Marcos 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Una predicción del reino mesiánico venidero (v. Mar 9:1), en la que se dice: 1. Que el reino de Dios vendrá, y que vendrá de una forma que será visto. 2. Que vendrá con poder, y echará por tierra toda oposición que se le presente. 3. Que vendrá, de algún modo, viviendo aun los que estaban presentes. Varias interpretaciones se han dado de esto, pero pueden reducirse a dos: primera, que el poder del reino de Dios se manifestaría en el año 70 de nuestra era en la destrucción de Jerusalén, etc., suceso que tendría lugar en vida de algunos de los a la sazón presentes; por lo menos, de Juan. Así piensan autores como Broadus y Lenski, entre otros. Pero no entendemos cómo puede alguien identificar la venida del Reino de Dios con poder, con la destrucción de Jerusalén y del Templo, la horrible matanza de tantos miles de judíos y la expulsión de Palestina de casi todos los que quedaron; segunda, que el Señor se refería a la Transfiguración que «algunos», tres en concreto, de los que allí estaban, iban a presenciar. Esto es lo más probable, porque, en efecto:

II. La Transfiguración de Cristo, «seis días después» de tal predicción (v. Mar 9:2), fue un anticipo de la venida gloriosa del Reino de Dios. Con ella, dio Jesús a Sus tres apóstoles favoritos un vislumbre de Su gloria, para mostrar que Sus futuros padecimientos eran voluntarios y prevenirles así contra «el escándalo de la Cruz».

1. Ocurrió en la cima de un monte alto. La tradición enseña que fue el monte Tabor.

2. Los testigos de vista fueron Pedro, Jacobo y Juan. Así como hay favores especiales que se otorgan a los discípulos y no al mundo, así también hay favores especiales que se otorgan a unos discípulos y no a otros. Todos los santos son personas cercanas a Cristo, pero algunos se recuestan en Su pecho (Jua 21:20). Jacobo fue el primero de los doce en morir por Cristo, y Juan les sobrevivió a todos ellos, para ser el último testigo ocular de Su gloria: «Y vimos Su gloria» (Jua 1:14). También Pedro la vio (2Pe 1:16-18).

3. La forma en que ocurrió: «Se transfiguró delante de ellos». Por aquí se puede ver de qué cambio tan grande son capaces los cuerpos humanos cuando Dios quiere otorgarles honor (ver 1Co 15:43-44). «Y sus vestiduras se volvieron resplandecientes, sumamente blancas, cuales ningún lavador de este mundo puede emblanquecerlas así» (v. Mar 9:3).

4. Le acompañaban en esta manifestación de gloria Moisés y Elías (v. Mar 9:4): Aparecieron «conversando con Jesús», para dar testimonio de Él. Moisés y Elías vivieron a gran distancia de tiempo el uno del otro, pero eso no quebranta las leyes temporales del Cielo, donde somos como uno en Cristo, y muchos primeros serán últimos, mientras que muchos últimos serán primeros.

5. El gozo y deleite que los discípulos experimentaron con esta visión, conforme lo expresó Pedro, al decir a Jesús: «Rabí, es bueno que nos quedemos aquí» (v. Mar 9:5). Aunque Cristo estaba transfigurado y conversaba con Moisés y Elías, permitió que Pedro le hablara. Hay muchos que, cuando se hallan en el pináculo del poder o de la fama, obligan a sus amigos a mantenerse a distancia, pero los verdaderos creyentes siempre tienen franco acceso al Jesús glorificado. Incluso en medio de aquella conversación celestial, hubo lugar para que Pedro introdujese algunas frases, pues añadió: «Hagamos tres enramadas (o tiendas de campaña); una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías». Los creyentes sinceros dan tanto valor a la comunión con el Señor y a estar en el monte con Él, que se olvidan de sí mismos. Pedro no dice nada de hacer cobijo para sí y para los otros dos discípulos que estaban con él; se sentía tan anonadado por la visión celestial, que daba por bien empleado quedarse a la intemperie con tal de seguir disfrutando de aquella experiencia maravillosa. Si tan delicioso es ver a Cristo transfigurado en una montaña y acompañado de Moisés y Elías, ¡qué será estar en el Cielo con Cristo glorificado y en compañía de todos los elegidos!

6. Pero, sin embargo, es menester observar que, mientras Pedro quería continuar allí, olvidaba cuán necesaria era abajo en el valle la presencia de Cristo, pues en aquellos mismos momentos los otros discípulos echaban grandemente en falta al Maestró (v. Mar 9:14). Cuando nos van bien las cosas, somos propensos a olvidarnos de los demás. Fue una debilidad por parte de Pedro el preferir la comunión personal con Dios a la utilidad pública. Además quería levantar tres tiendas, cuando una sola podía cobijar a todos, especialmente cuando estaban conversando juntos. Pero los evangelistas se apresuran a comentar que Pedro «no sabía lo que decía» (Luc 9:33). Marcos (v. Mar 9:6) comenta: «Pues no sabía qué responder» (trad. literal), es decir, cómo reaccionar sensatamente ante tal situación inesperada, «ya que les había entrado gran espanto».

7. La voz que vino del Cielo en testimonio de la mediación de Cristo (v. Mar 9:7): «Entonces se formó una nube que les hizo sombra». Según Mateo (Mat 17:5), la nube era «luminosa», lo cual era símbolo de la presencia bondadosa de Dios. Mientras Pedro hablaba de hacer «tiendas de campaña» para Jesús, Moisés y Elías, como si en medio de aquella gloria, necesitasen de cobijo material, Dios puso el símbolo de Su tabernáculo: la nube de la shekinah o presencia gloriosa de Dios. «Y de la nube salió una voz: Éste es mi Hijo, el Amado, escuchadle.» La voz es como la de Mar 1:11, pero aquí se añade: «escuchadle». Dios reconoce a Jesús como Hijo Suyo Predilecto (el agapetós del griego equivale al hebreo yedidí = escogido, no sólo «amado»), y, como al único Mediador entre Dios y los hombres (1Ti 2:5), pide a todos que escuchen a Jesús, porque Él «habla las palabras de Dios» (Jua 3:34).

8. Desaparece la visión: «Y de pronto, mirando en torno suyo, ya no vieron a nadie, excepto a Jesús solo con ellos» (v. Mar 9:8). Sólo Jesús quedó con ellos pero no ya transfigurado, sino como solía estar. Cristo no abandona a los Suyos, aunque desaparezcan los consuelos y gozos extraordinarios. Los discípulos de Cristo siempre le tienen, y le tendrán, consigo «hasta el fin del mundo» (Mat 28:20). Demos gracias a Dios por el pan de cada día, y no esperemos un banquete continuo mientras caminamos por este mundo.

9. La conversación entre Jesús y Sus discípulos mientras bajaban del monte:

(A) «Les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto, excepto cuando el Hijo del Hombre se levantara de los muertos» (v. Mar 9:9). Ni siquiera a los otros nueve apóstoles habían de comunicar lo sucedido por la misma razón por la que tantas veces prohibía Jesús que se divulgasen Sus milagros, a causa de las ideas de grandeza terrenal, sin pasar por «el escándalo de la Cruz», que, no sólo el pueblo, sino los mismos apóstoles se habían formado. Sin embargo, como hace notar Lenski, «la Transfiguración, y cuanto en ella sucedió, fue parte del gran fundamento de nuestra fe» (v. 2Pe 1:16); «el Padre selló todo lo ocurrido con Su testimonio personal».

(B) Los discípulos estaban todavía desconcertados, «debatiendo entre ellos qué era eso de levantarse de los muertos» (v. Mar 9:10). Y aún había otro detalle que también les desconcertaba: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?» (v. Mar 9:11). Pero Elías acababa de marcharse, y Moisés también. Más aún, si Elías tenía que venir para preparar el camino a Jesús, ¿por qué tenía el Señor necesidad de padecer, morir y resucitar? Dice Lenski: «Lo que aumenta la perplejidad de los discípulos es que no deben decir nada de lo que han visto, nada ni aun de Elías. Si la aparición de Elías que los discípulos acaban de presenciar, era la esperada por Israel, de acuerdo con la profecía, parece que debería ser públicamente proclamada en vez de silenciarla».

(C) Cristo les dio una clave para interpretar la profecía referente a Elías (vv. Mar 9:12-13): «Es cierto que Elías viene primero a restaurar todas las cosas, como está escrito del Hijo del Hombre que tiene que sufrir mucho y ser tenido en nada. Pero os digo que Elías ha venido ya, e hicieron con él cuanto quisieron, tal como está escrito de él» (vv. Mar 9:12-13). Conforme a Mat 17:13, los discípulos se dieron cuenta de que Jesús les hablaba de Juan el Bautista, quien vino «con el espíritu y el poder de Elías» (Luc 1:17), aun cuando él mismo negó rotundamente (Jua 1:21) ser Elías en persona. Que la venida del Bautista no agotaba el sentido de la profecía de Mal 4:5-6 (nota del traductor) resulta evidente para el que esto escribe no sólo por el texto de dicha profecía, sino porque la «restauración» mencionada es puesta por Pedro claramente en futuro en Hch 3:21. Es miopía exegética dar por acabada la venida de Elías, puesto que ello comportaría también dar por acabada la venida del Señor, y aun pasajes como Apo 11:6 deberían hacernos más cautos. Con todo, no sólo la semejanza temperamental, sino la semejanza de circunstancias en que tuvieron que dar testimonio, hacen del Bautista una especie de «doble» de Elías, pues lo que éste hubo de sufrir a manos de Acab y Jezabel, lo tuvo que sufrir Juan a manos de Herodes Antipas y Herodías. Se trata, pues, de uno de los casos de cumplimiento «parcial» de la profecía, similar al de Isa 61:2 y Joe 2:28-32, compárese con Hch 2:17.

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