Lucas 22:21 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos el discurso de Jesús a sus discípulos después de la institución de la Santa Cena. Lucas nos ha conservado detalles que no hallamos en los otros evangelistas; pero Juan (caps. Jua 13:1-38; Jua 14:1-31; Jua 15:1-27; Jua 16:1-33; Jua 17:1-26) es el que con mayor detalle nos refiere lo que Cristo habló en esta ocasión.

I. El primer tema que aquí hallamos en su discurso es la traición de Judas.

1. Jesús les da a entender que el traidor está allí entre ellos y que es uno de los doce (v. Luc 22:21). Al colocar esta parte del discurso después de la institución de la Cena, aunque en Mateo y en Marcos aparece delante, Lucas parece dar a entender que Judas participo de la Santa Cena. Sin embargo, Jua 13:30 no deja lugar a dudas de que Judas salió del Aposento Alto inmediatamente después de «tomar el bocado», es decir, el pedazo de pan mojado en salsa o charoseth. Como puede verse también por el versículo Luc 22:24, que refiere algo ya ocurrido antes de la Cena, hacemos nuestra la observación de Lenski: «Hemos visto que Lucas no tiene en cuenta la relación del tiempo en gran número de narraciones, y que arregla sus materiales de acuerdo con los contenidos de las secciones comprendidas».

2. Les predice que la traición se llevará a efecto (v. Luc 22:22): «Y en verdad, el Hijo del Hombre se va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!» Estaba determinado por Dios que Cristo muriese en la Cruz para redimirnos (v. Hch 2:23). Además, Cristo no fue a la muerte por la fuerza, sino que puso su vida voluntariamente (Jua 10:18), aun cuando lo hizo en obediencia a la voluntad del Padre. El que halle en esto alguna dificultad es que no ha comprendido todavía que la obediencia a Dios es la suprema libertad. Pero, aunque el plan de Dios se había de llevar a cabo mediante el sacrificio de Cristo, y Él mismo fue voluntariamente a la muerte, ello no es óbice para que la culpabilidad de Judas en su traición, así como el papel que Caifás, Pilato, etc., jugaron en la muerte del Señor, fuesen el mayor crimen que se ha cometido en la historia de la Humanidad. Aquí tocamos fondo en el misterioso problema de la conjugación de la acción divina con la responsabilidad humana, pero ahí están las palabras de la Escritura, y la pequeñez de nuestra comprensión no debe permitirnos poner objeciones a la infinita sabiduría de Dios.

3. Con esta declaración, Jesús provocó en sus discípulos un serio examen de conciencia dentro de sí mismos como nos consta por Mat 26:22; Mar 14:19. Lucas solamente refiere que «entonces ellos comenzaron a discutir entre sí quién de ellos sería, pues, el que iba a hacer esto» (v. Luc 22:23).

II. Después, en la narración de Lucas, se refiere al altercado que surgió entre los discípulos sobre precedencia o supremacía.

1. La discusión versaba «sobre quién de ellos parecía ser mayor», es decir, superior en rango o autoridad a los demás. ¡Qué inexplicable contraste nos ofrece esto con lo que acabamos de leer en los versículos anteriores! Cristo había hablado de su extrema humillación, ellos mismos habían estado inquiriendo sobre quién sería el traidor, y ahora discuten sobre quién debía ser el jefe. ¡Cuán lleno de contradicciones está el perverso y engañoso corazón humano! (Jer 17:9).

2. Veamos lo que Cristo dice sobre el tema de este altercado. No se muestra duro con ellos, como se merecían, sino que les muestra humildemente la culpabilidad y la necedad de tal discusión, ya que:

(A) Ello equivalía a pretender ser como «los reyes de los gentiles» (v. Luc 22:25), o «de las naciones», los cuales «se enseñorean de ellas», es decir, gobiernan sobre ellas como «supremos señores» a quienes ha de rendirse pleitesía y obediencia incondicional (el verbo usado por Pedro en 1Pe 5:3 es todavía más fuerte ¡buen profeta!); «y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores» continúa diciendo Jesús. Nótese ese «son llamados». Uno de los Ptolomeos de Egipto era apellidado Euergetes = Bienhechor; algunos emperadores romanos eran llamados Soter = Salvador. ¡Pura adulación, hipocresía y autoexaltación!

(B) Jesús declara tajantemente: «Mas no así vosotros» (v. Luc 22:26). Al contrario, «el mayor entre vosotros sea como el más joven; y el que dirige (gr. hegoumenos: el mismo vocablo que en Heb 13:7, Heb 13:17, Heb 13:24, del que procede el término hegemonía ), como el que sirve» (diakonon). Con estas palabras no abolía Jesús toda «autoridad» (en sentido de «facultad delegada por el Señor») en su Iglesia, ya que Heb 13:17 exhorta a obedecer y someterse a los pastores (lit. dirigentes), pero daba a entender con toda claridad que no hay otra «jerarquía» que la de la humildad, el amor y el servicio a los hermanos. El único «señorío» en la Iglesia es propio del Señor de su Palabra y de su Espíritu, a los que todos (dirigentes y dirigidos) deben someterse. El Señor pregunta a continuación: «Porque ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve» (comp. con Mat 20:28; Jua 13:12-17). ¡El Gran Siervo de JEHOVÁ fue también el Gran Servidor de los hombres!

(C) Jesús les dice también que no tienen por qué altercar sobre honores y grandezas de este mundo, porque Él les tiene reservados un reino, un banquete y un trono más valiosos que todo lo de este mundo (vv. Luc 22:28-30).

(a) Primero, Jesús les agradece la fidelidad con que le han seguido: «Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» (v. Luc 22:28). Cuando Jesús era perseguido, burlado, calumniado, allí estaban sus discípulos junto a Él, participando de algún modo en sus penas y en sus alegrías; poco era el alivio que podían, sabían o querían prestarle pero Él apreciaba el que, al menos, no le habían abandonado cómo los discípulos mencionados en Jua 6:66. ¡Cómo agradece el Señor Jesucristo todo lo que se le hace, por poco que sea! Los Apóstoles tenían muchos defectos, eran tardos para entender, débiles para ayudar, cobardes para defender; pero Jesús no tiene en cuenta nada de eso, sino sólo: «habéis permanecido conmigo en mis pruebas». Cuando va a partir de este mundo, Jesús no guarda ningún resentimiento para los suyos, aun previendo que le abandonarían tras el prendimiento en Getsemaní, sino que, al conocer el interior del corazón (Jua 2:25), sólo menciona lo mejor que halla en ellos. ¡Qué ejemplo para nosotros, que estamos inclinados a ver lo peor del prójimo!

(b) Luego les anuncia la recompensa que les tiene reservada por esa fidelidad: «Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí» (v. Luc 22:29). No siempre van a ser súbditos; un día serán reyes (v. Apo 22:5), pero ese reino no será como los de este mundo: será una participación del mismo reino que le ha sido asignado al Señor Jesús. En consecuencia, participarán con Jesús en el banquete mesiánico, que simboliza una felicidad inmensa y una estrecha intimidad con el Señor (v. Luc 22:30). Finalmente, les conferirá una dignidad especial, pues serán jueces de las tribus de Israel. (El juicio al que se refiere aquí Jesús es, con la mayor probabilidad, el anunciado en Eze 20:33-38; Mal 3:2-6; Mat 25:1-30. Nota del traductor.) El Señor no dice aquí «doce tronos», en contraste con Mat 19:28. La razón es que aquí sólo hay once Apóstoles, ya que Judas no cuenta, y Matías no le ha sustituido todavía. Dice Bliss: «El sentarse sobre tronos y el número doce son una parte de la estructura de su idea, pero la esencia de ella es que en el día del juicio su testimonio acerca de la verdad del Evangelio y de su poder indispensable para salvar, condenará a la masa de judíos incrédulos quienes ahora lo condenan a Él y a ellos. En este versículo está el único caso en que Jesús llama al reino de Dios y del cielo , mi reino . Él está pensando en aquel estado en que Él aparecerá como el verdadero Rey».

III. Ahora se refiere a la futura negación de Pedro.

1. Sólo en Lucas hallamos la referencia que Cristo hace al intento del diablo de zarandear a Pedro y a los demás discípulos durante la gran prueba que se aproximaba: «Simón, Simón (nótese la repetición, cuyo significado ya hemos explicado en otros lugares), he aquí que Satanás ha solicitado poder para zarandearos como a trigo» (v. Luc 22:31). Notemos aquí que: (a) Pedro que solía ser como la «boca» por la que hablaban los demás Apóstoles, es aquí como el «oído» por el que los demás deben oír. Y así como Pedro se adelantaba a hablar por los demás, también se iba a adelantar en sucumbir a la tentación de Satán con su triple negación del Maestro. (b) Satanás no tiene, para tentar, otro poder que el que Dios le permite, como vemos aquí, lo mismo que en Job 1:12; Job 2:6. Esto ha de darnos una confianza muy grande en nuestro Dios «que no permitirá que seamos tentados más de lo que podemos resistir, sino que proveerá también juntamente con la tentación la vía de escape, para que podamos soportar» (1Co 10:13). Si sucumbimos, como Pedro, es porque no buscamos esa «vía de escape» que Dios provee siempre para nosotros (v. también Stg 4:7; 1Pe 5:8-9).

2. Jesús asegura a Pedro que aun cuando va a ser un cobarde, no va a ser infiel: «Yo he rogado por ti, que tu fe no falle» (v. Luc 22:32). Aunque los creyentes tengan muchos defectos y fallos en su conducta, es un consuelo saber que, por la intercesión de nuestro Abogado junto al Padre, la fe de los genuinos creyentes, aun cuando a veces sea sacudida, nunca quedará extinguida, porque serán guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación (1Pe 1:5). (En una oración del ritual romano para recomendar el alma del creyente moribundo, se dice de él al Señor: «no ha negado tu fe». Nota del traductor.)

3. Jesús encarga a Pedro que, cuando se recobre de la caída, su fe, renovada y robustecida por la triste experiencia, le sirva para ayudar a sus hermanos cuando la fe de éstos se halle en peligro. Podemos hacernos aquí dos preguntas, muy atinadamente propuestas y resueltas por Lenski. La primera es: por qué no alcanzó esta oración a Judas. La respuesta es que la oración de Jesús es eficaz en intercesión por los suyos, pero los incrédulos obstaculizan con su maldad el efecto de la oración, aunque no se puede negar a la gracia de Dios la fuerza necesaria para vencer muchas veces la rebeldía del hombre como se ve por la conversión fulminante de Saulo (Hch 9:1-43), en la que es muy probable que tuviese su influencia la oración de Esteban (Hch 7:60). La segunda pregunta es: ¿por qué oró Jesús por la fe de Pedro, y no por la de todos los Apóstoles como en Jua 17:21? A esta pregunta responde así Lenski: «La respuesta no es la que dan los romanistas: porque Pedro había de ser el primer papa; y no la de muchos otros: porque fue el más connotado de los apóstoles y su líder. La respuesta es casi lo contrario. Porque él cayó profundamente, cayó como ninguno de los demás cayó; por tanto, cuando se convirtiera, era él quien podía ayudar a los otros por medio de su propia y triste experiencia, y podía hacer que la fe vacilante de los otros se afirmara de nuevo, de modo que tal fe no se perdiera, como casi se perdió completamente la suya». Es como si Jesús le dijera a Pedro: «Cuando tu fe se haya robustecido, haz lo posible para que también la de tus hermanos se robustezca; y cuando hayas hallado gracia y misericordia de Dios, anima a los demás a esperar que también ellos alcanzarán gracia y perdón». Por donde vemos que los que han caído en pecado, deben ser convertidos o «vueltos» (v. Luc 22:32) de él; y que los que han sido restaurados por la gracia de Dios, han de hacer todo lo posible para enseñar a los transgresores los caminos de Dios y ayudar a los pecadores para que se conviertan a Dios (Sal 51:11-13).

4. Al oír esto, Pedro declara que está resuelto a seguir a Cristo, aunque ello le cueste la vida: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte» (v. Luc 22:33). Fue ésta una gran declaración, y no cabe duda de que Pedro la hizo con toda sinceridad, pero pensó equivocadamente que tendría por sí mismo la fuerza necesaria para llevarla a cabo. Es una declaración que todo creyente sincero ha de estar dispuesto a hacer, con tal de que no confíe en sus propias fuerzas, sino sólo en la gracia de Dios. Por los demás evangelistas sabemos que los demás Apóstoles hicieron las mismas protestas de fidelidad al Señor.

5. Inmediatamente, Cristo predice las negaciones de Pedro: «Pedro, te aseguro que el gallo no cantará hoy antes que tú hayas negado tres veces que me conoces» (v. Luc 22:34). El informe más detallado y preciso de esta afirmación se halla en Marcos Mar 14:30, quien, con la mayor probabilidad, lo oyó de labios del mismo Pedro. El Señor nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. Y es una bendición para nosotros el que Jesús conozca mejor que nosotros cuáles son nuestros puntos más débiles y, por tanto, adónde acudir con gracias más abundantes.

IV. Finalmente, Jesús se refiere a la condición de los discípulos en general.

1. Les recuerda primero cómo les había ido cuando le habían servido con fidelidad: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿acaso os faltó algo?» (v. Luc 22:35). Reconoce Jesús que les había enviado en condiciones muy precarias. Si Dios nos envía al mundo de una forma parecida, recordemos en qué condiciones fueron enviados los primeros discípulos de Cristo. A pesar de ello, no les faltó nada; ellos mismos lo reconocieron al responder al Maestro: «Nada». Nos conviene refrescar a menudo la memoria, y repasar los muchos casos en que la providencia de Dios nos ha subvenido en las mayores necesidades y nos ha prevenido o sacado de los mayores apuros y dificultades. Cristo es muy buen amo, y servirle a Él es muy buen servicio; por muchos y grandes que sean los aprietos por los que sus siervos hayan de pasar, saben que han de contar con su ayuda omnipotente. Así como a ellos no les faltó nada, así también nosotros podemos estar seguros de que no nos faltará lo necesario para la vida, aunque no gocemos de muchas comodidades.

2. Les hace saber a continuación el gran cambio que se va a operar en las circunstancias que les aguardan. El que era su Maestro iba a entrar ahora en los padecimientos que con tanta frecuencia les había predicho: «Es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos» (v. Luc 22:37, comp. con Isa 53:12). Estas cosas tenían que cumplirse en Él; cuando hayan sido cumplidas, dirá: «Consumado está» (Jua 19:30). Es un consuelo para los cristianos que sufren, como lo fue para Cristo, saber que sus padecimientos estaban también predichos, y como los de Cristo, llegarán a su fin: un final eternamente dichoso. Ahora debían sufrir algo, hasta cierto punto, con su Maestro; y cuando el Maestro partiera, habían de esperar sufrir como Él (v. Rom 8:17; 2Co 1:7; Flp 1:29; Flp 3:10; Col 1:24). No deben esperar que sus amigos y parientes se porten con ellos con la misma amabilidad de antes; por consiguiente, «el que tiene bolsa, tómela» (v. Luc 22:36). Han de esperar igualmente que sus enemigos se porten con ellos con mayor fiereza que antes y, por eso, necesitarán proveerse de lo necesario: «… y también la alforja». Jesús añade: «Y el que no tenga, venda su manto y compre una espada». Hay autores, como Lenski, que interpretan literalmente lo de la «espada», para poder conseguir los víveres (y defenderse de los enemigos) por la fuerza. Pero es contrario, no sólo al contexto general del Nuevo Testamento, sino también al contexto próximo (v. Luc 22:38, comp. con vv. Luc 22:49-51 y, especialmente Mat 26:52). Es, por tanto, un símbolo de la hostilidad general contra los creyentes, pues la única espada («espada corta» o «daga defensiva») que los cristianos han de manejar es la «espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Efe 6:17; Heb 4:12). Si Cristo sufrió por nosotros con toda mansedumbre (Isa 53:7; 1Pe 2:21-25), nosotros hemos de tener los mismos sentimientos (Flp 2:5.) y depender enteramente de la providencia de nuestro Padre Celestial; así estaremos preparados mejor que si vendiéramos el manto para comprar una espada. Vemos que los discípulos entendieron mal las palabras de Cristo y hallaron que tenían allí «dos espadas». Por Jua 18:10, sabemos que una de las espadas estaba en manos de Pedro, quien la usó imprudente y peligrosamente (v. Jua 18:26). El Señor les cortó en seco con una sola palabra: «¡Basta!» (Es curiosa la interpretación que de este pasaje hizo el papa Bonifacio VIII †1303 , para afirmar que las dos espadas: el poder espiritual y el temporal, están en manos del papa, supuesto sucesor de Pedro, y que el Señor no dijo: «Es demasiado», sino: «Es suficiente». Huelga el comentario. Nota del traductor). Quienes tienen a Dios por «escudo de su socorro y espada de su triunfo» (Deu 33:29), no necesitan más armas para su defensa.

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