Marcos 4:21 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. El Señor pasa después a insinuar que los que son buenos deben hacer el bien, lo que equivale a producir fruto. Dios espera que los dones y las gracias que nos otorga, se aprovechen y le devuelvan el servicio y la gloria que se merece (v. Mar 4:21), porque «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama?» ¡No! Se ha de poner sobre el candelero. Todo creyente, así como ha recibido más luz, debe difundirla. Aunque sólo sean como candelas; comparados con el Sol de justicia, deben arder y alumbrar, aunque sea por un tiempo (Jua 5:35). Tanto mayor razón para brillar lo más y mejor posible. Una candela da luz a un pequeño espacio y por un poco tiempo, fácilmente se la puede apagar de un soplo, y está continuamente gastando aceite o cera y dando humo y mal olor; pero, por pobre y manchada que esté, debe brillar y no ha de esconderse bajo falsas excusas. «El almud dice el profesor Trenchard es una medida para grano, así que puede significar el comercio, pues la luz del testimonio del creyente suele esconderse muy a menudo porque da demasiada importancia a las preocupaciones materiales; la cama simboliza la pereza, que también ahoga el testimonio.»

Jesús da la razón de esto al añadir que «no hay nada oculto sino para ser manifestado» (v. Mar 4:22). No hay, de parte de Dios, tesoros de dones y gracias, otorgados a un ser humano, sino con el designio de ser comunicados; el Evangelio no estaba destinado a ser un secreto reservado a los apóstoles, sino «para salir a la luz» y ser divulgado en todo el mundo (v. Hch 1:8). Aunque Jesucristo explicó en privado las parábolas a sus discípulos Su designio, sin embargo, era que ellos lo expusieran públicamente: eran enseñados para enseñar.

II. Los que escuchan la palabra del Evangelio tienen que esmerarse en atender a ella. Por eso, después de haber dicho: «El que tiene oídos para oír, que oiga» (v. Mar 4:23), añade: «Atended a lo que oís» (v. Mar 4:24). Lo que oímos no nos aprovecha a menos que lo consideremos; y si deseamos que otros nos oigan con atención, debemos primero atender nosotros a lo que Dios nos dice. En este sentido también, lo anterior empalma con lo que sigue: «con la medida con que midamos, nos será medido». Y, en la medida en que usemos bien los dones que Dios nos ha concedido, se aumentará también nuestra capacidad. Si hacemos buen uso del conocimiento que ya poseemos, nuestros conocimientos aumentarán pero, si escondemos el talento que nos ha sido prestado, pronto se tornará inútil; el hierro que no se usa, presto se oxida. Así se entiende lo que dice el Señor: «Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (v. Mar 4:25). Es decir, al que hace buen uso de los dones que se le han encomendado, se le entregarán nuevos dones con las nuevas responsabilidades, pero al que no se ha responsabilizado lo suficiente con el don que tenía, es natural que se le quite lo que tenía ocioso y sea entregado a otro que haga buen uso de él. Lo contrario sería moralmente injusto, pues equivaldría a medir con medida falsa.

III. De aquí, pasa el Señor a exponer otra parábola que sólo se halla en Marcos, y viene a ser como el complemento de la otra parábola del sembrador. Ahora vemos una simiente que ha caído en buen terreno, y el Señor quiere enseñarnos ahora que el crecimiento de la semilla no se puede forzar, sino que es el poder interior del Espíritu Santo el que produce el inicio del proceso, así como el progreso y la consumación de la obra al poner en sazón la cosecha. Es lo mismo que viene a decir el apóstol en 1Co 3:6.: el ministro de Dios (y lo mismo digamos de cada creyente) se limita a plantar y regar, pero el crecimiento interior lo da Dios. Así como tendríamos por loco al hortelano que saliese al campo a estirar las hojas de las lechugas para que crecieran antes, así también «no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene compasión» (Rom 9:16). Así, sin ruido, sin prisa y sin pausa, entra el reino de Dios en una persona (vv. Mar 4:26-29). Veamos la descripción que de esto hace Jesús:

1. Primero, la semilla brota. Aunque parezca perdida y sepultada bajo los terrones, se abrirá paso a través de ellos. Cuando un campo está sembrado de trigo, ¡cuán pronto se altera su faz! ¡qué aspecto tan agradable y hermoso presenta cuando está cubierto de verde!

2. El labrador no puede describir cómo se realiza ese portento: «la semilla brota y crece de un modo que él mismo no sabe» (v. Mar 4:27). De la misma manera, nosotros no sabemos cómo actúa el Espíritu, por medio de la Palabra, para cambiar un corazón; es como el soplar del viento, cuyo sonido oímos, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va (Jua 3:5-8).

3. Una vez que sembró la semilla, el labrador no hace nada para que nazca y crezca: «ya duerma, ya se levante, de noche y de día» y, aunque quizá no vuelva a pensar en ella, «la tierra da el fruto por sí misma» (gr. automate de donde viene la palabra «automáticamente»); es decir, al seguir espontáneamente el curso de la naturaleza. Así también la palabra de gracia, cuando se recibe con fe, se convierte en el corazón en una obra de gracia.

4. Crece, no de una vez, sino gradualmente: «primero el tallo, luego la espiga, después grano abundante en la espiga» (v. Mar 4:28). Una vez nacida, sigue su curso; la naturaleza tiene su curso, y también la gracia lo tiene. El interés de Cristo es, y será, un interés creciente; y aunque los comienzos sean pequeños, el final será muy grande. Aun cuando al principio se vea solamente un tierno tallo que la escarcha puede mustiar o la planta del pie aplastar, con todo crecerá hasta convertirse en una espiga y, después, granos maduros en la espiga. La obra de Dios progresa sin ruido y de un modo insensible, pero avanza a través de los obstáculos sin detención ni fracaso.

5. Finalmente, llega a su perfección y se pone en sazón (v. Mar 4:29): «Cuando el fruto lo admite, en seguida mete la hoz, porque ha llegado la siega». Del fruto que el Evangelio produce en el corazón Cristo recoge una cosecha. Cuando llegue el tiempo final de las siembras, los justos serán recogidos como trigo en el granero de Dios (Mat 13:30).

IV. En otra parábola, cuyo sentido es muy discutible, el Señor muestra la forma en que la semilla crece en el reino de Dios (vv. Mar 4:30-32). Una cosa es cierta: La semilla del grano de mostaza, a pesar de la pequeñez de su tamaño da origen a un arbusto tan grande que las aves del cielo pueden cobijarse bajo su sombra. Esta parábola se halla también en Mat 13:31-32, con la variante de que «vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas». Contra la opinión de muchos comentaristas, y de la mano de grandes expertos de la Palabra de Dios, creemos que este crecimiento no es normal. Dice Trenchard: «Una legumbre que se hace árbol no es un proceso natural, y el simbolismo de las aves no significa nada bueno». En Mateo, como en Mar 4:4, Mar 4:15, «las aves» simbolizan la obra del diablo; estas aves «hacen sus nidos» (Mat 13:32) en las ramas de este árbol, es decir, se aposentan en él, sólo para aprovecharse de su altura. En cuanto al cobijo bajo su sombra (Mar 4:32), el propio Lenski, que echa a buena parte el sentido de la parábola, confiesa lo siguiente: «Las aves del campo que se abrigan bajo su sombra no son ciudadanos del Reino; su permanencia en las ramas es sólo pasajera. Estas aves del campo son los hombres en general que viven en todas partes, y encuentran que la Iglesia es útil, y gozan de su sana influencia en el mundo».

V. El escritor sagrado, al omitir aquí otras parábolas narradas por Mateo, dice: «Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra conforme a lo que podían oír» (v. Mar 4:33), es decir en la medida en que eran capaces de entenderla. Por eso tomaba sus ilustraciones de las cosas con que los oyentes estaban familiarizados. Su manera de expresarse era, pues, fácil y, por otra parte, lo bastante profunda para que después la meditasen y rumiasen para su edificación. Al usar un paralelismo antitético, frecuente en la Biblia, Marcos añade, como Mateo (Mat 13:34), que «sin parábolas no les hablaba» (v. Mar 4:34). Pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. ¡Cómo desearíamos que nos hubiesen llegado las explicaciones que Jesús dio a todas estas parábolas como lo hizo con la parábola del sembrador! Con todo, Sus propios discípulos no entendieron plenamente muchas cosas hasta el día de Pentecostés, después de la resurrección y ascensión del Señor (v. por ej., Jua 2:22; Jua 12:16).

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