Lucas 23:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Es de notar la presteza con que se llevó a cabo el juicio de Jesús. Fue llevado ante el Sanedrín «cuando se hizo de día» (Luc 22:66); después, a Pilato luego, a Herodes; de nuevo, a Pilato; vemos después la lucha entre el gobernador y los acusadores de Jesús, con los diversos procedimientos que usó Pilato para ver de soltarle; el diálogo repetido con Jesús; la flagelación, la coronación de espinas y la burla que los soldados hicieron de Jesús; y, «a la hora sexta»; es decir, entre las nueve y las doce de la mañana, ya le vemos en la cruz. Esto quiere decir que, en el espacio máximo de seis horas, se llevó a cabo todo el proceso. Podemos decir que, en el proceso de Jesús, se batieron todas las marcas de injusticia y de velocidad. Al llevarlo al Gólgota, hemos de notar:

I. Un personaje al que mencionan los cuatro evangelistas: «Y cuando lo llevaban, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús» (v. Luc 23:26). Era costumbre que los ajusticiados llevasen su propia cruz hasta el lugar del suplicio. En este caso, no fue por compasión, sino por temor de que se les muriese en el camino, por lo que los enemigos de Jesús hicieron que Simón llevase la cruz, después que el cortejo había pasado la puerta de la ciudad, como sabemos por Mateo. Dice Lenski: «Estamos en lo cierto al creer que Jesús cayó bajo el peso de la carga; se desplomó tan completamente que aun sus ejecutores vieron que ni sus golpes ni sus maldiciones podían mantenerle en pie». Y, para ellos, habría sido una verdadera lástima no verle morir en la Cruz.

II. Sólo Lucas menciona el episodio que sigue a continuación (vv. Luc 23:27-31). No todos eran enemigos de Jesús: «Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que se dolían y se lamentaban por Él» (v. Luc 23:27). Como hace notar Lenski, estas mujeres no eran precisamente discípulas de Jesús: se lamentaban de Él como se hace duelo de alguien que ya está muerto, pero no lloraban por los pecados de los gobernantes, ni por los de la nación, ni siquiera por sus propios pecados. Hay muchos que se lamentan de los sufrimientos de Cristo, pero no le aman de veras ni creen en Él para salvación (basta con presenciar las famosas procesiones de Semana Santa en España. Nota del traductor). Cristo se volvió hacia estas mujeres y les dijo que no se lamentaran por Él, sino por ellas mismas (v. Luc 23:28).

1. «Hijas de Jerusalén» les dice , no de Galilea sino de la capital de Judea; «cesad de llorar por mí» (lit. de acuerdo con la regla del presente), «sino dirigid ese llanto hacia vosotras mismas y hacia vuestros hijos.» Cuando, con los ojos de la fe, vemos a Jesús en la Cruz, debemos llorar, no por Él, sino por nosotros, pues la cruz de Cristo no está destinada a suscitar en nosotros sentimientos de lástima, sino lágrimas de arrepentimiento por nuestros pecados, y de fe gozosa por el perdón que, a la vista de ese sacrificio, se nos pone al alcance de la mano (v. 2Co 5:19-21). La muerte de Cristo significaba la victoria sobre nuestros enemigos, y nuestra libertad del pecado, de la muerte y del Infierno, con el rescate de una vida eterna para nosotros (1Pe 1:18-19).

2. A continuación, Jesús explica a estas mujeres la razón por la que deben llorar por ellas mismas y por sus hijos: Se acercan horas particularmente tristes para los judíos de aquella generación. Hacía poco que el Maestro había llorado sobre Jerusalén (Luc 19:41-44) y ahora les pide a estas mujeres que hagan lo mismo. Jesús predice la caída de la ciudad y lo hace mediante dos dichos proverbiales que expresan algo extremadamente terrible: quedar sin hijos y ser sepultadas vivas: (A) «Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Dichosas las estériles, y los vientres que no concibieron y los pechos que no criaron» (v. Luc 23:29). Envidiarán precisamente lo que toda mujer judía temía sobremanera: la esterilidad.

(B) «Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos» (v. Luc 23:30, comp. con Apo 6:16). Desearán pasar desapercibidas en las más oscuras cavernas e incluso, sepultadas por las rocas, para estar a salvo de estas calamidades, aun cuando corran el riesgo de quedar despedazadas.

3. Les muestra también cuán fácil es adivinar con base en los sufrimientos que Él iba a padecer ahora, la desolación inminente de la ciudad: «Porque si en el leño verde hacen estas cosas ¿qué sucederá con el seco?» (v. Luc 23:31). Cristo era el leño verde, florido y fructífero; si en Él, pues, hacía tales estragos el fuego de la justicia divina, ¿qué le habría ocurrido a toda la raza humana, si Él, Cordero sin mancha, no se hubiera interpuesto; y qué les sucederá a esos árboles continuamente secos, no obstante todo lo que el Señor ha llevado a cabo a fin de hacerlos fructíferos? La consideración de los amargos sufrimientos del Salvador debería estimularnos a una actitud de temor y reverencia frente a la justicia de Dios. Los más grandes santos, comparados con Cristo, son como árboles secos; y si Él sufre, ¿cómo no vamos a esperar también nosotros sufrir con Él?

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