Lucas 1:67 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos el cántico que Zacarías entonó en alabanza del Señor cuando su boca se abrió. En él se nos dice que «profetizó» (v. Luc 1:67). Veamos:

I. Cómo fue capacitado para ello: «Fue lleno del Espíritu Santo» (v. Luc 1:67, comp. con v. Luc 1:41). No sólo le perdonó Dios su pecado, sino que le llenó de su Espíritu para que hablase convenientemente, y hasta inspiradamente.

II. Cuál fue el tema de su cántico. En él no menciona para nada las preocupaciones de familia, ni el levantamiento del oprobio que pesaba sobre él y sobre su mujer, sino que aparece totalmente embebido en el tema del reinado del Mesías. Las profecías del Antiguo Testamento se expresan a menudo en alabanzas y cánticos nuevos; así comienza también esta profecía del Nuevo Testamento: «Bendito el Señor Dios de Israel» (v. Luc 1:68). Al hablar de la obra de la redención Zacarías alaba al Señor Dios de Israel, porque a Israel habían sido dadas las profecías, las promesas y los tipos (v. Hch 2:39; Hch 13:46; Rom 1:16; Rom 3:2; Rom 9:4-5, etc.), y a los israelitas debe ofrecerse primero la gracia del Evangelio. Veamos ahora por qué alaba Zacarías a Dios:

1. Por la obra de la salvación, que había de ser llevada a cabo por el propio Mesías (vv. Luc 1:68-75). En efecto:

(A) Al enviar al Mesías, Dios «había visitado benignamente a su pueblo»; les había visitado como amigo que viene a enterarse cómo van las cosas y traer el remedio oportuno para una situación delicada.

(B) Con esta visita, Dios había traído redención para su pueblo. Con este objetivo vino Jesús al mundo: a rescatar a muchos (Mat 20:28; 1Ti 2:6): a quienes estaban vendidos por el pecado y bajo el pecado, pues esa es la peor esclavitud (Jua 8:34; Rom 6:16-20; 2Pe 2:19). Hemos sido rescatados al precio de la sangre de Jesús (1Pe 1:18-19), con el que se ha comprado nuestra justicia (2Co 5:21) y con el poder de Dios, que nos ha conseguido la libertad (Isa 61:1; Luc 4:18; Hch 7:25; Rom 8:21; 2Co 3:17; Gál 5:1, etc.) de la tiranía de Satanás y de la maldición de la Ley.

(C) Con esto, Dios había cumplido con el pacto hecho con David, al levantar de su casa un Salvador: «cuerno de salvación» (v. Luc 1:69, lit.), pues el cuerno es símbolo, en el Antiguo Testamento, de fuerza y poderío. De esa casa había de salir el vástago o retoño (Isa 11:1) que había de traer redención victoriosa a la familia de Israel que tan malparada se encontraba a la sazón. En efecto, sólo en Cristo hay salvación (Hch 4:12), abundancia de salvación, como da a entender el símbolo mismo del cuerno: verdadera «cornucopia» en el sentido del vocablo latino, que significa «abundancia del cuerno» de donde procede la expresión: «el cuerno de la abundancia». Con ello se nos da a entender, no sólo la abundancia de la salvación sino también el poder de la salvación por medio del Evangelio (Rom 1:16), capaz de echar abajo a todos nuestros enemigos espirituales y de tenerlos a raya para que no nos hagan daño después (1Jn 5:18).

(D) Con esto, Dios había cumplido también todas las preciosas promesas hechas a Israel (y, espiritualmente, a la Iglesia) por medio de los más famosos profetas del Antiguo Testamento: «Tal como habló desde antiguo por boca de sus santos profetas» (v. Luc 1:70). La doctrina de la salvación mediante el Mesías es confirmada con una apelación a los profetas (comp. con Luc 24:44). Dios estaba ahora llevando a cabo lo que había prometido hacía mucho tiempo. Véase aquí: (a) cuán sagradas eran las profecías de esta salvación, pues los profetas que las pronunciaron eran santos profetas, y fue un Dios santo quien habló por boca de ellos; (b) cuán antiguas eran: «desde el siglo» (lit.); es decir, desde tiempos muy antiguos; en realidad, desde el comienzo mismo de la historia del hombre (v. Gén 3:15), pues fue ya entonces cuando Dios prometió que la descendencia de la mujer heriría en la cabeza a la serpiente; (c) cuánta armonía se percibe en las profecías, ya que el mismo Dios habló las mismas cosas por medio de todos los profetas.

(E) ¿Qué salvación es esta que fue profetizada? Vemos en los versículos siguientes que es:

(a) Un rescatarnos de la maldad de nuestros enemigos: «Que nos salvaría de nuestros enemigos» (v. Luc 1:71), nos sacaría de entre las garras de ellos, «y de las manos de todos los que nos odian» (he aquí otro paralelismo peculiar de la poesía hebrea). Si la verdadera esclavitud es la del pecado, la verdadera salvación es la que nos libra de nuestro pecado (Jua 1:29). Por eso, al anunciar el ángel a José que el nombre del Salvador sería Jesús, añadió: «porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat 1:21), para que el pecado no les domine (Rom 6:11-12).

(b) Una restauración del favor de Dios: «Para mostrar su misericordia con nuestros padres» (v. Luc 1:72). El Redentor mostrará su misericordia de Dios, al restablecer su pacto, hecho con juramento, con Abraham (v. Luc 1:73). Lo que fue pactado con los patriarcas, prometido para su descendencia, viene a ahora a cumplirse por misericordia, pura gracia; nada se debe a nuestro esfuerzo ni a nuestro mérito, pues nada podemos hacer nosotros miserables pecadores, para atraer sobre nosotros la atención de Dios. Nos amó Dios, y nos amó primero (1Jn 4:10, 1Jn 4:19), sin ningún otro motivo que su puro y extremadamente generoso amor (comp. con Jua 13:1). En este pacto nos incluyó a todos los creyentes de todos los tiempos, puesto que «Cristo nos redimió … para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu».

(Gál 3:13-14), es decir, el Espíritu prometido (Joe 2:28-32; Hch 2:17). Notemos que Dios olvida nuestros pecados (Jer 31:34; Miq 7:18), pero recuerda siempre sus misericordias. Parecía como si Dios hubiera olvidado el pacto por las calamidades sobrevenidas a Israel, pero ahora se proclama, por boca de Zacarías, que Dios recuerda su santo pacto., ¡Oh, si el pueblo hubiese prestado atención a la predicación del Salvador (Mar 1:15)!

(c) Una capacitación, y un estímulo, para servir a Dios (versículos Luc 1:74-75): «Concedernos que, liberados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor en santidad de vida y rectitud de conducta ante sus ojos, todos nuestros días». Esto nos muestra que somos liberados del yugo de hierro del pecado para ser uncidos al yugo suave y fácil de Cristo. Cuanto más fuertes sean las ataduras del pecado de las que nos ha soltado, tanto más fuertes han de ser las ataduras que nos unan a Él (Luc 7:47). Vemos, pues, que aquí se nos capacita: (i) Para servir a Dios sin temor (comp. con 1Jn 4:18). Somos puestos en santa seguridad para poder servir a Dios con santa serenidad, como quienes no tienen por qué temer mal alguno (Sal 23:4). Hemos de servir a Dios con reverencia filial, no con temor servil, propio de esclavos. (ii) Para servir a Dios en santidad y rectitud, lo cual incluye todos nuestros deberes para con Dios y nuestros prójimos. (iii) Para servir a Dios ante Sus ojos, con el recuerdo constante de Su presencia, con los ojos fijos en nosotros, penetrando hasta lo íntimo de nuestro ser. (iiii) Para servirle todos los días. Es menester que sirvamos hasta el fin a quien nos amó hasta el extremo (Jua 13:1).

2. Zacarías bendijo a Dios también por la obra de la preparación para esta salvación, preparación que había de correr a cargo de su propio hijo, el Bautista (vv. Luc 1:76-79). Así, encarándose ahora con el niño, le dice: «Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo» (v. Luc 1:76). Jesús era el Altísimo, Juan el Bautista, su profeta. La profecía había cesado desde hacía cuatro siglos en Israel, pero ahora revivía en Juan el Bautista. Su oficio era:

(A) Preparar al pueblo para la salvación: «Irás ante la faz del Señor, para preparar sus caminos» (v. Luc 1:76). Es menester quitar de en medio todo cuanto obstruya el camino e impida que el pueblo se allegue al Salvador (v. Isa 40:3-4).

(B) Dar al pueblo una idea general de la salvación, pues la doctrina que el Bautista predicó proclamaba que el reino de Dios estaba al alcance de la mano (Mat 3:2). Dos cosas se incluyen en este «conocimiento de salvación» (v. Luc 1:77):

(a) El «perdón de los pecados» (v. Luc 1:77). Juan hizo saber al pueblo que, aunque la condición en que se encontraban era lamentable, no era, sin embargo, desesperada, puesto que el perdón podía obtenerse «mediante las entrañas de misericordia de nuestro Dios» (v. Luc 1:78); nuestra propia miseria es la única y apropiada recomendación para la misericordia divina.

(b) Una dirección apropiada para emprender una nueva vida, pues el evangelio de la salvación nos presenta una luz clarísima, a fin de que podamos orientar nuestros pasos en una dirección correcta: «nos visitó un amanecer del sol desde lo alto» (v. Luc 1:78). Nótese que el sol amanece en el horizonte desde lo bajo, pero este sol de justicia que trae en sus alas salvación viene de lo alto, del cenit mismo del Cielo. Cristo es el Sol de justicia (Mal 4:2) y el lucero de la mañana (2Pe 1:19). Ya no tenemos por qué andar en la oscuridad del paganismo, ni a la luz de la luna de los tipos y figuras del Antiguo Testamento, sino a plena luz del día del Evangelio. Con Juan el Bautista comenzó el amanecer del Evangelio: «es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pro 4:18, comp. con 2Co 3:18). En efecto, el Evangelio, como la luz, (i) descubre: «para que brille la luz sobre los que están sentados en tinieblas» (v. Luc 1:79); es «para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2Co 4:6). (ii) reaviva, pues lanza esta luz sobre los que están «en sombra de muerte», como presos en la cárcel, y condenados a muerte perpetua, ya que este anuncio de las buenas nuevas del perdón ofrece la oportunidad de pasar de muerte a vida (Jua 5:24; 1Jn 3:14). ¡Cuán agradable es esta luz! (iii) dirige: «para guiar nuestros pies hacia un camino de paz» (v. Luc 1:79, comp. con Sal 119:105); es decir, nos conduce al punto en que podemos hacer las paces con Dios (v. Rom 5:1). Es un camino que no habríamos podido hallar si Dios mismo no nos hubiera buscado (Rom 10:20).

III. En el último versículo de este capítulo, el capítulo más largo del Nuevo Testamento, se nos da un breve informe de la infancia de Juan el Bautista. Se nos dice:

1. «El niño crecía y se fortalecía en espíritu.» Su capacidad mental y espiritual progresaba de tal forma, que en él se establecían fuertes convicciones y se preparaban fuertes resoluciones. Quienes se hacen fuertes en el Señor, se fortalecen en su espíritu.

2. «Vivía en lugares desiertos hasta el día de su aparición pública ante Israel.» Mientras su hombre interior progresaba y se fortalecía, su hombre exterior permanecía en la oscuridad y el anonimato. En el desierto pasaba la mayor parte del tiempo, en contemplación y devoción, sin preocuparse de obtener erudición escolar a los pies de algún rabino. Hay quienes están capacitados para grandes servicios y útiles ministerios y, sin embargo, parecen sepultados en vida durante largos años; así pasó con Juan el Bautista y con el mismo Señor Jesucristo. Pero ambos tenían de parte de Dios un tiempo fijado para mostrarse en público ante Israel. Tan mal está que un creyente se retrase en responder al llamamiento de Dios, como que se lance a la ventura sin esperar a tal llamamiento.

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