Mateo 11:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Al llegar a este punto, Cristo da un repentino giro a su discurso y se vuelve hacia aquella generación que recibía en vano, no sólo la predicación del Bautista, sino la Suya propia y la de Sus Apóstoles. En cuanto a dicha generación, podemos observar a qué la compara (vv. Mat 11:16-19) y, en cuanto a los lugares que después cita, con quiénes la compara (vv. Mat 11:20-24).

I. Esta generación. La mayoría continuaba en su obstinación e incredulidad. Juan era un gran hombre y un santo siervo de Dios, pero la generación en que le tocó vivir era tan estéril e inútil como podía ser; era indigna de él. La maldad de los lugares en que, a menudo, los ministros de Dios tienen que vivir y actuar sirve de pábulo a la belleza de su carácter. Después de alabar a Juan, Jesús recrimina a quienes, al tener el privilegio de escuchar a Juan, no habían querido beneficiarse de su ministerio.

Esto lo presenta Cristo bajo el ropaje de una parábola o símil: ¿A qué compararé esta generación? El símil está sacado de la costumbre que tenían los niños en sus juegos, como suelen tenerla los niños de todos los países y lugares de imitar a los mayores en sus modos de comportarse en la vida familiar y social en el caso presente, en las bodas y en los funerales; jolgorio y lamentación respectivamente; pero tratándose de un juego y en broma, no se tomaba en serio ni producía impresión alguna exactamente como ocurría a la generación aquella con relación al ministerio del Bautista y de Jesús mismo. A fin de entender mejor el símil y su significado, es preciso atender a las cinco observaciones siguientes:

1. El Dios de los cielos y de la tierra usa diferentes modos y métodos para la conversión y salvación de los hombres perdidos; quiere que todos los hombres sean salvos (1Ti 2:4) y, para ello, «no deja piedra por remover», como suele decirse. En el símil que nos ocupa, eso se compara a tocar la flauta y entonar canción de duelo (v. Mat 11:17); lo primero lo hace Dios mediante las preciosas promesas del Evangelio, que estimulan la esperanza, y mediante su misericordiosa providencia, que alimenta nuestra confianza; lo segundo, por medio de su santa Ley, que nos mantiene en el temor de Dios, y por medio de las aflicciones de esta vida, que nos hacen suspirar por la otra.

En la explicación del símil, se muestran los aspectos tan diversos del ministerio de Juan y del de Jesús respectivamente. Por una parte. Juan vino a ellos en talante de endechador, no comiendo ni bebiendo, como el que está de duelo por un ser querido (v. Mat 11:18). Esto debería hacer fuerte impresión, ya que una vida tan austera y mortificada como la de Juan estaba tan de acuerdo con la doctrina que predicaba; pues el ministro de Dios que más probabilidades tiene para que sus mensajes produzcan efecto es aquel cuya vida está de acuerdo con lo que predica, con todo, no siempre el ministerio de un predicador tan fiel produce el efecto deseado. Por otra parte, el Hijo del Hombre vino en talante festivo, lleno de compasión, simpatía familiar y gozosa beneficencia, y conversaba amablemente con todo género de personas, sin afectar especial rigor ni austeridad, sino comiendo y bebiendo (v. Mat 11:19). Los que no habían sido atemorizados por el entrecejo de Juan, debieron ser atraídos por las sonrisas de Jesús, de quien Pablo había aprendido a hacerse todo a todos (1Co 9:22). Puede haber gran diversidad de actividades, pero es un mismo Dios el que efectúa todas las cosas en todos (1Co 12:6), y a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho común (1Co 12:7). Obsérvese la diversidad de dones con que están dotados los ministros de Dios, unos son como «boanerges» = hijos del trueno; otros, como «barnabases = hijos de consolación, no obstante, todas estas cosas las efectúa uno y el mismo Espíritu (1Co 12:11) y, por consiguiente, no debemos censurar a ninguno, sino alabar a ambos, y alabar a Dios por ambos.

2. Los diversos métodos que Dios emplea para la conversión de los pecadores, resultan infructuosos e ineficaces para muchos: no bailasteis … no os lamentasteis (v. Mat 11:17). Ahora bien, si la gente no se despierta con las cosas más importantes, ni se siente atraída por las más dulces, ni se asusta con las más terribles, ni se persuade con las más sencillas; si no prestan atención a la voz de las Escrituras, ni a la de la razón, ni a la de la experiencia, ni a la de la providencia, ni a la de la conciencia, ni a la del interés, ¿qué más se puede hacer? Ya es de algún consuelo para los fieles obreros del Señor al ver poco fruto de sus labores, el considerar que el quedar por debajo del objetivo deseado no es cosa nueva ni aun para los mejores predicadores del mundo y para los mensajes mejor preparados y más aptamente proclamados. ¿Quién ha dado crédito a nuestro mensaje? (Isa 53:1).

3. De ordinario, las personas que no se aprovechan de los medios de gracia, son tan perversas que hacen a otros todo el daño que pueden, ya que producen y propagan prejuicios contra la Palabra de Dios y contra los fieles mensajeros de ella. Así lo hizo esta generación (v. Mat 11:16, comp. Hch 2:40); como estaban decididos a no creer ni a Cristo ni a Juan se pusieron a denostarles con los peores apelativos. De Juan el Bautista decían: Tiene un demonio (v. Mat 11:18); atribuían su austeridad y su inclinación a vivir en el desierto a cierta afección cerebral, causante de depresión y melancolía, que a veces iba ligada a la posesión demoníaca. De Jesús decían: Mirad un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y de pecadores (v. Mat 11:19), y atribuían a vicio y desenfreno su talante amistoso y campechano. Nada más insensato calumnioso y envidioso que esto podía decirse de Jesús; nada más falso injusto e insidioso podía imputarse a Aquel de quien dijo Pablo: Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo (Rom 15:3); nunca ha existido alguien con una vida de tal abnegación, mortificación y desapego de lo mundano como la que Cristo vivió. No hizo nada impropio (Lit. fuera de lugar; Luc 23:41). La inocencia más inmaculada y la excelencia más singular no siempre son una valla contra las insidias de las lenguas; al contrario, los mejores dones y las más correctas acciones de una persona son, a menudo, el blanco preferido de la maledicencia. Nuestras mejores acciones pueden convertirse en objeto de las mayores acusaciones. Era sí cierto en el mejor de los sentidos que Jesús era amigo de publicanos y de pecadores, el mejor amigo que habían tenido, puesto que había venido a este mundo para salvar a los pecadores (1Ti 1:15), pero precisamente esto sirve, y servirá por toda la eternidad, de la mayor alabanza para Cristo; y quienes lo convierten en denuesto, se verán desprovistos para siempre de los beneficios que ello ha comportado a los hombres.

4. Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas (v. Mat 11:16); son ignorantes como niños, díscolos, de poco seso y juguetones como los niños; si se mostrasen como hombres en su mentalidad habría cierta esperanza de sacar algún provecho de ellos. La plaza del mercado (gr. agorá) donde están sentados es, para algunos, el lugar de los holgazanes (Mat 20:3); para otros, el lugar de los negocios mundanos (Stg 4:13), para todos, lugar de bullicio y distracción. Cabeza, manos y corazón están allí llenos de cosas del mundo, cuya preocupación ahoga la palabra (Mat 13:22) y, al final, les ahogará también a ellos mismos. Están en los mercados, y están allí sentados; allí está su tesoro y allí descansa su corazón (Mat 6:21).

5. Aunque sean muchos los que menosprecien los medios de gracia, siempre hay un remanente que, por gracia, se comporta con verdadera sabiduría: Pero la sabiduría queda justificada por sus hijos (v. Mat 11:19. Lit. obras; en Luc 7:35, hijos). El sentido obvio de este proverbio es que la sabiduría (en el sentido bíblico de este término; la prudencia para conducirse correctamente) se justifica (demuestra su rectitud, comp. Luc 7:29, 1Ti 3:16 «justificado en el Espíritu»; Stg 2:21-25) por sus obras, puesto que por los frutos se conoce el árbol (Mat 7:16-17). Tanto Juan como Jesús probaban su rectitud por las enseñanzas que impartían y la vida santa que llevaban, Jesús, además, llevaba a cabo sus milagros como señales de Su divina misión. Las obras «sabias» son, pues, los hijos de la sabiduría. Puede también acomodarse a quienes, al haber nacido de nuevo, de arriba, nacen de la sabiduría que es de arriba (Stg 3:17). Cristo es la Sabiduría con mayúscula (1Co 1:30), y en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría (Col 2:3). Aunque la obra de Cristo sea locura para los que se están perdiendo (1Co 1:18), pero para aquellos que son llamados, así judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1:24). Mientras los hijos de las tinieblas escarnecen a Cristo, los hijos de la luz le dan honra y gloria.

II. En cuanto a los lugares en que Cristo había desempeñado su ministerio con mayor continuidad: Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho el mayor número de sus milagros (v. Mat 11:20). Había comenzado a predicar en ellas mucho antes (Mat 4:17), pero no había comenzado a reconvenirlas hasta ahora, enseñándonos así a no emplear métodos abruptos, a no ser cuando los más suaves han sido empleados ya sin fruto alguno. Cristo no solía reconvenir sin causa suficiente. La sabiduría invita antes de reprender (Pro 1:20-23). Así que quienes comienzan reconviniendo, no siguen el método de Cristo.

1. El pecado del que les reconviene es la cosa más vergonzosa e ingrata que puede darse: No se habían arrepentido. La impenitencia voluntaria es el gran pecado por el que se condenan las multitudes que han oído el mensaje del Evangelio (Luc 13:3, Luc 13:5). La gran doctrina que Juan el Bautista, Jesús mismo y los Apóstoles predicaron, es el arrepentimiento (Mat 3:2; Mat 4:17; Hch 2:38, Hch 17:30), el objetivo, tanto de la música festiva como de la canción de duelo (v. Mat 11:17), era incitar a la gente a cambiar de mentalidad y de conducta, a dejar el pecado y volverse a Dios; pero ellos no quisieron aceptar esta invitación. Cristo les reprendía de los otros pecados para inducirles al arrepentimiento; pero, al no querer arrepentirse, les reconvino por ello, para que se beneficiasen del reproche y se percatasen de la insensatez de la impenitencia, ya que es lo único (con la incredulidad, que es su hermana gemela) que torna desesperada la triste situación del pecado, e incurable la herida del pecado (v. Jua 8:24; Heb 10:26-31).

2. La circunstancia agravante del pecado: eran las ciudades en las cuales había hecho el mayor número de sus milagros. Al ver las maravillas que Jesús obraba, no sólo debieron recibir su doctrina, sino obedecer su ley; la misma curación de las enfermedades debería haberles conducido a la sanación de sus almas, pero no surtió el efecto deseado. Cuanto más fuertes sean las razones que un mensaje nos proporcione para arrepentirnos, tanto más grave es la impenitencia y más severa la cuenta que habremos de dar a Dios.

(A) Se menciona aquí a Corazín y Betsaida, en primer lugar (vv. Mat 11:21-22), y cada una recibe su ¡ay! «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti Betsaida!» Cristo vino a este mundo a bendecirnos; al ser Dios, Su benedicencia es siempre beneficencia; pero si esta es rechazada, tiene en reserva sus ayes, y estos son tanto más terribles que otros, no sólo por la mayor gravedad del pecado que acusan, sino también por la mayor fuerza con que condenan. Estas dos ciudades eran ricas y populosas. Betsaida había sido elevada recientemente al rango de ciudad por el tetrarca Filipo o Felipe; de allí tomó Cristo al menos tres de sus Apóstoles ¡tal era el favor y privilegio que Jesús le había conferido! Poco después ambas ciudades decayeron rápidamente hasta convertirse en aldeas viles y oscuras. ¡Tan fatal es la ruina que el pecado acarrea a un lugar, y tan cierto es el cumplimiento de la palabra de Cristo!

Compara a estas ciudades con Tiro y Sidón, para humillar así a Corazín y a Betsaida, pues muestra:

(a) Que Tiro y Sidón no habrían sido tan malas como Corazín y Betsaida. Si a las primeras se les hubiese predicado el mismo mensaje que a estas, y se hubiesen hecho en ellas los milagros que habían sido hechos en Corazín y en Betsaida, ya hace tiempo que se habrían arrepentido, como Nínive, en saco y en ceniza. Cristo que conoce los corazones de todos sabía que, si hubiese ido a vivir entre los de Tiro y Sidón y a predicarles el mensaje, habría sacado allí más fruto del que había sacado donde actualmente se encontraba predicando; sin embargo, continuó allí por algún tiempo, para animar a sus ministros a hacer lo mismo, aunque no vean el fruto que desean. Nuestro arrepentimiento es lento y demorado, pero el de Tiro y Sidón (como el de Nínive) habría sido rápido: ya hace tiempo que se habrían arrepentido. El nuestro es, muchas veces, superficial y ligero; el de Tiro y Sidón habría sido profundo y serio, en saco y en ceniza.

(b) Que, por consiguiente, Tiro y Sidón no tendrán un final tan miserable como el de Corazín y Betsaida, sino que habrá más tolerancia para ellas en el día del juicio (v. Mat 11:22). En aquel día del juicio ante el Gran Trono Blanco (Apo 20:11.), todos los medios de gracia que estuvieron a disposición de los hombres en el estado de prueba, serán ciertamente tenidos en cuenta y se averiguará no sólo cuán malos hemos sido, sino cuánto mejores podíamos haber sido. Si el remordimiento (el «gusano» de la conciencia) es el peor tormento del Infierno, sin duda tendrán un Infierno extremadamente terrible quienes han tenido tan buenas oportunidades para entrar por el camino del Cielo.

(B) Capernaúm es aquí condenada con un énfasis especial: Y tú, Capernaúm (v. Mat 11:23). Aquí, los milagros de Cristo habían sido el pan de cada día y, por tanto, como el antiguo maná, habían sido también despreciados y denostados como pan liviano. Muchas enseñanzas suaves y consoladoras, llenas de gracia, les había impartido Jesús con tan poco provecho; y por eso les imparte ahora una enseñanza llena de ira, y anuncia el miserable final de la ciudad: Tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida. Capernaúm era una ciudad próspera, y esta prosperidad la incitaba a una arrogancia insolente, en castigo de lo cual estaba destinada a un final desastroso (comp. con Isa 14:13-15). Quienes, además de los beneficios de la naturaleza disfrutan de toda clase de bendiciones y, por ello, se sienten arrogantes y autosuficientes, como la iglesia de Laodicea (Apo 3:17-18), han de sufrir un juicio más riguroso. Nuestros privilegios exteriores, lejos de salvarnos, servirán de pábulo abundante para el fuego consumidor, a no ser que nuestros corazones sean humildes y agradecidos, y nuestras vidas sean moldeadas por las enseñanzas que hemos recibido y por las gracias y bendiciones de que estamos disfrutando; cuanto más alto se levanta el promontorio, más profundo se divisa el precipicio y más lastimosa se prevé la caída. La comparación que Cristo establece aquí entre Capernaúm y Sodoma, da a entender que si en esta ciudad se hubieran hecho los milagros que se hicieron en aquella, Sodoma estaría todavía en pie. Si los sodomitas, a pesar de su extraordinaria perversidad (Gén 13:13), hubiesen presenciado los milagros que Jesús hizo en Capernaúm estos medios de gracia les habrían llevado al arrepentimiento, y su ciudad habría permanecido hasta el día de hoy como un monumento de la gran misericordia de Dios. Con arrepentimiento para con Dios, y fe en nuestro Señor Jesucristo (Hch 20:21), el mayor criminal del mundo será salvo, el más horrible pecado será perdonado y la más espantosa ruina será evitada. Pero, para quien menosprecia el mensaje de salvación y pisotea al Hijo de Dios, y tiene por inmunda la sangre del Calvario (Heb 10:29), la amenaza de Cristo adquiere su tono más severo: Habrá más tolerancia para la tierra de Sodoma, que para ti (v. Mat 11:24).

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