Marcos 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Vemos al Señor Jesús atareado, primero en la sinagoga y, después, a la orilla del mar; así nos enseña que Su presencia no está limitada a la una o a la otra, sino que, dondequiera hay algunos congregados en Su nombre, allí está Él en medio de ellos (Mat 18:20).

I. Cuando entró en la sinagoga (v. Mar 3:1), aprovechó para hacer el bien la oportunidad que allí tenía.

1. El caso del paciente, en esta ocasión, era patético: «tenía seca una mano», por lo que estaba incapacitado para ganarse el sustento con el trabajo de sus manos. Esto nos hace ver cuánta necesidad tienen de ser ayudados los que no pueden ayudarse a sí mismos.

2. Los espectadores se portaron muy mal, tanto con el enfermo como con el Médico; en lugar de interceder a favor de un prójimo inválido, hicieron cuanto pudieron para impedir que fuese sanado, pues llegaron a insinuar («le acechaban …», v. Mar 3:29) que, si Cristo le sanaba ahora en día de sábado, le acusarían de ser quebrantador del sábado.

3. Cristo se portó mansamente con los espectadores, y se dirigió primeramente a ellos, por si era posible impedir que se ofendieran. Así que:

(A) Trató de convencerles de su error. Pidió al paciente que se levantara y se pusiera en medio (v. Mar 3:3), a fin de que, al verle, se sintieran movidos a compasión. E inmediatamente apela a la conciencia de ellos: «¿Es lícito en sábado hacer bien, o hacer mal? ¿Salvar una vida, o matar?» (v. Mar 3:4). ¿Qué mejor cosa podía preguntar? Pero, como vieron que el responder les iba a comprometer, se callaron.

(B) Al verlos rebelarse contra la luz, Jesús «se entristeció por la dureza de sus corazones» (v. Mar 3:5), después de echarles una mirada que les abarcó a todos: «una mirada alrededor con ira». El pecado con que Sus ojos se encontraron en seguida fue la dureza de sus corazones. Nosotros oímos lo mal dicho, y vemos lo mal hecho; pero Cristo mira directamente al corazón, de donde brota la raíz de amargura (Heb 12:15): la ceguera de la mente y la dureza del corazón. Vemos, pues: (a) de qué forma le provocó el pecado: les echó una mirada alrededor y fue una mirada con ira, la ira se reflejó, probablemente, en Su semblante. El pecado desagrada terriblemente a Jesucristo; y la forma de reaccionar con ira y, no obstante, sin pecar (Efe 4:26), es imitar a Jesús, cuya ira es santa y justa, (b) de qué forma sentía compasión por los pecadores, pues se entristeció por la dureza de sus corazones. Causa al Señor una inmensa tristeza ver a los pecadores inclinados a lo que les va a arruinar, puesto que Él no quiere que nadie perezca (2Pe 3:9). Esto nos enseña cuánta razón tenemos para entristecernos por la dureza, tanto de nuestro propio corazón como del corazón de nuestros semejantes.

4. Cristo trató muy amablemente al pobre paciente. «Le dijo: extiende tu mano» (v. Mar 3:5). «Y él la extendió, y la mano le quedó restablecida.» Con esto nos enseña Cristo a seguir adelante con toda determinación en el camino de nuestro deber, por muy violenta que sea la oposición que nos salga al encuentro en dicho camino. No debemos pasar por alto la oportunidad de servir a Dios y hacer el bien a nuestro prójimo, aun cuando haya quien se ofenda injustamente por ello. Nadie puso mayor empeño en no ofender a nadie que Jesucristo; con todo, antes que despedir sin curación a este pobre enfermo, se aventuró a ofender a todos los escribas y fariseos que le rodeaban. Con esta curación, el Señor nos da una lección espiritual sobre la curación de nuestras almas mediante su gracia; nuestras manos están secas espiritualmente, el poder de nuestra alma está debilitado por el pecado; pero, aunque así sea y no podamos extender por nosotros mismos nuestras manos, a una orden de Su boca, debemos alzarlas a Dios en oración, extenderlas para asirnos de Cristo a fin de alcanzar la vida eterna, y emplearlas después en buenas obras (Efe 2:10); si así lo hacemos, con la voz de Cristo nos viene también Su poder, y con Él la salud del alma. Pero, si no extendemos las manos, la culpa será nuestra si no alcanzamos la salud.

5. Los enemigos de Cristo se comportaron con Él de un modo salvaje. Una obra tal de misericordia y gracia habría debido moverles a amarle, y, al ser una obra portentosa, milagrosa, les debería haber movido a poner su fe en Él. Pero, en lugar de eso, «los fariseos comenzaron en seguida a tramar con los herodianos contra Él para ver cómo destruirle» (v. Mar 3:6).

II. Cuando se retiró al mar (v. Mar 3:7), también allí hizo el bien. Se retiró prontamente, para enseñarnos que, cuando soplan vientos de tribulación o persecución, hemos de apresurarnos a ponernos a salvo.

1. Vemos cómo «le siguió gran multitud» de todas las partes de la nación (vv. Mar 3:7-8). Aunque algunos le tenían tal enemistad, que le querían ver fuera de su región otros, por el contrario, le seguían adondequiera se dirigía. (A) Lo que movió a estas multitudes a seguirle fue que se habían «enterado de todo cuanto Jesús estaba haciendo» (v. Mar 3:8). Algunos querían ver al que había hecho grandes cosas, y otros esperaban que les hiciera a ellos esas grandes cosas. La consideración de las grandes cosas que Jesús ha hecho debería estimularnos a llegarnos a Él. (B) Vemos, en efecto, por qué le seguían: «Porque había sanado a muchos; hasta el punto de que cuantos padecían dolencias, se le echaban encima para tocarle» (v. Mar 3:10). Las dolencias son llamadas aquí, en el original, «azotes» o «plagas». Quienes estaban afectados por estos «azotes» venían a Jesús; éste es el designio que las enfermedades tienen: despertarnos para que busquemos a Jesús y recurramos así al Médico de nuestras almas. Se le echaban encima, para ver si podían acercarse a Él antes que otros y, así, ser servidos primero. Se conformaban con tocarle; tenían fe en que eso sería suficiente, pues con tocarle ellos, Él les tocaría con Su poder. (C) De qué echó mano Jesús, a fin de estar en condiciones de atender a todos: «Les dijo a sus discípulos que le tuviesen lista una barca» (v. Mar 3:9), a fin de poder ser llevado de un lado a otro en la misma orilla del mar, y evitar, al mismo tiempo, ser estrujado por las turbas que le seguían por mera curiosidad. Los prudentes evitan, en cuanto les es posible, ser distraídos por las turbas.

2. Cuán abundante fue el bien que hizo en este retiro. No se retiró por pereza, ni despidió malamente a quienes se agolpaban por acercársele cuando Él se retiró, sino que lo tomó a bien y les otorgó lo que de Él esperaban, pues jamás dijo a quien le buscaba con sinceridad y diligencia: «En vano me buscáis» (Isa 45:19). (A) Las dolencias quedaban sanadas completamente: «Había sanado a muchos». (B) Los demonios eran totalmente derrotados (v. Mar 3:11) y hacían que los pobres posesos gritaran y cayeran delante de Él, no para suplicar favores, sino para prevenir furores de Su ira. (C) Cristo no buscaba el aplauso por el bien que hacía, sino que les advertía seriamente que no manifestasen quién era (v. Mar 3:12). La razón por la que obraba así ha sido explicada en otro lugar.

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