Lucas 12:41 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Lucas 12:41 | Comentario Bíblico Online

I. Al llegar a este punto, tenemos una pregunta de Pedro a Jesús: «Señor, ¿diriges esta parábola a nosotros, o también a todos?» (v. Luc 12:41); es decir, «¿la diriges sólo a nosotros, los discípulos, o a toda la multitud que nos rodea?». Pedro hablaba aquí, como en otras ocasiones, en función de portavoz de los doce. Hemos de bendecir a Dios por los que se apresuran a dar un paso adelante, con tal de que quienes se atreven a tanto, se guarden del orgullo. En Lucas no hallamos respuesta directa del Señor a esta pregunta, pero sí en Marcos: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad» (Mar 13:37). Sin embargo, en Lucas, por el contexto, parece ser que tiene en cuenta principalmente a los apóstoles. Podemos y debemos, no obstante, cada uno aplicarnos la parábola, como todo lo demás de la Escritura (v. 2Ti 3:15-17) y decir: «¿Qué tiene que ver conmigo esta porción?»

II. La respuesta de Cristo a la pregunta de Pedro es peculiarmente apropiada para los ministros de Dios, que son los administradores en la casa de Dios (comp. con 1Co 4:1). Vemos:

1. Cuál es su deber como mayordomos y el encargo que el Señor les encomienda: Son constituidos sobre la servidumbre, bajo el mando del amo, que es Cristo; toda autoridad en la Iglesia es una delegación del Señor, ante quien el pastor es responsable, y al servicio de la comunidad eclesial. Allí está puesto el ministro de Dios como el mayordomo encargado de «dar a todos, a su tiempo, la ración conveniente» (v. Luc 12:42); es decir, la Palabra, el consejo, la exhortación, la reprensión y el consuelo que son apropiados para cada uno y a su tiempo. Tacto, prudencia, competencia, fidelidad, espiritualidad; he ahí las cualidades ideales de un ministro del Señor, difíciles de hallar, todas juntas, en una sola persona. Por eso dice la Palabra de Dios: «Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad» (Pro 11:14, comp. con Pro 15:22 y Pro 24:6). Se sobrentiende que los «consejeros» están capacitados para dar consejo, porque la multitud de consejeros incapaces no da ninguna seguridad; el consejo de un experto es preferible al de cincuenta inexpertos.

2. Cuál será la felicidad de los que muestren ser mayordomos fieles y prudentes: «Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así» (v. Luc 12:43). Es decir: (A) Que está actuando; no es un holgazán; (B) Que está haciendo así es decir como es su deber: dedicado a su Señor y predicando el Evangelio. (C) Que es hallado haciendo así cuando el Señor viene. La dicha de este siervo fiel queda ilustrada en el siguiente versículo, donde tenemos su promoción a un puesto de mayor privilegio y responsabilidad: «En verdad os digo que le pondrá como encargado de todos sus bienes» (v. Luc 12:44). Desde luego, los ministros de Dios que se han mostrado fieles en el desempeño de su ministerio recibirán una recompensa especial en el día de Jesucristo. A ellos pueden aplicarse las promesas que leemos en Dan 12:3: «Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas a perpetua eternidad» (comp. con 1Co 15:41-42).

3. Cuán terrible será el ajuste de cuentas que el Señor hará con los siervos infieles y traidores (vv. Luc 12:45-46). Ya consideramos esto en el comentario a Mateo y, por tanto, aquí haremos notar solamente que: (A) «Dice en su corazón: Mi señor tarda en venir». La paciencia de Cristo (como la de Dios, v. 2Pe 3:4-9) es interpretada con mucha frecuencia, como tardanza, con lo que se desaniman los suyos, y se animan los enemigos. (B) Los perseguidores del pueblo de Dios (e incluso los malos líderes del pueblo de Dios) se entregan a su propia comodidad y hasta sensualidad: «Y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse», sin querer percatarse de la maldad de su propio pecado ni del sufrimiento que causa a sus hermanos y consiervos. No es infrecuente el caso (los psicólogos podrían decir mucho sobre esto) de que precisamente los líderes que más tiranizan a las congregaciones sean demasiado indulgentes con sus propios pecados. (C) La muerte y el juicio serán terribles para todos los malvados, pero especialmente para los malvados ministros de Dios. Serán tomados por sorpresa: «Vendrá el señor de aquel siervo en un día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le cortará, y le pondrá con los infieles» (v. Luc 12:46).

4. Que el hecho de haber conocido su obligación y no haber cumplido con ella será una circunstancia agravante de su pecado: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que, sin conocerla, hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos» (vv. Luc 12:47-48). Parece ser que tenemos aquí una velada alusión a la distinción que hacía la Ley entre los pecados «por yerro» y los que se cometen «con soberbia» (Núm 15:24-30). Vemos, pues, que: (A) La ignorancia de nuestra obligación, aun siendo culpable es una circunstancia atenuante de nuestro pecado; por eso, el siervo que no conocía la voluntad del señor «recibirá pocos azotes», pero recibirá algunos, porque debía, y podía, haber conocido mejor la voluntad de su señor; su ignorancia le excusa en parte Pero no del todo, así fue como los judíos dieron muerte al Señor (v. Hch 3:17) y Pablo persiguió, antes de su conversión, a la Iglesia (v. 1Ti 1:13). Por eso, el mismo Jesús oró por los que le crucificaban, diciendo: «Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen». (B) En cambio el conocimiento claro de nuestro deber es una circunstancia que agrava nuestro pecado: «Aquel siervo … recibirá muchos azotes». Con toda justicia castigará Dios con mayor severidad a tal siervo, porque el conocimiento pleno de su deber demuestra un grado más elevado de voluntariedad y contumacia en su pecado (nótese el «voluntariamente» de Heb 10:26; 2Pe 3:5). (C) Y el Señor añade una buena razón: «Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le exigirá y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá» (v. Luc 12:48). Quienes poseen mayor capacidad y han recibido mayores dones que otros y que conocen mejor la Palabra de Dios, tendrán un ajuste de cuentas más severo que el de otros.

III. Jesús pasa luego a hablar de sus futuros padecimientos y de los padecimientos de los suyos por causa de Él. Comienza el Señor con una declaración general: «Fuego vine a echar en la tierra; y ¡qué deseo, si ya se encendió!» (trad. lit.). Muchos intérpretes al sacar estas palabras de su contexto, han visto en esta frase un deseo de Cristo de que todo el mundo se inflamase en el fuego del amor de Dios de la predicación del Evangelio y del derramamiento del Espíritu Santo. Pero, por el contexto, se ve que Cristo habla del fuego de la persecución, del «escándalo de la Cruz», que había de provocar persecución y división hasta en las familias. Cristo no es el autor de este fuego como tampoco es Él quien esgrime la espada de Mat 10:34, sino los perseguidores; pero Él permite este «incendio» a fin de que los suyos sean refinados en la persecución como el oro en el crisol (v. 1Pe 1:7; 1Pe 4:12). Vemos primeramente:

1. Que Él mismo ha de padecer mucho, pasando por este fuego que Ya se encendió contra Él: «De un bautismo tengo que ser bautizado» (v. Luc 12:50). No nos extrañe el cambio de metáfora. Las aflicciones son comparadas tanto al fuego como al agua (Sal 66:12). Jesús llama «bautismo» a sus padecimientos, porque fue totalmente sumergido en ellos, como Israel lo fue en el mar (1Co 10:2). Cristo los conocía de antemano y les pone un nombre que les quita terribilidad; los llama «bautismo», no «inundación» (comp. con Isa 43:2); le habían de cubrir, pero no le habían de ahogar. Con ello, santificaba el nombre de bautismo y mostraba que, aun cuando comportaba una sepultura, también indicaba resurrección (comp. con Hch 2:24-31; Rom 6:3-11). Y Jesús añade: «Y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!» (v. Luc 12:50). También esta frase ha sido mal entendida, como si Cristo desease que la hora llegara, cuando lo que Él deseaba es que la hora pasara, fuera consumada (el verbo es el mismo de Jua 19:30). Por otra parte, como hace notar Bliss, el verbo «me angustio» es el mismo que Pablo usa en Flp 1:23. Dice Bliss: «Los dolores de la muerte ya, en anticipación, se apoderaron de Él , y la perspectiva era terrible para el Hijo del Hombre. Pero, por otro lado, esa era la voluntad del Padre, e igualmente la suya, de que Él así sufriera, y para esa hora había venido al mundo» (v. Jua 12:27). No hemos de perder de vista, con todo, que estaba profetizado: «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Isa 53:11, comp. con Heb 12:2). ¡De tal forma deseaba Jesús el cumplimiento de la redención del humano linaje mediante el sacrificio de la Cruz!

2. A continuación, Jesús declara los padecimientos que también los Suyos habían de sufrir: «¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra?» (v. Luc 12:51). Se insinúa aquí que los discípulos abrigaban esta suposición: que el Evangelio tendría una acogida universal, que la gente lo recibiría unánimemente, y que todo sería paz y tranquilidad. Pero Cristo viene a decirles: «Estáis equivocados; los hechos probarán lo contrario y, por tanto, no os forjéis ilusiones paradisíacas y sin fundamento, porque lo que realmente sucederá es:

(A) Que el resultado de la predicación del Evangelio será «división» (v. Luc 12:51). No es que el objetivo del Evangelio sea causar división; todo lo contrario; su propia tendencia es «congregar en uno a los hijos de Dios» (Jua 11:52) y unirles con el vínculo de la paz, que es el amor (Efe 4:3; Col 3:14). Si el mundo entero recibiera el Evangelio, la paz sería el resultado (v. Isa 32:17); pero el hecho es que hay muchos que no lo reciben, sino que se oponen a él, y esta oposición es la que causa la división. Mientras el príncipe de este mundo, como fuerte armado, domina el mundo desde su palacio, todos sus bienes están en paz; también los muertos descansan en paz; la paz de los cementerios es la paz del derrotado por el pecado y por la muerte; pero la paz de Cristo es la paz de la vida de la victoria sobre el pecado, de la que es fruto de la sumisión a la voluntad de Dios y de la obra del Espíritu Santo en el corazón del regenerado; no en vano, el «dominio propio» remata con broche de oro la lista de los nueve aspectos del fruto del Espíritu (Gál 5:22-23). Sólo el que se domina a sí mismo, escapa del conflicto espiritual en que se debate el hombre carnal. Notemos que los filósofos de las diferentes escuelas en tiempo de Pablo estaban de acuerdo en muchas cosas, también lo estaban los adoradores de las diferentes deidades falsas; pero cuando les fue predicado el Evangelio, y muchos fueron sacados del poder de Satanás e introducidos en el reino de Dios, entonces comenzó la perturbación. Algunos se distinguieron de los demás al abrazar el Evangelio (v. Hch 17:32-34), y otros hasta se enfurecían de la actitud de los primeros. Sí, incluso entre los que han recibido al Señor ha habido, y hay, división (v. por ej. 1Co 1:10-13), porque hay carnalidad y, en consecuencia rivalidad. Pero si todos los creyentes imitásemos al apóstol Pablo (v. por ej. Flp 1:15-18), pronto desaparecerían esas divisiones, pues dentro de la normal diferencia de pareceres, habría amor, humildad y mansedumbre para dialogar y respetar las opiniones ajenas que no afectan a los puntos fundamentales de doctrina y práctica.

(B) «Que esta división alcanzaría también hasta el ámbito de la familia»: «Estará dividido el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra» (v. Luc 12:53). Pues el que se convierta al Evangelio estará deseoso de dar testimonio, antes que nada, en su propia casa, y el que continúe inconverso se sentirá provocado y odiará, y hasta perseguirá, al que, por su fe y obediencia, testifica y, de este modo, condena implícitamente al que persiste en su incredulidad y desobediencia. Incluso las madres y las hijas, a las que el instinto natural suele mantener más unidas en el afecto, se distanciarán la una de la otra y se odiarán. Como vemos en el libro de Hechos, dondequiera llegaba el Evangelio, surgía la persecución, se armaba «disturbio no pequeño» (Hch 19:23) y «en todas partes se le contradecía» (Hch 28:22). Por tanto, los discípulos de Cristo no deben prometerse «paz terrenal en la tierra».

Lucas 12:41 explicación
Lucas 12:41 reflexión para meditar
Lucas 12:41 resumen corto para entender
Lucas 12:41 explicación teológica para estudiar
Lucas 12:41 resumen para niños
Lucas 12:41 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí