Marcos 9:30 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Cristo predice de nuevo los padecimientos que le esperan. «Iba pasando por Galilea, y no quería que nadie se enterase» (v. Mar 9:30). Se acercaba el tiempo de sus padecimientos y, por eso, quería conversar únicamente con Sus discípulos, a fin de prepararlos para la prueba final (v. Mar 9:31). «Les decía: El Hijo del Hombre es entregado (es decir, está a punto de ser entregado) en manos de hombres, y le matarán». Que los hombres, que tienen la facultad de razonar y deberían tener amor, de tal manera vayan a comportarse con el Hijo del Hombre, quien vino a redimir y a salvar a los hombres, es inexplicable. Pero puede notarse que, siempre que habló Cristo de Su muerte habló también de Su resurrección. «Pero ellos no entendían este dicho, y tenían miedo de preguntarle» (v. Mar 9:32). Las palabras de Jesús eran lo suficientemente claras, pero ellos no se hacían a la idea de que el Mesías tuviera que morir, y tenían miedo de preguntar precisamente lo que no podían comprender. Muchos se quedan en la ignorancia porque tienen miedo o vergüenza de preguntar.

II. A continuación, Jesús reprende a los discípulos por la ambición que cada uno tenía de adquirir supremacía sobre los demás. Cuando llegaron a Capernaúm, les preguntó en privado qué era lo que habían discutido por el camino (v. Mar 9:33). Lo que hablamos entre nosotros y, en especial, lo que discutimos mientras vamos por el camino de la vida, no le pasa desapercibido al Señor, y un día tendremos que dar cuenta de todo ello «ante el tribunal de Cristo» (Rom 14:10; 2Co 5:10). Y, de todas las disputas, Cristo pedirá especialmente cuenta de las que tengamos sobre precedencias y superioridades de unos sobre otros. Este era el tema de discusión en el caso presente: «habían discutido entre sí quién era mayor» (v. Mar 9:34). No hay nada tan contrario a las dos grandes normas de Cristo, que son la humildad y el amor, como el deseo de preferencia en este mundo, y las disputas sobre ello. Por eso, el Señor se ocupó siempre de atacar estos flancos débiles de Sus discípulos. «Pero ellos se callaban» (v. Mar 9:34). Así como no preguntaban (v. Mar 9:32), porque estaban avergonzados de su ignorancia, así tampoco respondían, porque estaban avergonzados de su orgullo. El Señor, no obstante, estaba dispuesto a corregirles con calma y, por eso, «se sentó» (v. Mar 9:35), como quien va a pronunciar una lección solemne y completa. «Llamó a voces a los doce, y les dijo»:

1. Que la ambición, en lugar de ser un medio de ganarles preferencia en Su reino, sólo servía para posponerla: «Si alguien desea ser el primero, que sea el último de todos»; «Cualquiera que se ensalce a sí mismo, será humillado» (Mat 23:12; Luc 14:11; Luc 18:14).

2. Que lo que verdaderamente cuenta no es la preferencia sino las oportunidades de servir a los demás: «y sea el servidor de todos». Hay la nobleza de la sangre, la nobleza del dinero, la del poder y la del talento, pero, por encima de todas ellas, está la verdadera nobleza: la de la virtud, la del amor que se expresa en el servicio; ella es también la nobleza de la genuina libertad (v. Gál 5:13).

3. Que los más humildes y abnegados son también los que más se parecen a Cristo, y a ellos les prestará Él un especial reconocimiento: «Y tomando a un niño lo puso en medio de ellos, lo tomó en sus brazos, y les dijo: Cualquiera que me recibe a mí, no me recibe a mí [sólo], sino al que me envió» (vv. Mar 9:36-37). Dice muy bien Lenski: «Esto, por supuesto, implica que la persona tratará al niño que así ha recibido como lo demandan la revelación y la enseñanza de Jesús, que incluyen especialmente tierno cuidado espiritual».

III. Mientras que han estado disputando entre sí sobre quién será el mayor (v. Mar 9:34), no permiten ni el último lugar entre ellos a quienes no les siguen (v. Mar 9:38). En efecto, tenemos a continuación:

1. El informe que Juan da al Maestro sobre «uno que estaba expulsando demonios en nombre de Jesús». Juan y los que con él estaban, hicieron lo posible por impedírselo. La razón era: «porque no nos seguía». Lucas dice: «porque no sigue con nosotros» (Luc 9:49), es decir, no es del grupito que te acompaña por todas partes. Aquí asoma en Juan ese sectarismo tan corriente en todos los círculos religiosos (no sólo «evangélicos», pero más condenable en éstos), de tener por «mal cristiano», y hasta por «hereje», a quien no piense como nosotros o no pertenezca a nuestra denominación. Pero «el Señor conoce a los que son suyos» (2Ti 2:19). Esto no quiere decir que el comportamiento del individuo en cuestión fuera correcto, pues es extraño que uno que tenía poder para expulsar a los demonios en nombre de Jesús, no se uniera a los que seguían a Jesús, a no ser que tuviese repugnancia a dejarlo todo para seguirle. Sin embargo, nosotros no somos competentes para juzgar, sin más, quién es del Señor y quién no.

2. La reprensión que Jesús les dio: «No se lo impidáis» (v. Mar 9:39). El que es bueno, y en lo que es bueno, no debe ser impedido de hacer el bien que hace, aunque nos parezca hallar algún defecto y alguna irregularidad en la manera de hacerlo. Pablo tenía un espíritu muy diferente del que aquí muestra Juan, cuando dice en Flp 1:18 que, con tal de que Cristo sea predicado, él se regocijará, aun en el caso de que quien predique, lo haga por rivalidad contra el apóstol. Dos razones da Cristo para explicar por qué no se le había de impedir lo que estaba haciendo: (A) Porque los que hacen buen uso del nombre de Jesús al realizar milagros no es de suponer que vayan a hablar mal del Señor, como lo hacían los escribas y fariseos; (B) porque los que difieren en su modo de pensar, o de seguir a Cristo, deben ser considerados como hermanos, luchadores bajo la misma bandera contra las huestes de Satanás «pues el que no está en contra de nosotros, está a favor de nosotros». Por supuesto, esta amplitud de miras, que Jesús recomienda en esta ocasión no excusa doctrinas u opiniones antibíblicas o equívocas en cuanto a la persona y la obra de Jesús pues esto equivaldría a estar en el bando de Satanás, no en el de Cristo. Por eso, el Señor completa con esta enseñanza lo que había dicho en otra ocasión, según lo refiere Mateo: «El que no está conmigo, está contra mí» (Mat 12:30).

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