Lucas 13:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Aquí tenemos las noticias que le llegan a Cristo acerca de la reciente muerte de algunos galileos, «cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos» (v. Luc 13:1). Veamos:

1. Cuál era este trágico episodio. Se nos refiere aquí brevemente y no se halla mencionado en ningún otro lugar, ni en la Biblia ni fuera de la Biblia. Al ser los galileos súbditos de Herodes es probable que este incidente ocasionase la enemistad entre Herodes y Pilato, mencionada en Luc 23:12. No se nos dice el número de las víctimas; quizá eran unos pocos, pero la circunstancia agravante era que Pilato había mezclado la sangre de ellos con la de los sacrificios. Es de notar la bravura de estos galileos, de cuyo supuesto «crimen» no hay referencia alguna, al ir con sus sacrificios a Jerusalén, y ponerse así al alcance del impío gobernador. Ni la santidad del lugar ni la de la obra que estaban llevando a cabo estos galileos sirvieron para protegerlos de la furia de un injusto juez, que no temía a Dios ni tenía compasión con los hombres. El altar, que solía ser santuario y lugar de refugio, se convierte ahora en una trampa y lazo, y en lugar de peligro y asesinato. Dice Bliss: «Una circunstancia de ese castigo, la cual impresionó peculiarmente la imaginación judía, fue la de que estaban precisamente en los atrios del templo, ocupados en el ofrecimiento de sacrificios en el momento en que fueron muertos, de modo que su sangre, al salpicar algunas partes de la víctima, puede decirse que se había mezclado con sus sacrificios».

2. Por qué fue llevada esta noticia a Jesús, precisamente en ese mismo tiempo. Quizá fue meramente como noticia que los informantes supondrían que Jesús no la sabía, como un suceso lamentable para ellos y, por qué no, también para el Maestro, o quizá como confirmación de lo que Jesús acababa de decir sobre la necesidad de ponerse a bien con Dios antes de que fuera demasiado tarde, como diciéndole: «Maestro, he aquí un caso reciente de algunos que fueron súbitamente entregados al alguacil, sorprendidos por la muerte cuando menos lo pensaban y, por tanto, indicándonos que debemos estar siempre preparados». Siempre es de gran provecho para los oyentes, cuando explicamos la Palabra de Dios, confirmarla con ejemplos que nos suministran la experiencia propia y la providencia de Dios. Al ser Jesús un profeta, y de Galilea, pensarían los informadores que la noticia causaría impacto en el ánimo de Jesús y quizás el Señor trataría de vindicar ante Herodes la muerte de estos galileos, o desistiría de subir a Jerusalén (v. Luc 13:22), para no correr la misma suerte que habían corrido aquellos galileos a manos de Pilato. La respuesta de Cristo da a entender que los informadores, al contarle este episodio, insinuaban que aquellos galileos debían de ser mala gente; de no ser así, Dios no habría permitido que Pilato los asesinase de aquella manera tan bárbara. Esta suposición no dejaba de ser maligna, por insinuar que fueran malhechores, sin tener ninguna otra prueba, quienes habrían podido ser tenidos por mártires de la religión patria.

II. Respuesta de Cristo a este informe:

1. A este informe sobre una muerte trágica a manos de un gobernador malvado, añade Jesús la muerte trágica de unos judíos a causa de un accidente natural. No hacía mucho que la torre de Siloé había caído y causado la muerte de dieciocho personas (v. Luc 13:4). Era otro episodio triste, semejantes al cual ocurren cada día algunos. Torres, como otros edificios, construidos para dar seguridad, causan frecuentemente muerte y destrucción.

2. Con base en estos dos trágicos sucesos, Jesús amonesta a sus oyentes a que no interpreten mal estos accidentes, como si hubiéramos de suponer que los grandes sufrimientos son justo castigo de grandes malhechores, pues tal suposición tiene un fondo pagano, supersticioso (comp. con Hch 28:4). «¿Pensáis dice Jesús que esos galileos eran más pecadores que todos los galileos porque padecieron tales cosas? Os digo: No …» (vv. Luc 13:2-3). Quizá los que le habían comunicado la noticia eran judíos y, hasta cierto punto, se alegraban de poder informar sobre un trágico episodio sucedido precisamente a unos galileos, nativos de una región despreciable (v. Jua 7:52). Por eso, Jesús les replica con un accidente ocurrido, no a galileos, sino precisamente a judíos de Jerusalén: «O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, cuando quizás estaban esperando ser sanados en la piscina de aquel lugar, eran más culpables, más endeudados (lit.) con la justicia de Dios, que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No …» (vv. Luc 13:4-5). Repetimos que no se puede juzgar de los pecados de los hombres a base de lo que puedan sufrir en esta vida, porque muchos son arrojados al horno, no como escoria que debe ser consumida, sino como oro que tiene que ser refinado, por consiguiente, no hemos de apresurarnos a censurar a quienes sufren más que sus semejantes, no sea que añadamos aflicción al afligido. Si nos ponemos a juzgar, tendremos suficiente que juzgar acerca de nosotros mismos. Al seguir una norma errada, llegaríamos a concluir que cuantos opresores disfrutan de poder y prosperidad han de contarse entre los mayores santos, mientras que los oprimidos han de ser tenidos por los más perversos pecadores. Recordemos siempre el precepto de Jesús: «NO JUZGUÉIS, PARA QUE NO SEÁIS JUZGADOS» (Mat 7:1).

3. Jesús aprovecha estos dos trágicos episodios para hacer un llamamiento al arrepentimiento, y advierte sobre las graves consecuencias que trae consigo la impenitencia: «Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (vv. Luc 13:3, Luc 13:5). Con esto, viene a decirnos a todos: (A) Que todos merecemos perecer igual que ellos. A fin de que no censuremos fácilmente, hemos de tener en cuenta, no sólo que somos pecadores, sino también que tenemos de qué arrepentirnos tanto como lo que ellos hubieron de sufrir. (B) Que, por consiguiente todos hemos de arrepentirnos, compungidos por todo lo malo que hemos hecho y dispuestos a cambiar de conducta. Los juicios de Dios sobre nuestros semejantes son intimaciones que Dios nos hace en voz muy alta a que nos arrepintamos. (C) Que el arrepentimiento es la única puerta por la que escapar de la perdición, y que es una puerta segura. (D) Que, si no nos arrepentimos, ciertamente pereceremos, como les ha ocurrido a otros antes que a nosotros. A no ser que nos arrepintamos, vamos a perecer eternamente, así como aquellos perecieron temporalmente. El mismo Jesús que manda arrepentirse porque el reino de Dios se ha acercado (Mar 1:15), manda también arrepentirse porque, de lo contrario, pereceremos. Así que ha puesto delante de nosotros la vida y la muerte, el bien y el mal, la bendición y la maldición; ¡escojamos, pues, la vida! (v. Deu 30:15, Deu 30:19).

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