Lucas 9:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Una circunstancia que los demás evangelistas no mencionan en el relato de la confesión de Pedro, es tenida muy en cuenta por Lucas: Que Jesús oraba aparte, cuando preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (v. Luc 9:18). Lucas menciona más que ningún otro de los evangelistas las oraciones de Jesús. Antes de conversar con Sus discípulos, siempre conversaba Jesús con el Padre. Cuando vemos a Jesús aparte, siempre le vemos orando. Con esto nos enseñaba a no sentirnos nunca solos en nuestra soledad, sino a buscar siempre el rostro y la compañía del Señor. No hay cosa que el Señor desee más de los Suyos ni que más admire (v. Hch 9:11). En este caso, parece ser que Sus discípulos le acompañaban en la oración: «Mientras Jesús oraba aparte, estaban con El los discípulos» (v. Luc 9:18). Cristo oró con ellos antes de preguntarles la pregunta más importante que cada uno de nosotros debe hacerse a sí mismo: «¿Quién es Cristo para mí?» Con eso, nos enseña también Cristo que, cuando damos consejo, consuelo o instrucción a una persona, deberíamos orar por ella y con ella. Vemos que Jesús conversa con ellos:

I. Acerca de Sí mismo, y les pregunta:

1. Qué es lo que la gente dice de Él: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (v. Luc 9:18), Y ellos le dicen las conjeturas que habían oído a la gente acerca de Él. Los ministros del Señor sabrían mejor cómo aplicar las instrucciones, las reprensiones y los consejos a los casos de las personas encomendadas a su cuidado, si se tomasen tiempo para conversar con ellas y enterarse de sus problemas y dificultades. Cuanto más conversa el médico con su paciente, tanto mejor conoce el remedio que debe prescribir para su enfermedad: «Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros: Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado» (v. Luc 9:19). Sus conjeturas eran muy diversas, pero ninguna daba en el blanco.

2. Qué es lo que los propios discípulos dicen de Él. A la pregunta del Maestro, responde Pedro por todos los discípulos: «El Cristo de Dios» (v. Luc 9:20). Mateo refiere la respuesta de Pedro en toda su extensión (v. Mat 16:16). «Pero Él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente» (v. Luc 9:21). Ya hemos explicado repetidamente el motivo por el que Jesús no quería propaganda (v. Jua 6:15, Jua 6:26). Después de Su resurrección y el descenso del Espíritu en Pentecostés, ya era otra cosa, y Pedro pudo decir abiertamente y con toda franqueza: «A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hch 2:36).

II. Acerca de Sus futuros padecimientos y muerte. Ahora que Sus discípulos le reconocían como el Mesías e Hijo de Dios, les habla sin rodeos de ello. No podía ocultárselo, para que no se formasen, como el común de la gente, la idea de que venía ahora a reinar gloriosamente. Dice Bliss: «Esto, en sí mismo, sería un duro anuncio para aquellos que mantenían las opiniones ordinarias sobre el Mesías, como de un personaje regio y glorioso».

III. Acerca de los futuros sufrimientos de ellos por Él:

1. Debemos acostumbrarnos a todos los casos de abnegación y de paciencia: (v. Luc 9:23). No debemos buscar lo fácil y cómodo, porque entonces nos será difícil soportar trabajos, fatigas, dificultades y necesidades por Cristo. Frecuentemente nos hallamos con dificultades en el camino del deber; y, aunque no han de oprimirnos ni pensar que son insolubles si se cruzan en nuestro camino, hemos de tomarlas, llevarlas detrás de Cristo, y sacar el mejor partido de ellas. Pero tomar en este sentido la palabra «cruz», sería quitarle el significado que el Señor quería darle. La cruz de Cristo era el pesado madero con que tuvo que cargar para ir al Calvario y ser allí crucificado en ella. «Tomar la cruz» es, en este caso, la disposición con que el verdadero discípulo de Cristo ha de seguir a su Señor, y estar listo para morir, si es preciso por Su causa.

2. Debemos preferir la salvación eterna a todo lo que la presente vida ofrece y representa (v. Luc 9:24). Nótese: (A) Que todo el que quiera preservar su libertad, sus posesiones y aun su propia vida a costa de renegar de Cristo y del Evangelio, no sólo no va a ser un ganador en la transacción, sino que será un necio perdedor: «El que quiera salvar la vida, en tales circunstancias, la perderá», perderá su persona por toda la eternidad, algo de valor infinito, pues fue un precio infinito el que se pagó por ella (v. 1Pe 1:18-19). (B) Igualmente hemos de creer que, si perdemos esta vida terrenal por adherirnos a Jesucristo, tendremos con ello una ganancia incomparable, pues la recobraremos más tarde nueva y para toda la eternidad. (C) Que el ganar todo el mundo a costa de renegar de Cristo es muy mala operación comercial, pues no hay nada en este mundo que pueda compensar de la perdición eterna (v. Luc 9:25), porque, si al final de esta vida, hubiésemos de ser arrojados al Infierno por toda la eternidad, ¿de qué nos habría servido el haber poseído todas las riquezas, todos los placeres y honores de este mundo? En Mateo y en Marcos se nos dice que pierde su alma, pero en Lucas se dice que «se pierde a sí mismo», por donde vemos que el alma equivale a la persona, ya que el alma es el principio de vida de la persona. En efecto el cuerpo sin el alma no puede ser ni feliz ni desdichado, pues es un cadáver que no piensa, ni siente ni obra. En cambio, el alma puede ser feliz aunque el cuerpo sufra y sea oprimido en este mundo por la causa de Cristo.

3. Por consiguiente, nunca debemos avergonzarnos de Cristo ni del Evangelio (v. Luc 9:26): «Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre», y con toda justicia. No puede esperar otra cosa cuando sea presentado ante el tribunal divino. Cristo tendrá que decir de Él: «No le conozco, no es de los míos». Por eso, los «cobardes» encabezan la lista de los que serán lanzados al lago de fuego y azufre en el último día (v. Apo 21:8), pues no están inscritos en el libro de la vida del Cordero (v. Apo 20:15). Así como Cristo tuvo su estado de humillación antes de Su estado de exaltación, así lo ha tenido también la causa de Cristo. Sólo quienes estén dispuestos a seguir a Cristo en el sufrimiento, podrán seguirle en la glorificación. Nótese en qué términos habla Jesús de Su segunda Venida: «Cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles». Lo de «en su gloria» no es mencionado en Mateo ni en Marcos. ¡Cuán gloriosa aparecerá la figura de Cristo en aquel día! Si lo creyésemos firmemente, nunca nos avergonzaríamos de Él ni de Sus palabras en la vida presente.

IV. Finalmente, para animar a Sus discípulos a sufrir por Él, les asegura que algunos de los que estaban allí tendrían un anticipo de lo que habría de ser la gloria de Cristo cuando venga en Su reino (v. Luc 9:27, comp. con Luc 23:42). Difieren los expositores sobre el significado de esta profecía, pero es muy probable que Jesús se refiriese entonces a la Transfiguración Suya cuya gloria sería como un anticipo de la gloria que manifestará en Su segunda Venida (comp. con 2Pe 1:16-18).

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