Lucas 18:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Esta parábola tiene su clave o llave pendiendo de la cerradura de la puerta, ya que el texto nos dice que Jesús la profirió para enseñar «sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar» (v. Luc 18:1). Da por supuesto que el pueblo de Dios es un pueblo orante. Orar es para nosotros, un privilegio, un honor y un deber; es también una labor constante: hemos de orar siempre, y no desfallecer hasta que la respuesta a la oración nos haga prorrumpir en himnos de alabanza. En esta porción, la exhortación a orar está destinada en especial a perseverar en nuestras súplicas para obtener las gracias necesarias a fin de soportar victoriosamente la lucha contra nuestros enemigos espirituales, nuestras concupiscencias y corrupciones; seguros de que no buscaremos el rostro de Dios en vano.

I. Cristo muestra, mediante una parábola, el poder de la importunidad entre los hombres. Se trata de un caso en que una causa justa triunfó finalmente ante un juez injusto, no por la fuerza de la equidad ni de la compasión, sino de la importunidad. Vemos:

1. El mal carácter de un juez que había en una ciudad: «ni temía a Dios, ni respetaba a hombre» (v. Luc 18:2). No reconocía ningún deber ni hacia Dios ni hacia sus semejantes; tanto la piedad como el honor le eran totalmente ajenos. No nos extrañe el que quienes no tienen temor de Dios no tengan tampoco respeto a los hombres, porque donde no hay temor de Dios, nada bueno puede esperarse. Tal carencia de piedad y de respeto es mala en cualquier persona, pero es pésima en un juez. En lugar de hacer el bien con el poder que tiene en su oficio, siempre habrá peligro de que haga perjuicio.

2. El caso triste de una pobre viuda. Sin duda, la razón estaba de su parte; pero, según parece, no se había atenido a las complicadas formalidades de la ley, quizá por falta de asesoramiento; a falta de esto, demandaba personalmente ante el juez día tras día diciéndole: «Hazme justicia de mi adversario» (v. Luc 18:3). Es deber peculiar de los magistrados, no sólo no engañar ni robar a la viuda, etc. (Jer 22:3) sino también «reprimir al opresor …, amparar a la viuda» (Isa 1:17).

3. La dificultad y el desaliento consiguiente que experimentó en la presentación de su causa ante el juez, el cual «no quiso [hacerle justicia] por algún tiempo» (v. Luc 18:4). Conforme a su mala costumbre, no hizo caso alguno de la viuda, ya que ésta no era para él persona importante ni le daba dinero para sobornarlo.

4. El éxito que, por fin, consiguió ella por medio de su continua importunidad. Dijo para sí el juez: «Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia» (vv. Luc 18:4-5). Así que esta mujer, al no dejar en paz al juez, consiguió lo que deseaba.

II. Cristo saca de aquí una aplicación para animar al pueblo de Dios en sus oraciones.

1. Les asegura que, a la larga, Dios les cumplirá sus deseos: «¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos …?» (v. Luc 18:7). Nótese:

(A) Lo que el pueblo de Dios desea y espera: Que Él haga justicia a sus escogidos. Hay en el mundo personas que son escogidas de Dios; y Él tiene la vista fija en sus elegidos para preservarles y protegerles en medio de los problemas y de la oposición que encuentren en este mundo, pues los adversarios son muchos (1Co 16:9).

(B) Lo que Dios requiere de su pueblo: Que clamen a Él día y noche. Este es nuestro deber; y a su cumplimiento ha prometido Él gracia y misericordia. Debemos orar en particular para no ser vencidos por nuestros enemigos espirituales, como lo hacía esta pobre viuda. Clamemos: «Señor, dame fuerza para mortificar esta corrupción; haz que me arme contra esta tentación, etc.». También hemos de interesarnos por los creyentes que son perseguidos y oprimidos, y orar para que Dios les haga justicia. Hemos de clamar con insistencia día y noche, y luchar con Dios como Jacob. Como Isaías en favor de Sion, nosotros hemos de importunar a Dios: «Los que hacéis que Jehová recuerde, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra» (Isa 62:6-7).

(C) Los desalientos que quizá sufriremos en nuestras oraciones. A veces, Dios tarda en responder. Como dice G. Thibon: «Dios alarga nuestras preguntas, cuando quiere darles una respuesta infinita». Así como tiene paciencia con los adversarios de su pueblo, también quiere ejercitar la paciencia de los suyos.

(D) La seguridad que les da de que, al final, será concedida la gracia, aunque se demore la concesión. Si esta viuda prevaleció por su importunidad, mucho más prevalecerán los escogidos de Dios, pues: (a) Esta viuda era ajena al juez, pero el pueblo de Dios es su elegido; Dios conoce y ama a los suyos. (b) La viuda era una, pero los elegidos de Dios son muchos. Los santos en la tierra ponen asedio al trono de Dios en el Cielo cuando unen sus oraciones en comunión fraternal. (c) Ella apelaba a un juez que se mantenía a distancia, mientras que nosotros acudimos a un Padre que nos pide que nos acerquemos a Él (v. Heb 4:16). (d) Ella acudía a un juez injusto; nosotros acudimos a un Padre justo. (e) Ella acudía al juez sólo para obtener justicia en su propia causa, mientras que Dios está comprometido en la misma causa por la que solicitamos su ayuda. (f) Ella no tenía ningún amigo que intercediera por ella; nosotros tenemos Abogado para con el Padre, pues es su propio Hijo (1Jn 2:1), el cual vive siempre para interceder por nosotros (Heb 7:25). (g) Ella no disponía de ninguna promesa de que sería escuchada, nosotros tenemos promesa de que, si continuamos pidiendo, se nos dará. (h) Ella sólo podía acudir al juez a ciertas horas; nosotros podemos acudir a Dios a cualquier hora, día y noche porque nuestro Padre no duerme. (i) La importunidad de la viuda molestaba al juez, pero la nuestra le agrada sumamente a Dios, de ahí nuestra esperanza segura de que nuestra oración ferviente, eficaz, tiene mucha fuerza (Stg 5:16).

2. Les insinúa que, no obstante estas seguridades, día llegará en que comenzarán a cansarse de la espera: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (v. Luc 18:8). La respuesta parece ser un rotundo «¡No!» El mismo Señor lo está viendo de antemano:

(A) Nos hace suponer que lo que principalmente está buscando el Señor es fe. No dice: «¿hallará inocencia?», sino: «¿hallará fe?»

(B) También da a entender que, si hubiera fe, aun cuando fuera poca, Él la hallaría.

(C) Se nos predice que cuando Cristo venga otra vez hallará poca fe. (a) En general, hallará poca gente piadosa. Tal vez habrá muchos que tengan la apariencia de piedad, pero pocos que tengan fe genuina, que sean honestos y puros. (b) En particular, hallará pocos que tengan fe en su Venida. Con ello se nos insinúa que Cristo podría diferir su Venida mientras, primero, los malvados continúen burlándose de la promesa de su Venida (v. 2Pe 3:3-9); esta demora podría servir para endurecerles en su impiedad; segundo, mientras incluso los suyos comiencen a desesperar de su Venida. Pero ha de servirnos de consuelo y estímulo el que, cuando se cumpla el tiempo fijado, será manifiesto que la incredulidad de los hombres no ha podido invalidar la promesa de Dios.

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