Lucas 11:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Cuál es la señal que podemos esperar de Dios para confirmación de nuestra fe. La prueba más grande y más convincente de que Cristo era el Enviado de Dios fue Su resurrección de entre los muertos.

1. Vemos que Cristo reprocha al pueblo el que pidan otras señales diferentes de las que ya les habían sido mostradas copiosamente: «Apiñándose las multitudes …» (v. Luc 11:29); era una vasta muchedumbre la que estaba escuchándole. Cristo sabía bien qué es lo que les traía a donde Él estaba: «Buscan una señal»; venían a contemplar algo muy espectacular de lo que pudiesen hablar y ponderar cuando volvieran a sus casas.

2. Pero Cristo les dice que únicamente les será dada la señal de Jonás el profeta, la cual simbolizaba y tipificaba la resurrección de Cristo (v. Mat 12:39-40). Y, si esta señal no les convence, no pueden esperar otra cosa que una destrucción completa: «El Hijo del Hombre lo será («una señal»; vv. Luc 11:29, Luc 11:30) para esta generación»; una señal dirigida a ellos y contra ellos.

3. Con la promesa de la señal, Jesús les amonesta sobre la gravedad del pecado que están cometiendo: «La reina del Sur (la de Sebá; v. 1Re 10:1.) se levantará en el juicio con los hombres de esta generación y los condenará» (v. Luc 11:31); es decir, reprobará la falta de fe de ellos. Ella era extraña a los pactos de Israel, pero «vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón»; no sólo para satisfacer su curiosidad, sino para adquirir información provechosa. «Y he aquí uno mayor que Salomón en este lugar.» Con todo, estos perversos judíos no hacían caso alguno de lo que les decía el Mesías que se hallaba en medio de ellos. También los ninivitas se levantarán en el juicio y les condenarán, «porque se arrepintieron ante la predicación de Jonás» (v. Luc 11:32), mientras que estas gentes no se arrepentían ante la predicación de Cristo. El contraste adquiere mayor relieve cuando se considera que Jonás sólo predicó destrucción (¡ni siquiera arrepentimiento!; v. Jon 3:4), mientras que Cristo predicó arrepentimiento (Mar 1:15) y vino a salvar lo perdido (Luc 19:10).

II. Cuál es la señal que Dios espera de nosotros como evidencia de nuestra fe y de una vida consecuente con la doctrina que profesamos creer:

1. Nosotros como ellos tenemos suficiente luz. Después de encender la antorcha del Evangelio, Dios no la puso en un lugar oculto ni debajo de un almud. Cristo no predicó en rincones secretos, sino en público y a plena luz. La luz del Evangelio está bien en alto como en un candelero, de modo que todos la puedan ver. Y es nuestra gran responsabilidad, no sólo recibirla, sino también vivirla de forma que los demás la vean a través de nosotros y glorifiquen al Padre Celestial.

2. Al tener suficiente luz, ellos querían ver. Pero por muy claro que aparezca un objeto, si el órgano de la visión no está sano, toda claridad será en vano: «La lámpara del cuerpo es el ojo» (v. Luc 11:34). La luz del alma es la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo, entre lo conveniente y lo perjudicial. Es el Evangelio de la gracia de Dios lo que nos proporciona esta capacidad para distinguir los valores de las cosas y sacar provecho de este sano discernimiento (v. Heb 5:14). Ahora bien:

(A) Si el ojo del alma es sano (lit. sencillo, es decir, de visión clara por el enfoque adecuado), si se dirige sólo a la verdad y procede de un corazón dedicado a Dios (no dividido entre dos señores), todo el cuerpo (¡toda la persona!) está lleno de luz. Si nuestra mente y nuestro corazón admiten la luz del Evangelio sin reservas y quedan llenos de ella, y no tienen parte de tinieblas (comp. con 1Jn 1:5.), toda nuestra persona será luminosa, «como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor» (v. Luc 11:36). Los creyentes, «en otro tiempo éramos tinieblas, mas ahora somos luz en el Señor; por tanto, andemos como hijos de luz» (Efe 5:8); es decir, que la luz que somos se transparente en nuestra conducta. El Evangelio penetra en aquellas almas cuyas puertas y ventanas están abiertas de par en par para recibirlo.

(B) Pero si el ojo del alma es maligno (no está sano o la visión es doble), no es extraño que la persona entera se halle en tinieblas (v. Luc 11:34). Por eso, advierte Cristo con toda seriedad: «Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas» (v. Luc 11:35). Seamos sinceros en nuestra búsqueda de la verdad, prestos a recibir sin obstáculos del corazón ni prejuicios de la mente la luz, el amor y el poder de las verdades divinas. ¡No seamos como los hombres de aquella generación a quienes Cristo predicaba! Los cuales nunca deseaban conocer la voluntad de Dios ni estaban dispuestos a ponerla por obra y, por consiguiente, no es de extrañar que anduvieran en tinieblas.

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