Mateo 1:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El misterio de la encarnación de Cristo es digno de adoración más bien que de investigación. Si no sabemos cuál es el camino del viento (v. Jua 3:8), o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta (Ecl 11:5), mucho menos podemos saber cómo fue formado el cuerpo de nuestro Salvador en el vientre de la Virgen María. Lo que sí podemos asegurar es que: 1. El embrión (v. Sal 139:16) del cuerpo de Jesús, tomado de la sustancia de su madre era ya el embrión del Hijo de Dios según la carne. De no ser así, habría pertenecido a un ser humano distinto es decir, a una persona distinta de la del Hijo de Dios. No fue, pues, primero formado el cuerpo de Jesús, y después unido a la persona del Hijo de Dios, sino que desde el primer momento, el Hijo de Dios tomó sobre Sí la primera célula viva de aquel cuerpo que se estaba formando, por obra del Espíritu Santo, en el vientre de María. Lo que el texto sagrado nos dice explícitamente es lo siguiente:

I. Que María, la madre de Jesús, estaba desposada, es decir, comprometida para casarse, con José, sin que hubiesen llegado todavía a convivir juntos. En Deu 20:7, leemos de alguien que se ha desposado con mujer, y no la ha tomado. Cristo nació de una virgen, pero de una virgen desposada: 1. Para guardar el debido respeto al estado matrimonial, que ha de ser honroso en todos (Heb 13:4), ¿qué mayor honor para una mujer judía que estar desposada? 2. Para salvaguardar la honra de la bendita Virgen, que de lo contrario habría quedado en entredicho. Era conveniente que su concepción quedase protegida por el matrimonio, y justificada así a los ojos del mundo. 3. Para que María tuviese en José una ayuda idónea. Hay quienes opinan que José era viudo, y que los que se mencionan como hermanos de Jesús (Mat 13:55) eran hijos de José de un matrimonio anterior, pero la Palabra de Dios no nos da pie para ello.

II. La concepción de la descendencia prometida: antes de que viviesen juntos, se halló que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Podemos imaginarnos la perplejidad de María. Ella conocía el misterio que se obraba en su interior, pero, ¿cómo convencer a los demás de que era inocente? Habría sido tenida por ramera, y sentenciada como tal. Jamás una hija de Eva fue tan digna como ella y, sin embargo, jamás una mujer estuvo en tanto peligro de contraer el reato de uno de los peores crímenes. Con todo no vemos que se angustiase por ello, sino que, al ser plenamente consciente de su propia inocencia, conservó en calma su mente, y encomendó su causa al que juzga rectamente.

III. La perplejidad de José, y su gran preocupación por saber cómo obrar en este caso. Por una parte, no podía creer que su virtuosa esposa cometiese tal villanía; por otra parte, la cosa era demasiado evidente como para poder negarla o excusarla. Consideremos:

1. El extremo que procuró evitar: no quería denunciarla aunque podía haberlo hecho (v. Deu 22:23-24). Cuán diferente era el espíritu de José del de Judá, cuando en un caso similar dijo severamente: Sacadla, y sea quemada (Gén 38:24). ¡Cuán bueno es reflexionar correctamente, como hizo José! Si hubiese más deliberación en nuestras censuras y en nuestros juicios, también habría en ellos más misericordia y moderación. Personas de carácter riguroso podrían acusar a José de debilidad en su clemencia, pero la Palabra de Dios nos dice que obró así porque era justo. Era un hombre bueno, religioso, según el corazón de Dios, y por eso, inclinado a la misericordia como lo es Dios, y presto a perdonar como quien ha sido perdonado. Nos viene bien, en muchos casos, ser magnánimos y misericordiosos con quienes están bajo sospecha de haber cometido alguna falta. Hay en nuestra conciencia un tribunal encargado de moderar el rigor de la ley y se le llama el tribunal de la equidad. Hay quienes son sorprendidos tomados por sorpresa en alguna falta, y deben ser restaurados con espíritu de mansedumbre (Gál 6:1).

2. El procedimiento que encontró para evitar dicho extremo: resolvió dejarla secretamente, es decir, ponerle en la mano el certificado de repudio delante de dos testigos y zanjar así el asunto entre los dos. Así deberían zanjarse las causas de ofensa entre hermanos: sin ruido, sin altivez, sin rencor. La prudencia y el amor cristianos cubrirán una multitud de pecados (Stg 5:20), por grandes que estos sean, sin que ello comporte ninguna connivencia ni comunión con los pecadores notorios.

IV. José queda descargado de su perplejidad por un mensaje venido del Cielo (vv. Mat 1:20-21). Mientras él pensaba en esto, sin saber qué partido tomar, Dios se dignó instruirle y llevar paz a su conciencia. Dios guía a quienes usan sus facultades racionales y reflexionan correctamente, no a quienes esperan de arriba la solución a un problema en el que no se han tomado el trabajo de reflexionar. Como en el caso de José, cuando se ha reflexionado lo bastante, y se ha llegado a un punto muerto en nuestras deliberaciones, es cuando Dios viene en nuestra ayuda con una inspiración clara o con una circunstancia reveladora; no son menester luces sobrenaturales ni voces audibles. El tiempo en que Dios nos muestra que es el Todosuficiente es aquel en que estamos convencidos de nuestra total insuficiencia. El mensaje fue enviado a José por medio de un ángel del Señor. No sabemos hasta qué punto y de qué forma puede usar Dios el ministerio de los ángeles para sacar a los suyos de sus aprietos, pero sí estamos seguros de que son espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que van a heredar la salvación (Heb 1:14). Este ángel se le apareció a José en sueños, o a la hora del sueño. En la quietud y tranquilidad de la noche es cuando estamos en la mejor disposición para recibir los mensajes de la divina voluntad. Veamos qué dice el mensaje.

1. Se le anima a José a que siga adelante en su intención de tomar a María por esposa. De entrada se le hace memoria a este pobre carpintero de su alta alcurnia: José, hijo de David …; como si le dijera: Ten en cuenta tu estirpe José. Eres el hijo de David a través del cual se va a trazar la línea del Mesías; por tanto no temas recibir a María por mujer. Cuando un creyente se halle en apuros, hemos de decirle de manera semejante: «No temas, hijo del creyente Abraham, e hijo de Dios; no te olvides de la dignidad de tu nuevo nacimiento».

2. Se le informa acerca del ser santo que su esposa ha concebido. Lo que es engendrado en ella tiene origen divino. Dos cosas importantes se le dicen en relación con esto:

A) Que ha concebido por obra del Espíritu Santo, no por obra natural. El Espíritu Santo que, como agente ejecutivo de la Trina Deidad, llevó a cabo la creación del mundo ha producido ahora al Salvador del mundo, y le ha preparado un cuerpo, como se le había prometido cuando dijo: He aquí que vengo (Heb 10:5). Es el Hijo de Dios, pero al mismo tiempo participa de la sustancia de su madre hasta el punto de ser llamado el fruto de su vientre (Luc 1:42). Las leyendas nos cuentan casos de quienes vanamente pretendían haber concebido por obra de un poder divino como la madre de Alejandro Magno; pero nadie concibió en realidad de esta manera, excepto la madre de nuestro Señor.

B) Que ella daría a luz al Salvador del mundo (v. Mat 1:21). El ángel le dice el nombre y le explica el significado:

(a) El nombre con que le habían de llamar es Jesús: Llamarás su nombre Jesús. Jesús (hebreo: Yeoshuah) es el mismo nombre que Josué, al cambiar sólo la terminación, para acomodarla a la lengua griega. Citando de los LXX, Josué es llamado Jesús en Hch 7:45 y Heb 4:8. Cristo es nuestro Josué y es a la vez el capitán de nuestra salvación y el Sumo Sacerdote de nuestra profesión, y en ambas cosas, nuestro Salvador es un Josué que viene en lugar de Moisés, y hace por nosotros lo que la ley no podía, puesto que era débil. Josué se llamaba antes Oseas, pero Moisés le cambió el nombre (Núm 13:16), al cambiar el perfecto en imperfecto al prefijarle la sílaba ya, que es también la 1.a sílaba del nombre de Dios (Yehovah), y resultando así Yeoshuah: Jehová (o Yahweh) salva así se insinuaba que el Mesías que había de llevar este nombre, sería Dios; por tanto, puede salvar completamente (Heb 7:25), y no hay salvación en ningún otro (Hch 4:12).

(b) La explicación es la siguiente: Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Aquellos a quienes Cristo salva, los salva de sus pecados: de la culpabilidad del pecado por medio de la obra de su Cruz; del dominio del pecado, por medio del Espíritu de su gracia. Y, al salvarlos del pecado los salva de la ira venidera, de la maldición segura y de toda miseria de esta vida y de la de ultratumba. Quienes dejan sus pecados con arrepentimiento y se entregan a Cristo por fe como pueblo suyo, entran en la esfera del Salvador y de la gran salvación que Él ha llevado a cabo.

V. El cumplimiento de la Escritura en todo esto. Este evangelista, al dirigirse primordialmente a los judíos, observa esta circunstancia con más frecuencia que los otros evangelistas, y muestra cómo las profecías del Antiguo Testamento tenían su cumplimiento en el Señor Jesús. La Escritura que se cumplió en el nacimiento de Cristo era aquella promesa que, como señal, dio Dios al rey Acaz (Isa 7:14): He aquí que la virgen concebirá. Allí el profeta, para animar al pueblo de Dios a esperar en la prometida liberación de la invasión de Senaquerib, hace que fijen su mirada en el Mesías venidero, que había de surgir de los judíos (Jua 4:22), y de la casa de David.

1. La señal dada es que el Mesías había de nacer de una virgen y así, ser manifestado en carne (1Ti 3:16). Aunque la voz hebrea almah significa una doncella núbil sin más, el cumplimiento de la profecía nos demuestra que se trata de una virgen, de una doncella que no conoce varón, como María profesa ser (Luc 1:34). Cristo había de nacer, no de una reina o de una emperatriz, pues no apareció con pompa y esplendor exteriores, sino de una virgen para enseñarnos el valor de la pureza espiritual.

2. La verdad implicada en esta señal es que el Salvador es el Hijo de Dios, y el Mediador entre Dios y los hombres pues también se le llamará Immanuel. El hebreo Immanuel significa Dios con nosotros, nombre misterioso, pero muy precioso, pues indica que Dios se ha encarnado en medio de nosotros, para así reconciliar al mundo consigo (2Co 5:19), a fin de que, al tener paz con Dios (Rom 5:1), disfrutemos de íntima comunión con Él y de su nuevo pacto. Los judíos tenían consigo a Dios habitando entre los querubines, en tipos y sombras, pero nunca como cuando el Verbo se hizo carne y su bendita Shekinah se hizo patente entre nosotros en la forma de siervo (Flp 2:7). Por la luz de la naturaleza, vemos a Dios sobre nosotros; por la luz de la Ley, vemos a Dios contra nosotros; pero por la luz del Evangelio, le vemos como Emanuel, es decir, Dios con nosotros, participando de nuestra naturaleza e interesado en nuestra salvación. En esto consistió la gran salvación que llevó a cabo en la unión de Dios y hombre, pues su objetivo era traer Dios a nosotros, en lo que consiste nuestra felicidad, y llevarnos a nosotros a Dios, en lo que consiste nuestro supremo deber.

VI. Obediencia de José al precepto divino (v. Mat 1:24). Despertando José del sueño por la impresión que había recibido, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió en su hogar a María como su esposa. Dios tiene todavía medios de hacer saber sus propósitos en casos dudosos, al emplear los recursos de su providencia, los debates de nuestra conciencia, y los consejos de amigos fieles. Con todos estos medios, y al aplicar las reglas generales de la Sagrada Escritura, debemos obtener la dirección de Dios.

VII. El cumplimiento de la promesa divina (v. Mat 1:25): dio a luz a su hijo primogénito. Las circunstancias son narradas con mayor detalle en Luc 2:1 y siguientes. Si Cristo ha sido formado en nuestro interior, Dios mismo llevará a feliz término la buena obra que ha comenzado (Flp 1:6); lo que ha sido concebido en gracia, sera dado a luz en gloria.

Después de haber solemnizado su matrimonio con María, José no la conoció hasta que dio a luz … Mucho se ha dicho acerca de la perpetua virginidad de la madre del Señor, y la Iglesia de Roma se aferra tenazmente a esa doctrina, que no tiene fundamento alguno en la Escritura. El citado versículo Mat 1:25 insinúa que, después que María dio a luz a Jesús, José convivió con ella normalmente de acuerdo con la ley (Éxo 21:10).

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