Lucas 12:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Tenemos un numeroso auditorio, reunido para escuchar la predicación de Cristo. Los escribas y fariseos buscaban la ocasión de acusarle, pero el pueblo le admiraba, le escuchaba y le honraba. «En esto» (v. Luc 12:1), mientras todavía estaba en casa del fariseo, la gente se reunió para oír un mensaje de sobremesa, pues Jesús acababa de comer, pero no quiso decepcionarles. A pesar de que, en el mensaje de la mañana, cuando se apiñaban las multitudes (Luc 11:29), les había reprendido severamente, no por eso dejaron de acudir a escucharle; por donde vemos que la gente escuchaba los reproches de Jesús con mejor disposición que los fariseos. Cuanto más se esforzaban los fariseos por apartar a las multitudes de Cristo, tanto más acudía la gente a Él. Aquí vemos que la multitud se reunió «por decenas de millares (lit.), tanto que unos a otros se pisaban». Es una delicia ver a la gente tan dispuesta a escuchar la Palabra de Dios. Cuando se echa la red entre una multitud tan grande de peces, es de esperar que algunos sean capturados.

II. Las instrucciones que dio a sus seguidores:

1. Comenzó precaviéndoles contra la hipocresía. Esto lo dijo a sus discípulos primeramente (según la lectura más probable). Ellos estaban mayormente bajo su cuidado y por eso les amonestó en especial, como hace un padre con sus hijos amados. Al haber hecho una profesión de seguir al Maestro más cerca que los demás, estaban en mayor peligro de caer en la hipocresía, la cual sería más grave en ellos que en los demás. Hemos de suponer que los discípulos de Cristo eran los hombres mejor dispuestos de aquella generación; sin embargo, necesitaban ser prevenidos contra la hipocresía. Por lo que indica el texto sagrado, Cristo dirigió esta advertencia a sus discípulos a la vista de aquella enorme multitud, para añadir así más peso a su amonestación y hacer que la gente supiera que Él no estaba dispuesto a consentir la hipocresía ni en sus propios apóstoles. Vemos aquí:

(A) La descripción del pecado contra el que les previene: Es «la levadura de los fariseos». Como la levadura, también la hipocresía se extiende, penetra hondamente en la persona y en todo lo que ella hace; hincha y amarga como la levadura, pues llena a los hombres de orgullo y planta en ellos raíces de amargura y hace que todas sus prácticas religiosas sean inaceptables para Dios y ofensivas para el prójimo. Esta era la levadura de los fariseos; es decir, el pecado que mejor les caracterizaba. Y Jesús viene a decir a sus discípulos: «Guardaos de imitarles, no copiéis en el cristianismo lo que ellos hacen en el judaísmo».

(B) Les da una buena razón contra ese vicio: «Porque nada hay encubierto que no haya de descubrirse» (v. Luc 12:2). Tarde o temprano, se sabrá (v. Luc 12:3). «Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas como en un rincón invisible del corazón, pero que no es consecuente con lo que profesáis públicamente, en la luz se oirá». De una u otra manera, llegará a descubrirse, y vuestra falsía y necedad quedarán manifiestas. Si la fe que un hombre profesa no tiene poder para dominar y curar la maldad de su corazón no siempre le va a servir de capa con la que cubrirse, pues llegará el día en que los hipócritas se verán despojados de sus hojas de higuera. (La segunda parte del versículo, contra la opinión de Meyer y del mismo M. Henry, entre otros, es meramente un paralelismo de lo dicho en la primera parte. Nota del traductor.)

2. A esto añade Jesús una exhortación, extensible a todos sus seguidores, de ser fieles a la verdad, sin traicionarla por maldad o por cobardía, como diciéndoles: «Ya sea que los hombres os oigan o no, decidles la verdad, toda la verdad y sola la verdad. Es muy probable que vuestra causa comporte sufrimiento pero no será para hundimiento; armaos, pues, de valentía, porque vuestros enemigos no han de prevalecer contra vosotros. En efecto:

(A) El poder de vuestros enemigos es muy limitado: Yo os digo, amigos míos (comp. con Jua 15:15), como consejo de buen amigo: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer» (v. Luc 12:4). Poco daño pueden hacernos quienes, por la causa de Cristo, llegan incluso a matarnos, pues lo único que consiguen es enviar más deprisa el cuerpo al reposo y el alma al gozo.

(B) «Hay que temer a Dios más que a los más poderosos hombres de este mundo, pues sólo Dios, «después de haber quitado la vida, tiene autoridad para echar en el infierno» (v. Luc 12:5). Al confesar a Cristo, se puede incurrir en la ira de los hombres; pero al negar a Cristo, se incurre en la ira de Dios, que es infinitamente más poderosa, como es infinita la diferencia entre el tiempo y la eternidad. «Es cierto dijo el obispo Hooper, mártir de la fe cristiana que la vida es dulce, y la muerte es amarga; pero la vida eterna es más dulce, y la muerte eterna es más amarga.»

(C) La vida de los sinceros creyentes y de los fieles ministros de Dios está bajo especial cuidado de la Providencia (vv. Luc 12:6-7). La Providencia de Dios toma nota de las criaturas más insignificantes, incluso de los gorriones, que se vendían dos por un cuarto y aun se añadía otro de propina («cinco por dos cuartos»). Si ni un gorrión es olvidado por Dios, ¿cómo va a olvidarse Dios de sus fieles hijos? Si ha podido decirse con razón que una sola alma vale más que todo el Universo material (v. 1Pe 1:18-19), el Dios que cuida de un animalito, ¿cómo va a descuidar a una persona ya santificada? (comp. con 1Co 9:9-10). Por eso, añade Jesús: «Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (v. Luc 12:7). Incluso quienes poseen una espléndida cabellera, tienen cada uno de sus pelos contados y numerados por Dios, aun cuando ni ellos mismos los puedan contar. Si Dios cuenta así los cabellos, ¡cuánto más contará nuestras lágrimas, las gotas de sudor en su servicio y las gotas de sangre derramadas por amor a Cristo y por la causa del Evangelio!

(D) Toda persona será reconocida o negada por Cristo ante el Padre, de acuerdo con el reconocimiento o la negación que haya hecho de Cristo en esta vida delante de los hombres (vv. Luc 12:8-9). Por caro que pueda costar confesar a Cristo delante de los hombres, es dichosa en extremo la perspectiva de la futura confesión que de nosotros hará Cristo delante de los ángeles de Dios. Jesús declarará no sólo lo que Él padeció por nosotros, sino también lo que nosotros hayamos padecido por Él. ¿Qué mayor honor se puede recibir? Por el contrario, quienes nieguen a Cristo, aun cuando sea por salvar esta vida temporal, van a sufrir una gravísima pérdida en el cambio, pues serán negados delante de los ángeles de Dios.

(E) Para destacar hasta qué extremo pueden llegar los hombres en su oposición al Evangelio, Cristo añade aquí lo que, en forma más completa, hallamos en Mat 12:11-12 sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo. De este pecado dice Jesús que «no le será perdonado», porque, como dice Lenski, «cierra toda posibilidad al arrepentimiento. Otros pecados y otras blasfemias hacen que el arrepentimiento sea posible. Es el Espíritu quien obra el arrepentimiento, y el blasfemar contra Él te excluye así como a su obra». Al ser el arrepentimiento condición necesaria para el perdón de los pecados (v. Luc 13:3, Luc 13:5; Hch 2:38), el que muere sin esa condición, muere sin perdón (comp. Jua 8:24). Una mala palabra contra Cristo puede tener alguna excusa en la ignorancia de su persona o de su obra: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc 23:34), pero el pecado contra el Espíritu Santo no tiene excusa en la ignorancia, pues sólo se comete cuando, con pleno conocimiento, el hombre resiste deliberadamente a la convicción del Espíritu Santo. Mientras dura esta resistencia, no hay posibilidad de salvación; pero Dios es poderoso también para quebrantar esta extrema resistencia; de ahí que a nadie se debe dar por perdido definitivamente antes de la muerte (son de notar los cuatro verbos en presente continuativo de Rom 2:4-5).

(F) Cualesquiera sean las pruebas por las que tengan que pasar, los discípulos de Cristo que no se avergüencen de confesar al Señor serán completamente equipados para padecer, no sólo con fortaleza, sino con gran honor (vv. Luc 12:11-12). Los fieles mártires de Cristo, no sólo tienen ante sí padecimientos que sufrir, sino testimonios que dar; y han de darlos bien, a fin de que no sufra la causa de Cristo aunque tengan ellos que sufrir por la causa; y si ellos procuran dar buen testimonio, bien pueden descargar sobre Dios toda ansiedad (1Pe 5:7); «Cuando os lleven a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder: (a) en defensa vuestra». Si Dios tiene a bien honrarnos con la palma del martirio, será para su gloria (v. Jua 21:19); y si no ha llegado nuestra hora, Él nos sacará adelante sin que suframos ningún daño (comp. Hch 12:6-11); (b) «o qué habréis de decir, para responder al interrogatorio a que nos sometan», pues no habrá motivo para estar perplejos, «porque el Espíritu Santo os enseñará en esa misma hora lo que se debe decir» (v. Luc 12:12). Él es Espíritu de la verdad, de sabiduría y conocimiento y nos sugerirá lo que hay que decir y el modo de decirlo, a fin de que nuestro testimonio sirva para honor de Dios y de su causa. Como ya hemos advertido en comentario a los lugares paralelos a éste (Mat 10:19-20; Mr. 13:11; v. también Luc 21:13-15), esta súbita y sabia enseñanza del Espíritu Santo ha de esperarse sólo en los casos en que un creyente sea citado ante los tribunales para dar testimonio de su fe, no para los casos en que un predicador holgazán descuide la preparación del mensaje, y espere que el Espíritu le dicte en el púlpito lo que ha de predicar, pues esto último no es honrar a Dios, sino tentarle.

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