Lucas 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El bautismo de Juan viene a inaugurar una nueva época en la historia de Israel, por lo que se requería un relato particular de tal acontecimiento. Cosas gloriosas se nos habían dicho del Bautista (Luc 1:15, Luc 1:17), pero lo dejamos allí en el desierto, y allí se queda «hasta el día de su aparición pública ante Israel» (Luc 1:80). Ese día había llegado.

II. Tenemos primero la fecha del comienzo del bautismo de Juan, con detalles pasados por alto por los otros evangelistas, y que nos ayudan a confirmar nuestro conocimiento de la verdad mediante la exacta fijación de la fecha. Ésta queda aquí establecida:

1. Mediante el cómputo de los gentiles, bajo cuya dominación se hallaban entonces los judíos:

(A) Es fechada «en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César» (v. Luc 3:1), el tercero de los doce Césares y un hombre muy malo. El pueblo judío, después de largas luchas había caído bajo el dominio de Roma y se había convertido en una provincia (pequeña e insignificante) del Imperio Romano.

(B) Es fechada también de acuerdo con el gobierno de los virreyes que gobernaban la Tierra Santa, dividida en cuatro partes bajo el mando supremo del Emperador. Esto era un símbolo más de su esclavitud, ya que los cuatro gobernantes eran extranjeros. A Pilato se le llama aquí «gobernador», presidente o procurador, de Judea. Su carácter es descrito por otros autores como de un hombre perverso y sin conciencia. Tuvo poco tacto en su gobierno y, finalmente, fue sustituido y enviado a Roma para dar cuenta de su mala administración. Los otros tres son llamados tetrarcas por estar cada uno al mando de la cuarta parte del territorio que había estado antes al mando de Herodes el Grande.

2. Mediante el cómputo del gobierno de los judíos mismos (v. Luc 3:2). Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Dios había determinado que hubiese sólo un sumo sacerdote, pero aquí se nombran dos para mostrar el desorden reinante en la época. La explicación de esta anomalía nos es dada por Flavio Josefo, que en sus Antigüedades explana que Anás, un rico saduceo, había sido sumo sacerdote durante varios años hasta su deposición algunos años antes de la fecha que aquí se indica; no obstante, al ser hombre de mucha riqueza e influencia, tuvo cinco hijos que, además de Caifás, su yerno, ocuparon el sumo sacerdocio (v. Jua 18:19-24, para constatar esta influencia de Anás).

II. Origen y objetivo del bautismo de Juan:

1. En cuanto a su origen, era del cielo: «Vino palabra de Dios sobre Juan» (v. Luc 3:2). Es la misma expresión que se usa con respecto a los profetas del Antiguo Testamento (v. Jer 1:2), pues Juan era profeta, sí, más que profeta. Juan es llamado aquí «el hijo de Zacarías», para referirnos a lo que el ángel le dijo a su padre. La palabra de Dios vino sobre él «en el desierto» porque cuando Dios cualifica a una persona, la palabra de Dios ha de salirle al encuentro dondequiera que tal persona se halle. Así como la palabra de Dios no está atada en una prisión, tampoco está perdida en un desierto. Juan era hijo de un sacerdote y estaba ahora en los treinta años de su edad; por consiguiente, según la ley del templo, podía ser admitido ya al servicio del templo. Pero Dios le llamaba a un servicio más honorable.

2. En cuanto al objeto y designio de su bautismo, era traer a todo el pueblo de Israel a su Dios en arrepentimiento, para perdón de sus pecados (v. Luc 3:3). Vino primero a toda la comarca del Jordán es decir, precisamente a la parte aquella del país de la que el Pueblo de Dios había tomado posesión en primer lugar, allí convenía que se izase también primero el estandarte del Evangelio. Juan había residido en la parte más solitaria e inhóspita de la comarcapero, cuando la palabra de Dios vino sobre él, dejó el desierto y vino a una zona habitada. Quienes se hallan a gusto en su retiro deben cambiarlo a gusto por otros lugares de concurrencia, cuando Dios les llama a ellos. «Recorrió toda la comarca … proclamando un nuevo bautismo». Existía ya la ceremonia de sumergir en agua a los prosélitos para admitirlos al pacto de Israel, pero el significado del bautismo de Juan era llamar al arrepentimiento para perdón de pecados. Por tanto:

(A) Eran obligados a arrepentirse de sus pecados, a tener pesar por los que habían cometido con propósito de abandonar la vida de pecado, y cambiar de mentalidad respecto a los criterios falsos que habían adoptado en relación con el Mesías. Debían ser sinceros en su profesión y fieles en su promisión: Cambiar de mentalidad y de conducta, para demostrar que tenían una nueva vida, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo (v. Eze 36:25-26).

(B) Eran, bajo esta condición, asegurados del perdón de sus pecados. Así como el bautismo que él administraba les obligaba a no someterse más al poder del pecado, así también les servía de señal y sello de que habían sido descargados de la culpabilidad del pecado.

III. El cumplimiento de las Escrituras en el ministerio de Juan. Los otros evangelistas se habían referido ya al mismo texto de aquí (Isa 40:3-4): «Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías». Entre estas palabras se halla que habría «voz de uno que clama en el desierto». Juan era esta voz, la cual gritaba: «Preparad el camino del Señor; haced derechas sus sendas». Lucas va más lejos que Mateo y Marcos en la cita de Isaías, y aplica igualmente al ministerio del bautismo las palabras que siguen en la profecía (vv. Luc 3:5-6): «Todo valle será rellenado». Aunque el conjunto de metáforas de esta porción se refiere literalmente a la debida preparación de los caminos por los que el Rey ha de llegar, no está de más acomodar espiritualmente el sentido literal, como siempre se ha hecho. En este sentido, la figura de rellenar el valle puede significar llenar con diligencia los huecos de la holganza o el enriquecimiento de gracia que los humildes han de experimentar. En cambio, los ricos y orgullosos han de humillarse: «Todo monte y collado será rebajado». Los caminos tortuosos (retorcidos y desviados) del pecado «se harán rectos». Dios, con su gracia, capacitará para esta rectitud que el hombre no puede alcanzar por sí mismo. Y las dificultades que impiden y desaniman en el camino hacia el Cielo serán removidas: «Lo áspero se convertirá en caminos suaves». El Evangelio hace que el camino del Cielo sea llano para ser hallado, y suave para ser hollado. Y, como resultado de todo ello, la gran salvación se descubrirá más y mejor que nunca, y su descubrimiento se extenderá también más lejos que nunca: «Y verá toda carne (comp. con Gén 6:12) la salvación de Dios». No sólo los judíos, sino también los gentiles, la verán, y muchos de ellos, tanto judíos como gentiles, se beneficiarán de ella.

IV. Las advertencias y exhortaciones que Juan hacía, en general, a quienes se sometían a su bautismo (vv. Luc 3:7-9). En Mateo (Mat 3:7-10), se nos dice que predicó estas mismas cosas a «muchos de los fariseos y de los saduceos que venían a su bautismo»; pero aquí se nos dice que lo «decía a las multitudes que salían para ser bautizados por él» (v. Luc 3:7). Es obvio que esto lo decía a todos los que salían a él; ni adulaba a los grandes, ni contentaba a las masas, al reprender por igual a todos, pues aunque las multitudes no tuviesen los mismos pecados, tenían otros por los que merecían igual reprensión. Ahora obsérvese que:

1. Aquella generación perversa se había convertido en generación de víboras; no sólo emponzoñada, sino también ponzoñosa; que aborrecían a Dios y se aborrecían unos a otros.

2. A esta generación de víboras se le exhorta de buena fe a que huya de la ira inminente, pues pende sobre ellos (comp. con Rom 1:18) si continúan por el camino del mal. Demos gracias a Dios de que, no sólo se nos exhorta a escapar de la ira inminente, sino que se nos muestra también la vía de escape (Jua 3:15-16) con tal que acudamos a tiempo (2Co 6:1-2).

3. No hay modo de escapar de la ira de Dios, a no ser por fe y arrepentimiento, aunque el énfasis cae sobre la fe cuando se trata de gentiles, cuya fe estaba en dioses falsos mientras que el énfasis cae sobre el arrepentimiento cuando se trata de judíos, pues éstos creían en el verdadero Dios, pero necesitaban cambiar de mentalidad con respecto al Mesías (comp. Hch 2:38 con Hch 16:31, y ambos con Hch 20:21).

4. Quienes profesan arrepentimiento deben mostrar los frutos que de un verdadero arrepentimiento se desprenden, si desean huir de la ira venidera (v. Luc 3:8): «Producid, pues, frutos que correspondan a un sincero arrepentimiento». Con el cambio de conducta se demuestra el cambio de mentalidad.

5. Si no buscamos la santidad de corazón y en nuestra vida, la profesión de religión no nos servirá de nada, aun cuando la cubramos de honorables excusas: «Y no comencéis a decir entre vosotros mismos: Tenemos por padre a Abraham».

6. No tenemos, pues, por qué escudarnos en privilegios exteriores y en profesiones de religión, pues Dios puede asegurar eficazmente su honor y gloria sin nosotros. Si nosotros somos cortados y vamos a la ruina, Él puede levantar para sí una Iglesia de donde menos se podría suponer: «Porque os digo que de estas piedras puede Dios suscitar hijos a Abraham». Es probable que Juan aludiera aquí a las piedras que representaban a las doce tribus de Israel y que, tal vez, yacían aún en el álveo del Jordán (v. Jos 4:3), muy cerca de donde él predicaba.

7. Cuanto mayores sean las profesiones de arrepentimiento que hagamos, y cuanto más fuertes las exhortaciones y estímulos al arrepentimiento que, con la gracia de Dios, hayamos recibido, tanto más cercana y más grave será la ruina que nos amenaza si no nos arrepentimos sinceramente: Ahora que el reino de Dios está al alcance de la mano (Mat 3:2; Mat 4:17; Mar 1:15), «también el hacha de la ira de Dios está puesta junto a la raíz de los árboles» (v. Luc 3:9). La amenaza es tanto más terrible para el inconverso, cuanto más dulce es la exhortación para el arrepentido.

8. El árbol que no de frutos de arrepentimiento terminará en el fuego del Infierno: «Todo árbol que no produce buen fruto se corta y se echa al fuego». «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (Heb 10:31).

V. Las instrucciones particulares que Juan daba a diversas clases de personas que venían a él en busca de consejo con respecto a sus respectivos deberes: el pueblo, en general los cobradores de impuestos, y los soldados. Algunos de los fariseos y de los saduceos acudieron a este bautismo, pero no se nos dice que preguntaran: ¿Qué haremos? Pensaban que ya lo sabían. Pero el pueblo llano, los publicanos y los soldados, conscientes de sus pecados y de la ignorancia que tenían de las exigencias de la ley divina, eran los que preguntaban a Juan: «¿Qué haremos?» (v. Luc 3:10). Esto nos muestra que los que son bautizados deben ser enseñados (v. Mat 28:19-20). Quienes desean cumplir con su deber, han de conocer bien ese deber; y quienes profesan y prometen arrepentimiento han de evidenciarlo en su vida. Éstos apuntan correctamente hacia sí mismos. No preguntan: ¿Qué hace este hombre?, sino «¿Qué haremos nosotros?» Es decir: ¿Qué frutos de arrepentimiento hemos de mostrar nosotros? Y Juan responde a cada uno según sus respectivas obligaciones y situaciones:

1. Al pueblo en general le recomienda un amor al prójimo que se traduzca en compartir (comp. con 1Jn 3:17): «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga qué comer que haga lo mismo» (v. Luc 3:11). El Evangelio requiere misericordia, antes que sacrificio, y su objetivo es comprometernos a hacer todo el bien que podamos. Alimento y abrigo son las dos necesidades más perentorias de la vida, y el que los tenga debe compartirlos con su prójimo, pues somos administradores, no dueños absolutos de lo que Dios nos concede y, por tanto, hemos de usarlo conforme a los dictados de nuestro común Dueño (comp. con Efe 6:9).

2. A los cobradores de impuestos les dice también su obligación, de acuerdo con el oficio que tenían: «No exijáis más de lo que se os ha ordenado» (vv. Luc 3:12-13). Han de ser fieles al gobierno y justos con el pueblo que paga los impuestos, sin oprimir con tasas injustas a los tributarios. Como si les dijese: «Cobrad para el César lo que es de César, y no os enriquezcáis injustamente al ofender a Dios y al oprimir a vuestro prójimo». Los impuestos públicos deben servir para mejorar los servicios públicos, no para satisfacer la avaricia de los funcionarios públicos. Notemos que no les exhorta a que abandonen su oficio, pues se trata de un servicio necesario, sino a que no abusen de él.

3. A los soldados les dice igualmente cuál es su deber (v. Luc 3:14). Si se tratara de soldados romanos, podríamos pensar en un primer ejemplo de llamamiento a los gentiles para salvación. Pero es de notar que la palabra griega no significa soldados en el sentido técnico, sino más bien hombres ocupados en servicios militares, al parecer, judíos ocupados en alguna campaña especial, de la que nada se nos dice en el texto sagrado. Notemos que Juan no les exhorta a que depongan las armas, sino únicamente: «No intimidéis a nadie, ni denunciéis en falso para sacar dinero, y contentaos con vuestra paga». Con tan breves pinceladas, Juan describe las tentaciones de la gente de armas y pone el dedo en las llagas más comunes entre dicha gente: «Vuestro deber es salvaguardar la paz; por tanto, no hagáis violencia a nadie; no hagáis pender sobre el pueblo la espada del terror, la cual está puesta para los malhechores (v. Rom 13:3-5), sino la espada de la justicia, la cual está puesta para protección de los bienhechores». Tampoco deben acusar falsamente a nadie ante el gobierno, haciéndose así de temer, con lo que se permiten a sí mismos cobrar propinas injustas y aceptar sobornos corruptores. En fin deben contentarse con la paga que reciben. En efecto, «¿de dónde vienen las guerras y los pleitos?» «De los placeres y de la codicia» (v. Stg 4:1-3). El mundo anda tan mal, porque «todos queremos más». Es muestra de singular sabiduría sacar el mejor partido de lo que se tiene, y el mundo muestra su locura en la general insatisfacción, tanto de súbditos como de gobernantes: el rico ansía ser más rico, y el poderoso adquirir todavía mayor poder.

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