Marcos 9:41 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Cristo promete recompensa a cuantos se porten amablemente, de algún modo, con Sus discípulos: «Cualquiera que os de a beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, en verdad os digo que de ninguna manera perderá su recompensa» (v. Mar 9:41). Es un honor y una dicha para los cristianos pertenecer a Cristo, pues llevan Su librea como pertenecientes a Su familia; más aún, son miembros de Su cuerpo. Por eso, aliviar a los pobres de Cristo en sus aflicciones es una buena obra; Él la recibe como hecha a Sí y Él la recompensará. Lo que se hace a favor de los necesitados, ha de hacerse por Cristo, y por el hecho de que son de Cristo, pues eso es lo que santifica el bien que se les hace. Ésta es la razón por la que no hemos de ver con malos ojos ni desanimar a quienes trabajan en la obra del Señor, aunque no piensen ni obren en todo igual que nosotros. Si Cristo reconoce como hecho a nosotros todo lo bueno que a Él se hace, también nosotros debemos reconocer como hecho a Él todo lo bueno que se nos hace, aun cuando eso sea hecho por quienes no siguen con nosotros.

II. Cristo amenaza a quienes ofenden a Sus pequeñuelos (v. Mar 9:42). Cualquiera que sirva de tropiezo a un creyente verdadero aun de los más débiles, ya sea impidiéndole hacer el bien o sirviéndole de ocasión para cometer algún pecado, «mejor le sería que le ataran al cuello una piedra de molino (grande, de las que mueve un asno, según el original), y que le echaran al mar».

III. Después previene a los Suyos contra el peligro de arruinarse a sí mismos. La caridad debe empezar por la propia casa; si hemos de cuidar de no hacer nada que sirva de tropiezo a otros mucho más hemos de evitar todo aquello que nos impida cumplir con nuestro deber o nos induzca a cometer pecado; en esto, no hemos de andar con contemplaciones, sino que hemos de desprendernos de ello por muy aficionados que estemos a ello. Obsérvese:

1. El caso supuesto de que una mano, un pie o un ojo nuestros nos sirva de tropiezo; es decir, que aquello que nos arruina en el plano espiritual nos sea tan querido y útil como una mano, un pie o un ojo. Supongamos que algún ser querido se ha convertido para nosotros en un pecado, o que hayamos hecho de un pecado un ser querido. Supongamos también que nos vemos en la alternativa de abandonar eso o abandonar a Cristo y a una buena conciencia.

2. El deber que se nos prescribe en tal caso: «córtate la mano o el pie y sácate el ojo» (vv. Mar 9:43, Mar 9:45, Mar 9:47): haz morir (v. Rom 8:13) eso que tanto amas y tanto te daña; crucifícalo (v. Gál 5:24). ¡Arroja lejos de ti como cosa detestable ése ídolo que te resulta tan deleitable! Es necesario que el miembro gangrenado sea amputado en aras de la preservación de la propia vida. Hay que negarle al «yo» lo que sólo sirve para destruirlo.

3. La necesidad de hacer esto. Es menester mortificar la carne, a fin de que pueda entrar en la vida (vv. Mar 9:43, Mar 9:45) y en el Reino (v. Mar 9:47). Aun cuando, de momento, al abandonar el pecado nos sintamos como si estuviéramos mutilados, es en orden a conservar la vida, y «todo lo que el hombre tiene, dará por su vida» (Job 2:4). Esa especie de mutilaciones serán después como «las marcas del Señor Jesús» (Gál 6:17); en el Reino de los cielos, serán cicatrices de honor.

4. El peligro que se corre en no hacer esto. La materia de que tratamos llega a un punto en que, o debe morir el pecado o vamos a morir nosotros. Si permitimos que el pecado reine sobre nosotros, es inevitable que nos ha de arruinar. ¡Qué tremendo énfasis carga Cristo (especialmente en la triple repetición que registran muchos MSS) en el terror que debe despertar en nosotros el pensamiento del Infierno, «donde su gusano no se muere, y el fuego no se apaga» (seguro, en v. Mar 9:48; probable, en vv. Mar 9:44 y Mar 9:46). La frase está tomada de Isa 66:24, y los dos miembros se complementan, pues el «gusano» es algo interno y, por eso, aunque no se dice en el texto, suele interpretarse como los remordimientos que atormentarán la conciencia del condenado por las oportunidades de salvación que dejó pasar y que ahora ya no tienen remedio por toda la eternidad; y el «fuego» es algo que atormenta desde fuera, y es símbolo de la ira divina que gravitará eternamente sobre el pecador que se negó a creer (v. Jua 8:24). ¡Un Dios eterno, eternamente airado contra un malvado que sólo vivirá para estar muriendo eternamente! «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (Heb 10:31).

5. Los versículos Mar 9:49 y Mar 9:50 han causado mucha discusión entre los intérpretes por no atender al doble «filo» de los vocablos «sal» y «fuego». Por una parte, sabemos que todo sacrificio del Antiguo Testamento tenía que ser salado con sal no para preservar la carne, sino para que fuese aceptable en la mesa del altar de Dios. Igualmente, la naturaleza humana, al estar de suyo corrompida por eso se la llama «carne» , debe ser salada de algún modo para adquirir sazón (comp. con Col 4:6) y ser así sacrificio agradable para Dios (Rom 12:1). Hemos de tener en nosotros el buen sabor de gracia; y no sólo tenerlo, sino también manifestarlo al exterior («ser sal de la tierra», Mat 5:13). Si esa sal preserva de corrupción nuestro corazón, «ninguna palabra corrompida saldrá de nuestra boca» (Efe 4:29). Pero esa misma sal que sazona el sacrificio de una vida santa, agradable para Dios, también impide que los condenados al Infierno sean destruidos y aniquilados; serán atormentados en perpetua «conserva» (v. Apo 14:11; Apo 20:10; Apo 21:8). Lo mismo pasa con el «fuego»: «Dios es un fuego consumidor» (Heb 12:29); pero sólo «consume» lo que es puro desecho, lo que no sirve para la vida eterna; por eso, consumirá eternamente, sin aniquilarlos, a los condenados al Infierno; en cambio, sirve para purificar («la zarza que ardía y no se consumía», Éxo 3:2) a los hijos de Dios (Mal 3:2, comp. con 1Co 3:13-15; 1Pe 1:7). Finalmente, observemos (v. Mar 9:50) que la misma sal que nos preserva de corrupción, nos ayuda a convivir en paz, sin poner tropiezo, unos con otros (para más detalles, véase el comentario a Mat 5:13 y Col 4:6).

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