Mateo 12:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Victoria gloriosa de Jesús sobre Satanás en la bondadosa curación de uno que estaba bajo el poder del diablo.

1. El caso de este hombre era muy triste: estaba poseído por el demonio. Este pobre endemoniado estaba ciego y mudo; ¡situación realmente miserable! No podía ver para ayudarse a sí mismo, ni hablar a otros para que le ayudasen. Así también Satanás ciega los ojos de la fe y cierra los labios de la oración.

2. Su sanación fue extraordinaria, tanto más cuanto que fue llevada a cabo en un instante: le sanó. Y, una vez quitada la causa, desaparecieron los efectos: De tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba (v. Mat 12:22). Cuando el poder de Satanás en un alma es quebrantado, se abren los ojos para contemplar la gloria de Dios, y se abren los labios para cantar las alabanzas de Su gracia.

II. La convicción que este milagro produjo en la gente: Y toda la gente estaba atónita (v. Mat 12:23). Y de ello inferían: ¿No es éste el Hijo de David? Esta pregunta podría entenderse de tres maneras: 1. «Sin duda, debe de ser el Hijo de David, el Mesías prometido, porque ningún otro puede hacer estos milagros». Podría decirse como en Isa 35:8, el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará. 2. «¿Acaso será éste el Hijo de David?» Era una buena pregunta para comenzar, aunque el contexto da a entender que la investigación no siguió adelante, y se perdió todo interés en la respuesta. En materia tan importante, se debe llegar a una fuerte convicción en la mente para que se llegue a una firme resolución en el corazón. 3. «¿Acaso puede ser éste el Hijo de David?» La partícula interrogativa griega da a entender que se espera una respuesta negativa, como en Mat 7:16; Mat 11:23. Este parece ser el verdadero sentido de la frase. El milagro sugeriría a la gente la posibilidad de que Jesús fuese el Mesías, pero esta suposición sería prontamente acallada, al observar que Jesús no se comportaba como un dominador poderoso, como un rey majestuoso.

III. La cavilación blasfema de los fariseos (v. Mat 12:24). Estos hombres eran celosos de su propio prestigio, con el que se procuraban grandes alabanzas y pingües ganancias; y, como toda persona orgullosa que depende del aplauso de los demás, estaban envidiosos de lo que Jesús hacía y decía entre las multitudes. Con razón temían que el pueblo, al ver sus estupendos milagros, reconociese que Cristo era el enviado de Dios, y que sus mensajes fuesen recibidos, con mengua de la atención que la gente prestaba a las enseñanzas de escribas y fariseos. Obsérvese:

1. Con qué desprecio hablan de Cristo: Éste; este fulano. No se dignan llamarle por su nombre. Hemos de evitar todo desdén hacia un semejante, por pobre que sea, y por vil que nos parezca. Jesús trató a todos con respeto; con ira, a los fariseos y escribas; con mansedumbre y compasión, a todos los demás: pero a ninguno con desprecio.

2. Con qué expresión tan blasfema se refieren a los milagros de Jesús: Éste no echa fuera los demonios sino en virtud de Beelzebú, príncipe de los demonios. Como no podían negar los hechos, estaba más claro que la luz del mediodía que, a la palabra de Cristo, salían los demonios fuera de los posesos. Así que para evitar esta conclusión de que Jesús era el Hijo de David, no les quedaba otro camino que sugerir malignamente que existía un pacto entre Cristo y Satanás, para que, a la palabra de Jesús, los demonios salieran voluntariamente de los posesos, sin ser forzados a hacerlo en virtud del poder divino de Cristo.

IV. La respuesta de Cristo a esta blasfema insinuación (vv. Mat 12:25-30). Jesús sabía los pensamientos de ellos. El Señor conoce lo que estamos pensando en todo momento, sabe lo que hay en el interior del hombre (Jua 2:25); percibe desde lejos nuestros pensamientos (Sal 139:2). Así Jesús replica a los pensamientos de ellos, porque sabía que esas suposiciones no surgían por sí mismas en la precipitación de la inconsciencia, sino que eran producto de la proterva malignidad de sus perversos corazones. La respuesta que Cristo da a tan vil imputación es contundente y copiosa:

1. Sería muy extraño, y del todo improbable, que los demonios fuesen arrojados en virtud de un pacto con Satanás, puesto que, de ser así, el reino de Satanás se enzarzaría en una guerra civil y se destruiría a sí mismo (vv. Mat 12:25-26).

(A) Aquí Jesús establece un principio general: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; en toda sociedad, la ruina común es la consecuencia de mutuas disensiones y luchas. La división conduce a la desolación; si nos enfrentamos, nos quebrantamos, si altercamos unos con otros, somos presa fácil de un enemigo común, como en la famosa fábula de «galgos o podencos». Tanto las naciones como las iglesias saben bien esto a costa de tristes experiencias.

(B) Jesús aplica luego el principio general al caso presente: Si Satanás echa fuera a Satanás (v. Mat 12:26); es decir, si el príncipe de los demonios echa fuera a sus subalternos, y destruye la obra de los mismos que están bajo su mando, todo el poder y toda la economía de su reino se vendrá abajo; si Satanás llega a un pacto con Jesús, será para su propia ruina, puesto que el objetivo manifiesto de la predicación y de los milagros de Cristo era deshacer las obras del diablo (1Jn 3:8), y anular así el poder al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Heb 2:14). Si Satanás entra en coalición con Cristo para echar fuera a los demonios, ¿cómo, pues, quedará en pie su reino? ¿Contribuir él mismo al derrocamiento de su régimen? ¿Cometer semejante estupidez aquel que es la astucia personificada? (Gén 3:1; 2Co 2:11; Efe 4:27; Efe 6:11). Ante lo absurdo de esta impía suposición, no cabe otra alternativa que reconocer la victoria de Cristo en noble y leal palestra: Que pase el diablo revista a sus tropas para la batalla, y Cristo será demasiado fuerte para el compacto ejército de Satanás; el reino del diablo no va a caer por la imprudencia del jefe, sino por el poder divino de Jesús.

2. No era extraño, sino totalmente probable, que los demonios fuesen echados fuera por el Espíritu de Dios.

(A) Si no fuera así, ¿en virtud de quién los echan vuestros hijos? (v. Mat 12:27). Había entre los judíos (Jesús no se refiere a Sus propios discípulos) algunos que, mediante la invocación del Altísimo, o del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, arrojaban demonios en ciertas ocasiones. Josefo menciona algunos que lo hacían en su tiempo; leemos de algunos de los exorcistas ambulantes judíos (Hch 19:13), y de uno que estaba expulsando demonios en nombre de Jesús, aunque no le acompañaba (Mar 9:38). Los fariseos no condenaban esta práctica, sino que la atribuían a la obra del Espíritu de Dios, del «dedo de Dios» (comp. Éxo 8:19 con Luc 11:20, el Espíritu Santo es el «artista» de la Trina Deidad, pues Él es quien dibuja y cincela en nosotros la imagen de Cristo, e indica, da evidencia de la persona y de la obra de Cristo). Por consiguiente, la malévola imputación de los fariseos de que Jesús echaba los demonios por pacto con Beelzebú, mientras que admitían que sus exorcistas los echaban fuera por obra del Espíritu de Dios, era una contradicción manifiesta, nacida del desprecio y de la envidia que sentían hacia Cristo. Los juicios que la envidia sugiere, no surgen de la razón, sino del prejuicio.

(B) Esta obra de arrojar los demonios era una señal evidente y una segura indicación de la aproximación del reino de Dios: Pero si yo echo fuera los demonios en virtud del Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios (v. Mat 12:28). Otros milagros de Jesús mostraban que era enviado de Dios; éste mostraba que era enviado de Dios para destruir el reino y las obras del diablo. La actual destrucción del poder del diablo es llevada a cabo por un poder superior: el poder del Espíritu Santo (1Jn 4:4). Si la labor que el demonio lleva a cabo en un alma es contrarrestada y destruida por el Espíritu Santificador, no cabe duda de que el reino de Dios ha llegado a esa alma con su gracia, benditas arras de nuestra herencia en la gloria (Efe 1:14).

3. La comparación de los milagros de Cristo con Su doctrina ponía en evidencia que Jesús, lejos de estar coligado con Satanás, estaba en abierta oposición y hostilidad contra él: ¿Cómo puede alguno entrar en la casa del forzudo y saquear sus bienes, si primero no ata al forzudo? (v. Mat 12:29). Sólo después de vencer la resistencia del inquilino del inmueble, puede el ladrón llevarse el botín: Y entonces podrá saquear su casa. El mundo estaba y yace todo entero en poder del maligno (1Jn 5:19), como lo está toda persona que no ha nacido de nuevo (v. Efe 2:2); ahí reside Satanás y ahí gobierna. El objetivo del Evangelio de Cristo es saquear el domicilio de Satanás y llevarse cautiva la cautividad (Efe 4:8), para llamarnos de las tinieblas a su luz admirable (1Pe 2:9) y abolir la muerte, sacando a luz la vida y la inmortalidad (2Ti 1:10); del pecado, profundo mal del hombre, a la santidad, supremo bien. Pero el diablo es un forzudo, posee fuerza (v. 1Pe 5:8) y maña (2Co 2:11; Efe 6:11) a un mismo tiempo. Sin embargo Jesús es Dios-Fuerte (Isa 9:6); su poder divino es infinito, y a ese poder no hay forzudo que pueda resistir. Era Cristo quien ataba a Satanás al echar fuera los demonios por medio de Su palabra. Al mostrar con qué facilidad y eficacia podía arrojar a los demonios de los cuerpos de los posesos, nos anima a todos los creyentes a estar seguros de que, por fuerte que sea el poder que Satanás ejerce en las almas de los hombres, Cristo puede destruirlo por medio de Su gracia. Cuando algunos de los peores criminales han sido convertidos por el Evangelio de Cristo y hechos los mejores santos, se ha hecho evidente en extremo que Cristo había saqueado la casa del diablo, y lo seguirá haciendo hasta el final de los tiempos.

2. Esta guerra santa que Cristo lleva a cabo contra el diablo y su reino, es de tal naturaleza, que no admite neutrales: El que no está conmigo, está contra mí (v. Mat 12:30). En lo que toca a las pequeñas diferencias de puntos de vista entre los discípulos mismos de Cristo, lo cual comporta de ordinario distintas situaciones denominacionales, se nos manda paz, amor y comprensión, no ser de nuestro grupo no equivale a no ser del Señor, a no estar con Él (v. Luc 9:50): el que no está contra nosotros, está de nuestra parte. Pero en esta gran lucha sin cuartel entre Cristo y Satanás no cabe paz ni posición neutral; el que no está de corazón con Cristo, será considerado como enemigo de la causa de Cristo, contra Cristo. Cristo y Satanás se disputan nuestra posesión total; el uno, para salvación; el otro, para perdición. Debemos, pues, estar enteramente del lado de Cristo, es el lado correcto, y será el lado feliz.

La frase siguiente lleva la misma intención: Y el que no recoge conmigo, desparrama. Era objetivo de Cristo al venir a este mundo, recoger su cosecha congregando en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos (Jua 11:52). Cristo espera y demanda de los que están con Él que se ocupen en recoger con Él. Se engañan quienes se creen religiosos porque están a favor de los cristianos, pero rehúsan entregar a Cristo su corazón y su vida. Si no recogemos con Cristo, estamos desparramando, no basta con no hacer el mal; es preciso hacer el bien.

V. Sigue después un discurso de Jesús sobre los pecados de la lengua: Por tanto os digo. Al tomar ocasión de los malignos pensamientos y de las venenosas palabras de los fariseos (v. Mat 12:24), Cristo amonesta contra tres clases de pecados de la lengua.

1. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el peor de los pecados de la lengua, pues es un pecado imperdonable (vv. Mat 12:31-32). Estos versículos incluyen:

(A) Una seguridad del generoso perdón de todo pecado, por la gracia de Dios, mediante el cumplimiento de las condiciones que comporta la proclamación de la Buena Nueva (Mar 1:15). La perversidad de cualquier pecado no será obstáculo para que seamos aceptos a Dios, si de veras nos arrepentimos y creemos en el Evangelio: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres (v. Mat 12:31). Aunque el pecado se remonte hasta el Cielo, hasta los cielos llega la misericordia de Dios (Sal 36:5). La misericordia de Dios se extiende incluso a la blasfemia, pecado que profana directamente el nombre y el honor de Dios. Pablo había sido blasfemo, pero fue recibido a misericordia (1Ti 1:13). Bien podemos decir: ¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad? (Miq 7:18). Incluso las palabras blasfemas lanzadas contra el Hijo del Hombre serán perdonadas (v. Mat 12:32), como en efecto lo fueron las de quienes le lanzaron vituperios y burlas cuando estaba pendiente de la cruz, muchos de los cuales se arrepintieron después y hallaron misericordia.

(B) Una excepción a la regla general anterior, en la blasfemia contra el Espíritu Santo, la cual, en palabras de Cristo, no será perdonada ni en esta época ni en la venidera (vv. Mat 12:31, Mat 12:32). Este es, pues, el único pecado imperdonable. Véase cuánta malignidad se encierra en los pecados de la lengua, cuando el único pecado imperdonable es uno de esos pecados. Cuando Jesús dice: Por tanto (v. Mat 12:31) empalma con lo de: Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo, etc. (vv. Mat 12:25.), da a entender con ello que los fariseos habían blasfemado contra el Espíritu Santo y, por tanto, habían cometido el pecado imperdonable. Este versículo Mat 12:32 ha sido siempre objeto de controversia, pero el contexto general de la Palabra de Dios nos proporciona los datos suficientes para darle una interpretación satisfactoria. No se trata aquí de hablar contra una persona divina, ni de resistir a la operación del Espíritu Santo en el corazón de un incrédulo; tampoco se implica que el hablar contra el Espíritu Santo sea peor que hablar contra el Padre o contra el Hijo. La blasfemia contra el Espíritu Santo consiste en el acto consciente y voluntario de atribuir al espíritu inmundo al poder de Satanás, las obras milagrosas de Cristo, llevadas a cabo mediante el dedo de Dios, el Espíritu de Dios (aparte de toda connotación trinitaria, que los interlocutores u oyentes de Jesús no habrían entendido), el cual da pruebas evidentes, mediante dichos milagros de que la mesianidad de Cristo y la verdad de sus enseñanzas eran incuestionables y comprometedoras. El rechazo voluntario de esta evidencia cierra la puerta al perdón de Dios no por falta de eficacia en la obra del Calvario, ni por falta de gracia y misericordia de parte de Dios, sino porque el que comete dicho pecado se priva voluntariamente a sí mismo de la necesaria disposición para recibir el perdón divino; es como el caso del ciego que se saca los ojos para no ver. Tomás de Aquino emplea la comparación del enfermo del estómago que podría ser sanado con algún remedio si el estómago no lo rechazara. El pecado de 1Jn 5:16 no tiene nada que ver con esto, y el comienzo mismo del versículo debería ser suficiente para convencerse («si alguno ve a su hermano …»). Discuten los autores si el pecado imperdonable puede darse ahora, una vez que Cristo ya no está físicamente obrando milagros en la tierra, pero, en todo caso, la malévola disposición de los fariseos que era la verdadera causa del pecado imperdonable , se puede repetir en todo tiempo. Quienes temen haber cometido el «pecado imperdonable», dan a entender, con ese mismo temor, que no lo han cometido. El único pecado imperdonable es el rechazo del perdón.

También la última cláusula del versículo Mat 12:32 ha dado pábulo a toda clase de errores. Desde los primeros siglos de la Iglesia sirvió de base para la antibíblica doctrina del Purgatorio (v. por ej. Luc 16:22; Luc 23:43; Rom 8:1). Pero dicho versículo no se refiere a pecados que no se perdonen en esta vida, Pero sí en la futura; ni da pie a una segunda oportunidad después de la muerte (v. Heb 9:27), puesto que la exhortación a reconciliarse con Dios va seguida de la advertencia sumamente seria de que ahora es el día de la salvación (2Co 5:20, 2Co 6:2). Mar 3:29 presenta la blasfemia contra el Espíritu Santo como pecado eterno. La frase de Jesús en Mat 12:32 se adapta a la concepción judía sobre los períodos de la Historia, dividiéndolos en dos partes: los primeros tiempos (hasta la Venida del Mesías), y los últimos tiempos (después de la Venida del Mesías). La «época venidera» se cierra con el Juicio de Dios que ha de resolver definitivamente el destino eterno de los hombres. Se trata, por consiguiente, de una frase enfática para dar un relieve especial a la declaración de que la blasfemia contra el Espíritu Santo no será jamás perdonada.

2. Cristo habla después de otros pecados de la lengua, además de la blasfemia, para sentar el principio general de que las palabras expresan lo que hay en el corazón: el corazón es la fuente, las palabras son el canal, el corazón es la raíz, las palabras son los frutos. Para que las palabras sean limpias, hay que purificar la fuente; para que el fruto sea bueno, es preciso que el árbol lo sea (vv. Mat 12:33-35). La conexión con lo anterior es clara.

(A) El corazón es la raíz; las palabras el fruto (v. Mat 12:33). Si la naturaleza del árbol es buena, dará fruto bueno. Si hay concupiscencia en el corazón, se echará de ver inmediatamente en la conversación; los dientes cariados dan fetidez al aliento. El idioma, y hasta el acento (Mat 26:73), muestra de qué región es una persona. O haced bueno el árbol, y bueno su fruto; esto es, si vuestro corazón es puro, serán puras vuestras palabras y pura será vuestra vida también o haced enfermizo el árbol, y su fruto echado a perder; si el corazón está viciado y corrompido, no se puede esperar un lenguaje decente ni una vida santa. A no ser que el corazón sea transformado, no es posible que la vida sea de veras reformada. Es cierto que el corazón humano es perverso y engañoso más que todas las cosas (Jer 17:9), pero, gracias a Dios, cabe en él un «injerto» (Rom 6:5) y, si estamos en Cristo, ninguna condenación hay para nosotros. ¿Cómo es nuestro fruto? ¿Sigue tan amargo como antes? ¿No será de temer que el «injerto no ha tomado»? Y, si no somos de veras nacidos de nuevo, en vano es plantar el árbol en mejor suelo o regarlo más abundantemente.

(B) El corazón es la fuente; las palabras, los canales o arroyos: De la abundancia del corazón, habla la boca (v. Mat 12:34); lit. del rebosar del corazón; el corazón es como un manantial que constantemente hace rebosar lo que lleva dentro, como una copa que en su fondo albergase un surtidor de agua (comp. Jua 4:14; Jua 7:38), la cual no tendría más remedio que rebosar. De la misma manera las palabras muestran la naturaleza de lo que mana del corazón (Stg 3:11-12, para dar a entender que una lengua que dice mal del prójimo no puede, de veras, decir bien de Dios). Sólo la sal de la gracia puede sazonar la palabra, cuando el corazón está dirigido sólo a Dios (Col 3:23; Col 4:6). Por eso, Cristo dice a los fariseos: ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? La gente del pueblo miraba a los fariseos como a los santos de su generación, pero Cristo les llama: ¡Engendros de víboras! Ahora bien, de una naturaleza viperina, ¿qué otra cosa podía esperarse sino dicterios llenos de veneno y ponzoña? ¿Puede una víbora segregar miel? Por eso es tan importante saber con quién se junta uno, ya que la amistad supone constante comunicación: Las malas compañías corrompen las buenas costumbres (1Co 15:33). Es difícil conservarse puro cuando, como Ezequiel, se mora con escorpiones (Eze 2:6), pero hay un remedio eficaz para no sufrir daño del ambiente maligno, y para dar testimonio a una generación de víboras: Comer, como Ezequiel, el rollo de la Palabra de Dios (Eze 3:1.) no sólo leerlo o estudiarlo, sino comerlo; es decir, asimilarlo para vivirlo y poder proclamarlo con poder.

(C) El corazón es el tesoro o cofre; las palabras, lo que el cofre encierra (v. Mat 12:35). El carácter del hombre de Dios se muestra en lo que saca del cofre de su corazón: de un buen tesoro, salen joyas valiosas: gracias, consuelos, experiencias edificantes, enseñanzas iluminadoras, actitudes amables, firmes resoluciones para el bien; la Palabra de Dios, almacenada y vivida, es un tesoro incomparable, que llena de luz, de amor, de poder, a uno mismo y a otros. La verdadera fe es activa por el amor (Gál 5:6) y no puede menos que producir buenos frutos; de lo contrario, demuestra estar muerta en sí misma (Stg 2:17). Quien tiene pocos fondos, no puede permitirse muchos gastos, a no ser que desee ir a la bancarrota; otros tienen buen acopio de sabiduría y conocimiento de la Palabra de Dios, pero no son comunicativos; disponen de talentos y dones, pero no aciertan a emplearlos en el servicio de Dios y en el provecho del prójimo. El cristiano cabal, a imagen de Dios, es bueno y hace el bien; tiene un buen tesoro y lo emplea para la gloria de Dios (2Co 4:7). En cambio, el hombre malo, no regenerado, saca cosas malas del mal tesoro.

3. Finalmente, Cristo habla de las palabras ociosas (lit. que no trabajan; es decir, inútiles), y muestra que esas palabras (gr. rhema = un dicho, que quizá carece de «mensaje») no son «neutras» o sin malicia, puesto que también de ellas habrá que dar cuenta en el día del juicio (v. Mat 12:36). Dios se da cuenta de toda palabra que sale de nuestra boca; las frases inútiles e impertinentes que pronunciamos, aunque nosotros no les demos importancia, desagradan a Dios, pues son producto de un corazón vacío de cosas sustanciosas o de amor edificante (v. 1Co 8:1-3). Tomemos buena nota de las necedades que decimos, porque las palabras inútiles son como sirvientes que, al formar parte de los talentos que se nos han encomendado, ni nos aprovechan para mejorar nuestro razonamiento y nuestra expresión, ni aprovechan para enriquecer las mentes y los corazones de nuestros semejantes.

A continuación, Jesús concluye con un principio general: Porque por tus palabras (nótese el cambio, en el original, de rhema = dicho, a logos = palabra que comporta un mensaje), serás justificado (declarado inocente), y por tus palabras serás condenado (declarado culpable) (v. Mat 12:37). El tenor de nuestras conversaciones evidenciará la naturaleza de nuestro carácter. Como dice Broadus «todo el mundo admite el hecho en cuanto a las acciones, y aquí las palabras son las que se discuten … Las palabras son importantes, porque revelan el carácter (vv. Mat 12:33, Mat 12:35), y porque afectan a otros poderosamente».

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