Marcos 12:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora son los saduceos, los deístas de aquel tiempo, quienes atacan a Jesús. Como decía un predicador, «tan pronto como lo dejan las derechas, vienen contra Él las izquierdas». Estos no eran fanáticos ni perseguidores, sino escépticos e incrédulos. No venían a comprometerle con el César ni con el pueblo, sino a burlarse de Sus enseñanzas. No creían en la resurrección, ni en los ángeles ni en la vida futura con sus recompensas y castigos. Cristo enseñaba todas estas doctrinas que ellos negaban y, por eso, venían a ponerle objeciones, según ellos, insolubles.

I. Véase el método que siguen para enredarle. Citan de la ley de Moisés (Deu 25:5), según la cual, si un casado moría sin dejar descendencia, el hermano del difunto estaba obligado a casarse con la viuda (v. Mar 12:19); y fingen un caso en que, de acuerdo con tal ley, siete hermanos se casaron sucesivamente con la misma mujer sin dejar hijos (vv. Mar 12:20-22). Es probable que dichos saduceos intentasen burlarse de dicha ley. Los incrédulos, incapaces de captar las cosas que son del Espíritu de Dios (1Co 2:14), tienden a poner ridículas objeciones contra la Palabra de Dios, con el propósito de encontrar pretextos para no creer. El designio de los saduceos era, en este caso, presentar la enseñanza sobre la resurrección como si fuera un absurdo, ya que, o la mujer en cuestión tendría siete maridos en la vida celestial, o no se sabría de cuál de ellos era mujer. Dice el Crisóstomo: «A mi parecer, se trata de una pura invención. Porque, al haber visto muertos a dos maridos, el tercero no habría tomado la mujer, y menos que el tercero, el cuarto y el quinto; y, en fin, si hasta cinco la hubieran tomado, el sexto y el séptimo la habrían tenido a la mujer aquella como de mal agüero».

II. Véase ahora el método que sigue Jesús para clarificar y exponer esta materia. Era un punto doctrinal importante y, por eso, Cristo no trata sobre él de ligero, sino que se extiende en su exposición.

1. Acusa a los saduceos de error, y atribuye este error a ignorancia: «¿No es por eso por lo que estáis equivocados?» (v. Mar 12:24). «No podéis menos de admitir que lo estáis, y la causa de ese error es:

(A) «Por no entender las Escrituras.» No es que los saduceos no leyeran las Escrituras; quizá las escudriñaban también, según el sentido más probable de Jua 5:39, sin embargo no se puede decir que las entendieran, pues desconocían el verdadero sentido de ellas, por las falsas opiniones con que las adobaban. Un conocimiento correcto de la Palabra de Dios, como depósito de la religión revelada (v. 1Ti 6:20) y norma única de fe y conducta, es el mejor preservativo contra el error. Los antiguos solían decir: ¡Guarda el orden, y el orden te guardará a ti! Pero nosotros podemos decir con mucha más razón: ¡Guarda la verdad de las Escrituras, y ellas te guardarán a ti!

(B) «Por no entender … el poder de Dios.» No podían menos de conocer que Dios es omnipotente, pero no aplicaban dicha verdad al asunto en cuestión, con lo que, en la práctica sacrificaban la verdad a las objeciones prejuzgadas contra ella. Él poder de Dios evidente en el retorno de la primavera (Sal 104:30), en la reviviscencia del grano de trigo (Jua 12:24), en la restauración nacional de un pueblo caído de tal modo, que era como un montón de huesos secos (Eze 37:12-14), en la resurrección milagrosa de muchos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo y, especialmente, en la resurrección de Cristo (Efe 1:19-20), es como arras y garantía de nuestra resurrección en virtud del mismo poder; «en virtud del poder que tiene también para someter a sí mismo todas las cosas» (Flp 3:21).

2. Desvirtúa también la fuerza de la objeción de ellos y pone en su verdadera luz la doctrina del estado futuro de los creyentes: «Pues cuando resucitan de entre los muertos, ni ellos se casan, ni ellas son dadas en casamiento, sino que son como ángeles en los cielos» (v. Mar 12:25). No es extraño que los hombres se confundan con los más necios absurdos, cuando miden las realidades del mundo de los espíritus con las ideas que tienen de los negocios de este mundo de los sentidos materiales.

III. Finalmente, Cristo fundamenta la doctrina del estado futuro, y de la bienaventuranza de los justos en tal estado, en el pacto de Dios con Abraham, a quien Dios reconoce como vivo, incluso después de la muerte física (vv. Mar 12:26-27). En esto apela a la Escritura: «¿No habéis leído en el libro de Moisés?» Éllos se habían referido a la ley de Moisés (Deu 25:5), y Él los refiere igualmente a Moisés (Éxo 3:6), en lo de la zarza, donde Dios dice: «Yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob» (v. Mar 12:26). Efectivamente, Dios no dice: «Yo era», sino «Yo soy». Es un absurdo pensar que la relación de Dios con Abraham continúe, y sea solemnemente reconocida, si Abraham no existiese más, o que el Dios viviente pudiese ser la porción y la felicidad de un hombre que está muerto y no volverá jamás a estar vivo. De forma que es menester sacar la conclusión: 1. De que Abraham existe y está activo, aun cuando su alma esté separada del cuerpo, 2. De que, por consiguiente, tarde o temprano, el cuerpo de Abraham ha de resucitar. Y, para remachar la argumentación, concluye otra vez: «Andáis muy equivocados». Quienes niegan la resurrección están, en efecto, muy equivocados, y así hay que decírselo.

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