Levítico 13:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. En cuanto a la plaga de la lepra, podemos observar en general: Que es más bien una impureza que una enfermedad; o, al menos, así la consideraba la ley y, por consiguiente requería los buenos oficios de un sacerdote, no de un médico. Así de Cristo se dice que limpió leprosos más bien que los curó. No leemos que nadie muriese de lepra, sino más bien que los sepultaban vivos, dejándolos incapaces de conversar con nadie, excepto los infectados de la misma plaga. Se dice que comenzó primero en Egipto, de donde se extendió a Siria. Los judíos retuvieron las costumbres idolátricas que habían aprendido en Egipto, y por eso, Dios hizo justamente que esta enfermedad les siguiera juntamente con otras enfermedades de Egipto. Pero también leemos de Naamán de Siria, que era leproso (2Re 5:1). Había otras enfermedades de la piel que se parecían mucho a la lepra, pero no lo eran; éstas podían incomodar y atormentar al hombre, pero no lo hacían ceremonialmente inmundo. El diagnóstico estaba reservado a los sacerdotes. Se consideraba a los leprosos como estigmatizados por la justicia de Dios y, por eso, los casos de lepra eran puestos en manos de los ministros de Dios, de los que se esperaba que conociesen mejor que nadie los síntomas de la enfermedad, y poder así pronunciarse sobre los que eran leprosos y los que no lo eran. La lepra era figura de la polución moral de la mente humana por el pecado, que es la lepra del alma, ambos se parecen por su impureza, su infección y su contagio, así como por su curación la lepra, por los sacerdotes; el pecado, por la sangre de Cristo . Según los rabinos, la lepra era una aflicción de la Providencia en castigo de la calumnia o de la detracción, que se extiende fácilmente como la lepra. El poder de la gracia de Cristo transciende infinitamente al del sacerdocio levítico, pues el sacerdote sólo podía diagnosticar la lepra (como la ley nos da el diagnóstico del pecado porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado; Rom 3:20), pero Cristo puede curar al leproso, y puede quitar el pecado: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mat 8:2), que era mucho más de lo que los sacerdotes podían. Es una obra de gran importancia pero de gran dificultad, juzgar de nuestro estado espiritual; todos tenemos razones para sospecharlo, siendo conscientes de nuestras manchas y de nuestros dolores, pero lo difícil está en decidir si son limpios o inmundos.

II. Aquí se dan varias reglas por las que debe regirse el juicio de los sacerdotes. 1. Si la mancha estaba sólo en la piel, había esperanza de que no fuese lepra (v. Lev 13:4). Pero si era más profunda que la piel, la persona debía ser declarada inmunda (v. Lev 13:3). Las debilidades que son compatibles con la gracia de Dios, no penetran mucho en el alma, sino que la mente sirve todavía a la ley de Dios, y el hombre interior se deleita en ella (Rom 7:22, Rom 7:25). Pero si la cosa es más grave de lo que parece, y el interior del hombre queda infectado, el caso es peligroso. 2. Si la llaga conservaba el mismo aspecto y no se extendía, no era lepra (vv. Lev 13:5-6). Pero si se extendía mucho, y continuaba así después de varias inspecciones, el caso era malo (vv. Lev 13:7-8). Si una persona no se vuelve peor, sino que se le pone un tope al curso de sus pecados y se le hace un buen diagnóstico de sus corrupciones, es de esperar que se ponga mejor; pero si el pecado se extiende y la persona se vuelve peor cada día el deslizamiento hacia abajo es seguro, aunque a veces pase inadvertido. 3. Si hay tumor blanco en la piel, que cambie el color del pelo, el sacerdote no tiene por qué esperar más tiempo, pues es lepra de cierto (vv. Lev 13:10-11). No hay señal tan segura del mal estado espiritual de una persona como la hinchazón de su corazón en arrogancia, la confianza en la carne y la resistencia a las reprensiones de la Palabra y a los impulsos del Espíritu. 4. Si la erupción, cualquiera que fuese, cubría toda la piel de pies a cabeza, no era lepra propiamente dicha (vv. Lev 13:12-13), porque entonces era evidente que los órganos vitales estaban sanos y fuertes y la naturaleza podía ayudarse a sí misma y arrojar de sí todo lo molesto y pernicioso. Hay esperanzas en unas viruelas cuando las pústulas aparecen claras; así también, si los hombres confiesan sinceramente sus pecados y no los ocultan, no es el mismo peligro que cuando hacen todo lo posible por ocultarlos. Hay quienes concluyen de esto, que hay más esperanza de un mundano sincero que de un profesante hipócrita. Y es cierto, puesto que los cobradores de impuestos y las prostitutas entran en el reino de los cielos según el mismo Cristo delante de los escribas y fariseos. Hasta cierto punto, los repentinos arrebatos de la pasión, aunque son bastante malos de por sí, no son tan peligrosos como la malicia oculta. Otros concluyen que, si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados; si vemos y reconocemos que nada hay sano en nuestra carne a causa de nuestro pecado (Sal 38:3), encontraremos gracia a los ojos del Señor. 5. El sacerdote tenía que tomarse tiempo para dar su diagnóstico, y no darlo precipitadamente.

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