Lucas 9:51 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La porción que sigue no se halla en los otros evangelistas, sino, solamente en Lucas. En ella tenemos un ejemplo del talante inquisitorial que tantos imitadores había de tener a lo largo de la historia de la Iglesia. Cristo lo reprobó, puesto que el espíritu de fanatismo y de persecución es directamente contrario al espíritu de Cristo.

I. Vemos primero la firme determinación del Señor Jesús de proseguir impávido la gran obra de nuestra redención y salvación: «Cuando se estaba cumpliendo el tiempo (lit.) en que había de ser recibido arriba, afirmó su rostro (es decir, resolvió con toda firmeza) para ir a Jerusalén» (v. Luc 9:51). Había una «hora» fijada para los padecimientos y la muerte del Señor Jesús, y Él sabía muy bien cuándo había de llegar esa «hora» (v. Mat 26:45; Luc 22:53; Jua 7:30; Jua 8:20; Jua 12:23, Jua 12:27). Fue precisamente en esa «hora» cuando se dispuso a aparecer más en público y a estar más ocupado, al saber que le quedaba poco tiempo en este mundo. Pero cuando miró hacia Sus inminentes padecimientos y muerte, miró también a través de ellos y más allá de ellos, a la gloria que había de seguirse, pues había de ser recibido arriba en gloria (comp. con 1Ti 3:16; Heb 12:2). Todo creyente habría de forjarse la misma noción acerca de la muerte como de un acontecimiento que consiste en ser recibido arriba, donde el Señor Jesús está. Con el prospecto del gozo puesto delante de Él, afianzó su rostro en dirección a Jerusalén, donde había de morir. La frase expresa una firme determinación frente al impedimento que la debilidad de la carne propia o la disuasión por parte de otros pudiese ponerle en el camino hacia el sacrificio de Su propia vida. No se desanimó, sino que marchó decidido, animado y gozoso, al saber que no sería derribado abajo, sino recibido arriba. ¡Cómo debería avergonzarnos esta determinación de Jesús, a nosotros que tan cobardes somos para sufrir por Cristo, y aun para servir fielmente a Cristo!

II. En contraste con esta disposición de Jesús, vemos la ruda y hostil actitud de los samaritanos de cierta aldea, los cuales no se dignaron recibirle (vv. Luc 9:52.). Veamos:

1. Cuán cortés se portó Él con estos samaritanos, pues «envió mensajeros delante de Él» (v. Luc 9:52), los cuales entraron en la aldea «para hacerle preparativos», es decir, alojamiento para Jesús y para los discípulos. ¿Por qué no le recibieron estos samaritanos que, dos años antes, tan favorablemente le habían acogido? (v. Jua 4:39-42). Lucas lo expresa concisamente en una frase que viene a decir: «Se transparentaba en su rostro que Su intención era continuar viaje hasta Jerusalén». Esto les pareció una ofensa a quienes creían que el centro legítimo del culto a Jehová era el Gerizim y no Jerusalén; se acercaba la gran festividad de los judíos, pero Jesús no parecía tener intención de quedarse con ellos, sino de proseguir el viaje a la ciudad de los judíos, con quienes los samaritanos no se trataban (v. Jua 4:9).

2. Cuán descortés fue esta actitud por parte de los samaritanos. No quisieron recibir al Salvador (v. Jua 1:11). Habría sido la mayor bendición otorgada a dicha aldea y, sin embargo, no le permitieron ni pasar por ella. ¡Hasta qué punto los resentimientos raciales, y aun regionales, impiden recibir las bendiciones celestiales!

III. El resentimiento que Jacobo y Juan sufrieron por esta afrenta (v. Luc 9:54). Cuando estos discípulos se enteraron de la actitud de los habitantes de aquella aldea, se inflamaron de tal modo, que sólo con el destino que tuvieron Sodoma y Gomorra se habrían quedado satisfechos.

1. Había algo de recomendable en esta actitud, pues mostraban: (A) Gran confianza en el poder que habían recibido del Maestro, pues estaban seguros de que, al imperio de la palabra de ellos, podía descender fuego del cielo: «¿Quieres que mandemos que descienda fuego del cielo?» (B) Un gran celo por el honor de su Maestro, ya que tomaron muy a mal que a quien pasaba por todas partes haciendo el bien y siendo bien acogido por todos, le fuese negada la libertad de paso por una banda de miserables samaritanos. (C) Entera sumisión, a pesar de todo, a la voluntad del Maestro, pues no se ofrecen a llevar a cabo tal cosa sin el consentimiento de Jesús: «Señor, ¿quieres …?» (D) Una velada alusión al ejemplo de los profetas que les habían precedido: Querían hacer lo mismo que hizo Elías, al pensar que tal precedente garantizaría el éxito de la acción; así de inclinados somos a imitar inoportunamente los ejemplos de los santos hombres de Dios.

2. Sin embargo, había también mucho de censurable en esa actitud de los discípulos, porque: (A) Esta no era la primera vez en que el Señor Jesús sufría la afrenta de muchos, y, con todo, nunca había invocado el castigo de Dios sobre ninguno, sino que había recibido la injuria con toda paciencia. (B) Éstos eran samaritanos, de quienes no podían esperarse cosas mejores, y quizás habían oído que Cristo había prohibido a Sus discípulos entrar en las ciudades de los samaritanos (Mat 10:5) y, por tanto, no estaba tan mal en ellos como en otros que conocían más del Señor. (C) Quizá fueron sólo unos pocos de la ciudad los que respondieron de esta manera tan ruda, pues quién sabe si no habría muchos en la ciudad que le habrían recibido con agrado o le habrían salido al encuentro. (D) El Maestro nunca había pedido que descendiera fuego del cielo. Jacobo y Juan eran los dos discípulos a quienes Jesús había puesto por sobrenombre «boanerges» = «hijos del trueno» (Mar 3:17), ¿y no les bastaba esto, sino que también querían ser «hijos del rayo»? (E) El ejemplo de Elías no venía al caso, pues Elías fue enviado a desplegar los terrores de la Ley, mientras que ahora se inauguraba la era del Evangelio, a la cual no le cuadraba el alarde de venganza de la justicia divina.

IV. La reprensión que Jesús dio a Jacobo y a Juan (v. Luc 9:55): «Entonces, volviéndose Él, les reprendió», pues el Señor a quienes ama reprende y castiga, especialmente cuando hacen algo inconveniente bajo la capa de religión y de celo por Él.

1. Les muestra el error en que están: «Vosotros no sabéis de qué espíritu sois» (v. Luc 9:55): (A) «No os dais cuenta de la cantidad de orgullo, pasión y venganza personal en esa actitud, cubierta bajo la pretensión de celo por vuestro Maestro». Muchas personas que se enfurecen por la actitud indiferente o antirreligiosa de sus prójimos, no se percatan de la corrupción que albergan en su propio corazón. (B) «No consideráis de qué espíritu deberíais ser. De seguro que todavía tenéis que aprender cuál es el espíritu de Jesús. ¿No se os ha enseñado a amar a vuestros enemigos y a bendecir a los que os maldicen? ¿No deberíais pedir del Cielo gracia, más bien que fuego? Estáis ya en la época del amor, de la libertad y de la gracia, que fue proclamada con el anuncio de paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres.»

2. Les muestra el objetivo general y el tenor dominante del Evangelio (v. Luc 9:56): «Porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas». Jesús quería que sus enseñanzas se propagaran mediante el amor y la suave incitación, y mediante todo aquello que anima y estimula, no con fuego y espada; con milagros de sanaciones, no con plagas de destrucción como fue sacado Israel de Egipto. Cristo vino para acabar con las enemistades, no para fomentarlas; no sólo vino a salvar las almas de los hombres, sino también sus vidas. Jesús quería que Sus discípulos hicieran el bien a todos y que a nadie hicieran daño; que atrajeran a los hombres a la Iglesia con cuerdas humanas y con ataduras de amor, no por medio de la coacción y del terror.

V. Su retirada de aquella aldea: «Y se fueron a otra aldea» (v. Luc 9:56). El Señor Jesucristo, no sólo no castigó a los samaritanos aquellos por su rudeza y descortesía, sino que se marchó quieta y pacíficamente a otra aldea, donde la gente no fuese tan hostil. Con esto nos enseñaba a no desanimarnos por el mal recibimiento que podamos tener en algún lugar, sino a buscar otro lugar donde nuestra labor tenga mejor acogida.

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