Lucas 19:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Episodio, referido también por los otros tres evangelistas, de la entrada, como en triunfo, de Jesús en Jerusalén.

I. Jesucristo estaba dispuesto y decidido a sufrir y morir por nosotros. Marchó hacia Jerusalén a sabiendas de las cosas que le iban a acontecer allí y, sin embargo, no por eso le retrasaba el miedo, sino que «iba delante», con todo ánimo (v. Luc 19:28, comp. con Mar 10:32). Parecía como si tuviera prisa por llegar, cuando iba a sufrir tanto. ¿Y seremos nosotros perezosos para servirle, cuando tan presto estuvo Él para morir por nosotros?

II. Al entrar de este modo triunfal en la ciudad, Jesús no era inconsecuente con su humildad ni con el estado de humillación que había asumido el encarnarse el Hijo de Dios, ya que con esta manera de entrar en Jerusalén, daba cumplimiento a las profecías (v. Mat 21:4-5) y, por otra parte, cuanto más triunfal apareciese esta entrada, más ignominiosa aparecería su Pasión y Muerte cinco días después.

III. Cristo es el Dueño y Señor de todas las criaturas. Por eso, pudo ordenar que desatasen y le trajesen un pollino ajeno cuando tuvo necesidad de él (v. Luc 19:34) para este servicio. Esa frase, tan común y prosaica en apariencia, tiene aplicaciones profundas que pueden pasar desapercibidas en una lectura superficial del Evangelio. Si Jesús tuvo necesidad de un asno, ¿habrá algún creyente que se sienta inútil en la Iglesia de Dios? Cuando se estudia el capítulo Luc 15:1-32 de Juan, se insiste (¡y nunca demasiado!) en que «separados de Jesús, nada podemos» (Jua 15:5), pero ¿nos hemos parado a meditar en la primera mitad del mismo versículo, donde vemos que la vid da fruto precisamente en los pámpanos, no en la cepa? Es cierto que, sin Cristo, nada podemos, pero también es cierto que (por voluntad de Dios) Cristo ha limitado su acción a la instrumentalidad del ministerio, de tal manera que (digámoslo con toda reverencia) no tiene otros labios que los nuestros para predicar su Palabra; otras manos que las nuestras para llevar pan, ayuda y consuelo; otros pies que los nuestros para llevar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra; otros ojos que los nuestros para ver las miserias humanas y no hacer la vista gorda ante las injusticias del mundo ni ante los pecados notorios de los mismos creyentes. Sólo así pueden entenderse las enérgicas palabras de Pablo en Col 1:24Col 1:24. Sí, es cierto que Cristo lo consumó todo en el orden de la redención; pero nosotros hemos de completarlo en el orden de la aplicación de la redención (comp. con Gál 2:20).

IV. Cristo tenía (y tiene) bajo su vista y en sus manos los corazones de todos los hombres. Así es como pudo influir sin coacción ni violencia de ninguna clase en la voluntad de los dueños del pollino (vv. Luc 19:33-35). Tan pronto como les dijeron que el Señor lo necesitaba, lo cedieron sin formular ninguna objeción ni protesta.

V. Todos cuantos están dispuestos a cumplir sin demora ni excusa la voluntad del Señor, verán que todo les sale conforme Él ha predicho y prometido (v. Luc 19:32): «Fueron los que habían sido enviados, y lo hallaron tal como les había dicho». Es un consuelo para los mensajeros de Dios saber que han de traer lo que Dios tiene en sus designios que se le haya de traer, y en esa confianza ha de descansar y gozarse nuestra obediencia.

VI. Los buenos discípulos de Cristo no se contentan con traerle lo que Él les manda, sino que, además de hacerlo de buena gana, han de adornar la obediencia, del mismo modo que tienen que adornar la doctrina de Dios (Tit 2:10). Así vemos que estos discípulos que fueron enviados a traer el pollino, no se contentaron con traerlo, sino que también, «habiendo echado sus mantos sobre el pollino, montaron a Jesús encima de él» (v. Luc 19:35).

VII. Los triunfos de Cristo son tema de las alabanzas de los discípulos. Cuando Cristo se acercaba a Jerusalén, Dios puso de súbito en el corazón de toda la multitud de los discípulos, no sólo de los doce, alabar con alegría a Dios (v. Luc 19:37), y tender sus mantos por el camino (v. Luc 19:36), como expresión del gran gozo que sentían. Obsérvese cuál era el motivo del gozo y de las alabanzas de la multitud: Alababan a Dios por todas las maravillas que habían visto, especialmente por la resurrección de Lázaro, de lo que hallamos mención en Jua 12:17-18. Véase cómo expresaban esos sentimientos: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!» (v. Luc 19:38). Es decir: «¡Bendito sea! ¡Démosle alabanzas y que Dios le prospere!» «Paz en el cielo», porque Dios va a consumar ahora la obra de la redención, va a reconciliar al mundo consigo (2Co 5:19), «y gloria en las alturas», ya que Dios va a ser glorificado de un modo especial con la obra del Calvario. Es una porción parecida a Luc 2:14 pues ambas coinciden en glorificar a Dios en lo más alto, en el cielo empíreo donde Dios reina desde su Trono (comp. Isa 6:1-2). Los ángeles decían, en Luc 2:14; «Paz en la tierra», porque, con el nacimiento de Jesús, descendía a la tierra el cúmulo de bendiciones que el vocablo «paz» comporta para un judío; en cambio, la multitud gritaba ahora: «Paz en el cielo», por la «paz con Dios» (Rom 5:1) que el sacrificio del Calvario iba a conseguir.

VIII. Los triunfos de Cristo y las alabanzas de los discípulos eran, para los orgullosos fariseos, motivo de gran enfado: «Algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos» (v. Luc 19:39). Pensaban que Jesús no debía aceptar tales aclamaciones y, por ello, esperaban que reprendiese a quienes las proferían. Pero Cristo acepta las alabanzas de los humildes del mismo modo que desprecia el menosprecio de los soberbios.

IX. Sea que los hombres alaben y aclamen o no a Cristo, Él debe ser, y será, alabado (v. Luc 19:40): «Os digo que si éstos callan, las piedras clamarán». Los fariseos querían silenciar las alabanzas que la multitud tributaba a Cristo, pero no podrían impedirlo porque, del mismo modo que Dios puede suscitar de las piedras hijos a Abraham (Luc 3:8), también podría suscitar de las piedras alabanzas a Cristo, si las bocas de los discípulos callaran. La frase de Jesús tiene un alcance más largo, como muestra Lenski: «Jesús habla proféticamente de un tiempo en que éstos , ciertamente cesarán de aclamarle, y entonces las piedras inertes clamarán ciertamente, con gritos penetrantes cuando no quede piedra sobre piedra en la misma Jerusalén. Tal grito será la voz de condenación por rechazar al Rey-Mesías. Al querer que los discípulos permanecieran en silencio, estos fariseos estaban pidiendo que este grito de las piedras empezara ya».

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