Lucas 1:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora se nos dice todo lo que convenía que supiésemos acerca de la encarnación y concepción de nuestro bendito Salvador. El mismo ángel Gabriel, que había sido enviado a Zacarías para anunciarle los propósitos de Dios concernientes al hijo de él, es enviado también a la virgen María, ya que ambos hechos estaban conectados en la misma gloriosa obra de la redención.

I. Se nos da primero un breve informe acerca de la madre de nuestro Señor:

1. Su nombre era María, al que corresponde el hebreo Miriam, como la hermana de Moisés y Aarón, y significa, con la mayor probabilidad, exaltada.

2. Era de linaje real, descendiente de David, como se desprende principalmente de la genealogía de Luc 3:23., puesto que se trata, con la mayor probabilidad, de la genealogía de la propia virgen María.

3. Era virgen, pero prometida en matrimonio (desposada) a un varón llamado José, de la casa de David (v. Luc 1:27. V. Mat 1:20), aun cuando ejercía el modesto oficio de carpintero o artesano. Así que la madre del Señor era virgen, pero virgen desposada, con lo que se confirma el honor debido al estado matrimonial (v. Heb 13:4).

4. Vivía en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret (v. Luc 1:26), en un extremo del país y en una región de poca reputación en cuanto a religión y conocimiento de las Escrituras, y tan cerca de la gentilidad, que se la llama «Galilea de los gentiles» (Isa 9:1; Mat 4:15). Aquí es donde el ángel la visitó. No hay distancia ni lugar tan bajo que constituyan un obstáculo para recibir los favores que Dios tiene en reserva para los suyos (comp. con Hch 11:13).

II. El mensaje que el ángel le comunicó (v. Luc 1:28). La sorprendió con el saludo: «¡Salve, muy favorecida!» Este saludo tenía por objeto:

1. Levantar el ánimo de ella, quien, consciente de su propia pequeñez (v. Luc 1:48), se había de tener por indigna de tan excelso favor.

2. Excitar en ella la expectación de grandes nuevas, no de tierras lejanas, sino del Cielo mismo. Veamos lo que el ángel le dice:

(A) «Eres grandemente favorecida. Al escogerte para madre del Mesías, Dios te confiere un honor extraordinario singular».

(B) «El Señor está contigo. Está contigo para bendecirte, para distinguirte, para robustecerte en tu papel de madre del Mesías.» Si Dios está con nosotros, no debemos temer el asalto de ningún enemigo ni la incapacidad para llevar a cabo cualquier servicio que Él tenga a bien encomendarnos.

(C) «¡Bendita tú entre las mujeres!» Aun cuando esta parte del versículo es, probablemente, una interpolación del versículo Luc 1:42 expresa, con todo, una faceta más del gran favor que a María se le confiere: Entre todas las mujeres, ella ha tenido el privilegio singular de ser escogida para madre del Señor (v. Luc 1:43). Ella misma lo declara al decir: «me tendrán por dichosa todas las generaciones» (v. Luc 1:48). Ella modelo de fe (v. Luc 1:45) como Abraham, no sólo es bendita, sino fuente de bendición (comp. con Gén 3:15; Gén 22:18) puesto que había de dar a luz al Salvador mismo.

III. La gran turbación de ella, al oír esas palabras (v. Luc 1:29). Es de notar que no se turbó por la presencia del ángel, sino por las palabras del ángel, consciente de que no merecía el honor que se le tributaba. Por eso, consideraba o reflexionaba qué significaría este saludo: qué sentido tenía, qué alcance tenía, qué objetivo perseguía, etc. La actitud de María en esta ocasión es un ejemplo para las jóvenes, a fin de que se paren a considerar sobre el alcance e intención de los saludos que se les dirigen.

IV. El mensaje mismo que el ángel iba a comunicarle. Puesto que ella no había respondido palabra alguna al saludo del ángel, éste continúa confirmando lo que le había dicho anteriormente: «Deja de temer (nótese el tiempo presente), María, porque has hallado gracia ante Dios» (v. Luc 1:30). No dice: «Dios ha hallado gracia en ti», sino: «Has hallado gracia ante Dios». Como si dijese: «Si Dios te ha conferido un favor tan especial, mayor que lo que tú crees merecer, no sigas temiendo, pues el que está contigo en el favor estará contigo con su poder infinito». A continuación, el ángel le hace una gran revelación:

1. Aunque es virgen, va a tener el honor de ser madre: «Mira, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús» (v. Luc 1:31).

2. Aunque ella vive en oscuridad y pobreza tendrá el honor de ser la madre del Mesías; su hijo se llamará Jesús (Jehová salva). «Éste será grande, tan grande que será llamado (y llamado con toda propiedad) Hijo del Altísimo» (v. Luc 1:32). Así también, quienes son llamados hijos de Dios, son verdaderamente grandes, y como tales han de comportarse (1Jn 3:1-3). No sólo será grande en lo alto, sino también en este mundo, puesto que, aun cuando ha de aparecer en la forma de esclavo (Flp 2:7), el Señor Dios le dará el trono de su padre David. No será su pueblo quien le conferirá esta dignidad, puesto que no lo recibirán (Jua 1:11), sino Dios mismo quien le establecerá en el trono (Sal 2:6-9). El ángel le asegura: (A) Que reinará sobre Israel; (B) Que reinará para siempre: «su reino no tendrá fin» (v. Luc 1:33). Otros reinos perduran, a lo más por algunas generaciones; el suyo será eterno (Sal 45:6; Dan 7:27; Heb 1:8).

V. El ángel le da más información a requerimiento de ella. En efecto:

1. Ella le hace una pregunta pertinente: «¿Cómo será esto puesto que no conozco varón?» (v. Luc 1:34). Ella sabía (Isa 7:14; Mat 1:23) que el Mesías había de nacer de una virgen, si ella ha de ser su madre, desea saber cómo ha de ser eso, qué tiene que hacer ella, ya que, por el momento, no mantiene relaciones sexuales con ningún hombre. No duda sobre el hecho, como había dudado Zacarías, sino que sólo inquiere en cuanto al modo, al desear una información más clara.

2. El ángel responde satisfactoriamente a la pregunta de ella (v. Luc 1:35).

(A) Concebirá por el poder del Altísimo, ya que el Espíritu Santo vendrá sobre ella para llevar a cabo la obra de la Encarnación del Hijo de Dios. La idea de cubrir con su sombra parece tomada de la presencia de Dios en la nube de la shekinah.

(B) No tiene, pues, que preocuparse acerca del modo, sino esperar receptivamente a que el Espíritu de Dios haga su obra en el interior de ella, en el secreto lugar donde somos formados (Sal 139:13-16). Si la formación de cualquier ser humano es un misterio, ¿qué diremos del grandioso misterio de la formación del embrión en el que, desde el vientre de María, estaba corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9)?

(C) En consecuencia, «el santo ser» (lit. lo santo) que va a nacer de ella, «será llamado Hijo de Dios». Es decir, ese embrión puro, ya que, desde el principio de su existencia es preservado santo por la acción del Espíritu, estará unido, en unidad de persona (hipostática) al Verbo de Dios (Jua 1:14), y constituirá así un solo Hijo de Dios en dos naturalezas, con lo que resulta la perfecta identidad del hombre-Jesús con la Segunda Persona de la Trina Deidad. Para evitar confusiones, nótese bien que no es la naturaleza divina la que se une a la humana de Cristo (así, las tres personas divinas resultarían encarnadas), sino que la Segunda Persona de la Deidad (y ella sola) hace suya la humanidad de Jesús. Es un misterio paralelo al de la Trinidad, pero «a la inversa»: En la Trinidad, tres personas tienen en común una sola naturaleza divina; en la Encarnación, dos naturalezas subsisten en una sola persona, la del Hijo de Dios.

3. Para robustecerla en la fe y en el ánimo, el ángel le comunica que su parienta Elisabet, aunque estéril y avanzada en años, «también ella ha concebido en su vejez» (v. Luc 1:36). Comienza así una época de prodigios: «Y ya está de seis meses la que era llamada estéril». Y el ángel concluye al establecer el principio general del que su mensaje adquiere su certeza indudable: «Porque ninguna cosa será imposible para Dios» (v. Luc 1:37). Así que ninguna palabra de Dios es increíble para nosotros, ya que ninguna obra de Dios es imposible para Él.

VI. La conformidad de ella a la voluntad de Dios con respecto a ella (v. Luc 1:38). Vemos:

1. Alguien con fe en la autoridad divina: «He aquí la esclava del Señor». Como si dijera: «Señor, estoy completamente a tu servicio». Así deja el asunto completamente en las manos de Dios y se somete por entero a su voluntad.

2. Alguien con esperanza en el favor divino. No sólo está contenta de que así sea, sino que desea humildemente que así se realice: «Hágase conmigo conforme a tu palabra». Como María, también nosotros debemos, en nuestros deseos, guiarnos por la Palabra de Dios; y, en nuestras esperanzas, fundarnos y descansar sobre ella. Digamos como ella: Hágase conforme a tu palabra, y no de otra manera.

Tan pronto como ella expresó su consentimiento, se marchó el ángel de su presencia. Cumplida su misión, regresó a Dios, en cuya presencia de continuo estaba (v. Luc 1:19).

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