 10:9-10). La caña rajada (v. Isa 42:3) se había convertido en un cedro del Líbano y prestaba al Salvador del mundo su homenaje de pleitesía (Sal 2:12). Al adorar a Jesús, reconocía implícitamente que Jesús era el Hijo de Dios. Y Cristo mismo confirmaba esta creencia, al dejar que el hombre le adorara (comp. con Deu 6:13; Mat 4:10; Luc 4:8; Apo 10:10; Apo 22:9). Todo el que de veras cree en Jesús, no dudará en tributarle adoración. En cuanto al ciego ya curado, ya no sabemos más de él por el texto sagrado.

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