Levítico 19:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nos enseña:

I. A ser honestos y sinceros en todos nuestros tratos (v. Lev 19:11). Todo lo que poseamos en el mundo, hemos de cuidar que sea honestamente adquirido, porque no podemos ser ricos de verdad, ni por mucho tiempo, con lo mal adquirido.

II. Mantener un respeto muy reverente al sagrado nombre de Dios (v. Lev 19:12).

III. No robar ni retener lo ajeno (v. Lev 19:13). No debemos apropiarnos, mediante fraude o robo, de lo que no es nuestro; ni retener lo que pertenece al prójimo. El jornalero debe percibir su jornal diario tan pronto como haya acabado su trabajo diario, si así lo desea.

IV. Hay que cuidar con especial delicadeza del crédito y de la seguridad de quienes no pueden ayudarse a sí mismos (v. Lev 19:14). 1. El buen nombre del sordo: No maldecirás al sordo, esto es, no sólo al que es en sí tal que no puede oír ni de cerca, sino también al ausente, que no puede oír de lejos. 2. También hay que procurar salvaguardar la integridad física del ciego no poniendo ningún tropiezo delante de él; porque esto es añadir nueva aflicción al afligido. Esta prohibición implica el precepto de ayudar al ciego retirando los obstáculos que haya en su camino. Los escritores judíos, al tener por imposible que alguien sea tan bárbaro y cruel como para poner tropiezo delante del ciego, lo han entendido en sentido figurado de prohibir dar mal consejo a los simples e inexpertos, con lo que pueden ser inducidos a hacer algo que resulte en su propio perjuicio.

V. A los jueces y a los constituidos en autoridad se les manda dar un veredicto imparcial y administrar justicia sin acepción de personas (v. Lev 19:15). Ni al pobre distinguirás en su causa (Éxo 23:3). Aunque no haya medida en la limosna que se puede dar a un pobre, no puede concedérsele como un derecho nada que no se le deba legalmente, ni puede hacerse de su pobreza una excusa para eximirle de un justo castigo por alguna falta que haya cometido. Dicen los judíos: «Los jueces quedan obligados por esta ley a ser tan imparciales, que no permitan a una de las partes en contienda sentarse mientras la otra permanece de pie, ni permitir a uno decir lo que le plazca y pedir a otro que sea breve» (V. Stg 2:1-4).

VI. A todos se prohíbe injuriar de alguna manera el buen nombre del prójimo (v. Lev 19:16), ya sea: 1. En conversación corriente: No andarás chismeando entre tu pueblo. La palabra hebrea para «chismoso» significa «ir de una parte a otra como un revendedor», porque los chismosos toman chismes de una casa y los llevan a otra y ordinariamente truecan allí su mercancía. Este pecado es condenado en Pro 11:13; Pro 20:19; Jer 9:4-5; Eze 22:9. Dice un escritor judío: «No existe un carácter tan despreciable como el de un chismoso; tal persona es una peste para la sociedad y debería ser exiliado de la habitación de los hombres». Y el Talmud añade que «el calumniador, el hombre de mala lengua, es peor que un asesino, porque destruye la reputación, que es más preciosa que la vida». De ahí que el Libro de Oración de los judíos contiene esta plegaria, para recitarla tres veces al día: «Oh, Dios mío, guarda mi lengua de todo mal, y mis labios de hablar engaño». O: 2. Al dar testimonio, como ya está sancionado en el Decálogo (Éxo 20:16). La frase siguiente de este versículo (Lev 19:16) dice en hebreo: No estarás sin hacer nada ante la sangre de tu prójimo; es decir, no mirarás con indiferencia a un semejante que esté en peligro mortal de ahogarse, ser atacado por fieras o ladrones, etc., sin hacer nada para rescatarlo del peligro. Este es también el claro sentido de Pro 24:11-12.

VII. Se nos manda corregir a nuestro prójimo con amor (v. Lev 19:17). 1. Es preferible, y así está aquí mandado, corregir al prójimo que odiarle por algo en que nos haya injuriado. Si pensamos que nuestro prójimo nos ha perjudicado en algo, no debemos albergar una secreta ojeriza contra él ni alejarnos de él. Más bien debemos esforzarnos en convencerle del daño que nos ha causado y razonar el caso amablemente con él. Esta es la norma que nuestro Salvador nos propone para estos casos (Luc 17:3). 2. Por tanto, repréndele; repréndele por su pecado contra Dios, precisamente porque le amas. La corrección fraterna es una obligación que nos debemos unos a otros y deberíamos darla lo mismo que recibirla, con amor: Que me corrija el recto, será óleo excelente que no rehusará mi cabeza (Sal 141:5). No cabe negar que es un precepto sumamente difícil, puesto que necesita mucha humildad por parte del que recibe la corrección; y mucho amor, mucha humildad, mucha delicadeza y mucho tacto por parte del que corrige.

VIII. Nos manda deponer todo sentimiento de venganza y de rencor, y revestirnos de amor fraternal (v. Lev 19:18). 1. No debemos abrigar malos sentimientos contra nadie. 2. Debemos tener buenos sentimientos para todos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, y en él consiste la Regla de Oro de Mat 7:12, por la que hemos de hacer a nuestro prójimo como querríamos que nos hiciesen a nosotros. Si vuestra alma estuviera en lugar de la mía decía Job (Lev 16:4). «Póngase en mi lugar» solemos decir , cuando pasamos por un apuro. Ya en el Antiguo Testamento encontramos casos de sublime magnanimidad, como los de José y David, que supieron devolver bien por mal. Pero el Nuevo Testamento va mucho más lejos con el nuevo mandamiento del Señor (Jua 13:34-35). Pues si Cristo puso su vida por nosotros, también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1Jn 3:16), amemos así, amemos así al prójimo más que a nosotros mismos. Sin duda que, después del Señor, nadie como Pablo ha cumplido este precepto del amor que llega hasta la total negación de sí mismo (V. 2Co 12:15; ¡versículo conmovedor!).

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