Lucas 4:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cuando Cristo fue expulsado de Nazaret, vino a Capernaúm, otra ciudad de Galilea.

I. Su predicación: «Y en sábado les estaba enseñando» (v. Luc 4:31). La predicación de Cristo causó gran impresión en la gente: «Y se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra era con autoridad» (v. Luc 4:32). Cada palabra suya comportaba peso y sustancia, e incitaba a nuevos descubrimientos iluminadores; además llevaba un poder de mando y un poder de eficacia que se imponía a la conciencia de los oyentes.

II. Sus milagros:

1. Se especifican, en particular, dos, los cuales muestran que Cristo es:

(A) Controlador y conquistador de Satanás, por el poder de expulsarlo de aquellos de quienes había tomado posesión corporal. Notemos, (a) que el demonio es un espíritu inmundo, y su naturaleza es diametralmente opuesta a la del Dios puro y santo: (b) que trabaja en el interior de los hijos de los hombres: (c) que es posible el que quienes están bajo el poder y la operación de él se encuentren en la sinagoga; (d) que incluso los demonios creen que Jesucristo es el Santo de Dios (v. Luc 4:34, comp. con Stg 2:19); (e) que creen, pero están temblando (como dice Santiago en el texto citado); por eso, este espíritu inmundo «gritó con voz muy fuerte» (v. Luc 4:33), ya que temió que Cristo viniese ahora a destruirle (v. Luc 4:34); (f) que los demonios no tienen nada que ver con Jesús (v. Luc 4:34) y que no desean tener nada que ver con Él; (g) que Cristo posee un poder omnímodo sobre el demonio: «Jesús entonces le increpó, diciendo: Cállate (lit. sé amordazado) y sal de él» (v. Luc 4:35). Cristo, no sólo le impuso silencio, sino que le tapó materialmente la boca; (h) al quebrantarse aquí el poder de Satanás, el enemigo vencido muestra su perversidad, mientras que Cristo vencedor muestra su gracia y misericordia, pues el demonio arrojó al poseso en medio de ellos con la intención de despedazarlo, pero Cristo lo impidió y forzó al demonio a salir de él sin hacerle ningún daño. A quien Satanás no puede destruir, trata de perjudicarle; pero es un gran consuelo saber que no puede hacer más daño del que el Señor le consienta; más aún, no podrá hacer verdadero daño; (i) que el poder de Cristo sobre el demonio fue universalmente reconocido y glorificado: «Todos quedaron sobrecogidos de estupor, y se decían unos a otros: «¿Qué manera de hablar es ésta, que manda con autoridad y poder a los demonios, y salen?» (v. Luc 4:36). Quienes tenían pretensión de arrojar demonios, lo hacían con abundancia de fórmulas mágicas, pero Cristo los expulsaba con autoridad y poder; (j) Este milagro le ganó a Cristo gran reputación: «Y su fama se extendía por todos los lugares de los contornos» (v. Luc 4:37). La fama del Señor Jesucristo fue, en los comienzos de su ministerio, mucho mayor que después, cuando la gente se acostumbró a sus milagros y perdió el asombro que les había sobrecogido al principio.

(B) Sanador de enfermedades. En el milagro anterior, Cristo atacó a la raíz de la miseria del hombre, que es la enemistad de Satanás; en el milagro que se nos refiere a continuación (vv. Luc 4:38-39), Cristo ataca a una de las ramas más extendidas de dicha miseria, y una de las más comunes calamidades de la familia humana, como es la enfermedad. El Señor Jesucristo, que había venido a quitarle el aguijón a la muerte vino a quitárselo también a la enfermedad, que es el prólogo corriente de la muerte. Y de todas las enfermedades, una de las peores para la gente de alguna edad, es la fiebre muy alta (v. Luc 4:38). Aquí vemos a Cristo que cura esta fiebre muy alta, y lo hace simplemente con su palabra: «increpó a la fiebre» (v. Luc 4:39). El lugar era la casa de Simón Pedro, y el paciente era la propia suegra de Pedro. Notemos aquí: (a) que Cristo es un huésped que paga muy bien por el hospedaje; quienes le acogen en su corazón y en su casa, no perderán nada, sino que ganarán mucho con Él, pues viene para sanar; (b) que incluso las familias que acogen bien al Señor pueden estar aquejadas de enfermedades; pueden estar sujetas a las comunes calamidades, aunque disfruten de sus más distinguidos favores; (c) que incluso los mejores pueden ser ejercitados con las peores aflicciones, como la suegra de Simón, aquejada de una fiebre alta, aguda, amenazante; (d) que no hay edad exenta de achaques; (e) que cuando alguno de nuestros familiares esté enfermo, debemos acudir al Señor Jesús en oración por él: «y le rogaron por ella» (v. Luc 4:38); (f) Cristo se preocupa de los suyos cuando se hallan en aflicción y apuro: «Él se inclinó sobre ella» (v. Luc 4:39), como quien se interesa grandemente por el enfermo; (g) Cristo mostró su poder soberano sobre las enfermedades corporales, pues tan pronto como increpó a la fiebre, ésta la dejó (a la enferma); (h) lo milagroso de la cura se mostró en que ella se levantó en seguida y se puso a servirles (v. Luc 4:39); (i) cuando Cristo imparte una nueva vida, determina y espera que esa vida sea empleada siempre en su servicio. Si llegamos a levantarnos del lecho del dolor, ha de ser para dedicarnos más activamente al servicio del Señor, no como Ezequías, a quien el milagroso alargamiento de la vida sólo le sirvió para cometer la mayor imprudencia de su vida (v. Is. caps. Isa 38:1-22 y Isa 39:1-8); (j) quienes sirven a Jesucristo deben estar dispuestos a servir también a todos los que son de Cristo por amor de Él, como la suegra de Simón que «se puso a servirles»; y con mucha razón, pues ellos habían rogado al Señor por ella.

2. Después viene un informe general de muchos otros milagros que el Señor hizo: (A) Sanó a todos los que le traían enfermos de diversas dolencias, poniendo las manos sobre cada uno de ellos (v. Luc 4:40). Notemos que su poder era general, pero las curaciones las llevaba a cabo de manera personal. Jesús nos ve y nos ama a todos, pero no como a una masa, sino a cada uno en particular; podemos asegurar que se dirige a cada uno de nosotros como si no existiese nadie más en este mundo, aun cuando se dirija a nosotros para que mejor nos integremos en el grupo de los suyos y en el amor hacia todos. Vemos que el Señor tenía remedio para cada enfermedad. (B) «Y también salían demonios de muchos …» (v. Luc 4:41). Estos demonios se comportaban de manera parecida a como lo había hecho el de la sinagoga (comp. vv. Luc 4:34 y Luc 4:41).

3. Vemos finalmente que, «al hacerse de día salió y se marchó a un lugar solitario» (vv. Luc 4:42-43): (A) Por Marcos (Mar 1:35) sabemos que se retiró, no a descansar, sino a orar. Aunque su comunión con el Padre era continua, su mayor delicia era la oración, en la que podía concentrarse mejor sin la distracción que las multitudes le ocasionaban. En realidad, nunca estamos menos solos que cuando estamos a solas con Dios. (B) Pero no tardaron mucho en buscarle y tratar de retenerle entre ellos (v. Luc 4:42). Esto nos enseña que, aun cuando un lugar solitario sea un sitio conveniente para retirarse no lo es para residir, pues hemos venido a este mundo, no a vivir para nosotros mismos, sino a hacer el bien a los demás y servir al Señor dondequiera que él nos ponga. La gente buscaba a Jesús hasta en el desierto, pues no hay desierto donde está Jesús. Y «trataban de retenerle». Este era un buen deseo, pero no según conocimiento, pues Cristo era una luz que había venido a alumbrar a todo hombre (Jua 1:9). Por eso, a pesar de tan buena acogida en Capernaúm, «les dijo: También a las otras ciudades debo predicar el reino de Dios, porque para esto he sido enviado» (v. Luc 4:43). Quienes disfrutan de los beneficios del Evangelio, han de desear que también otros disfruten de los mismos beneficios. El Evangelio tiene alcance mundial (Mar 16:15; Mat 28:19) y, por tanto, nadie debe pretender monopolizarlo. Demos gracias al Señor de que no permitió ser confinado a un solo lugar, sino que prometió estar dondequiera que dos o tres estén congregados en su nombre (Mat 18:20).

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