Juan 9:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 9:8 | Comentario Bíblico Online

Un hecho tan sorprendente como la curación de un ciego de nacimiento no podía menos de suscitar las hablillas de toda la localidad. Ahora se nos refiere lo que sus vecinos decían de él, como confirmación de lo sucedido. Lo que al principio no se cree sin escrutinio, puede ser admitido después sin escrúpulo. La gente discute:

I. Sobre si este hombre era el mismo que había estado ciego (v. Jua 9:8).

1. Los vecinos no pudieron menos de sorprenderse cuando se dieron cuenta de que veía y se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?» (v. Jua 9:8); es decir, el que se sentaba para mendigar. Al no poder trabajar para ganarse el sustento, sus padres no disponían de recursos para mantenerle, por lo que se veía obligado a mendigar. Quienes no pueden mantenerse de otra manera, no han de avergonzarse de mendigar. ¡Que nadie se avergüence sino de pecar! La caridad nos obliga a procurar ayuda a los que no pueden ayudarse a sí mismos; y la prudencia nos alerta a no dejarnos engañar por los falsos mendigos, holgazanes disfrazados; pues no debemos permitir que los zánganos y las avispas se coman la miel, mientras las laboriosas abejas se mueren de hambre. La verdad del milagro quedó manifiesta con el testimonio de tantas personas que habían visto mendigar al ciego; y este testimonio tenía más fuerza contra la infidelidad de los judíos que se negaban a creer que este hombre hubiese nacido ciego, que si él hubiese permanecido en casa, y ser mantenido por sus padres. Nótese también cómo condescendía Jesús a realizar sus milagros más portentosos entre aquellos que se distinguían, no por la dignidad de su nobleza, sino por la miseria de su pobreza.

2. «Otros decían: Él es» (v. Jua 9:9); es decir, es el mismo que se sentaba a mendigar, y era ciego. Estos eran buenos testigos pues llevaban mucho tiempo contemplando sentado en su silla a este hombre tan ciego como una piedra. «Y otros (decían): A él se parece» (v. Jua 9:9). Como si dudaran de que pudiese ser el mismo, se limitaban a comentar: «no es posible que sea el mismo, sino que es uno que se le parece mucho». Pero, si resultaba que era el mismo esta misma confesión mostraría que se había obrado en él un milagro portentoso. Pensemos: (a) En la sabiduría y el poder de la providencia de Dios al proveer tal variedad de rostros en hombres y mujeres, que, aun cuando sean miles de millones los habitantes de nuestro planeta no se hallan dos personas que sean totalmente idénticas. Incluso en los hermanos gemelos univitelinos (nacidos del mismo óvulo), aun cuando mucha gente no acierta a distinguirlos, su madre los distingue por algún detalle, por nimio que sea. Esto es sumamente conveniente para la sociedad, el comercio y la administración de la justicia. ¡Qué caos se originaría, si no se pudiesen distinguir las facciones del rostro! (b) En el maravilloso cambio que la gracia de Dios es capaz de operar en personas que han sido malvadas y perversas, pero que, al recibir al Señor, de tal modo cambian visible y notoriamente, que uno se sentiría inclinado a pensar que no son la misma persona.

3. Esta controversia entre los vecinos quedaba zanjada por el testimonio del propio ciego, ahora sanado de su ceguera: «Él decía: Yo soy» (v. Jua 9:9); es decir, «yo soy el mismo de antes, pero no soy ciego como antes». El que antes era ciego, pero ahora veía, se había convertido en un monumento de la misericordia y de la gracia de Dios. Los que han sido iluminados y salvos por la gracia de Dios, no han de sentir vergüenza en confesar lo que antes eran.

II. Después someten a escrutinio la forma en que el hombre había obtenido la vista (vv. Jua 9:10-12). Dos son los detalles sobre los que inquieren los vecinos:

1. La forma en que se había llevado a cabo la curación: «¿Cómo te fueron abiertos los ojos?» (v. Jua 9:10). Es bueno observar y examinar el método y los medios con que Dios obra, a fin de que se vea mejor su maravillosa sabiduría. En respuesta a la pregunta de los vecinos, el hombre responde: «Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo … y recibí la vista» (v. Jua 9:11). Por aquí vemos que alguien debió de decirle cómo se llamaba el hombre que le curó. Quienes han experimentado el poder y la bondad de Dios, ya sea en las cosas temporales, más aún en las espirituales, deberían estar prestos en todo momento a comunicar sus experiencias. Es una deuda de gratitud hacia nuestro Bienhechor, y una deuda de testimonio hacia nuestros prójimos. Cuando los favores de Dios quedan silenciados en nosotros, no merecen ser incrementados para nosotros.

2. El autor del milagro: «¿Dónde está Él?» (v. Jua 9:12). Es posible que algunos hicieran esta pregunta por curiosidad, como si dijese: «¿Dónde está, a fin de que le podamos conocer?» Pero es posible que otros lo preguntaran con mala intención, como insinuando: «¿Dónde está, para que podamos echarle mano?» Podemos piadosamente pensar que alguien haría la pregunta con la mejor voluntad, como si dijese: «¿Dónde está, a fin de que podamos entregarnos a Él?» En respuesta a esto, el hombre se limitó a decir: «No lo sé» (v. Jua 9:12). Parece ser que, tan pronto como le envió al estanque de Siloé, Jesús se marchó de allí (recuérdese Jua 8:59). El hombre nunca había visto a Jesús, ya que, para el tiempo en que él recibió la vista, se había marchado el oculista. Con ninguna de las cosas que podía contemplar ahora este hombre, se habría visto tan satisfecho como con ver al que le había sanado, pero lo único que sabía de él es que se llamaba Jesús, el Salvador. Así pasa con el milagro de la gracia de la conversión de una persona: se ve el cambio efectuado, pero no la mano que lo llevó a cabo.

Juan 9:8 explicación
Juan 9:8 reflexión para meditar
Juan 9:8 resumen corto para entender
Juan 9:8 explicación teológica para estudiar
Juan 9:8 resumen para niños
Juan 9:8 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí