Lucas 8:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos primero cuál fue la constante tarea en la vida mortal de Jesucristo: la predicación; en esta tarea se mostró infatigable y pasó haciendo el bien (v. Luc 8:1).

1. Dónde predicaba: «Comenzó a recorrer una por una las ciudades y las aldeas». Era un predicador itinerante; no se confinaba a un solo lugar, sino que extendía por todas partes los rayos de su luz. Recorría ciudades y aldeas una por una, para que ninguna tuviese excusa en su ignorancia. Con esto, daba ejemplo a sus discípulos: ellos tenían que ir a todas las naciones de la tierra (Mat 28:19, Hch 1:8) así como Él recorría todas las ciudades y aldeas de Israel. Nótese que no se limitaba a las grandes ciudades, sino a las más pequeñas también, y aun a las villas y caseríos de la campiña, como indica el original.

2. Qué predicaba: Las buenas nuevas del reino de Dios: la culminación de las intenciones misericordiosas de Dios para con su pueblo, a favor de quienes cambiasen de mentalidad y creyesen el mensaje (v. Mar 1:15). ¿Qué mejores nuevas que la noticia de la disposición de Dios a reconciliar consigo al mundo en Cristo y no tenerles en cuenta a los hombres sus pecados? (v. 2Co 5:19).

3. Quiénes le escuchaban constantemente: «Le acompañaban los doce, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades (vv. Luc 8:1-2). Los discípulos habían de estarle atentos, a fin de saber qué y cómo habían de predicar ellos después.

II. De dónde subvenía a sus necesidades cotidianas: De la amabilidad y generosidad de sus amigos. Se nombran aquí algunas mujeres «y otras muchas que les asistían (a Él y a los discípulos) de sus propios bienes» (vv. Luc 8:2-3):

1. La mayor parte de estas mujeres eran una muestra viva del poder y de la misericordia de Jesús pues habían sido sanadas de demonios y de enfermedades. Por aquí vemos el interés que habríamos de mostrar por las cosas del Señor, en gratitud por lo que ha hecho por nosotros, salvándonos de una condenación segura, y en oración para que su gracia nos capacite a fin de luchar eficazmente contra el pecado que siempre nos ronda (Heb 12:1).

2. Una de ellas era «María la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios» (v. Luc 8:2). Hay quienes piensan que había sido muy pecadora, e incluso la identifican con la pecadora del capítulo Luc 7:1-50. Ni de lo uno ni de lo otro hay prueba alguna en el texto sagrado. Dice Bliss: «Es cierto que de ella habían salido siete demonios, al mandato misericordioso de Cristo. El que de ellos se hable como en número de siete, muestra que la influencia demoníaca sobre ella había sido siete veces fuerte y congojosa … Pero esta calamidad no implicaba ninguna culpa en particular. Su caso había sido lamentable, pero no criminal». Entre los discípulos de Cristo nadie mostró tanto amor y tanta fidelidad como ella. La vemos al pie de la cruz y al lado de la tumba vacía de Cristo, con razón fue ella el primer testigo de la resurrección de Cristo (v. Jua 20:14-16).

3. Otra era Juana la mujer de Cuzá, que era un administrador de Herodes (v. Luc 8:3). Lenski opina que esto da a entender que Cuzá vivía aún durante este tiempo; esto mostraría, según M. Henry, que, aun cuando él permaneciese en la corte de Herodes, como funcionario de gran importancia, es probable que fuese creyente y, así, viese con buenos ojos el que su mujer acompañase al Señor y a los apóstoles, para asistirles con sus abundantes bienes de fortuna. Otros autores, como Bliss, opinan que era viuda, pues eso «cuadra mejor con el hecho de que se sintiera libre para acompañar a su bienhechor». Al tener en cuenta que el griego dice escuetamente «administrador (o mayordomo) de Herodes», sin el verbo «ser» ni en presente ni en pasado, ambas opiniones son probables.

4. Aparte de esa Susana, de la que nada más sabemos, había otras muchas que les asistían de sus propios bienes (v. Luc 8:3). Notemos que Cristo «por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico» (2Co 8:9) y vivió de limosna. Cristo prefería ser asistido en sus necesidades materiales por quienes eran amigos y discípulos suyos, más bien que vivir a expensas de extraños. Esto nos enseña que es una obligación de quienes son enseñados en la Palabra que hagan partícipes de toda cosa buena al que los instruye (Gál 6:6, comp. con Rom 15:27; 1Co 9:11).

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