Lucas 7:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Ahora tenemos el mensaje que Juan el Bautista envió a Jesús, y la respuesta que de Él obtuvo. La gran pregunta que todos, a ejemplo de Juan, debemos hacernos es si Cristo es el que había de venir, o tendremos que continuar aguardando a otro (vv. Luc 7:19-20). Estamos seguros de que Dios prometió un Salvador. Estamos igualmente seguros de que lo que Dios prometió, lo había de cumplir. Si este Jesús es el Mesías prometido por Dios, habremos de creer en Él, si no, habremos de continuar esperando. Incluso la fe de un hombre como Juan el Bautista necesitaba ser confirmada en relación con este asunto de tan vital importancia. Los hombres más significativos del pueblo de Israel no habían creído en Jesús (v. Jua 7:48). Del poder, de la majestad y de los triunfos que todos esperaban del Mesías, no aparecía nada en Jesús. Por consiguiente, no es extraño que preguntasen: «¿Eres tú el Mesías?» Pero Cristo dejó que sus obras respondiesen por Él y «en esa misma hora, en presencia de los que habían venido con la gran pregunta, sanó a muchos de enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y otorgó la vista a muchos ciegos» (v. Luc 7:21). Multiplicó las sanidades, para que no quedase sospecha alguna de fraude; y, a continuación, les mandó que volviesen para informar a Juan: «Id e informad a Juan de lo que habéis visto y oído» (v. Luc 7:22), para que Juan y sus discípulos pudiesen deducir, como lo hacía la gente: «El Cristo, cuando venga, ¿acaso hará más señales que las que éste hace?» (Jua 7:31). Por lo que Jesús hacía para remediar las necesidades físicas del pueblo, podía deducirse que Él era quien venía a remediar la condición espiritual de las almas y a salvar a su pueblo de sus pecados. En especial, «a los pobres era anunciado el Evangelio», esto es las buenas noticias que los pobres esperaban solamente del Mesías. Todo esto estaba profetizado de Él en Isa 42:7; Isa 61:1, y el que esto se cumpliese en Jesús ahora era la prueba más evidente de su mesianidad. Por eso, Jesús añade una bendición que es una advertencia para los que, por un concepto equivocado del Mesías, alimentaban prejuicios contra Él: «Y bienaventurado es cualquiera que no halla en mí ocasión de tropiezo» (v. Luc 7:23). El haber sido criado en Nazaret, su residencia en Galilea, su pobreza, el escaso relieve social de sus familiares, la condición menospreciable de sus seguidores: todo esto era para muchos motivo de escándalo y de tropiezo. Por eso, es bienaventurado, bendecido por Dios, todo aquel que es prudente, humilde y bien dispuesto para no ser vencido por aquellos prejuicios.

II. Después de esta respuesta en acción, por la que Jesús venía a rectificar los prejuicios que los discípulos de Juan (y el propio Juan, a la vista de Luc 3:9, lo cual no parecía cumplirse en Jesús) albergaban respecto de Él, Jesús hace un elevado encomio de Juan. Esto lo hizo «cuando se marcharon los mensajeros de Juan», quizá para que no pareciese que lo adulaba en presencia de ellos y, con ello, quedase sin efecto la rectificación que acababa de hacer del equivocado criterio del Bautista en relación al papel que el Mesías había de cumplir en su primera Venida. Pero, por otra parte el Señor se apresuró a encomiar altamente el carácter de Juan tan pronto como los mensajeros se marcharon, para que los asistentes no quedasen con una opinión rebajada con respecto al Bautista, a causa de la respuesta que Jesús había dado a los mensajeros de Juan. El encomio que Jesús hace de Juan no puede ser más alto:

1. Viene a decir que Juan era un modelo de firmeza y constancia: No era como una caña sacudida por el viento (v. Luc 7:24), sino firme como una roca, y de una pieza como un roble, sin inclinarse en la dirección del viento que más sopla (como les ocurre a las veletas).

2. Viene a decir que Juan era de una abnegación sin par. No era un hombre vestido lujosamente ni viviendo una vida de comodidad y placer (v. Luc 7:25), sino que, por el contrario, vivía en el desierto y en la mayor austeridad.

3. Añade que Juan era un profeta: «sí, os digo, y superior a un profeta» (v. Luc 7:26); superior a cualquiera de los profetas del Antiguo Testamento, pues todos ellos hablaron de Jesús a distancia, mientras que Juan pudo señalarle con el dedo, y decir: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jua 1:29).

4. Juan era el precursor y heraldo del Mesías, conforme a la profecía de Mal 3:1, que Jesús cita en el versículo Luc 7:27: «Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti». Antes de que el Mesías viniera, vendría un mensajero delante de Él para preparar al pueblo a recibir las bendiciones espirituales del reino de Dios por medio del arrepentimiento y de la reforma, como estaba profetizado en Mal 3:1-5; Mal 4:5-6. Es muy de notar que el texto hebreo de Mal 3:1 hace referencia a la faz de Jehová y al camino de Jehová; con lo que, por esta cita de Luc 7:27, se deduce claramente que Jesucristo es Jehová, Dios como el Padre.

5. Jesús vuelve a poner de relieve la superioridad de Juan sobre todos los demás profetas, al añadir: «Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista» (v. Luc 7:28). Pero, a continuación, añade: «pero el que es menor en el reino de Dios es mayor que él (v. Luc 7:28). Jesús no compara la condición personal de los creyentes en el Evangelio con la de Juan como simple heraldo del Reino de Dios, sino los tremendos privilegios que al cristiano le han sido concedidos mediante la revelación del misterio de Cristo, tras su muerte y resurrección y el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, con lo que no sólo puede mirar en derredor a la multitud de testigos que fueron antes de él, sino poner los ojos hacia adelante, en Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb 12:1-2). El menor de los seguidores del Cordero es mayor que todos los que fueron delante de Él. Pero también tenemos una responsabilidad mucho mayor que ellos.

III. A continuación, Jesús censura dura, pero justamente, a los hombres de aquella generación.

1. Cristo muestra ahora el menosprecio que los principales de la nación mostraron hacia Juan, cuando éste se hallaba predicando y bautizando en el Jordán. Sólo la gente del pueblo y los cobradores de impuestos, tenidos comúnmente por grandes pecadores, le habían escuchado y obedecido: «Y todo el pueblo que le escuchó y los cobradores de impuestos reconocieron la justicia de Dios, siendo bautizados por Juan» (v. Luc 7:29); precisamente, la gente que, según los fariseos, eran unos malditos por no conocer la Ley (Jua 7:49). Por medio de su arrepentimiento y reforma de vida «justificaron a Dios», como dice literalmente el original, por haber encomendado a Juan el encargo de ser el precursor del Mesías, ya que, al dejarse bautizar por Juan, dieron por bueno el plan de Dios para salvación, pues no fue en vano para ellos, aun cuando lo fuese para otros. En cambio, «los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron el designio de Dios para con ellos mismos, no siendo bautizados por él» (v. Luc 7:30). Nótese que el designio de Dios era de salvación para todos (v. 1Ti 2:4), pero, al rechazar el designio de Dios en favor de ellos, lo volvieron contra sí mismos. Es el mismo reproche que Pablo y Bernabé hicieron a los judíos de Antioquía de Pisidia: «Era necesario que la palabra de Dios os fuera anunciada primero a vosotros; mas puesto que la desecháis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles» (Hch 13:46). Todos somos indignos de la vida eterna, pero cuando la gracia de Dios está pronta para dignificarnos, la indignidad está en rechazarla. Recordemos que el pecado imperdonable es precisamente el rechazo del perdón que Dios nos ofrece generosamente en Cristo.

2. A continuación Jesús muestra la extraña perversidad de aquella generación, y los prejuicios que los judíos de aquel tiempo habían concebido respecto a Él. Habían hecho objeto de burla los métodos mismos que Dios había empleado para beneficio de ellos: «¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes?» (v. Luc 7:31). «Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza» (v. Luc 7:32) a jugar y tomarlo todo en broma. Como si Dios estuviese tomando a broma el asunto de la salvación, a la manera que juegan los muchachos en las calles y plazas, éstos parecían tomar también en broma la predicación de Juan y la del propio Jesús. La mayor ruina de los hombres está en no dejarse persuadir de la seriedad que el asunto de la salvación eterna comporta. ¡Oh, cuán asombrosa es la estupidez, la vanidad y la ceguera de este mundo perverso! El Señor quería despertarlos de su marasmo, pero ellos todo lo echaban a mala parte. Juan el Bautista era un hombre austero, que vivía en soledad y al que deberían haber escuchado como a hombre de gran pureza y de meditación; pero esto, que debería servirle de alabanza, era para ellos motivo de reproche: «Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Tiene un demonio» (v. Luc 7:33), como si aquella soledad fuese indicio de melancolía morbosa y, por ende de posesión diabólica. Pero «ha venido el Hijo del Hombre [Jesús], que come y bebe, y decís: He aquí un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores» (v. Luc 7:34). En realidad, comía con publicanos y también con fariseos, con la esperanza de hacer el bien, tanto a los unos como a los otros, conversaba familiarmente con todos. Con esto se muestra que los ministros de Cristo pueden ser de diferentes temperamentos y disposiciones, con muy diversas maneras de predicar y de vivir y, sin embargo, pueden ser buenos en sí y provechosos para todos. Por consiguiente, nadie debe imponer a otros la pauta de su propia vida, ni juzgar como defectuosos o imperfectos a quienes, dentro de los principios y normas generales del Evangelio, no se comportan en todo como nosotros mismos. Juan el Bautista dio buen testimonio de Cristo; y Cristo, por su parte, hizo grandes alabanzas de Juan; sin embargo, sus respectivos modos de vida eran diferentes. Así deberían estar unidos los ministros de Cristo a pesar de sus diferencias personales. Pero notemos que los enemigos comunes de ambos, a ambos reprochaban igualmente; los mismos que presentaban a Juan como insano de mente, presentaban a Cristo como corrompido de moral: «Es un glotón y un bebedor». La mala voluntad nunca sabe hablar bien.

3. Muestra también que, a pesar de todo, los sabios métodos de Dios han quedado justificados, declarados buenos y correctos, a base de los efectos que han producido en quienes han obedecido las normas de Dios, éstos son «hijos de la sabiduría» (v. Luc 7:35). Así, los métodos de Dios han dado buen resultado, lo mismo en la predicación de Juan que en la de Jesús, en los que fueron ganados para salvación (v. Luc 7:29), y en los que la rechazaron para condenación (vv. Luc 7:29-34). Es la misma contraposición que hallamos en 1Co 1:18-28 y 2Co 2:15-16. Lo mismo en la salvación por fe, que en la condenación por incredulidad, Dios se muestra justo y correcto (v. Jua 3:16-21; Rom 2:2-11).

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