Levítico 16:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Instrucciones adicionales con referencia a esta gran solemnidad; en especial:

1. El día señalado para esta solemnidad. Debía ser observada cada año en el mes séptimo, a los diez días del mes (v. Lev 16:29).

2. El deber del pueblo en ese día. (A) Debían descansar de todos sus trabajos: Día de sábado es para vosotros (v. Lev 16:31). (B) Debían afligir sus almas. Debían abstenerse de todos los deleites corporales, en señal de la humillación interior y de la contrición de corazón por sus pecados. Todos (excepto los niños y los enfermos) ayunaban en ese día y dejaban a un lado sus ornamentos. Es muy de notar que el arrepentimiento personal era (y es) la condición indispensable para el perdón de los pecados delante de Dios, puesto que el día de la expiación, de suyo, sólo globalmente apartaba la ira de Dios de los pecados del pueblo, como sucedió en el Gran Día de la Expiación llevada a cabo en la cruz del Calvario (v. 2Co 5:19-20; donde a la reconciliación hecha en el Calvario globalmente, ha de unirse la reconciliación personal de cada uno).

3. La perpetuidad de esta institución: Esto tendréis por estatuto perpetuo (vv. Lev 16:29, Lev 16:34). No debía interrumpirse ningún año, ni cesar jamás hasta que dicha constitución y dispensación quedase disuelta, y el tipo fuese sustituido por el antitipo. La repetición anual de los sacrificios mostraba que había en ellos sólo una fuerza pequeña e imperfecta para hacer expiación, la cual sólo podía realizarse perfectamente por la ofrenda del cuerpo de Cristo una vez por todas (Heb 9:26, Heb 9:28; Heb 10:12, Heb 10:14); como esta sola vez fue suficiente, el sacrificio ya no necesitó ser repetido.

II. Veamos ahora cuánto Evangelio había en todo esto.

1. Aquí están tipificados los dos grandes privilegios de la remisión del pecado y del acceso a Dios; ambos los debemos a la mediación de nuestro Señor Jesucristo. Veamos, pues, aquí:

A) La expiación de la culpa que Cristo hizo por nosotros. Él es, a un mismo tiempo, el hacedor y la materia de la expiación, porque Él es: (a) El sacerdote, el sumo sacerdote, que hace propiciación por los pecados del pueblo (Heb 2:17). Nadie podía estar junto al sumo sacerdote cuando éste hacía la expiación (v. Lev 16:17); así nuestro Señor Jesucristo ofreció en soledad su sacrificio, pues todos sus discípulos le abandonaron y huyeron, ya que, si alguno de ellos hubiese sido arrestado y llevado a la muerte juntamente con Él, habría podido considerársele como que de alguna manera le asistía al hacer la expiación; y también estaba destinado a pisar el lagar en soledad el día de la venganza (Isa 63:3-6, Apo 14:20; Apo 19:15). Pero, mientras que la expiación llevada a cabo por el sumo sacerdote alcanzaba solamente a la congregación de Israel, Cristo es la propiciación, no sólo por los pecados de los judíos, sino por los de todo el mundo gentil (1Jn 2:2). También supera Cristo infinitamente a Aarón en que Aarón necesitaba primero ofrecer sacrificio por sus propios pecados, de los cuales tenía que hacer confesión sobre la cabeza del macho cabrío, pero nuestro Señor Jesucristo no tenía ningún pecado propio del que responder. (b) Así como Él es el Sumo Sacerdote, así también es Él mismo la víctima del sacrificio con la que se lleva a cabo la expiación; porque Él lo es todo en todo en nuestra reconciliación con Dios. Así fue Él tipificado por los dos machos cabríos que hacían conjuntamente una sola ofrenda: el macho cabrío degollado era tipo de Cristo que moría por nuestros pecados; el macho cabrío vivo era tipo de Cristo que resucitaba para nuestra justificación (Rom 4:25). Primeramente, vemos que la expiación se completaba poniendo los pecados de Israel sobre la cabeza del macho cabrío. El pueblo merecía haber sido abandonado y enviado a una tierra olvidada, pero este castigo era transferido al macho cabrío que llevaba sus pecados, con referencia a lo cual leemos que Dios cargó sobre Él (nuestro Señor Jesucristo) la iniquidad de todos nosotros (Isa 53:6), y también leemos que llevó Él mismo nuestros pecados (pues asumió la responsabilidad de ellos y pagó la pena de ellos) en su cuerpo sobre el madero (1Pe 2:24). En segundo lugar, la consecuencia de esto era que todas las iniquidades de Israel eran llevadas a una tierra de olvido. Así Cristo, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo (Jua 1:29), al mismo tiempo que lo carga sobre sí. Y, cuando Dios perdona el pecado, se dice que ya no se acuerda más de él (Heb 8:12), que se lo echa a la espalda (Isa 38:17), que lo arroja a lo profundo del mar (Miq 7:19), y que lo aparta tan lejos como el oriente del occidente (Sal 103:12).

B) La entrada del sumo sacerdote en el lugar santísimo era tipo de la entrada que Cristo hizo en los cielos a favor nuestro. Lo expone así Heb 9:7 y siguientes, donde se muestra: (a) Que el Cielo es el verdadero Lugar Santísimo, no el de un edificio hecho por manos humanas, y que la entrada en él por medio de la fe, la esperanza y la oración, en virtud y a través de un Mediador Jesucristo Hombre, no estaba entonces tan claramente manifiesta como lo está ahora para nosotros por el Evangelio. (b) Que Cristo nuestro gran Sumo Sacerdote, entró en los cielos el día de su Ascensión de una vez por todas. (c) Que entró por medio de su Propia sangre (Heb 9:12), y esparció su sangre, por decirlo así, delante del propiciatorio, donde habla mejor que la sangre de los becerros y de los machos cabríos. Por eso leemos que apareció en medio del trono como el Cordero que ha sido inmolado (Apo 5:6). La intercesión de Cristo allí aparece como incienso, mucho incienso (Apo 8:3). Y así como el sumo sacerdote intercedía primero por sí, luego por su casa, y después por todo Israel, así también nuestro Señor Jesucristo, en el capítulo diecisiete de San Juan, se encomendó primero a sí mismo al Padre, luego a sus discípulos, que eran como su familia, y después a todos los que habían de creer por la palabra de ellos.

2. También están aquí tipificados los dos grandes deberes del Evangelio, que son la fe y el arrepentimiento mediante los cuales somos cualificados para participar de la expiación y apropiarnos sus beneficios. (A) Por la fe debemos poner nuestras manos sobre la cabeza de la ofrenda, y descansar y poner toda nuestra confianza en el Señor que es nuestra Justicia (Jehová Tsidqenú), y apelar a su satisfacción como a lo único capaz de expiar nuestros pecados y procurarnos el Perdón. ¡Él responde por nosotros! (B) Por el arrepentimiento debemos afligir nuestras almas; no sólo absteniéndonos por algún tiempo de los deleites del cuerpo, sino tener pesar interno por nuestros pecados, y vivir una vida de negación de nosotros mismos y de mortificación.

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