Lucas 23:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nuestro Señor fue condenado por blasfemo ante el tribunal religioso de la nación. Pero sus enemigos sabían muy bien que no podrían conseguir que fuese condenado a muerte por ese motivo. Así que siguieron otro procedimiento.

I. Le acusaron ante Pilato: «Levantándose entonces la muchedumbre de ellos, le condujeron a Pilato», y demandaron que se le condenara a muerte no como blasfemo (esto no habría servido ante el tribunal romano), sino como desafecto al régimen político, lo cual (¡tremenda ironía!) no era para los acusadores ningún crimen en absoluto.

1. Notemos el delito que alegan contra Él (v. Luc 23:2). Lo presentan: (A) Como un sedicioso que solivianta al pueblo contra César. Es cierto, y Pilato lo sabía que era general el desasosiego del pueblo bajo el yugo del poder romano; pero los enemigos de Jesús querían persuadir a Pilato de que el Salvador era un gran fautor del descontento general: «Hemos hallado a éste pervirtiendo a la nación». Cristo había dicho claramente que se había de pagar tributo a César y, sin embargo, se le acusa ahora falsamente de prohibir dar tributo a César. Por aquí vemos que cuando hay mala intención, la inocencia no es una firme barricada contra la calumnia. (B) Como rival de César, aunque lo cierto es que lo rechazaban porque no se había ofrecido a hacer nada contra César; sin embargo, le acusan de decir «que Él mismo es Cristo rey».

2. Lo que Jesús declaró a Pilato: «Entonces Pilato le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos?» (v. Luc 23:3). A lo que Jesús respondió: «Tú lo dices», esto es, «así es, como tú lo dices». El reino de Cristo tiene raíces espirituales y no se interfiere en la jurisdicción de César. Todos cuantos conocían a Jesús sabían que nunca había intentado hacerse rey de los judíos en competencia con César.

3. Pilato vio clara la inocencia de Jesús: «Y Pilato dijo a los principales sacerdotes y a la gente: Ningún delito hallo en este hombre» (v. Luc 23:4).

4. Pero ellos continuaron en su furia ultrajante contra Jesús (v. Luc 23:5). En lugar de aplacarse ante la moderación de Pilato, quien ningún delito veía en el Salvador, se exasperaron todavía más ante la declaración que el gobernador había hecho de la inocencia de Jesús. Es evidente que no tenían ningún cargo particular de qué acusarle, pero estaban resueltos a proseguir el proceso con toda audacia y confianza: «Pero ellos porfiaban diciendo: Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí» (v. Luc 23:5). No soliviantaba, sino que estimulaba al pueblo a todo cuanto es virtuoso y digno de alabanza. Enseñaba, pero no podían acusarle de que enseñase nada que tendiera a perturbar la paz pública.

II. Después le llevan a Herodes (vv. Luc 23:6-12).

1. Pilato, «al percatarse de que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes» (v. Luc 23:7). Como los acusadores habían mencionado Galilea (v. Luc 23:6), esto le sirvió al gobernador para intentar quitarse de encima este enojoso caso y cargárselo a Herodes, que por aquellos días se encontraba en Jerusalén (v. Luc 23:7).

2. Herodes se alegró mucho de que se lo trajeran, pues tenía muchos deseos de verle (v. Luc 23:8), no para aprender de Él y recibir el Evangelio, sino para satisfacer su curiosidad con la esperanza de que Jesús obrase algún milagro en su presencia. Así que «le hacía muchas preguntas, pero El nada le respondió» (v. Luc 23:9). Jesús no hacía los milagros para satisfacer la curiosidad del público, no practicaba la magia. Si el mendigo más menesteroso le hubiese rogado un milagro para sacarle de la necesidad, no se lo habría negado; pero a este orgulloso y corrompido monarca, no le dirigió ni una sola palabra. Herodes podía haber visto los milagros de Jesús en Galilea, pero no le interesó entonces; ahora que quería verlos, le eran negados, pues no había conocido el día de su visitación. Los milagros de Dios no son una baratija al alcance de los potentados de este mundo.

3. Los perseguidores de Jesús le acusaron también ante Herodes: «Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia (v. Luc 23:10); es decir, a porfía y con desvergüenza, como indica el vocablo griego.

4. Herodes al ver que Jesús no le hacía ningún caso, le trató con todo desprecio, vistiéndole «de una ropa espléndida», no como regalo de aprecio, sino en son de burla, como a un loco que se finge rey. Del texto no puede colegirse el color de la ropa, pero puede pensarse que sería rojo púrpura pues éste era el color de la nobleza y de la realeza. Así enseñaba Herodes a los soldados de Pilato cómo habían de tratarle después.

5. Sin acompañarle de ninguna nota, Herodes remitió a Jesús al gobernador, lo cual sirvió para que se hicieran «amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí» (v. Luc 23:12, comp. con Hch 4:27). La historia se repite: Los enemigos públicos y privados se coligan para oponerse a Dios, a Cristo y al Evangelio (v. Sal 2:2). Lo paradójico es que tanto Pilato como Herodes no tuvieron más remedio que reconocer la inocencia de Jesús; en esto estuvieron de acuerdo, al haber estado enemistados por otros motivos.

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