Marcos 12:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo había explicado anteriormente en parábolas la forma en que Su reino había de instaurarse. Ahora explica también en parábolas por qué el reino iba a ser retirado del pueblo judío, para entregarlo a los gentiles.

I. Los que gozan del privilegio de ser los escogidos de Dios, tienen a su cargo una viña que Él les ha encomendado; y de ellos se espera que entreguen a su tiempo los frutos que pertenecen al amo de la viña. Los miembros de la Iglesia son administradores de Dios, y tienen así un buen Amo y un negocio próspero, con el que pueden vivir cómodamente a no ser que se porten infielmente en la administración de lo que les ha sido encomendado.

II. Aquellos a quienes Dios arrienda Su viña han de rendir cuentas a quienes de parte de Dios se las pidan, para que tengan siempre presente lo que de ellos justamente se espera (v. Mar 12:2).

III. Da tristeza pensar cuán vilmente han sido tratados, de ordinario, en todas las épocas, los ministros fieles de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento fueron fieramente perseguidos: les golpearon, y les enviaron de vacío (v. Mar 12:3). Mal estuvo eso. Les hirieron en la cabeza y les insultaron afrentosamente (v. Mar 12:4). Eso estuvo peor. Y, finalmente, llegaron a tal grado de perversidad que mataron a otros (v. Mar 12:5).

IV. No es extraño que quienes así trataron a los profetas, tratasen también mal a Jesucristo. Como último recurso, Dios les envió su Hijo amado (v. Mar 12:6). Podía esperarse con toda razón que aquel a quien el Amo amaba, le amaran también ellos o, al menos, lo respetaran: «Respetarán a mi hijo». Pero, en lugar de respetarle por ser el hijo y heredero, por eso precisamente lo odiaron hasta el punto de matarle, y esperar así hacerse con la herencia: «¡Venid, matémosle, y la herencia será nuestra!» (v. Mar 12:7). Había, sí, una herencia que habría sido de ellos, una herencia celestial (y también terrenal) si hubieran reverenciado al Hijo (Sal 2:12). Pero, en lugar de ello, «le mataron y le echaron fuera de la viña» (v. Mar 12:8). En efecto, Cristo, al ser el holocausto por nuestros pecados, «padeció fuera de la puerta» (Heb 13:12). Y nosotros hemos de correr la misma suerte, «llevando su vituperio» (Heb 13:13).

V. Por una conducta tan perversa y vergonzosa, no se puede esperar otra cosa que una terrible sentencia: «¿Qué hará el dueño de la viña?» (v. Mar 12:9).

1. «Vendrá y destruirá a los labradores.» Al haber matado a los siervos del Amo, y al propio Hijo Suyo, Él determinó destruirlos a ellos; lo cual se cumplió el año 70 de nuestra era con la destrucción de Jerusalén.

2. «Y dará la viña a otros.» Esto se cumplió con la entrada de los gentiles en el reino (v. Hch 13:46) y con el fruto creciente que el Evangelio comenzó a llevar en todo el mundo (Col 1:6). Los propósitos de Dios nunca fracasan y, cuando un candelero es removido por no dar la luz que de él se esperaba, otro es colocado en su lugar. Si un obrero del Señor no trabaja con la fidelidad que de él esperaba el Señor, la obra se llevará por otros cauces, aunque él mismo sufra pérdida (1Co 3:15).

3. Por eso, la oposición que estos perversos viñadores ofrecieron contra el propio Hijo del Amo de la viña, no fue impedimento para que, precisamente por Su muerte, se convirtiese en piedra angular del nuevo edificio: «La piedra que desecharon los constructores, ha venido a ser hecha piedra angular» (v. Mar 12:10). Dios pondrá a Cristo como Rey sobre el santo monte de Sion (Sal 2:6), y todo el mundo verá y reconocerá que eso ha sido obra del Señor: «Esto ha sucedido de parte del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos» (v. Mar 12:11).

VI. El efecto que la parábola hizo en los principales sacerdotes y escribas: «Se dieron cuenta de que la parábola la había dicho refiriéndose a ellos» (v. Mar 12:12). No pudieron menos de ver su propio rostro en ella como en un espejo. Así que:

1. «Procuraban prenderle», arrestarle inmediatamente y cumplir así precisamente lo que Cristo acababa de decir que harían con Él (v. Mar 12:8).

2. Nada les refrenaba de hacerlo, excepto que «tuvieron miedo de la multitud». No respetaban a Cristo ni tenían temor de Dios, sino únicamente miedo al pueblo.

3. Así que «dejándole, se marcharon». Ya que no podían de momento hacerle daño, decidieron no recibir de Él ningún bien y se fueron para no escuchar la doctrina que Él enseñaba. Cuando los prejuicios de los hombres no son vencidos por la evidencia de la verdad, quedan por ella más profundamente arraigados. Cuando el Evangelio no es «olor de vida entre los que se salvan», se convierte en «olor de muerte entre los que se pierden» (2Co 2:15-16).

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