Marcos 16:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nunca hubo un día de reposo como éste, desde que fue instituido el sábado; durante todo este sábado, reposó en el sepulcro el cuerpo del Señor. Para Él fue un sábado de descanso, pero un sábado silencioso; para sus discípulos fue un sábado de melancolía pasado en lágrimas y temores. Bien, este sábado ya pasó, y el primer día de la semana es el primer día de un nuevo orden de cosas.

I. La afectuosa visita que las buenas mujeres hicieron al sepulcro donde se hallaba el cuerpo del Señor. «Pasado el sábado … muy de madrugada, el primer día de la semana, llegan al sepulcro cuando había salido el sol» (vv. Mar 16:1-2). Habían comprado «especias aromáticas para ir a ungirle» (v. Mar 16:1), pues querían que, sobre el cadáver de Jesús, no sólo cayese el rocío de sus lágrimas, sino también el perfume de sus aromas (v. Mar 16:1). «También Nicodemo … vino trayendo un compuesto de mirra y áloe, como cien libras» (Jua 19:39). Pero estas buenas mujeres pensaron que eso no era bastante; por eso trajeron especias aromáticas para ungirle. El respeto que otros muestran al nombre y a la causa de Cristo, lejos de suscitar en nosotros los celos, debe suscitar en nosotros una santa emulación.

II. La preocupación que estas buenas mujeres tenían acerca de la piedra del sepulcro, conscientes de que ellas no la podrían mover, pues era extremadamente pesada: «era grande en demasía» (v. Mar 16:4). De ahí que se preguntasen por el camino: «¿Quién nos hará rodar la piedra de la entrada del sepulcro?» (v. Mar 16:3). Había otra dificultad mayor, en la que ellas parecen no haber pensado: la guardia de soldados encargada de vigilar el sepulcro, los cuales si ellas hubieran llegado antes de que ellos quedaran atemorizados por la resurrección del Señor, habrían sido ellos quienes les hubieran infundido temor a ellas. Pero el mucho amor que tenían al Señor las llevó al sepulcro, y cuando ellas llegaron allá, ambas dificultades habían desaparecido: los soldados se habían marchado, y, «alzando los ojos, observan que la piedra ha sido ya rodada de nuevo para atrás» (v. Mar 16:4. Trad. lit.). Quienes buscan diligentemente a Cristo, se percatarán de que las dificultades que se cruzan en su camino se desvanecen de un modo sorprendente, y que una mano invisible les ayuda más allá de lo que esperaban.

III. La seguridad que el ángel les dio de que el Señor había resucitado de entre los muertos y le había dejado a él allí, para que comunicase, las alegres nuevas a todos los que se llegasen a preguntar por Él.

1. Entraron en el sepulcro (v. Mar 16:5), y vieron que el cuerpo del Señor no estaba allí. El que, mediante su muerte, pagó nuestra deuda, en su resurrección abolió nuestra carta de pago (Rom 4:25; Col 2:14), y todo el asunto en discusión quedó zanjado por la incontestable evidencia de que Él era el Hijo de Dios.

2. «Vieron a un joven sentado en el lado derecho» del sepulcro (v. Mar 16:5). El ángel se apareció en semejanza de hombre joven, porque los ángeles no envejecen. Estaba «vestido con una túnica blanca», una túnica que le llegaba hasta los pies. Al verlo, en lugar de quedar animadas y gozosas, «quedaron atónitas de espanto». Un acontecimiento sobrenatural, como en Isa 6:1., siempre produce espanto, aun en las personas más santas. Dice Trenchard: «Tal es la debilidad de la naturaleza humana, que a menudo nos quedamos asustados ante la misma acción libertadora por la cual el Omnipotente contesta nuestras oraciones y satisface nuestros anhelos».

3. El ángel acalla los temores de ellas, asegurándolas de que no hay motivo para el espanto, sino para el gozo triunfal: «Dejad de asustaros» (v. Mar 16:6); no tenéis ningún motivo para espantaros, pues:

(A) «Estáis buscando a Jesús nazareno» y, porque le buscáis con amor, en lugar de quedar confundidas, deberíais estar consoladas. Sí, es cierto que Él es el crucificado, pero también es el resucitado (v. Apo 1:18; Apo 5:6). La crucifixión es cosa del pasado y, aunque siempre ha de estar ante nuestra vista, para recordar el precio que fue pagado para nuestro rescate (1Co 11:23-26), nunca ha de abrumarnos hasta el punto de que nos incapacite para gozar del triunfo de su resurrección. Fue crucificado pero es glorificado.

(B) «No está aquí; mirad el lugar donde le pusieron» (v. Mar 16:6). Después de entrar en la gloria, nunca puso un velo que cubriera el recuerdo de sus padecimientos. Podemos considerar el lugar donde reposó su cadáver: ya no está allí; no lo robaron, ni los amigos ni los enemigos; simplemente: «ha resucitado». Así que, «han de ser para vosotras buenas noticias el que, en lugar de tener que ungir a un muerto, podáis regocijaros de saber que está vivo».

4. El ángel les ordena a continuación que se den prisa a comunicar a los discípulos la noticia. Así estas mujeres fueron hechas «apóstoles», es decir, enviadas a los apóstoles mismos, lo cual fue una recompensa al amor que mostraron al Señor, tanto junto a la Cruz como hasta el sepulcro y en el sepulcro. Las primeras en llegar fueron las primeras en ser servidas, pues ningún apóstol se atrevió a llegarse al sepulcro de Jesús antes que ellas unas débiles mujeres que, ni aun uniendo sus fuerzas, podían remover la piedra que cerraba el sepulcro.

(A) «Id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos» (Mat 28:7). Ellos estaban atemorizados y en horas de gran desmayo, pues su querido Maestro estaba muerto, y con Él habían quedado sepultadas en la tumba todas sus esperanzas y todos sus gozos. «Id pronto dice el ángel , decidles que ha resucitado, para que no caigan en la desesperación.» Vemos cómo Cristo no se avergüenza de sus discípulos, ni siquiera cuando ellos se avergüenzan de Él. Aunque son estas mujeres las que se han atrevido a ir al sepulcro y no ellos, Jesús no lo tiene en cuenta y quiere que vayan rápidamente a notificar su resurrección a los apóstoles. Si nuestros corazones están correctamente dirigidos hacia Él, no va Él a ser puntilloso en señalar todo lo que es impropio en nuestra conducta.

(B) Deben decírselo, sobre todo, «a Pedro». Marcos, que escribía con la información suministrada por Pedro, es el único que registra este detalle. «Decídselo a Pedro, porque, (a) será una noticia muy buena para él, más que para ningún otro, pues él está apenado por su pecado; (b) además, él estará temeroso de que el gozo de tan buena noticia no le pertenezca a él.» Si el ángel hubiera dicho escuetamente: «Id, decidlo a sus discípulos», el pobre Pedro habría quizá suspirado, diciendo para sí: «Dudo si puedo contarme entre ellos, pues yo le negué y, por tanto, merezco que Él también me niegue a mí». Para salir al paso de estos justificados temores, el ángel especifica: «y a Pedro», como si dijese: «Id a Pedro, y decidle que está invitado, igual que los otros, a verme en Galilea». Así como la visión de Cristo es una gran bendición para un creyente arrepentido, así también un creyente verdaderamente arrepentido será siempre invitado a una especial visión del Señor, porque hay gran gozo en los cielos cuando «un pecador se arrepiente» (Luc 15:7, Luc 15:10).

(C) Deben decir a los discípulos, Pedro incluido, que «Va delante de ellos a Galilea; allí le verán, como Él dijo» (v. Mar 16:7). Lo había dicho antes de padecer (Mat 26:32), y ahora lo iba a cumplir. Todas las reuniones de Cristo con los suyos es Él quien las fija; y a Él nunca se le olvidan: ni la cita, ni el tiempo ni el lugar; más aún, Él siempre se adelanta en llegar: «Va delante de vosotros».

IV. El informe que las mujeres llevaron a los discípulos: «Ellas salieron y huyeron del sepulcro, pues las apresaba un gran temblor y espanto» (v. Mar 16:8. Trad. lit.). En el camino, Jesús les salió al encuentro y renovó el mandato que les había dado el ángel (v. Mat 28:9-10). «Y no dijeron nada a nadie»; no quiere decir que fueran infieles a la comisión que se les había encargado, sino que no decían nada a nadie por el camino, para ir más presto a cumplir con el mandato. Por los otros evangelistas sabemos que María de Magdala fue la primera en reaccionar del miedo que tenían (v. Mar 16:8) y se había apresurado a llevar las noticias a Pedro y a Juan.

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