Lucas 14:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El Señor Jesucristo nos ofrece ahora un ejemplo de conversación provechosa para cuando estemos sentados a la mesa en compañía de amigos. Cuando el Señor se hallaba en compañía de extraños o enemigos que le acechaban, aprovechaba la ocasión para reprenderles e instruirles. Cuando nos encontramos a la mesa, no sólo hemos de evitar chistes de mal gusto y conversaciones corrompidas, sino que, al sobrepasar el nivel anodino de pláticas superficiales, hemos de tomar ocasión de la bondad de Dios en los alimentos que nos procura, para darle gloria y alabanza por medio de consideraciones espirituales, con la misma oportunidad que nos brinda el compartir la mesa en fraternal comunión con nuestros amigos. Esto es lo que el Señor hacía, y reprendía incluso, si el asunto lo exigía, pues no tenía acepción de personas. Así vemos que, en esta ocasión:

I. Reprende a unos invitados por el afán que mostraban de ocupar los primeros puestos.

1. Observó que estos fariseos (v. Luc 14:1) e intérpretes de la ley (v. Luc 14:3) «escogían los primeros asientos a la mesa» (v. Luc 14:7). Ya anteriormente (Luc 11:43) les había reprendido por este afán de «figurar». Aquí aplica la reprensión al afán de ocupar los primeros puestos, es decir (como hace notar Lenski), «los del extremo izquierdo de cada diván (no los del centro, como algunos suponen), porque la persona que se reclinaba allí, dominaba con la vista por completo toda la mesa y a los demás huéspedes, mientras que quienes ocupaban el extremo derecho tenían que darse la vuelta para ver». Notemos que, en las acciones más comunes de la vida, los ojos del Señor nos observan y tienen en cuenta todo lo que hacemos.

2. El prudente consejo que les dio, por medio de esa parábola, fue que quienes se adelantan a sentarse en los primeros lugares, se exponen a quedar avergonzados si llega después algún huésped más distinguido que ellos, y el amo les hace ceder el asiento al que acaba de llegar, mientras que el que se contente con el último lugar no se verá avergonzado, sino que es probable que se vea distinguido al ser invitado por el dueño a que se coloque en un lugar superior. Mientras el orgullo suele acabar en vergüenza, la humildad suele recibir alabanza. El tropezón o la caída de un señorón muy encopetado suele provocar mayor hilaridad que la de un mendigo borracho. Hay una parábola rabínica, semejante a la que aquí propone Jesús, según la cual, tres hombres fueron invitados a una fiesta; el primero se sentó en el lugar más alto, «porque dijo soy un príncipe»; el segundo se sentó en el próximo lugar, «porque dijo soy un sabio»; el tercero se sentó en el último lugar «porque dijo soy persona de modesta posición». Entonces el rey que los había invitado hizo sentar en el lugar más alto al humilde, y puso al príncipe en el último lugar.

3. A continuación, Jesús dedujo una aplicación general, para que todos aprendamos a no ser arrogantes ni jactanciosos. El orgullo y la ambición conducen a la humillación, incluso entre los hombres, mientras que la humildad y la abnegación siempre alcanzan buena reputación: «Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido» (v. Luc 14:11).

II. También aprovecha Jesús la ocasión para reprender al anfitrión por haber invitado a tanta gente rica, cuando sería mejor invitar a los pobres. Nuestro Salvador nos enseña aquí a usar en obras de caridad lo que tenemos, más bien que en ostentosas invitaciones.

1. «Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a vecinos ricos» (v. Luc 14:12). Con esto, no prohíbe Jesús cultivar la amistad ni reunirse con los parientes para comer o cenar, sino el derroche innecesario en banquetes que sólo sirven para hacer alarde de dinero o de arte culinaria, con lo cual malgastan su fortuna por dar satisfacción a su fantasía. Además, estos alardes no hacen sino provocar otros alardes similares en los que son convidados, pues el propio orgullo les incitará a corresponder con mayores gastos: «No sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y tengas ya tu recompensa». El intercambio de regalos costosos es una de las mayores necedades con las que las gentes pagan su orgullo y ostentación (v. Stg 4:3, Stg 4:16; 1Jn 2:16).

2. El mejor modo de gastar en la tierra y ahorrar para el Cielo (v. Luc 16:9) es convidar a los menesterosos: «Antes bien, cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos, a los que no tienen de qué vivir ni pueden trabajar para ganarse el sustento. Con éstos se gasta bien el dinero; a éstos les falta lo necesario y no te exigirán golosinas; dales de comer y te recompensarán con oraciones y darán gracias a Dios por ti. No pienses que con eso vas a perder algo; al contrario, serás dichoso, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos» (vv. Luc 14:13-14). Las obras de caridad no siempre son recompensadas en este mundo, ya que las cosas de este mundo no son las mejores, pero serán recompensadas en el otro mundo, donde todo tiene el máximo valor. Entonces se verá que los viajes más largos producen los mejores ingresos (o regresos).

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